El discurso de los Economistas:entre mito y racionalidad

edgar_ortegn_001La economía, como ciencia social por excelencia, posee un discurso que como cualquier otra expresión de literatura, cine, teatro o música posee un argumento y un tema. El argumento es la
sucesión de acciones, hechos o anécdotas que el economista maneja para transmitir su mensaje. Es la narración de una triada que involucra hechos, lógica y metáforas. Así, los economistas en la búsqueda de soluciones novedosas cuentan historias, explican fenómenos, predicen fenómenos y generalizan consecuencias. Con razón McCloskey (1993) decía que los economistas son expertos en narrar historias. Sin embargo, estas narraciones no surgen ex tabula rasa sino que van cargadas de ideología y brotan de personas ubicadas en un espacio social, político e histórico específico.

La narración de los hechos le brinda, además, a los economistas una ventaja inigualable por cuanto si se acepta que el sentido común, la espontaneidad, los sentidos, la percepción intuitiva y la experiencia por sí sola no son fuente de conocimiento -los hechos no hablan por sí solos-, entonces se requiere de una construcción teórica o fundamentación conceptual para dar orden y concierto a la realidad empírica. Así, se impone de la mano de los economistas un vector que va de lo racional a lo real y no a la inversa. El intuicionismo, aunque útil, no es suficiente para generar ideas y dar explicaciones consistentes sobre los hechos que se examinan. Al fenómeno hay que observarlo, analizarlo, decodificarlo y recodificarlo permanentemente. En este esfuerzo interviene la lógica, y en el desarrollo de la misma la retórica juega un papel trascendental.

A su vez, el tema es la idea principal que el economista pretende explicar o transmitir. Los temas por lo general se relacionan con problemas, necesidades o situaciones negativas que afectan a la población y surgen a partir de los diagnósticos de la situación actual. Estos problemas, en la mayoría de los casos, las personas los conocen, los perciben o los sienten en carne propia, pero donde se marca la diferencia y se impone la lógica de los economistas es en la construcción del proceso lógico de causa-efecto. Cuanto mayor sea la capacidad para explicar y entender las razones por las cuales existe el problema y sus efectos, mayor será la credibilidad y acogida de las explicaciones. De esta manera surgen las leyes, algoritmos o procedimientos paso a paso que permiten explicar los fenómenos de la vida diaria o la solución del problema. Aún más, al contrario de lo que sucede en otras ciencias sociales, los economistas tratan de lograr fines y se investiga tanto las causas en que se basa lo determinado como los medios que deben utilizarse para obtener los fines propuestos. Por lo tanto, este enfoque denominado teleológico conlleva dos principios: el carácter de "ciencia problema" y su naturaleza finalista o de formulación de metas y objetivos. En contraposición, el enfoque paragógico refuerza las ideas de guiar, conducir, seducir, persuadir e inducir voluntades mediante el discurso hacia unos determinados propósitos bajo circunstancias de riesgo, incertidumbre y conflicto (Majone, 1989).

Edgar Ortegón Economista. Master of Arts, Rice University. Ex funcionario del Departamento Nacional de Planeación de Colombia. Ex Director de Proyectos y Programación de Inversiones del ILPES, División perteneciente a la CEPAL. Consultor internacional en temas de planificación, inversión pública y política pública. Coautor de numerosos textos, metodologías y manuales sobre identificación, preparación y evaluación de proyectos de inversión pública, publicados por ILPES/CEPAL. Coautor con Javier Medina Vásquez de Manual de prospectiva y decisión estratégica: bases teóricas e instrumentos para América Latina y el Caribe (2007). Autor de Guía sobre Diseño y Gestión de La Política Pública (2008), Profesor visitante en la Universidad de Alcalá (España).

Dentro de dicho esquema, las teorías que sustentan la toma de decisiones han recorrido un largo camino que va desde la "racionalidad extrema", donde se supone que la información es perfecta, hasta los más recientes de "escogencia pública", donde se reconoce la capacidad de decidir por fuera del mercado por parte de entes burocráticos o partidos políticos. En el medio, han surgido y tenido una enorme influencia visiones alternativas tales como las de "racionalidad limitada" donde, se reconoce la incapacidad para conocer con precisión todos los aspectos y circunstancias que rodean una decisión, y aquellas de carácter "incremental" o marginal, donde prevalece la idea de ir paso a paso dada la incapacidad para identificar todas las circunstancias presentes y anticipar repercusiones futuras. Es consecuencia, con base en las teorías y el discurso los economistas han definido a lo largo de la historia modelos sobre la forma como se toman decisiones y consecuentemente esquemas sobre la forma como se deben implementar. La introducción de estos discursos más que servirse de un impulso hacia la novedad ha permitido sustituir viejas comprensiones para controlar usos y abusos de conceptos y retóricas, pero también ha permitido hacerlos más precisos y más creíbles.

