El Orfanato o el juego de los niños perdidos

stellahabladecine_001El relato sobre un orfanato prefigura, como en muchas películas que abordan el tema, las vivencias dramáticas de los niños que habitan la institución. No obstante, El Orfanato (2007), en la reciente película española espectacularmente dirigida por Juan Antonio Bayona, tiene su propia dimensión temática y artística.  Guillermo del

Toro, aclamado por El Laberinto Del Fauno (2006) y El Espinazo Del Diablo (2001), es el productor ejecutivo de la película.

Además de la excelente dirección, el guión de Sergio Sánchez, concebido ingeniosamente hasta en los más ínfimos detalles, está muy bien estructurado.  Por otra parte, el cinematógrafo, Oscar Faura, capta, en tomas de primer plano, hermosas imágenes de Laura y Simón, protagonistas de la película y, a su vez, logra impactantes marcos claro-oscuros del espacio opresivo que constituye la antigua mansión donde se desarrolla la mayor parte de la película.  El reparto, asimismo, es simplemente estelar.

Es profesora de español del Departamento de Lenguas Extranjeras de Central Washington University, Ellensburg, Washington,  USA.  Es colaboradora de AURORBOREAL y escribe la columna Stella Habla De Cine desde mayo del 2007

El Orfanato tiene toques que recuerdan películas como Los Otros (2001) de Alejandro Aménabar, El Espinazo Del Diablo  (2001) de Guillermo del Toro, Hide and Seek (2005) o El Juego A Las Escondidas de John Polson, y muchas otras películas de terror en las que los personajes centrales son niños. No obstante, El Orfanato de Bayona y Sánchez presenta una urdida trama que propone diferentes posibilidades y respuestas.  El juego imaginario de Simón y sus  “amigos invisibles”, tiene sus propias liturgias, y se nutre además de fuentes literarias donde el tema del doble y los parelelismos imprevisibles de lo sobrenatural y lo fantástico, revierten múltiples significados.  Simón, por su parte, es lector de Peter Pan de J.M. Barrie que, como bien sabemos, es un relato sobre niños que, como Simón, mantienen la ilusión de un mundo ideal en donde han renunciado a ser adultos.

La película encaja dentro del género de las películas de terror, y los elementos del mundo real y sobrenatural se yuxtaponen y se definen en una historia muy bien contada.  Laura (una magnífica Belén Rueda), lleva a Carlos, su marido, médico de profesión (Fernando Cayo), y a su hijo Simón (Roger Princep), a vivir en la sombría mansión que fuera el orfanato donde se crió hasta los siete años.  Después de treinta años, Laura vuelve a este lugar con su familia para dirigir una residencia para niños discapacitados.  Laura es feliz con la idea de dar a Simón y a los niños de su residencia, el amor y el arropo maternos que ella nunca tuvo.  Pero, poco tiempo después de instalados en la añeja mansión, la vida familiar empieza a gravitar en torno a Simón, y la febril imaginación que el nuevo espacio parece estimular en el niño.  Paulatinamente se revelan más datos sobre Simón.  Sabemos que es un niño adoptado, que padece de VIH positivo y que sus padres guardan los dos secretos para protegerlo.

A partir de la misteriosa desaparición de Simón, los elementos de terror empiezan a sentirse en un crescendo galopante.  La vieja mansión, con sus corredores oscuros y estrechos y sus suelos crujientes, revela entonces toda su naturaleza siniestra: se escuchan ruidos extraños, murmullo de voces y risas infantiles, sollozos, puertas que chirrean, y se abren y se cierran solas, el sonido de golpes en paredes y pisos, sótanos oscuros. . . La mansión, que recuerda las misteriosas mansiones de la novela gótica, se yergue solitaria cerca al mar donde llueve a torrentes con frecuencia, y las olas que golpean las rocas, presagian algo ominoso.  La gruta en la playa, se suma al misterio espacial de la mansión.   En este punto cabe subrayar el excelente trabajo creativo de Antonio Bayona, el debutante ganador en 2007 del premio Goya como mejor director debutante.  Bayona muestra su gran talento en crear ambientes oscuros y tenebrosos capaces de despertar esos miedos primitivos que arrastramos desde la infancia.

