El ángel de las botas
Como botas de ahogado,
mis botas junto al mar se han azulado.
Mis botas sin jinete
y en espuma de mar, no de caballos.
Sus puntas ya no sienten
mi cuerpo en los estribos, casi alado.
Y mis piernas no surgen
de su cuerpo, tirante hacia lo alto.
Sin botas por la arena,
corro hasta ellas sonriendo, y con mis manos
las alzo. Y frente al agua
las afirmo de nuevo, arrodillado.
Surgiendo de mis botas,
como a golpes de viento se ha formado.
Y por olerlo rueda
el mar hasta mis botas, disparado.
En medio de su cuerpo
crecen olas, lamiéndolo y quebrándolo.
Azul de brazo a brazo,
sus pulmones son cielos destrozados.
Cintas blancas y azules
atan su pelo al sol. Y es todo blanco
desde las cortas alas
hasta el vientre. Mis botas más abajo.
Volteadas por el viento,
mis botas caen al fin. Y arrodillado
abrazo más que viento.
Abrazo el ángel que hice con mis manos.
(Poemas con caballos, 1956)
El nadador
Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada.
Soy el hombre que quiere ser aguada
para beber tus lluvias
con la piel de su pecho.
Soy el nadador, Señor, bota sin pierna bajo el cielo
para tus lluvias mansas,
para tus fuertes lluvias,
para todas tus aguas.
Las aguas como lonjas de una piel infinita,
las aguas libres y la de los lagos,
que no son más que cielos arrastrados
por tus caídos ángeles.
Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada.
Tuyo es mi cuerpo, que hasta en las más bajas
aguas de los arroyos
se sostiene vibrante,
como en medio del aire.
Mi cuerpo que se hunde
en transparentes ríos
y va soltando en ellos
su aliento, lentamente,
dándoselo a aspirar
a la corriente.
Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada
hasta las lluvias
de su infancia,
que a las tardes crecían
entre sus piernas salpicadas
como alto y limpio pajonal que aislaba
las casonas
y desde sus paredes
celestes se ensanchaba.
Soy el nadador, Señor, el hombre que nada
por la memoria de las aguas
hasta donde su pecho
recuerda las pisadas,
como marcas de luz, de tus sandalias.
Y recuerda los días cuando el cielo
rodaba hasta los ríos como un viento
y hacía el agua tan azul que el hombre
entraba en ella y respiraba.
Soy el hombre que nada hasta los cielos
con sus largas miradas.
Soy el nadador, Señor, sólo el hombre que nada.
Gracias doy a tus aguas porque en ellas
mis brazos todavía
hacen ruido de alas.
Unas macetas de amarillo
No tengo para ver sólo los ojos.
Para ver tengo al lado como un ángel,
que me dice, despacio, esto o lo otro,
aquí o allí, encima o más abajo.
Siempre soy el que ve lo que ya ha visto,
lo que ha tocado ya, lo que conoce,
no me puedo morir porque ya tengo
la muerte atrás, vestida como novia.
Voy entrando, de a poco, en lo que es mío,
en lo que ya fue, en lo que me nombra,
campos azules y altos hasta el pecho,
con el machete centelleante y rápido.
Veo cómo comienzan las naranjas
a nadar por el aire, a perfumarlo,
girando velozmente en sus semillas.
Veo moverse ese árbol, luego el otro,
pierdo el sentido de mirar la vida,
me lleva el mar, el pecho hacia lo alto,
muevo el cielo en el puño como un poncho.
Me quieren despertar y estoy despierto,
no me pueden tocar, me aman, me gritan,
me lloran como a un muerto y estoy libre.
Yo puedo separar filo y cuchillo,
guardar el uno y arrojar el otro,
terminar con un truco la semana,
pintar unas macetas de amarillo.
Yo tengo como un ángel que me dice
aquí o allí, más cerca todavía,
habla, calla, resiste, estira el brazo,
toca despacio todo lo que es tuyo.
(El nadador, 1967)
Si en lugar de haber hecho
Si en lugar de haber hecho
lo que hice
hubiera hecho todo lo contrario,
hoy, exactamente igual que hoy,
estaría gritando al cielo: Padre,
si es de tu agrado,
aparta de mi rostro estas moscas.
Hay unas flores violetas
Hay unas flores violetas
en un monasterio
que en invierno crecen como un colchón
a la sombra de los árboles.
