Guillermo Camacho presentó el 4 de mayo Especial Aurora Boreal® de autores peruanos en el Instituto Cervantes de Frankfurt

inv Cervantes May 250El editor Guillermo Camacho presentó un monográfico de autores peruanos, que incluye a una buena parte de la nueva artilleria de narradores peruanos del siglo XXI.  La editorial danesa Aurora Boreal® realizó este especial con la colaboración y apoyo especial del escritor y crítico peruano Félix Terrones. Terrones preparó también un excelente marco introductorio para poner a cada uno de los autores en su adecuada perspectiva. La cita es este jueves 4 de mayo de 2017 en el Instituto Cervantes de Frankfurt.

 

El jueves 4 de mayo de 2017,  a las 19:00 horas, se realizó en la ciudad de Frankfurt, Alemania,  en la Biblioteca del Instituto Cervantes, un conversatorio sobre el grupo de autores y artistas peruanos seleccionados en el Especial Aurora Boreal®. Dialogaron Diego Valverde Villena, Director del Instituto Cervantes de la ciudad de Frankfurt, Juan Carlos Méndez, periodista peruano y Guillermo Camacho, editor de Aurora Boreal®. Estuvieron presentes en el acto el Cónsul General de Perú, Luis Escalante Schuler, la Cónsul General de Paraguay, Nilda Acosta y el Cónsul General de España.

 

Instituto Cervantes de Frankfurt
Staufenstraße 1, 60323
Frankfurt am Main
Alemania
Teléfono: +49 69 71374970

 

El escritor y crítico peruano, Félix Terrones, escribió lo siguiente con motivo de la producción de este Especial Aurora Boreal® de aut0res peruanos:

 

Hacia un prefacio imposible: el cuento peruano en el siglo XXI.

El escribir unas palabras que presenten una antología de cuentos puede ser, bajo determinada perspectiva, digno de una ficción de Jorge Luis Borges. Una antología debe presentarse como definitiva —de un momento, un conjunto de inquietudes estéticas, incluso una serie de factores no necesariamente literarios— pero al mismo tiempo como una ventana abierta hacia lo posible, aquello que está por ocurrir y que acaso ya es anunciado en estas páginas. En estas circunstancias, un prefacio, por lo tanto, no sólo debe ser una suerte de balance sino también un ejercicio adivinatorio que en su formulación anticipe en cierto sentido lo que ha de venir. Se trata de una tarea que no deja de recordar, en cierto sentido, las cuitas de Pierre Menard, autor de un único y distinto libro, o el ordenamiento de la mítica biblioteca de Babel, un lugar inagotable donde descansan todos los libros que han sido, son y también serán. ¿Por lo demás, qué puede ser más propio de la estética del argentino que las antologías, quiero decir esa forma de memoria y al mismo tiempo olvido literarios? Sobre todo, si se trata de una antología basada en algo tan arbitrario como la nacionalidad, bajo la cual ocultamos infinidad de temáticas e intereses, que comparte un grupo de individuos (los países son otra ficción, no lo olvidemos).

Me gustaría añadir que la circunstancia personal de quien esto escribe no puede ser más determinante a la hora de redactar una presentación. Al vivir en Francia desde hace casi diez años, he tenido la oportunidad de adquirir cierta distancia con respecto de mi país y la literatura que en él se escribe, una distancia que me empuja a concebirlos, país y literatura, con ojos extranjeros. En ocasiones, tengo la impresión, por ejemplo, de que los cuentos que desde siempre he leído, los escritos por autores peruanos, me narran eventos, circunstancias y personajes que me son ajenos. Así, después de mucho tiempo, regreso a ellos con la sensación de la novedad que entrega la diferencia. Asimismo, el exilio entrega la impresión, equívoca aunque útil, de que se pueden distinguir las recurrencias, advertir los rasgos, discernir lo esencial de lo accesorio. Lo mismo que el rostro que se mira con cierta distancia, quienes reflexionan acerca de la literatura de una sociedad específica a partir de una distancia geográfica, que en mi caso se traduce también en distancia cultural y lingüística, podrían de ese modo acceder a la posibilidad de ver con nitidez y coherencia.