A lo largo de la película, el suspenso marca el ritmo de la secuencia de escenas que logran mantener al espectador atento y perplejo.  Hay violencia, misterio, claves e indicios que llevan a otros, y que preestablecen la presencia de lo sobrenatural y ominoso.  Los momentos climáticos en la película son numerosos, pero me limitaré a señalar los esenciales a la estructura del relato.  El primer momento climático lo marca la inesperada visita de Benigna en su papel de asistenta social y, posteriormente, su sospechosa presencia en los alrededores de la mansión; el segundo momento climático se inicia con la extraña desaparición de Simón durante la fiesta de inauguración de la residencia, y la angustiada búsqueda de Laura. En la fiesta, los niños enmascarados y, en particular, el niño con el saco-máscara que le cubre la cabeza y el rostro, sugieren ya doble identidad, juego  y confusión.  La aparición del niño del saco-máscara, identificado más tarde como Tomás, y el ataque de Simón/Tomás a Laura en el cuarto de baño, desencadenan la angustia de la madre que, desde ese momento, no agotará medio alguno en la búsqueda de su hijo.  Los siguientes momentos climáticos se suceden uno tras otro. Laura, perdiendo todo control, corre por la playa rumbo a la gruta donde cree ver a Simón. Y, sin importarle el mar revuelto, se mete en él llamando, en vano, a su hijo.  Meses después de la desaparición de Simón, la muerte violenta de Benigna constituye un momento climático muy importante en la cadena de pistas misteriosas relacionadas con Simón.  Carlos, como médico, se acerca a asistir a Benigna después del accidente, pero sin lograr salvarla, cubre su rostro. No obstante, en el momento en que Laura se acerca al cuerpo inerte, algo extraordinario ocurre y podemos ver la fealdad de su rostro desfigurado.  Esta resulta ser una estupenda escena de terror con la cual el director juega con el espectador desprevenido.  Más adelante, la experiencia extrasensorial con la presencia de Aurora, la médium, en la mansión de Laura y Carlos es, a su vez, un momento climático muy efectivo.  Y, cerca del final de la película, hay dos momentos climáticos de extraordinario suspenso:  Uno cuando Laura en su desesperada búsqueda de Simón, accidentalmente da con los restos de los cinco niños del orfanato muertos con violencia.  El otro ocurre poco tiempo después del ominoso hallazgo, cuando Laura invoca a los fantasmas de los niños que compartieron con ella el orfanato, con la esperanza de que estos “amigos invisibles” de Simón se revelen ante ella, y le den pistas sobre el paradero de su hijo.  La puesta en escena de estos momentos climáticos pone de relieve la fina sensibilidad creativa de Bayona.  Al final, el encuentro de Laura y Simón, con la profunda ternura que estas escenas evocan, tienen una función poética y filosófica:  El mundo de los vivos y el de los muertos coexiste en un eterno presente y, la premisa de Aurora, la médium, adquiere aquí relevancia en la estructura temática del relato: “Cuando algo malo ha ocurrido, queda un nudo entre dos líneas del tiempo. . . No se trata de ver para creer, hay que creer para ver”.