Y uno puede tirarse de pecho
sobre ellas
y sentir hasta el alma
la humedad de la tierra.
Un día, le pedía a Dios, con lágrimas:
Carajo, estate siempre así conmigo
como ahora.
A vos sí
te pido que me quieras.
(Humanae vitae mia, 1969)
Buta Ranquil
Cambio despacio
una pieza del coche
en un lugar muy desierto y muy pobre
que se llama
Buta Ranquil, papá,
y pienso en dónde estarás ahora,
que hace tres años te moriste,
y sé que no me haría esa pregunta
si no te sintiera cerca
y en una forma nueva,
abierto, libre y cerca
en el aire de Buta Ranquil, papá.
Después, como una aljaba
con una cruz encima,
para un San Sebastián
y demasiadas flechas,
hay un rancho pequeño. Y corre el agua,
se oye correr el agua
entre unos sauces.
El sol entibia.
Es como el fin de un viaje.
Y me tiro en el piso
de tierra del corral,
con los brazos en cruz,
con las piernas abiertas.
y me puedo morir sin ningún asco
de mi cuerpo pudriéndose,
porque todo es muy pobre,
es casi el cielo.
Hasta aquí nada pudo
separarme del cielo,
ni el horror, ni el cansancio,
ni mis propios pecados.
Y vos estás de nuevo con tu hijo,
y vos estás, papá, casi tocándome,
cerca mío, papá, y en una forma nueva,
libre y abierto en este aire indio
de morir o llorar, recién nacido.
Cataratas
Hace tiempo que Cristo
está crucificado en luz
y no en madera.
y estar crucificado en luz
y volar
es una misma cosa.
Junto a las iguanas
que apenas si se ven
correr como alfileres al sol,
sobre las piedras,
me quito la camisa,
me arranco las espuelas
(no debemos luchar
contra ningún demonio,
dicen mis teólogos,
tenemos que luchar con nuestro ángel
para que él nos venza).
Las aves
que hacen sus nidos en las rocas,
casi bajos las aguas,
parten de pronto con las alas húmedas
y el estruendo en su pecho diminuto.
Arqueo suavemente el pubis
hacia las cataratas
o mucho más arriba
hacia el Dios Creador, el nuevo Hijo
que desprende una mano de la cruz
Y la apoya en mi sexo,
azul mañana.
(Plaza Batallón, 1971)
Las ratas
Nunca antes
pensé en las ratas. Eran
las grises, melancólicas
nadas de larga cola
que subían
a un horizonte ajeno.
Las miraba
marchar, sin importarme,
por los altos
horizontes de los otros.
Pero ahora
las ratas no son nadas,
son el peso
que sobra en la memoria,
que chilla cada vez
que abro las puertas
del Día.
Sé que están
en este barco
interior, confundidas
con la Gracia,
atropellándola
cuando ella sale
a ver el mar,
a hablar con los marinos.
Ahora sé por qué
algunos días
son más grises
y hay más frío en un lado
del corazón a veces.
Las tenía
siempre conmigo
pero no sabían
que iba a despertar
esta mañana
pensando en ellas,
recordando quejas,
reproches que me hacía,
equivocado.
Desde hace un rato
van por mi memoria
como esperando
que se mueva el viento.
Y sus colas escriben: Todavía
hay fuego en las cucharas
de los cielos.
(Febrero 72-Febrero 73, 1973)
2
Estar enamorado es hablar de sus talones,
del tren que iba a su pueblo, del pescado en el patio
junto al cuarto de baño más pobre de mi vida?
Porcelana quebrada entre macetas!
(Tenías el sudor congelado en un prisma
en el fondo del vaso de los hombres
y tu saliva era la cola delgadísima
de ajo de un barrilete.)
Decir que son lo único espeso de su cuerpo!
sus talones de pueblo en sus suecos celestes
—solos juntos a la pata de la mesa—
mientras llueve y tiramos los dados por dinero.
Talones como balas antiaéreas
que nunca tuve libres en mis manos.
Herramientas de acero para empezar a hacerlas!
Superficies de sueño y futuras catástrofes
para dibujar con lápiz una estrella
o una flor de la piedra (algo de las alturas)
porque después de todo hablar de sus talones
es hablar de la muerte amarilla que llevan
hacia un cementerio que aún no existe, hacia un campo
que por ahora es sólo de verduras o frutas.
Y ella no lo sabía, ella nada sabía!
