El hacedor de milagros

marie_rojas_001Ese amanecer apareció instalado en el centro de la plaza. Algunos dijeron que surgió de la nada, otros que vino volando en su baúl, estos que lo trajo la lluvia de estrellas de la noche anterior, aquellos que lo dejó abandonado el último circo ambulante... La mayoría, simplemente, ignoró su presencia.

José, el escribano, fue el único que espió sus movimientos a través de las doce horas de luz que le regaló el verano. Al caer la noche lo vio intentando acomodarse en su vieja arca de madera y se le antojó un sacrificio mayor que el que un humano pudiera soportar. Acercándosele, lo invitó a compartir su choza y su cena de pan y té de hierbas.

Al romper el alba había alguien tocando a su puerta. No puedes monopolizar al hacedor de milagros, le dijo, señalando una larga línea a sus espaldas, llena de enfermos, contrahechos, mendigos, madres con hijos sin zapatos y viejas tirando de animales con el vientre hinchado de parásitos.

¿Pero de dónde sacan que él...? No tuvo necesidad de terminar. Señalaron al unísono a un despintado cartel que ostentaba el baúl, que habían dejado en la puerta - en la choza no cabían más que dos hombres acostados y la tosca mesa que utilizaba para escribir poemas y mensajes de amor en hojas secas -: "HACEDOR DE MILAGROS", rezaba la inscripción.

La cola se iba alargando, sus integrantes mostraban impaciencia, repetían que José, el escribano, no podía acaparar los milagros para él solo. Él les hizo seña de esperar, despertó al mago y a falta de pan, compartieron una galleta dura, que mojada en té de anís mejoraba su consistencia y sabor.

Marié Rojas Tamayo. Cuba, 1963. Libros publicados: Tonos de Verde, 2004 y 2005, Adoptando a Mini, 2005, ed. Fundación Drac, Mallorca. De príncipes y princesas, 2006, Editorial El Far, Colección El Viajante, Mallorca. En busca de una historia, Colección Mundo Imaginario, Editorial Andrómeda, España, 2010; Cinco minutos a solas con las musas, relatos, Viaje a los astros, Locuras temporales, poemarios, Inventiva Social, Argentina, 2010.

Toda una jornada curando males y cumpliendo deseos, el último fue el cura del pueblo, que pidió ganar la lotería. No se había puesto aún el sol cuando lo vieron partir en una lujosa limosina, llevando consigo a su amante. Los demás protestaron porque les había sido dado poco, e intentaron ponerse de nuevo en la fila, ahora querían millones, olvidando la vista restaurada, las reses curadas, la cosecha saneada de plagas y el hijo que había vuelto a andar. Pero el fabricante de portentos volteó el baúl y les mostró un segundo cartel, que nadie había advertido por las prisas: "SOLO UN MILAGRO POR PERSONA". Tanto él como el escribano estaban exhaustos. Uno por tanto prodigio, el otro por la búsqueda de hojas, hierbas y flores con que hacer tisanas para aplacar los estómagos rugientes por la espera.

No has pedido nada, le dijo al quedar a solas. Me dio pena con usted, respondió José con un encogimiento de hombros, tanta gente exigiendo y ni siquiera uno le preguntaba si estaba cansado o hambriento. Por otro lado, no se me ocurre qué desear. Mientras escuchaba pedir milagros ajenos, más comprendía que soy feliz.

Al escuchar esta respuesta, el otro rió. ¿Sabes que este pueblo es el último de mi recorrido? - José negó con la cabeza a modo de respuesta - Hace años busco a un hombre perfecto, para nombrarlo mi heredero. Sólo si encuentro a alguien que ha alcanzado la felicidad plena seré librado del castigo que me impuse cuando la soberbia y la falta de humildad me cegaron, llevándome a perder lo que más amaba. He visto pasar las eras viajando con este baúl que no porta más equipaje que los recuerdos acumulados. Cuando encontrara este imposible, volvería a mi trono y él se sentaría a mi diestra para ayudarme en el difícil oficio de reinar.

Estudié los Arcanos, la Energía Universal, los secretos de la Alquimia, redescubrí verdades olvidadas, lloré por la falta de amor de los hombres, por su ausencia de fe, por su incapacidad de reír, por su ambición. Aprendí tanto de mendigos y moribundos como de reyes que, a pesar de tener el poder, buscaban siempre algo más allá de lo que les había sido otorgado. Pensé que al recrear la felicidad ajena a partir del cumplimiento de sus deseos, lograría mi objetivo, pero nunca vi en un rostro de los que me solicitaban favores, la expresión de dicha plena que deseaba encontrar. Creí que mi búsqueda era en vano cuando llegué a éste, el último pueblo de la Tierra... José, el escribano que llena hojas secas de poemas y esquelas amorosas para complacer a otros que no encuentran las palabras, te pido humildemente disculpas, mi vista ha estado tan nublada que apenas acabo de descubrirte, cuando expresabas tu ausencia de deseos. Sólo aquel que no espera nada es libre de sus propias ataduras.

Entró al cofre e hizo un gesto, invitándolo. No te preocupes por el espacio, este baúl es como la mente del hombre, puede guardar más de lo que por su visión externa llegas a imaginar. Si tienes algún equipaje, puedes traerlo, será un viaje sin retorno.

José, el escribano, recogió algunas hojas secas, aseguró en su bolsillo la estilográfica y el pincel fino, y subió a bordo, sintiéndose a sus anchas.

El baúl se elevó por los aires, mientras los aldeanos, cabizbajos e infelices por su mala suerte al pedir deseos tan ínfimos, ignoraban que de nuevo se estaba produciendo una lluvia de estrellas.

 

El hacerdor de milagros enviado a Aurora Boreal® por Marié Rojas Tamayo. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Marié Rojas Tamayo. Foto Marié Rojas  Tamayo © Marié Rojas Tamayo.

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