Profundizando un poco más, los economistas a lo largo de la historia, apoyados en los avances técnicos en cuanto al manejo de datos y modelos estadísticos, han brindado explicaciones causa-efecto que terminan no solo en simples teorías sino también en visiones y paradigmas. Esto no necesariamente significa que siempre sean correctas y exactas. Basta registrar el sinnúmero de equivocaciones y errores que han inducido en la toma de decisiones sobre los más diversos aspectos. En un número reciente de la revista The Economist se citaba al economista Paul Krugman, premio Nobel de economía 2008, quien en una flamante conferencia decía que en los últimos 30 años la macroeconomía ha sido "espectacularmente inútil en el mejor de los casos, y positivamente dañina en el peor de los casos". Exagerado o correcto, lo que es cierto es que los resultados han puesto en duda muchos de los discursos y retóricas sobre economía.

Las hipótesis y el proceso causal:
Dado que "los hechos o fenómenos no hablan por sí solos", detrás de cada hipótesis, o proposición cuya veracidad es provisionalmente asumida, hay una teoría o creencia sobre la forma como suceden y se resuelven las cosas. Sin teoría de sustento el discurso o argumentación sería vacío, y de ahí la razón por la cual la solidez de los elementos conceptuales y la fortaleza de los principios teóricos que algunas escuelas y academias del pensamiento económico exponen y profundizan, les ha permitido convertirse en auténticos centros o templos sacros de las ideas y el pensamiento.

Junto al desarrollo de las hipótesis, el uso y abuso de las trampas y falacias del discurso es un recuento largo y evocador sobre el juego de las palabras, al igual que lo hace un consumado narrador de cuentos o novelas. En esto, las distinciones entre un novelista y un economista son difusas. El novelista estructura una idea o un relato, y apela a todos los artilugios de la lengua para mantener la atención del lector o evocar toda clase de sentimientos. El economista también apela al lenguaje y al manejo de las palabras para convencer sobre la fortaleza de sus argumentos. Basta señalar, por ejemplo, que desde que en la actual recesión mundial Ben Bernanke, Presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, acuñó la frase "retoños verdes" (green shoots) para transmitir confianza y describir el deshielo en los mercados de crédito congelados, todos los medios y la mayoría de los economistas siguen apegados a dicha expresión como discurso simbólico de una realidad cercana o lejana. Una búsqueda de "green shoots" en Google arrojó casi 5 millones de resultados (Bloomberg News, 2009)). Así, tanto pesimistas como optimistas han utilizado dicha expresión para sus propios fines.

Dentro del uso de la retórica y el manejo de las palabras no podemos dejar de citar las falacias lógicas, las que se dan bajo la forma de una aseveración, encierran ambigüedad y aparecen en razonamientos que contienen palabras o frases confusas, y las falacias materiales, las que sólo pueden ser detectadas por quienes están familiarizados con el tema. Dentro de las últimas, las más frecuentes y que la historia registra con altos costos sociales y económicos se pueden señalar aquellas que argumentan a partir de una regla general para llegar a un caso especial o las que argumentan desde un caso especial para llegar a otro especial; las de conclusión irrelevante cuando se argumenta para llegar a un punto equivocado o la de causa falsa, común entre los textos básicos, donde se argumenta que una cosa es la causa de otra simplemente porque la precede o acompaña. No menos curiosa es la falacia o sofisma de composición donde se afirma que lo que es cierto para alguna de las partes es también necesariamente cierto para el todo (Samuelson, 1975).

Mitos y metáforas
Las relaciones entre economía y, en particular, la economía política con el mito, la fábula, la parábola o la ficción, tienen una vieja data como explicación válida de la realidad. La conciencia mítica de los pueblos le confiere a la realidad un sentido "existencial" y "no-lógico" (Puello-Socarrás, 2006). Se apela al mito como justificación, explicación o justificación de un orden o razón de ser de las cosas sin que exista un fundamento racional o lógico de cómo suceden los fenómenos y qué los ocasiona. El mito apela a lo sobrenatural como explicación, a leyes inquebrantables de la naturaleza, a la utopía racionalista o al significado religioso del "milagro". Dentro de estas influencias mitológicas no están exentos los economistas: San Antonio de Florencia, pensador escolástico, condenaba a los primitivos banqueros con las penas del infierno por prestar dinero con interés. Antes de que apareciera el análisis costo-beneficio, Jeremy Bentham argumentaba que cuando teníamos que tomar una decisión, todo debería ser juzgado mediante un cálculo de "placeres" y "dolores". No menos excéntrico y mitológico resulta la historia del famoso profesor de la Universidad de Cambridge Arthur Cecil Pigou, sucesor de Alfred Marshal, quien tanto creía en el mito de la buena suerte que usaba un solo traje, lo cual lo obligaba a renunciar a todo compromiso el día que enviaba el traje a la lavandería (Cabrillo, 2006).