(Carta de marear, 1976)
Bajo las estrellas del invierno
La liebre que una vez que yo miraba
atardecer —volaban los chimangos!—
salió del sol y se sentó a mirarme
El pájaro que una mañana
se posó exactamente sobre mi corazón
a una hora en que su cuerpo todavía
calentaba la piel más que el sol
El pene entre mis dedos de ese enfermo
al que ayudé a orinar mientras marchábamos
lentamente una noche a un hospital
cruzando playas de estacionamiento
La perra que buscaba a mi pene en la sombra
cada vez que salía para orinar desnudo
mirando las estrellas del invierno
antes de regresar corriendo hasta el colchón
iluminado por el fuego que ardía toda la noche
en los troncos que hachaba con mi hacha todo el día
La mujer que pedía serenamente auxilio
agitando los brazos y volviendo a nadar
en las primeras horas de una tarde pesada
en que yo con el pan en el estómago
no encontraba a otro hombre en las orillas
Y todos los metros que nadé por el mar
sin ver jamás a la terrible aleta
Y mi alegría de noche en las ramas de un árbol
oyendo tangos en mi adolescencia
Y mis siestas sentado junto al cajón de un muerto
descansando en la digna frescura de una bóveda
del verano porteño que nos había humillado
Hablo de todas las horas y de todos los días
y de todas las estaciones y de todos los años
Pero la liebre que una vez que estaba solo
se ubicó exactamente entre el sol y mis ojos
guardando exactamente la distancia
que guarda un ángel que visita a un hombre...
Y el pájaro que un día
se posó exactamente sobre mi corazón
lo que es igual a recibir de un golpe
el propio corazón en el lugar exacto
el único lugar del universo
donde es una victoria recibirlo...
Y la perra que se acercaba agitando la cola
cada vez que volvíamos a encontrarnos desnudos
y solos bajo el cielo del oeste...
En fin...
Brillan los miles de ojos que me miran
Brillan las estrellas del oeste en invierno
Sobre la borda del colchón iluminada por las llamas
me siento arreglo el fuego
leo diarios viejos mientras mi sombra crece
Son las tres de la tarde en el reloj
que después del almuerzo se detiene
La noche es larga
Toda la noche sopla el viento
Mi muslo brilla con la saliva de la perra
o entre las piernas de una mujer de buen carácter
desnuda alegre dormida satisfecha
Vuelvo a despertarme cuando quiero
Vuelvo a salir al frío y a orinar nuevamente
porque estas noches bebo mucha agua
El fuego hace sudar al que lo cuida
En fin...
Hice orinar a un hombre
Salvé del mar a una mujer lejana
Y sé que puedo recordar algunos otros
actos de más amor de más coraje
En fin...
Pienso en todas las horas pienso en todos los días
pienso en todos los años sin encontrar mi imagen
Pero una liebre un pájaro una perra
me miraron a los ojos al corazón al sexo
como creo que sólo me miró también el mar
una madrugada de verano en que vagaba
con una pistola en el puño sin tener donde afeitarme
(Legión extranjera, 1978)
El espigón más largo, el aviso y el crawl
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis,
aunque comulgué como un ahogado,
mientras en una celda
de mi memoria arrecia
la lluvia del sudeste,
igual que siempre
embiste al sesgo a un espigón muy largo,
y barre el largo aviso
de vermut que lo escuda
con su llamado azul,
casi gris en el límite,
para escurrirse por la tez del mundo
hacia los ojos de los nadadores:
dos o tres guardavidas,
dos adolescentes
y un vago de la arena que cortaron
con una diagonal
el mar desde su playa.
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis
junto al hombro del kavanagh y de cara
a la escuela de náutica
y al plátano
hacedores de fuego que me impiden
flotar con éste entre esos pocos hombres
que allá —solos y lejos con la punta
del espigón desierto—,
mecidos como sábanas
y cobijando, ingrávidos,
la vida en ese extremo
de monedero roto,
de chubasco enfrentado,
desasidos de todo
piensan en el regreso:
descansan; se dan vuelta —en silencio—, y se tienden
otra vez boca abajo
con un brazo apagando los graznidos
de las gaviotas
y las alas.
