Carta de Alemania (5)

El milagro de Berna

El 2 de enero de 1492 fue una fecha liminar en la historia de esto que nos hemos acostumbrado a llamar España, y que en aquel momento no era sino la unión de dos reinos: Castilla y Aragón. Firmadas las capitulaciones de Santa Fe en noviembre del 91, Boadil entregó Granada a Ysabel y Fernando, y se retiró dizque llorando a las Alpujarras, que se le concedían como reino a guisa de consuelo. Aunque posiblemente fueron pocos los que se dieron cuenta dello, ese 2 de enero, con la entrada de los Reyes Católicos en la Alhambra, puede afirmarse sin temor a marrarla mucho que es la data fundacional del país España. Del nacimiento como nación de la nueva Alemania, en cambio, hubo una conciencia universal, entre los alemanes y en el mundo entero.

Porque esa Alemania democrática surgida de la segunda guerra mundial tiene también su fecha liminar, pero no es precisamente el 24 de mayo de 1949, cuando se creó un ente estatal llamado República Federal de Alemania. No, el honor de la data fundacional del país, en los corazones de sus habitantes, le estaba reservado al 4 de julio de 1954, cuando en el estadio Wankdorf de la capital suiza, Berna, el seleccionado alemán derrotó en la final del campeonato mundial de fútbol, por 3:2, al once magiar tenido por invencible en aquella época: desde mayo del 50, de 31 partidos jugados, había ganado 27 y empatado el resto.

Los niños alemanes, desde Kiel a Constanza, desde Colonia a Berlín, recitaron de memoria la alineación heroica (Turek; Posipal, Liebrich, Kohlmeyer; Eckel, Mai; Rahn, Morlock, Ottmar Walter, Fritz Walter y Schäfer), como los niños españoles también aprendimos de corrido aquella memorable que derrotó 1:0 a Inglaterra en Maracaná el 2 de julio de 1950, durante el mundial de Brasil: Ramallets; Gabriel Alonso, Parra, Gonzalvo II; Gonzalvo III, Puchades; Basora, Igoa, Zarra, Panizo y Gaínza.

Curiosa coincidencia esta de que en ambas formaciones figurasen dos hermanos. Pero hay otra, relacionada con la radio, y es el status de motete sacro-litúrgico que adquirieron las respectivas narraciones del solitario gol de Zarra por Matías Prats («Tiene en estos momentos la pelota Gabriel Alonso. Avanza con ella. Sigue avanzando. Envía un pase largo sobre Gaínza. Gaínza, de cabeza, centra. El balón va a Zarra. Chuta y... ¡Gol! ¡Gol! Señoras y señores, Zarra acaba de marcar para España un gol maravilloso»), y la del tercer gol alemán por Herbert Zimmermann en el minuto 84 del encuentro: «Schäfer centra sobre el área. ¡Remate de cabeza! ¡Despejado! Rahn podría chutar el rebote. Rahn chuta. ¡Gooool! ¡goool! ¡gool! ¡gol!» Y este último "¡gol!" es casi como aquello que decía don Antonio Machado, «Un golpe de ataúd en tierra es algo perfectamente serio»: el gol de Rahn acababa de sentenciar el partido.

Ambas grabaciones se repiten hasta el delirio en los días que siguen, pero con una notable diferencia: la de Matías Prats queda al poco tiempo relegada al panteón de la memoria, de donde sólo se la exhuma de vez en cuando con propósitos documentales, y en cambio la de Herbert Zimmermann sigue repitiéndose siempre, una y otra vez, sin que sus oyentes se cansen de oírla nunca. Y se explica. Con ella queda certificado el nacimiento de una nueva nación. A partir del gol de Helmut Rahn (apodado "der Boss", el jefe), los alemanes vuelven a ser alguien en el concierto mundial.