Dicho esto, me gustaría avanzar que acaso una literatura nacional se defina en función de quienes forman parte de su tradición; en otras palabras, las escuelas y generaciones que fundaron las inquietudes que a lo largo de los años serán retomadas y reelaboradas, pero sobre todo los escritores, aquellos individuos que con su talento interrogaron del mejor modo posible su realidad, le entregaron una forma literaria a sus inquietudes. En el caso del cuento peruano, considero que son tres los escritores que han explorado de la manera más intensa los alcances que la ficción propone a quienes nacieron en estas latitudes: José María Arguedas (1911-1969), Julio Ramón Ribeyro (1929-1994) y Luis Loayza, el único de los tres en seguir con vida (1934). Cada uno a su manera, desde una estética única, supo enriquecer el territorio de la ficción peruana y, de esa manera, llegó a entregarle una personalidad, una originalidad únicas.

Personalidad y originalidad que acaso asomaron entre los narradores precedentes pero que parecen haberse cristalizado definitivamente en los tres escritores mencionados. Por eso, cuando leemos un cuento escrito a lo largo de las últimas décadas no podemos, de un modo o de otro, dejar de pensar en el aporte verbal, temático y estético que nos dejaron Arguedas, Ribeyro y Loayza. ¿Qué otro autor, si no José María Arguedas, le dio cualidad literaria a tensiones que determinan nuestra sociedad? Allí donde el mito se encuentra con la historia en una tensión difícilmente resoluble, allí donde lo nativo se entrecruza con lo occidental, allí donde lo oral se interseca con los escrito, es que nace, se elabora y se complejiza la literatura del autor de “Warma Kuyay”. Universal por profundamente andino, José María Arguedas fue quien le dio una verdad literaria, compleja y sugerente, a una parte vital de la cultura peruana, la indígena, que en sus ficciones no sólo se ve representada sino también más viva. De ahí que encontremos sus huellas entre los escritores de hoy en día, quienes indagan en sus ficciones esa otra mitad de nuestra sociedad, sus particularidades y valores, pero sobre todo su conflictiva relación con lo que de occidental existe en Perú, sociedad violentamente mestiza, furiosamente heterogénea. Pienso particularmente en escritores como Edgardo Rivera Martínez (1933), Oscar Colchado Lucio (1947) y, más recientemente, algunas de las ficciones presentes en esta antología, de Irma del Águila (1966) y Diego Trelles Paz (1976).

inv cerv 375Si la mezcla social y cultural es una preocupación constante y manifiesta en los cuentos peruanos, también lo es la vida urbana, sus transformaciones y conflictos. Se trata de temas que los autores contemporáneos han heredado en gran medida de Julio Ramón Ribeyro cuya inquietud estética fue retratar una sociedad en plena efervescencia pero a partir de la perspectiva de los marginales, aquellos que, por su pobreza, raza o género, parecen condenados a no tener voz. También de Luis Loayza, aunque bajo otras coordenadas, pues si bien el autor de “Otras tardes” le dedica sus cuentos a una sociedad limeña en crisis, no se trata de una crisis consecuencia de la pérdida o la ausencia de empatía entre sus ciudadanos sino más bien fruto de unos cambios tan acelerados que a muy pocos dejan adaptarse o, mejor dicho, “modernizarse”. Esto se vive antes que nada en las relaciones íntimas, el amor y la amistad por ejemplo. Estetas, cultos y europeizantes, Julio Ramón Ribeyro y Luis Loayza son escritores que encarnan, por lo demás, ese cosmopolitismo propio a muchos artistas peruanos, un cosmopolitismo que los llevó “afuera”, más allá de sus fronteras, para formular la sociedad —la peruana, la limeña— que dejaron detrás por razones personales o artísticas. Podemos mencionar a escritores como el mismo Diego Trelles Paz, Miguel Ángel Torres (1977) y Luis Hernán Castañeda (1982), entre otros, quienes en el exilio reconstituyen, mediante la palabra, la atmósfera limeña. De esta manera, la ciudad de Lima, a la que Sebastián Salazar Bondy (1924-1965) calificara, por rechazo al sustrato colonial, de horrible sigue aguijoneando a los escritores novatos y a los confirmados para que la lleven a la ficción, espacio de encuentros y desencuentros constantes.