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis
contemplando unas sábanas
que sólo de mí penden
sin querer olvidar que en esta balsa,
de tiempo que detengo y de escafandra
con pasos de mujer,
nunca fui absuelto
en el adolescente y en el viento
ni en la cuerda del crawl, que de los hierros
cavernosos comienza
a separarse;
ni siquiera en las manos deslizándose
ni en el agua —que corre entre los dedos—
ni en los dedos, ligándose despacio
para remar con aprensión
de nuevo
allí donde no hay mesa para apoyar los brazos
y esperar que alguien venga
desde su pueblo a visitarnos;
nadie fuma ni duerme, y —en días
de gran calma—
sobre el plato de un hombro
puede viajar un vaso.
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis
y no me está mareando un sexo, una fisura,
sino una zona:
el patio de esa escuela
de náutica sin velas —icuerpo solo!—
donde unos niños ciegos,
envueltos en miocardio,
con tambores y flautas
reciben a las costas;
la carne comentando,
ya hasta en la espalda,
el frío
—que asciende repentino donde parte el océano
y las yemas, heladas,
en su Pudor se pierden—;
y el miedo que, en el vientre, de su piel hace párpado
—entre el ojo que tiembla
y el ojo del abismo—,
y es cordel, por el pecho, de la voz que naufraga
en el aire que hierva, despedido
como sangre,
en los pómulos tronantes.
Peces de cima,
cajas bamboleadas.
(Crawl, 1982)
Hospital Británico
Mes de marzo de 1986
Pabellón Rosetto, larga esquina de verano, armadura de mariposas: Mi madre vino al cielo
a visitarme.
Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la Luz horas y horas. Soy feliz. Me han
sacado del mundo.
Mi madre es la risa, la libertad, el verano.
A veinte cuadras de aquí yace muriéndose.
Aquí besa mi paz, ve a su hijo cambiado, se prepara —en Tu llanto— para comenzar todo de
nuevo.
Hospital Británico
Mes de marzo de 1986
(versión con esquirlas
y «Christus Pankrator»)
Pabellón Rosetto, larga esquina de verano, armadura de mariposas: Mi madre vino al cielo
a visitarme.
Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la Luz horas y horas. Soy feliz. Me han
sacado del mundo.
Mi madre es la risa, la libertad, el verano.
A veinte cuadras de aquí yace muriéndose.
Aquí besa mi paz, ve a su hijo cambiado, se prepara —en Tu llanto— para comenzar todo de
nuevo.
Hospital Británico
La muchacha regresa con rostro de roedor, desfigurada por no querer saber lo que es
ser joven.
Llevando otro embarazo sobre las largas piernas, me pide humildemente fechas para una
lápida. (1984)
Hospital Británico
¿Quién puso en mí esa misa a la que nunca llego? ¿Quién puso en mi camino hacia la misa a
esos patos marrones —o pupitres con las alas abiertas— que se hunden en el polvo de la
tarde sobre la pérgola que cubrían las glicinas? (1984)
Hospital Británico
Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo. (1984)
Pabellón Rosetto
Aquella blanca pared nueva, joven, que hablaba a las palmeras de una playa —
enfermeras de pechos de luz verde— en una fotografía que perdí en mi adolescencia.
Pabellón Rosetto
Soñé que nos hundíamos y que después nadábamos hacia la costa lentamente y que de
nuestras sombras de color verde claro huían los tiburones. (1978)
Pabellón Rosetto
Si me enseñaras qué es el verde claro... (1978)
Pabellón Rosetto
Es difícil llegar a la capilla: se puede orar entre las cañas en el viento debajo de la cama.
(1984)
«Christus Pantokrator»
La postal tiene una leyenda: «Christus Pantokrator, siglo XIII».
A los pies de la pared desnuda, la postal es un Christus Pantokrator en la mitad de un espigón
larguísimo. (1985)
«Christus Pantokrator»
Entre mis ojos y los ojos de Christus Pantokrator nunca hay piso. Siempre hay dos
alpargatas descosidas, blancas, en un día de viento.
Con la postal en el zócalo, con Christus Pantokrator en el espigón larguísimo, mi
oscuridad no tiene hambre de gaviotas. (1985)
«Christus Pantokrator»
La postal viene de marineros, de pugilistas viejos en ese bar estrecho que parece un
submarino —de maderas y latas— hundiéndose en el sol de la ribera.