La trascendencia del acontecimiento ha quedado reflejada en la literatura, y la cercanía del cincuentenario disparó en el año 2004 la espiral de las publicaciones, amén de dar pie a una película, El milagro de Berna, que reproduce con actores, hasta en los más insignificantes detalles, las escenas claves de aquél partido de fútbol. Pero al mismo tiempo, reaparecieron en el escenario viejos fantasmas que ya se creía relegados para siempre al desván del olvido. La acusación de que los jugadores del once inmortal estaban dopados, por ejemplo. Y el gol del empate a tres, anulado a Puskas por presunto fuera de juego.

seleccion alemania 001En 1999, en su libro Mi siglo, Günter Grass concluía de este modo el capítulo dedicado a 1954 y a la final en Berna: «Qué hubiera sido del fútbol alemán si el árbitro, cuando Puskas marcó, no hubiera pitado "fuera de juego", si nos hubiéramos quedado atrás en la prórroga o hubiéramos perdido el inevitable partido de repetición, y si nos hubiéramos ido nuevamente vencidos y no como campeones del mundo...»

Y el juego de los futuribles alcanza incluso a la imparcialidad del árbitro del encuentro: ¿qué habría pasado si el referee William Ling no hubiera sido inglés y si Hungría no hubiese sido el primer seleccionado que derrotó a Inglaterra sobre el sacrosanto césped de Wembley y por el escandaloso tanteo de 6:3? ¿habría visto Mr. Ling el offside de Puskas que suponía el empate en el tiempo reglamentario? En cualquier caso, en esos días del cincuentenario se oyó el testimonio de un jugador suplente del once alemán, asegurando que aquel gol de Cañoncito Pum (como lo llamaron luego los hinchas del Real Madrid) no fue marcado en fuera de juego. Con lo cual la discusión se atiza hasta extremos de incandescencia, pues queda en entredicho la legitimidad de la hora fundacional de Alemania. Vade retro!

Pero ¿y la acusación de que los jugadores estaban dopados? Ahí no es tan fácil salirse por la tangente. Y no es por apoyarse en el testimonio de Puskas, de que los futbolistas alemanes «jubaban echando espuma por la boca», sino en el de Horst Eckel, medio derecha del equipo germano, quien confirmó años después que se les inyectaba glucosa líquida. Y las prematuras muertes de por lo menos cinco de ellos, por extraños fallos cardíacos, ictericia y cirrosis, dan pábulo a la sospecha.

Por si fuera poco, cuando en 1962, a sus sólo 39 años, falleció Richard Hermann –quien no se alineó en el once de la final–, su club incluyó esta frase en el folleto de homenaje que le dedicaron: «Ningún funcionario de la Federación Alemana de Fútbol habló de la muerte del ocho veces internacional. Se sabía desde mucho tiempo atrás que el médico de la Federación había cometido en Spiez [donde estuvo concentrado el once germano durante el campeonato] un pecado profesional que debiera haberlo llevado ante los jueces del Colegio de Médicos». Y la Federación alemana jamás desmintió esta afirmación. Pero sea como fuere, más bien coincido con el lacónico y honesto comentario de Gyula Grosics, el arquero húngaro, la figura trágica del partido: «Estuvieran dopados o no, hubiéramos debido ganarles».

En todo caso, hay un aspecto en el que coinciden los historiadores. Quien más plásticamente lo ha formulado es Joachim Fest, autor de la quizás mejor biografía de Hitler publicada hasta la fecha: Fest asegura que la República Federal de Alemania tuvo un padre político, Adenauer, otro económico, Ludwig Erhard, y un tercero, mental: la selección que ganó la final de Berna, la selección del milagro.

Y también hay otro aspecto en el que la coincidencia es casi unánime: si aquella final la hubiese ganado el once magiar (¡loor a sus nombres, de los cuales varios le dieron también tantas horas de gloria al fútbol español: Grosics; Buzanszki, Lorant, Lantos; Zakarias, Bozsik; Czibor, Kocsis, Hidekkutti, Puskas y Toht!*), casi seguramente no se habría generado la inmensa frustración social que estalló en la revolución húngara de octubre 1956. En un país como Hungría, sometido a las miserias y la denigrante falta de libertades propias del socialismo real, el fútbol era una válvula de escape y un motivo de orgullo compensatorio que cristalizaban en ese equipo nacional imbatido durante cuatro años. Abatido el orgullo en el estadio de Wankdorf, la presión del descontento hizo saltar los fusibles.