En este sentido, los tres autores mencionados parecen encontrarse en los cuentos de recientes generaciones por la influencia temática, estilística o de tono que ejercieron y continúan ejerciendo entre quienes escriben en nuestros días. Las ficciones peruanas plantean el conflicto, literal o simbólico, de lo autóctono con lo occidental, la aparición inesperada del portento dentro de lo cotidiano, así como una forma alternativa de entender la realidad, divergente de lo establecido o convencional. También una inquietud por una modernidad cojitranca en la cual se yuxtaponen los espacios y las dinámicas urbanas y rurales. Las ciudades en las ficciones peruanas son espacios de conflicto en la medida en que los recién llegados buscan a todo precio una identidad en ellas mientras que los nativos se esfuerzan, más bien, en proteger su espacio secular de la invasión, el desorden, otra forma de caos. Finalmente, no debemos olvidar al humor que bajo forma de la caricatura, la mueca grotesca, el abierto cinismo, pero sobre todo la ironía (acaso el talante que nos caracteriza mejor a los peruanos) aparece para entregar una energía y un alcance singulares a las ficciones. Como si se tratara del hilo que reúne las cuentas de un collar, el humor que palpita debajo de cada uno de los cuentos pareciera ser una forma de acercarse a la realidad contada, de entregarle cierto aliento y, para quien escribe, de tomar una distancia.

Párrafo aparte merece una recurrencia temática que, si bien presente desde siempre en nuestra literatura, parece haber encontrado una expresión única durante las últimas décadas. Me refiero a las ficciones que hacen de la violencia un motivo; no cualquier tipo de violencia, sino una violencia social y política. No es para menos si consideramos que durante más de dos décadas el Perú se vio envuelto en una espiral de violencia asesina, la que confrontó a los grupos terroristas con las Fuerzas Armadas, que produjo una honda fractura nacional. Por eso, ahí donde otros discursos, como el político, el periodístico e incluso el universitario, han discutido en función de bandos y grupos, la literatura ahonda en el conflicto desde dentro, evitando los maniqueísmos, mostrando lo áspero de aquel tiempo, lo complicado que éste resultó para las comunidades pero sobre todo para los individuos empujados al vacío de quienes lo pierden todo. Las narraciones de Sophie Canal (1967), Karina Pacheco Medrano (1969), Gunter Silva (1977) y Richard Parra (1977) apuntan, guardando sus singularidades, más o menos en este sentido.

Como es evidente, no se puede explicar una literatura a partir de un puñado de escritores, tampoco en función de determinadas temáticas. La literatura también está hecha de olvidos y silencios tan inexplicables como arbitrarios. Una literatura, además, está sometida a los accidentes y las casualidades (sin contar con las modas o los caprichos editoriales, acaso más determinantes que las afinidades estéticas). Quien generaliza, por lo demás, pierde la posibilidad del detalle, alisa los contornos, escamotea los casos únicos. Lo que sí se puede, en cambio, es deducir unas constantes que, en el caso del cuento peruano parecen haber pautado el derrotero de nuestra literatura. Las líneas que he avanzado no son bajo ningún aspecto una fatalidad que se impone a los nuevos escritores sino un territorio literario, una cartografía en la cual emergen como artistas pero con la cual pueden hacer lo que quieran. Hay quienes recorren esa geografía conociendo y reconociéndose a la vez, los hay quienes niegan lo que existe en ella y deciden reinventarla, también hay quienes se dirigen a otras cartografías, otros horizontes, en búsqueda de aquello que no creen encontrar en el suyo. Cuando se trata de este último punto pienso en el interés de Carlos Yushimito (1977) por Rio de Janeiro; el de Christiane Félip-Vidal por Paris, el de Carlos Villacorta (1976) por topografías dislocadas, entre tantos otros. También los hay quienes, simplemente, inventan una ciudad o un país, como es el caso de Augusto Effio (1977) quien, a la mejor manera de Juan Carlos Onetti, se inventó una ciudad, escenario de la lenta miseria en la cual viven sus personajes.