La postal viene de un Christus Pantokrator que cuando bajo las persianas, apago la luz
y cierro los ojos, me pide que filme Su Silencio dentro de una botella varada en un
banco infinito. (1985)
«Christus Pantokrator»
Delante de la postal estoy como una pala que cava en el sol, en el Rostro y en los ojos
de Christus Pantokrator. (1985)
Sé que sólo en los ojos de Christus Pantokrator puedo cavar en la transpiración de todos
mis veranos hasta llegar desde el esternón, desde el mediodía, a ese faro cubierto por
alas de naranjos que quiero para el niño casi mudo que llevé sobre el alma muchos
meses. (Mes de abril de 1986)
Larga esquina de verano
Alguien me odió ante el sol al que mi madre me arrojó. Necesito estar a oscuras, necesito
regresar al hombre. No quiero que me toque la muchacha, ni el rufián, ni el ojo del
poder, ni la ciencia del mundo. No quiero ser tocado por los sueños.
El enano que es mi ángel de la guarda sube bamboleándose los pocos peldaños de
madera ametrallados por los soles; y sobre el pasamano de coronas de espinas, la
piedra de su anillo es un cruzado que trepa somnoliento una colina: burdeles vacíos
y pequeños, panaderías abiertas pero muy pequeñas, teatros pequeños pero cerrados
—y más arriba ojos de catacumbas, lejanas miradas de catacumbas tras oscuras
pestañas a flor de tierra.
Un tiburón se pudre a veinte metros. Un tiburón pequeño —una bala con tajos, un
acordeón abierto— se pudre y me acompaña. Un tiburón —un criquet en silencio en
el suelo de tierra, junto a un tambor de agua, en una gomería a muchos metros de la
ruta— se pudre a veinte metros del sol en mi cabeza: El sol como las puertas, con
dos hombres blanquísimos, de un colegio militar en un desierto; un colegio militar
que no es más que un desierto en un lugar adentro de esta playa de la que huye el
futuro. (1984)
Larga esquina de verano
¿Nunca morirá la sensación de que el demonio puede servirse de los cielos, y de las
nubes y las aves, para observarme las entrañas?
Amigos muertos que caminan en las tardes grises hacia frontones de pelota solitarios:
El rufián que me mira se sonríe como si yo pudiera desearla todavía.
Se nubla y se desnubla. Me hundo en mi carne; me hundo en la iglesia de desagüe a
cielo abierto en la que creo. Espero la resurrección —espero su estallido contra mis
enemigos— en este cuerpo, en este día, en esta playa. Nada puede impedir que en su
Pierna me azoten como cota de malla —y sin ninguna Historia ardan en mí— las
cabezas de fósforos de todo el Tiempo.
Tengo las toses de los viejos fusiles de un Tiro Federal en los ojos. Mi vida es un desierto
entre dos guerras. Necesito estar a oscuras. Necesito dormir, pero el sol me despierta.
E1 sol, a través de mis párpados, como alas de gaviotas que echan cal sobre toda mi
vida; el sol como una zona que me había olvidado; el sol como un golpe de espuma
en mis confines; el sol como dos jóvenes vigías en una tempestad de luz que se ha
tragado al mar, a las velas y al cielo. (1984)
Larga esquina de verano
La boca abierta al viento que se lleva a las moscas, el tiburón se pudre a veinte metros.
El tiburón se desvanece, flota sobre el último asiento de la playa —del ómnibus que
asciende con las ratas mareadas y con frío y comienza a partirse por la mitad y a
desprenderse del limpiaparabrisas, que en los ojos del mar era su lluvia.
Me acostumbré a verlas llegar con las nubes para cambiar mi vida. Me acostumbré a
extrañarlas bajo el cielo: calladas, sin equipaje, con un cepillo de dientes entre sus
manos. Me acostumbré a sus vientres sin esposo, embarazadas jóvenes que odian la
arena que me cubre. (1984)
Larga esquina de verano
¿Toda la arena de esta playa quiere llenar mi boca? ¿Ya todo hambre de Rostro
ensangrentado quiere comer arena y olvidarse?
Aves marinas que regresan de la velocidad de Dios en mi cabeza: No me separo de las
claras paralelas de madera que tatuaban la piel de mis brazos junto a las axilas; no
me separo de la única morada —sin paredes ni techo— que he tenido en el ígneo
brillante de extranjero del centro de los patios vacíos del verano, y soy hambre de
arenas —y hambre de Rostro ensangrentado.
