Poeta (de paso) en New York

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Esa parte de Nueva York que es una isla está destinada a viajar por la geografía y el tiempo, esa parte que es un río se detiene para darle a Heráclito la otra cara, y esa parte que es tierra de continente corre por la imaginación de los puentes y los subterráneos. Composición inestable, Nueva York aparece frente a nuestros ojos en los más diversos sitios y parajes. La podemos encontrar en una escultura de árbol plástico en medio del desierto de Utah, en una calle de Cincinnati que se llama precisamente "esto no es Nueva York", en los poetas harapientos y enmochilados de Boulder, en el jazz y los blues de Chicago, en los rascacielos de tanta ciudad entrometida en los valles y planicies de este país inmenso, enfebrecido. Nueva York va con nosotros a donde quiera que vayamos, basta sólo verla una vez y ya nos la llevamos a cuestas como un delfín o un papagayo, da lo mismo, aleteando.

 

Como todo poeta que se respeta un poco, yo he andado para arriba, para abajo, esas calles de Nueva York jalándole las hierbas y las hojas al viejo de Manhattan, comiendo del duro alpiste del verso de John Ashbery, acariciando los roñosos edificios por donde se escapa la figura de Henry James, dándole al tejemaneje del verso bíblico y gangoso de Ginsberg, contando los pasos diminutos y los corbatines de Martí, viendo los reflejos de la orfebrería de Wilde mientras saca pañuelos de seda hasta el hartazgo de las señoras, huyéndole a la Parca que se llevó a Dylan Thomas y a Frank O'Hara, recordando que fue en Manhattan donde John Dos Passos dio mil pasos para llegar al cielo de la vanguardia y se quedó en 1919,bramando de furia y sonido por las calles de Wall Street con la bragueta abierta como cualquier Henry Miller capricorniano, tapándome la nariz para no oler la trementina de Andy Warhol o los oídos para no sufrir los alaridos de sus políticos o los ojos para no ver las tonterías de Norman Mailer, o las colas de espera para la tortura de la risa forzada en el Ed Sullivan Theater con David Letterman y sus payasos de realismo capitalista. Yo he caminado, pues, por Nueva York dándole pataditas a un perro caliente hasta verlo zambullirse en las letrinas y oír luego la chirriante algarabía de las ratas disputándoselo; con camisa limpia y pantalones de vaquero me he enfrentado a la tormenta de cemento que se nos viene encima por los lados del Rockefeller Center; estremecido he sentido cercano el silbido de un escupitajo de chino en el barrio oloroso a salsa de soya y aceite de ajonjolí ardiente; he visto el baile de los espaguetis y las pizzas napolitanas en medio de las muchachas que ya van engordando de a poco; me he enfrascado en una conversación bizantina y deliciosa con un griego de Astoria; he oído el ruido bronco de malas palabras en hindú, pakistano, árabe, puertorriqueño, cubano, cambodiano, africano, griego, y paro de contar cuando me encuentro en ese lugar de Queen's donde se agolpan entre chorizos y empanadas un medio millón de mis paisanos de la buena violenta Colombia, y allí me pongo a leer el periódico con las piernas cruzadas y añado más muertos a los muertos y más políticos a las pulgas y más militares a los micos y más prostitutas a los proxenetas y más torturas a las torturas y más café con leche, estoy llegando a la revolución sin patas, qué carajo, dejo el periódico y veo con impaciencia que alguien lo utiliza para envolver el cuchillo o un kilo de cocaína, y me voy derecho a ese sitio que debería llamarse "La caleñita sabrosa" para meterme de cuerpo y de cabeza en los pliegues de un tamal de cerdo y pollo, y me olvido de que estoy en Nueva York, como si fuese posible.ARMANDO ROMERO, (Cali, Colombia 1944). Perteneció al grupo inicial del nadaísmo en Cali. Master y doctor en literatura latinoamericana de la Universidad de Pittsburgh, Estados Unidos. Viajó y residió en varios países de América, Europa y Asia, entre ellos México y Venezuela. En este país fue promotor cultural, editó libros, hizo cine. En Grecia escribió su primera novela, Un día entre las cruces (1993) y el libro de poemas, Cuatro Líneas (2002). Traductor e investigador, ha sido distinguido con el título de Charles Phelps Taft Professor de la Universidad de Cincinnati, donde es profesor de literatura latinoamerican
Pero uno empieza a cansarse de Nueva York con el tiempo, se le van gastando las suelas de los zapatos o las imágenes. Falo, falocéntrica, machona y machista, la ciudad se erige varonil hasta el aburrimiento, y ya con los días y las horas que se repiten como en relojes sin manecillas no sabemos cómo llamarla, y la sola idea de escribir un poema me aterroriza. Imagínense ustedes, escribirle un poema a Nueva York, hablar de Harlem y de los negros bullangueros, remedar el aullido del viento por entre los rascacielos, la caída de las torres hasta la osamenta, atraer la muchedumbre en versículos metálicos, correr con los metros y las rimas a caza del tren subterráneo hasta que se convierta en laberinto endecasílabo, dejar unas anáforas como si fueran patas de palomas en los techos, deconstruir en hipérbaton las calles del Village, aplastar metáforas para que vuelen como moscas en un bar de Soho, llenarse el buche de sinalefas a las puertas de New York University, tirar versos en paracaídas desde el Empire State, y peor que todo esto, irse de parranda a los metederos del "sabor", por los lados del Uptown, para conseguir un toque de influencias y otras yerbas en los ritmos de Willie Colón y Charlie Palmieri y Richie Ray y Celia Cruz, o creer que a punta de encabalgar los versos podemos hacer el amor en las sábanas del Plaza.
¡Qué despropósito! Nueva York lo que quiere es silencio. Que caminemos con plumas en los pies por sus calles. Que no soltemos una palabra buena o mala. Que tiremos al mar nuestros bostezos y que estornudemos debajo del río. Que no le lancemos interjecciones a la Estatua de la Libertad ni congojas por la mueca que le dejaron los terroristas. Que caminemos por el Parque Central como si fuéramos hijos de Antonio Machado. Y que no hagamos todo ese ruido que vino a hacer García Lorca con sus duendes y sus gitanos. Yo por eso no le escribo ni siquiera un verso a Nueva York, ni mayor ni menor. Tal vez, sí, a esa Nueva York que me traigo a Cincinnati, cada vez que vuelvo, una Nueva York pequeñita, simple y sencilla, como un pajarito del Espíritu Santo, de cemento.

 

Poeta (de paso) en New York enviada a Aurora Boreal® por el poeta y escritor Armando Romero. Foto Armando Romero®Armando Romero.

 

 

 

 

 

 

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