Hay un tercer aspecto, sin embargo, sobre el cual se habla poco o nada, y es el que yo llamaría hispanoamericano. En 1954, el campeón mundial que ponía en juego su título era Uruguay, vencedor del Brasil en el célebre maracanazo de 1950, y "la celeste" llegó a defenderlo en Suiza sin haber perdido nunca un solo match en los dos campeonatos que había participado, tampoco en éste... hasta la semifinal contra Hungría. Aquel fue un partido de poder a poder, entre dos de los mejores equipos de la época, y terminó el tiempo reglamentario con empate a dos goles. En la prórroga, Hungría se impuso por 4:2, pero esos treinta minutos matanervios del alargue pesaron como plomo en las botas de los magiares cuando enfrentaron en la final a los alemanes. Como plomo.

Tanto que no hicieron lo que sí habían hecho los ingleses derrotados por España en el legendario 1:0 de 1950 en Maracaná: encabezados por su capitán, William Wright, acudieron al vestuario de sus vencedores para felicitarlos por el excelente partido que jugaron y desearles buena suerte en la ronda final. Fair play es una expresión que también puede traducirse como "saber perder".

Para los alemanes todo esto es anécdota prescindible. Lo que para ellos cuenta es el triunfo que los devolvía dignificados a la faz del mundo, tras doce infames años del Reich que se pretendía milenario, y nueve años de dura, crudelísima posguerra. A música celestial debieron sonarles las palabras finales de la transmisión de Herbert Zimmermann: «Aus! Aus! Aus! Aus! Aus! Das Spiel ist aus! Deutschland ist Weltmeister» («¡Terminó!» y lo repitió cuatro veces: «El partido terminó! ¡Alemania es campeón mundial!»), y en su voz casi afónica no se trasluce ninguna arrogancia tedesca, tan sólo una eufórica incredulidad. De una manera paradójica, y aunque los espectadores alemanes en Berna rompieron a cantar "Deutschland, Deutschland über alles", el himno nacional que mejor expresaba ese sentimiento no era el de la República Federal sino otro, el de la otra Alemania, la RDA: "Auferstanden aus den Ruinen [Resucitados de las ruinas]".

 

* Otra alineación húngara encontrada en distinto archivo : Grosics; Buzansky, Lantos; Bozsik, Lorant, Zakarias; Czibor, Kocsis, Hidegkuti, Puskas y Toth. Creo más fiable la que figura en el texto principal, porque ya en 1950 se daban las alineaciones con el esquema "arquero, tres defensas, dos medios, cinco delanteros". Quedaría por explicar por qué los medios Bozsik y Zakarias están cambiados de banda entre ambas alineaciones, por qué a Hidegkuti se lo rebautiza Hidekkutti en la del texto principal, y por qué allí se llama Joszef el puntero izquierda Toth, mientras que en ésta se llama Mihály. Misterios a descifrar por la hermenéutica. Vale.

 

Ricardo Bada
España, 1939. Escritor y periodista residente en Alemania desde 1963. Con una obra extensa: autor de La generación del 39 (cuentos, 1972), Basura cuidadosamente seleccionada (poesía, 1994), Amos y perros (cuento, 1997), Me queda la palabra (ensayos, 1998) y Los mejores fandangos de la lengua castellana (parodias, 2000). Editor en Alemania, junto con Felipe Boso, de una antología de literatura española contemporánea (Ein Schiff aus Wasser [Un barco de agua]), y en solitario, de la obra periodística de Gabriel García Márquez y los libros de viaje de Camilo José Cela. Editor en España de la obra poética de la costarricense Ana Istarú (La estación de fiebre y otros amaneceres, 1991), y en Bolivia de la única antología integral de Heinrich Böll (Don Enrique, 1995) en castellano.

 

 

 

 

 

Carta de Alemania (5). El milagro de Berna enviado a Aurora Boreal® por Ricardo Bada. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Ricardo Bada. Foto Ricardo Bada © Ricardo Bada. Foto Selección Alemania de Internet. De pie (izquierda a derecha): Sepp Herberger (técnico), Fritz Walter, Rahn, Posipal, Eckel, Liebrich, Ottmar Walter, Schäfer y Morlock. En cuclillas: Mai, Turek y Kohlmeyer.

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