Pero como sitiado por una eternidad, ¿yo puedo hacer violencia para que aparezca Tu
Cuerpo, que es mi arrepentimiento? ¿Puedo hacer violencia con el pugilista africano
de hierro y vientre almohadillado que es mi pieza sin luz a la una de la tarde mientras
el mar —afuera— parece una armería? Dos mil años de esperanza, de arena y de
muchacha muerta, ¿pueden hacer violencia? Con humedad de tienda que vendía
cigarrillos negros, revólveres baratos y cintas de colores para disfraces de Carnaval,
¿se puede todavía hacer violencia?
Sin Tu Cuerpo en la tierra muere sin sangre el que no muere mártir; sin Tu Cuerpo en la
tierra soy la trastienda de un negocio donde se deshacen cadenas, brújulas, timones
—lentamente como hostias— bajo un ventilador de techo gris; sin Tu Cuerpo en la
tierra no sé cómo pedir perdón a una muchacha en la punta de guadaña con rocío
del ala izquierda del cementerio alemán (y la orilla del mar espuma y agua helada en
las mejillas— es a veces un hombre que se afeita sin ganas día tras día). (1985)
Larga esquina de verano
¿Soy ese tripulante con corona de espinas que no ve a sus alas afuera del buque, que no
ve a Tu Rostro en el afiche pegado al casco y desgarrado por el viento y que no sabe
todavía que Tu Rostro es más que todo el mar cuando lanza sus dados contra un
negro espigón de cocinas de hierro que espera a algunos hombres en un sol donde
nieva? (1985)
Tu Rostro
Tu Rostro como sangre muy oscura en un plato de tropa, entre cocinas frías y bajo un
sol de nieve; Tu Rostro como una conversación entre colmenas con vértigo en la
llanura del verano; Tu Rostro como sombra verde y negra con balidos muy cerca de
mi aliento y mi revólver; Tu Rostro como sombra verde y negra que desciende al
galope, cada tarde, desde una pampa a dos mil metros sobre el nivel del mar; Tu
Rostro como arroyos de violetas cayendo lentamente desde gallos de riña; Tu Rostro
como arroyos de violetas que empapan de vitrales a un hospital sobre un barranco.
(1985)
Tu Cuerpo y Tu Padre
Tu Cuerpo como un barranco, y el amor de Tu Padre como duras mazorcas de tristeza
en Tus axilas casi desgarradas. (1985)
Tengo la cabeza vendada (texto profético lejano)
Mi cabeza para nacer cruza el fuego del mundo pero con una serpentina de agua helada
en la memoria. Y le pido socorro. (1978)
Tengo la cabeza vendada
Mariposa de Dios, pubis de María: Atraviesa la sangre de mi frente —hasta besarme el
Rostro en Jesucristo (1982)
Tengo la cabeza vendada (textos proféticos)
Mi cuerpo —con aves como bisturíes en la frente— entra en mi alma. (1984)
El sol, en mi cabeza, como toda la sangre de Cristo sobre una pared de anestesia total.
(1984)
Santa Reina de los misterios del rosario del hacha y de las brazadas lejos del espigón:
Ruega por mí que estoy en una zona donde nunca había anclado con maniobras de
Cristo mi cabeza. (1985)
Señor: Desde este instante mi cabeza quiere ser, por los siglos de los siglos, la herida de
Tu Mano bendiciéndome en fuego. (1984)
El sol como la blanca velocidad de Dios en mi cabeza, que la aspira y desgarra hacia la
nuca. (1984)
Tengo la cabeza vendada (texto del hombre en la playa)
El sol entra con mi alma en mi cabeza (o mi cuerpo —con la Resurrección— entra en mi
alma). (1984)
Tengo la cabeza vendada (texto del hombre en la playa)
Por culpa del viento de fuego que penetra en su herida, en este instante, Tu Mano traza
un ancla y no una cruz en mi cabeza.
Quiero beber hacia mi nuca, eternamente, los dos brazos del ancla del temblor de Tu
Carne y de la prisa de los Cielos. (1984)
Tengo la cabeza vendada (texto del hombre en la playa)
Allá atrás, en mi nuca, vi al blanquísimo desierto de esta vida de mi vida; vi a mi eternidad,
que debo atravesar desde los ojos del Señor hasta los ojos del Señor. (1984)
Me han sacado del mundo
Soy el lugar donde el Señor tiende la Luz que Él es.
Me han sacado del mundo
Me cubre una armadura de mariposas y estoy en la camisa de mariposas que es el Señor
—adentro, en mí.