El Orfanato presenta, dentro de su espacio sombrío y profundamente dramático, varios temas que funcionan en distintos niveles: la relación de madre-hijo, la constante yuxtaposición de lo real y lo sobrenatural, el presente y el pasado fundidos en la memoria eterna de la existencia humana.  Tomás, como los demás “niños invisibles” habitantes de la mansión, permanecen en ella para recordarle a Laura y al espectador su condición dolorosa de huérfanos ávidos de cariño.  El sufrimiento, por su horfandad, irrumpe en sollozos para que les escuchemos.  La película cuenta con un espléndido reparto central.  Belén Rueda, en la dramática expresión de sus sentimientos e instintos maternos, es extraordinaria en su papel de Laura. Roger Princep en su papel de Simón se roba el protagonismo escénico desde su primera aparición en la película por su vivacidad, su gracia medio inocente y misteriosa, y su gran imaginación.  Monserrat Carulla está perfecta en su papel de la paradójica Benigna.  Su desagradable aspecto de mujer intrusa y mezquina, es crucial al ambiente de terror de la película. Geraldine Chaplin asume su papel de médium con firmeza y verosimilitud. Los demás actores, como Carlos, Tomás y los otros “niños invisibles”, la psicóloga policial y el equipo humano, responsable de las experiencias paranormales, realizan un excelente trabajo escénico que contribuye a dar consistencia y verosimilitud al relato.

El Orfanato ha sido objeto de innumerables premios desde su estreno en 2007.  Fue la película de apertura en el Festival de Cannes y en el Festival de Sitges, Cataluña en 2007. En este mismo año ganó siete de los Premios de Cine de Barcelona, incluyendo el premio a Belén Rueda como mejor actriz.  La película fue también nominada para catorce premios Goya, incluyendo el premio como mejor película. Finalmente ganó siete Goyas en diferentes categorias: Juan Antonio Bayona, como mejor director debutante; Sergio Sánchez, como mejor guionista; Josep Rossel, como mejor director artístico; y un primer premio, tanto al equipo técnico responsable de los efectos especiales, como al equipo de música y sonido.  La película fue además seleccionada por La Academia Española de Cine para representar a España, como mejor película extranjera, en el Oscar de Hollywood en 2008.  No obstante, no clasificó entre las cinco primeras en esta categoría.  Juan Antonio Bayona, el joven debutante español de 33 años, tiene una larga trayectoria como director de videos pop para importantes grupos musicales españoles como OBK, Camela, Ella Baila Sola, y ha dirigido anuncios comerciales por los cuales ha sido también galardonado.  Antes de El Orfanato dirigió dos cortometrajes: Mis Vacaciones (1999) y El Hombre Esponia (2002) por los cuales ganó premios también. El Orfanato es, no obstante, su primera  película de alta envergadura que le consagra como gran director.  El éxito mundial de El Orfanato, hace suponer que Bayona continuará trabajando en interesantes proyectos del cine español del siglo XXI. El final de la película presupone una compleja reflexión.  No se trata de presentar un final con un particular sentido espiritual, o un final feliz para que el espectador salga tranquilo de la sala de cine.  La película es mucho más compleja e intenta mostrar el equilibrio que parece existir entre el mundo real y el sobrenatural, como mundos que se yuxtaponen y se sostienen mutuamente.  Los personajes saltan del mundo de los vivos al de los muertos para definir una nueva realidad.  El final es un agridulce inicio de esa nueva realidad.  Pero no hay una propuesta única y definitiva.  De hecho, el final de El Orfanato es un espacio abierto a las posibilidades. . .

La efectividad de esta película de terror, radica en el manejo sutil del doble significado presente en casi todo lo que Laura encuentra en “Su” Orfanato. Las razones sobrenaturales que ocasionan la desaparición de Simón, la constante presencia de fantasmas, y los indicios misteriosos que ponen en marcha los dramáticos sucesos en el relato, pueden ser interpretados como hechos reales, o como producto de la imaginación de una madre desesperada como Laura.  Pero Bayona y Sánchez magistral y consistentemente, no inclinan la balanza en ningún sentido, permitiendo así que el espectador se dé a la tarea de encontrar sus propias respuestas.  No hay una contundente afirmación en un sentido u otro.  Al final de la película, lo que se queda con el espectador es la inmensa ternura maternal que Laura expresa hacia Simón y hacia sus huérfanos; el recuerdo de una breve o una eterna felicidad, ilusoria quizás, pero a la vez real, en la fina línea que conecta las dos orillas.

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