Fatigarse

yolanda_arroyo_0108:10 am
El vapor le hace pestañear. Algunas gotas le caen por entre los grandes ojos verdes. Se toca los labios. Se fatiga. La dificultad de respirar le hace querer moverse, pero no sabe cómo. Ve a través de los cristales. Tantos cristales. El rostro de su madre acostumbraba hacerle muecas a través de unos cristales. Reconocía siempre el rostro y el olor de su madre. Su padre acostumbraba también sonreírle y hacerlo sonreír a través de unos cristales. Ahora está tan solo que no sabe. No lo entiende. El calor le hace pestañear.

9:45 am
Tiene hambre. Se ha cansado de las excusas de la gente, de las promesas incumplidas, de los trabajos que nunca llegaron. Se rasca las venas del antebrazo y sin querer, se arranca una llaga mal cicatrizada. Se rasca la cabeza. No pueden ser piojos otra vez. Es el calor. Mira hacia arriba y su mirada gris divisa las esferas transparentes que nacen de los rayos del sol. Traga el polvo del desierto del Sahara que llega a la Isla. Está a punto de desfallecer. Quiere dejar la droga, pero también quiere meterse más. Su mujer no lo volverá a aceptar en la casa y sus hijos continuarán sin mirarlo a la cara. El sudor le baja en gotas por la espalda. Necesita algo de comer. Camina hasta el centro comercial.

10:20 am
Todos los días su mamá lo lleva al cuido. Hoy no lo ha llevado nadie. Su papá condujo, pero luego se detuvo y se bajó. Nunca antes los cristales se habían empañado de aquel modo, ni el calor le había dado tantas ganas de llorar. De tanto llorar la respiración se le ha acabado. La garganta la siente hinchada y dolorosa. Quiere teta y no hay. Quiere que su mamá le hable sobre sus ojos esmeralda. Pestañea y las esmeraldas se le llenan de agua. Desea más agua, pero no encuentra y sus manos y piernas están atrapadas en el asiento. El sudor fatiga. Sigue llorando.

 

11:36 am
Recuerda que su padre le decía que coger lo ajeno era malo. Recuerda las bofetadas y los puñetazos que le daba el padre. Recuerda también las bofetadas y los puñetazos de los padrastros. Las peleas de borrachos, las apuestas de caballos, el andar con gentuza, el robar en las casas. Le gustaban las casas abiertas, con los portones de par en par y las puertas de escrines sin el pestillo. Odiaba tener que forzar hogares. Nunca abría una puerta cerrada con seguro. Lo que sí le gustaba forzar eran autos. Los forzaba con la pandilla luego de trasladarse a Brooklyn. Cómo disfrutaba portarse mal. Cómo le gustaba usar drogas. Lo hacían sentir poderoso. Lo malo era lo caro que le costaban. Cuando regresó a la isla como parte de un acuerdo con Fiscalía, intentó dejar las drogas. Su mujer había tratado de ayudarlo. Pero claro, se había cansado en el intento número mil. Volvió a sudar. Para evitar que una gota se le resbalara por la frente, se llevó la mano a ésta. Tapó el sol de mediodía con la visera improvisada de sus dedos. La sombra le permitió a sus ojos grises enfocarse en un auto que no tenía puesto el seguro en una de las puertas, la del asiento del frente del pasajero.

 

Yolanda Arroyo Pizarro novelista, cuentista y ensayista puertorriqueña. Autora de los libros de cuentos, Ojos de Luna (2007) y Origami de letras (2004) y de la novela Premio PEN Club 2006, Los documentados (2005) e Historias para morderte los labios (Editorial Pasadizo 2009). Fue elegida como una de las escritoras latinoamericanas más importantes menores de 39 años del Bogotá39 convocado por la UNESCO, el Hay Festival y la Secretaría de Cultura de Bogotá. Ha escrito para los periódicos El Nuevo Día, El Vocero de Puerto Rico, Claridad y La Expresión. Su último libros de cuentos es Avalancha (Enero 2011).12:15 pm
Se mueve poco. Las manos ya no se levantan y el pecho tampoco. Toda su ropa está empapada. Le parece que ha vivido escaso tiempo, demasiado poco. Ya no le duele la cabeza, los latidos de sus extremidades ya no le arden, y ha dejado de soñar con sus padres. Ya no quiere la teta. Ya no vuelve a abrir las esmeraldas. Todo se ha convertido en fuego y fatiga.

12:40 pm
Sigue caminando en el parking del centro comercial, dando vueltas. Espera que no lo vean acercarse. La gente le pasa alrededor y lo esquiva, y él, emocionado porque ya pronto robará y venderá su botín, y tendrá dinero para comprar sustancias, sonríe y olvida el maldito calor isleño. Cuando se da cuenta de que no hay nadie cerca, se aproxima al vehículo y abre la puerta de un solo movimiento. Un imbécil olvidadizo le ha hecho el trabajo fácil. El vaporizo le da en la cara y juraría que un humentín inicial no lo deja ver bien. Mira el dash y se encuentra con un maravilloso radio digital con CD. Está seguro que puede arrancarlo en un abrir y cerrar de ojos. Está a punto de hacerlo cuando oye una tenue tos. Estira el cuello. Sus ojos estudian el cuerpecito ahogado en sudores que apenas se mueve en la parte de atrás. No respira, o eso parece. La mente se le nubla y no sabe qué hacer. De pronto el bebé abre los ojos. Aquella mirada esmeralda se le clava en las esferas grises como pidiendo que lo carguen.

 

Fatigarse enviado a Aurora Boreal® por cortesía de la escritora Yolanda Arroyo Pizarro Foto Yolanda Arroyo© Zulma Oliveras Vega.

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