El Reino de los Cielos me rodea. El Reino de los Cielos es el Cuerpo de Cristo —y cada
mediodía toco a Cristo.
Cristo es Cristo madre, y en Él viene mi madre a visitarme.
Me han sacado del mundo
«Mujer que embaracé», «Pabellón Rosetto», «Larga esquina de verano»:
Vuelve el placer de las palabras a mi carne en las copas de unos eucaliptus (o en los
altos de «B.», desde los cuales una vez —sólo una vez— vi a una playa del cielo
recostada en la costa).
Me han sacado del mundo
Manos de María, sienes de mármol de mi playa en el cielo:
La muerte es el comienzo de una guerra donde jamás otro hombre podrá ver mi
esqueleto.
La libertad, el verano (A mi madre, recordándole el fuego)
Porque parto recién cuando he sudado y abro una canilla y me acuclillo como junto a
un altar, como escondido, y el chorro cae helado en mi cabeza y desliza su hostia
hacia mis labios, envuelta en los cabellos que la siguen. (1976)
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis aunque comulgué con los cosacos sentados a una
mesa bajo el cielo y los eucaliptus que con ellos se cimbran estos días bochornosos
en que camino hasta las areneras del sur de la ciudad —el vizcaíno, santa adela, la
elisa. (1982)
Por las paredes de los rascacielos el calor y el silencio suben de nave en nave: Obsesivo
verano de fotógrafo en fotógrafo, ojos del Arponero que rayan lo que miran, Ser de
avenidas verticales que jamás fue azotado. (1978)
Después íbamos al África cada día de nuevo —antes que nada, antes de vestirnos—
mientras rugían las fieras abajo en el zoológico, subía un sol sangriento a sus
jazmines, y nosotros nos odiábamos, nos deseábamos, gritábamos... (1978)
Instantes de anestesia, de lento alcohol de anoche todavía en la sangre de pie de una
muchacha desnuda y más dorada que la escoba: Necesito aferrarme de nuevo a la
llanura, al ave blanca del corpiño en la pileta de lavar, detrás de la estación y entre
las casuarinas. (1984)
Tengo la foto de dos novios que cayeron al mar. Están vestidos de invierno, los invito a
desnudarse. En las siestas nos sentamos junto a la bomba de agua y nos miramos:
de nuevo embolsan luz los pechos de ella; él amaba a los caballos y una vez intentó
suicidarse. (1978)
Necesito oler limón, necesito oler limón. De tanto respirar este aire azul, este cielo
encarnizadamente azul, se pueden reventar los vasos de sangre más pequeños de mi
nariz. (1969)
Y a las siestas, de pie, los guardavidas abatían la sal de sus cabezas con una damajuana
muy pesada, de agua dulce y de vidrio verde, grueso, que entre todos cuidaban. (1982)
Yace muriéndose
Toda la transpiración de mi cuerpo regresará a mis ojos cuando muera el tambor en
donde fui formado y hablé con Él —como un niño borracho— entre sillas caídas, río
crecido y juncos.
Todas las lágrimas de mi vida volverán a mis ojos; y por las hondas sedas de un pecho
de caballo querré internarme, huir, refugiarme en mi casa de trozos esparcidos de
ballenas: mi casa como cuerpo de varón recién nacido en el tórrido vientre del silencio.
(1985)
Yace muriéndose
Nunca más pasaré junto al bar que daba al patio de la Capitanía. No miraré la mesa
donde fuimos felices:
El sol como ese lugar bajo las aguas de un río de tierra y de naranjas donde antes de
aprender a caminar miré a Dios como un hombre que sabe qué es la guerra. El sol
como esas aguas de tierra y de naranjas donde sin extrañar la respiración, el aire, lo
miré de este modo: «Recuerdo una victoria lejana (tantos salvados rostros que
después nadie quiere recordarme) y estoy en paz con mi conciencia todavía». (1984)
Yace muriéndose
La dejé sobre un lecho de vincapervincas altas, frías, violáceas.
Por su final de arroyo, la herida de mi frente llora en las flores y agradece.
Yace muriéndose
Dentro de cuatro días llegará a Tu Océano con uno de mis soldaditos dormido sobre sus
labios. Y se dirá, sonriéndome: «Es lo poco que hace que este hombre iba al centro
del sol cada mañana con un puñado de soldados de plomo. Es lo poco que hace que
en el centro del sol, cada mañana, su corazón era un puñado de soldados de plomo
entre gallos».
