El inventor de mundos y sus 'Cien años de soledad'

manuel domingo rojas 250El rostro del hombre delata en los pliegues de la piel que hay una vida vivida. No se trata de edad sino de intensidad. La frente ancha hace intuir que se está en presencia de un hombre de pensamiento. El bigote áspero y las cejas espesas hablan de ancestros de tierras y aguas distintas a las de su caribe natal. La boca y sus labios señalan sensualidad y sibaritismo. El mentón, determinación. Los ojos, no sólo inteligencia sino sabiduría, una sabiduría innata recibida genéticamente de estirpes marcadas por la soledad.

Si imagináramos un imposible viaje a las neuronas y los recónditos rincones del cerebro de este hombre, tendríamos que penetrar por sus pupilas tatuadas de fantasías y sueños. Y al navegar a través de los circuitos eléctricos de su masa cerebral, nos encontraríamos con la sorpresa de no encontrar algo que explicara su capacidad de invención para crear mundos nuevos y reinventar lo conocido.
Con razón otro sabio que deslumbró a la humanidad, Albert Einstein, afirmó que sólo la imaginación es superior al conocimiento. Porque tenemos que partir de la premisa que en este mago de la palabra, este prestidigitador de ideas, lo esencial es eso: su imaginación. