Debo reconocer que en más de una ocasión me atrapó la manía de coleccionar pluma fuentes de todos los tamaños, formas y colores, así como en más de una ocasión caí en la tentación de obsequiar algunos entre los amigos y familiares, mientras otros se me perdían como por arte de magia entre los amigos de lo ajeno, quienes, sin resquicios para la duda, sentían la misma fascinación por este instrumento de escritura que, ya sea en la mano o el bolsillo, siempre luce como una joya sin parangón.
Víctor Montoya escritor, periodista y pedagogo boliviano. Reside en Estocolmo. Escribió su primer libro en la cárcel. En enero de 1977, por gestiones de Amnistía Internacional, recobró su libertad y consiguió asilo político en Suecia. Es colaborador de publicaciones en Europa, América Latina y Estados Unidos. Su obra principal, en el género del cuento, la novela, el ensayo y la crónica, aborda temas de honda preocupación humana y compromiso social. Sus cuentos han sido traducidos y recogidos en antologías nacionales y extranjeras. Bibliografía: Huelga y represión (1979), Días y noches de angustia (1982), Cuentos violentos (1991), El laberinto del pecado (1993), El eco de la conciencia (1994), Antología del cuento latinoamericano en Suecia (1995), Palabra encendida (1996), El niño en el cuento boliviano (1999), Cuentos de la mina (2000), Entre tumbas y pesadillas (2002), Fugas y socavones (2002), Literatura infantil: Lenguaje y fantasía (2003), Poesía boliviana en Suecia (2005), Retratos (2006), Cuentos en el exilio (2008)
Considero que un escritor sin una pluma fuente en la mano es como un soldado sin fusil en un campo de batalla. Quizás por eso, en mi cumpleaños y la Navidad, las acepto encantado, como un niño que se maravilla ante un regalo hecho a la medida de sus sueños y deseos. El simple acto de palpar su estuche liso o afelpado me provoca una sensación de placer y cariño por este objeto fascinante, cuyo mecanismo de funcionamiento parece una invención de los dioses, aunque sé que sus origenes se remontan al antiguo Egipto y sus primeras reseñas históricas datan del siglo X.
Sin embargo, su desarrollo ha sido lento y costoso, hasta que el rumano Petrache Poenaru, estudiante en París, logró patentar su versión más perfecta en mayo de 1827. Desde entonces se han fabricado muchos modelos y ha hecho correr ríos de tinta. En la actualidad, las vitrinas de las librerías exhiben pluma fuentes de lujo, que sirven más de adorno que para escribir a diario, y plumas estilográficas desechables de vivos colores, con precios asequibles y con el sistema de cartuchos de plástico como método de relleno.
La pluma fuente, aparte de ser la mejor herramienta para escribir o dibujar con tinta sobre el papel, es también la musa de algunos artistas que, envueltos por un halo de inspiración, la convierten en una figura escultórica, como ésta que encontré en la feria de la Semana Negra en Gijón, donde el amigo Zeki me tomó la fotografía, quién sabe si impulsado por la intuición de que el escritor y la pluma fuente son el binomio perfecto en el mundo de las letras. O, tal vez, porque sabía de antemano que esta imagen, con sus aciertos y limitaciones, sería la auténtica expresión de un escritor retratado junto a uno de los objetos más preciados de su vida.
La pluma fuente enviada a Aurora Boreal® por el escritor Víctor Montoya. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Víctor Montoya. Foto Víctor Montoya © Víctor Montoya. Foto Víctor Montoya junto a la gigante pluma fuente en Asturias, España © Zeki.