Dormido sobre sus labios
Pequeño legionario, ¡cuánto viento! Pedacito de plomo, pedacito de Sahara: Vendrán
veranos no obsesivos; pasarán los hijos de mis hijos. (1978)
Yo puedo hachar todo el día pero no puedo cavar todo el día. No puedo cavar en ningún
lado sin estar esperando que aparezca de pronto un soldado de plomo entre mis pies
desnudos. (1978)
Para comenzar de nuevo
Es mi parte de tierra la que llora por los ciruelos que ha perdido.
Para comenzar de nuevo
El verano en que resucitemos tendrá un molino cerca con un chorro blanquísimo
sepultado en la vena. (1969)
Magenta
Magenta es la barba de Cristo. Como rompiente de mar moja mi rostro: en mi nariz
dibuja su nariz y en sus ojos cerrados pone mis ojos. En mi cara suda, su sangre corre
por ella desde el pelo.
Así empapado estoy con Él, esperando su Resurrección.
Me duele su nariz, su cabeza, su barba, sus labios.
Soy más que un trapo suave, lleno de sueño, blanco de nacimiento; y soy más que una
máscara sobre nariz partida, barba arrancada.
Soy un hombre sobre otro, una boca sobre otra, un beso para Dios pero en la tierra,
donde nadie ve al hombre.
Soy antes y después, en Él, magenta; de sus labios es imposible despegar los míos.
[Obra completa, 2004, incorpora los poemas fechados 1984 y 1985. El poema
inédito «Magenta» fue incluido como final de Hospital Británico en el libro
Crawl-Hospital británico, publicado en Bs. As. por Ediciones El timonel, en 2019.
Se transcribe según la estructura dispuesta en textos anteriores]
(Hospital Británico, 1986 / Obra completa, 2004 /
Crawl-Hospital británico, 2019 [Edición digital])
Héctor Viel Temperley (Argentina 1933-1987). Poeta de culto cuya obra se desarrolla principalmente a partir de una cosmovisión místico-cristiana no dogmática, que identifica la causalidad divina con la causalidad natural. En su universo poético Dios adopta diversas caracterizaciones y está presente en distintas experiencias. Crawl (1982) surgió con la intención de dar testimonio de su fe en Jesucristo, el cual aparece representado en la tapa del libro como un marinero circundado por una corona de espinas en sustitución de un salvavidas. Los textos de este poemario simulan las brazadas y la respiración de un nadador. Hospital Británico (1986), último volumen de poemas y el más significativo del autor —concebido tras someterse a una cirugía de cerebro—, revela la visión especular y simbiótica del sujeto lírico en relación con Dios y su deseo de permanecer en él.
Material de consulta:
Obra completa. Bs. As.: Ediciones del Dock, 2004; Poesía completa. México: Aldus, 2004; Crawl-Hospital británico. Bs. As: El timonel ediciones, 2019.
"Domingos de poesía" es una idea original del poeta Sergio Laignelet, colaborador de Aurora Boreal®. Se publica semanalmente. Toda la selección y cura de los materiales por Sergio Laignelet.
Sobre Sergio Laignelet
Bogotá, 1969. Poeta colombiano residente en Madrid, editor, corrector de estilo y ortotipográfico de publicaciones educativas y culturales. Libros publicados: That's all Folks! (poemas animados). Madrid, 2017; Cuentos sin hadas. Canarias, 2010; Carnaval (plaquette). Bogotá, 2007; Malas Lenguas. Bogotá, 2005. Ediciones bilingües de CSH: Danés: Omvendte eventyr. H. Krarup trad. Copenhague, 2017; Francés: Contes á l’envers. R. Durand trad. Toulon, 2015, y Colomiers, 2017 (además, poemas suyos han sido traducidos al inglés, portugués, italiano, sueco, finés, polaco y japonés). Antología editada: Gatimonio: poemas de gatos de autores hispanoamericanos. Madrid, 2013.
Poemas de Héctor Viel Temperley. Selección de poemas: Sergio Laignelet. Material enviado a Aurora Boreal® por Sergio Laignelet. Poemas y fotografías publicadas con autorización de ©Herederos de Héctor Viel Temperley. Fotografía Sergio Laignelet © Lorenzo Hernández.
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