Si de metáforas se habla, el economista es el artista por excelencia en su manejo y creatividad. La metáfora, como recurso dentro del discurso para explicar un fenómeno o política, es la relación de semejanzas entre dos términos y alguna característica o cualidad entre ambos. Por ejemplo, toda política pública conlleva unas reglas de juego, unas metas, unos instrumentos, unos incentivos, unos actores, una determinada tecnología, unos riesgos y unas restricciones. Esta estructura, al tratar de explicarla en un caso concreto, los economistas la asemejan, por ejemplo, al vuelo de una cometa o al arte de la navegación como metáfora. En consecuencia, si el elevar una cometa implica fijarnos en cuán alto queremos llegar, en su diseño, en la calidad y extensión del hilo, en la disponibilidad de viento a favor o en contra, en la ubicación que escojamos, en la habilidad para saber cuándo hay que apretar o aflojar, en la presencia de variables exógenas inesperadas como el roce del hilo con otro aficionado o un ventolera inesperada, e incluso en el "espíritu" con que elevemos la cometa. De igual manera, en una política pública debemos fijarnos en situaciones parecidas y los mismos elementos como los descritos con la cometa.

Un ejemplo clásico de relación entre metáfora y economía lo constituye los paralelos entre la película El mago de Oz, libro infantil escrito en 1900, y el debate sobre la libre acuñación de plata en Estados Unidos. El libro y la película cuentan la historia de una niña llamada Dorothy que se encuentra perdida en una extraña tierra. Lo interesante del caso es que la historia de Dorothy es, en realidad, una hermosa alegoría sobre la política monetaria de los Estados Unidos a finales del siglo XIX.

Entre 1880 y 1896 el nivel de precios había descendido considerablemente, provocando un aumento en el valor real de las deudas de los agricultores y enriqueciendo a los bancos. Para solucionar esto, los políticos proponían, como réplica al patrón oro, la libre acuñación de plata. Frank Baum, autor del Mago de Oz, reflejó en el cuento los personajes de la batalla política entre republicanos y demócratas: Dorothy reflejaba los valores estadounidenses, el espantapájaros los agricultores, el hombre de hojalata a los obreros industriales, los enanitos a los ciudadanos del este, el león cobarde al candidato demócrata, la malvada bruja del oeste al candidato republicano, el Mago al presidente del partido republicano, Oz era la abreviatura de onza de oro y la carretera de adoquines amarillos al patrón oro (Mankiw, 2002).

Bibliografía: McCloskey , D. (1990). La narrativa de los expertos en economía. Madrid. Alianza economía. Majone, G. (1997). Evidencia, argumentación y persuasión en la formulación de políticas. Fondo de cultura económica. Mankiew, G. (2006). Principios de economía. Macgraw Hill Interamericana. Puello-Socarrás, J. (2006). Política: mito, filosofía y ciencia Samuelson, P. (1975). Curso de economía moderna. Aguilar Cabrillo, F. (2006). Economistas extravagantes. Libertad Digital Biblioteca

En la realidad, el candidato demócrata, defensor de la acuñación de plata, perdió frente al republicano y Estados Unidos mantuvo el patrón oro, pero millones de personas siguen leyendo el cuento y viendo versiones de la película sin conocer la fábula o metáfora de trasfondo. Pocos años después, con el descubrimiento de nuevas minas de oro, la oferta monetaria y los precios comenzaron a subir, los agricultores pudieron pagar sus deudas, los economistas siguieron explicando las políticas públicas apelando a metáforas y fábulas, y la cruda realidad inspirando a novelistas y cuentistas.

En definitiva, ciencia, filosofía, arte, mito y fábula se entremezclan en el discurso de los economistas con sus características explicativas, moralizantes o didácticas, y no está totalmente definida la frontera o aguas divisorias entre la veracidad del relato y el mito-relato. En todo ello, el discurso implícito y el estilo narrativo tendrá una gran influencia, al igual que lo tienen las demás expresiones artísticas. Quizás, como colofón de esta breve nota podríamos decir que todos los especialistas deberíamos esforzarnos más por entender mejor al "otro" y que la simple categoría de economistas no nos exime de debilidades, flaquezas, prejuicios y limitaciones sobre el uso del discurso para comprender los fenómenos sociales.


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