El país del cual hablo desde mi condición de exiliado, el Perú, puede ser una convención absurda o problemática. Recordemos que su nombre fue fruto de un malentendido lingüístico entre los conquistadores ibéricos y los nativos, como si desde el inicio dicho nombre aludiera a realidades diferentes. Pero no seamos trágicos y en lugar de eso recordemos que su existencia a lo largo de los siglos ha ido forjando un sentido. Lo curioso y sintomático es que esto ha ocurrido, entre otros ámbitos, en la literatura. Si bien la literatura peruana parece existir porque un país, una realidad concretos la refrendan, estos últimos, en el caso peruano, existen también gracias a que la ficción ha sabido interrogarlos con perspicacia. Los cuentos peruanos reunidos en esta antología son una muestra de la manera en que diversos autores de distintas generaciones inventan sin cesar lo “peruano”. Y al hacerlo lo enriquecen y le dan múltiples sentidos mediante la imaginación que recrea y borra al mismo tiempo.

La editorial Aurora Boreal® se ha venido consolidando en la difusión de la literatura y la cultura hispanoamericana desde el 2007, inicalmente con la publicación de una revista impresa que aparece dos veces al año, con la plataforma digital Aurora Boreal®, en la producción y edición de libros electrónicos y de papel de la editorial Aurora Boreal®. Además, Aurora Boreal® co-organiza con la Universidad de Copenhague y La Casa Latinoamericana de Dinamarca el Festival de Literatura en español de Copenhague. A finales de septiembre de  2017 se realizará la 5° edición de este festival. Aurora Boreal® en sus diez años de existencia ha difundido a más de 600 autores y artistas. En el 2017 Aurora Boreal® está lanzando su colección de autores hispanoamericanos al mercado danés.

 

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felix terrones 2016 350Sobre Félix Terrones
Perú 1980. Autor de las novelas El silencio de la memoria (2008, “Mundo Ajeno”) y Ríos de ceniza (2015, “Textual”). Además, es autor del libro de novelas cortas A media luz (2003, PUCP) y del libro de microrrelatos El viento en tu cara (2014, “Nazarí”). Asimismo, ha publicado en formato electrónico el conjunto de microrrelatos Pequeño tratado de escritores (2015, “Aurora Boreal”). Diversos relatos suyos han aparecido en antologías y publicaciones peruanas e internacionales. Algunos han sido traducidos al inglés y al francés. Doctor en estudios hispanoamericanos por la Université Michel de Montaigne – Bordeaux III (Francia) donde se graduó con una tesis dedicada a los prostíbulos en la novela latinoamericana. Editor y antologador de la obra de Sebastián Salazar Bondy para la Biblioteca Ayacucho de Venezuela. Ha sido invitado a dar charlas y conferencias en universidades europeas y latinoamericanas. Actualmente trabaja en la Ecole normale supérieure (Ulm). Colabora con diversos medios europeos y americanos con críticas y artículos. Ha traducido la novela Conquistadors del escritor francés Éric Vuillard. Vive en la ciudad de Tours (Francia).

 

Material Oficina de Prensa Editorial Aurora Boreal®. Foto Félix Terrones archivo Aurora Boreal®, © Lorenzo Hernández.

 



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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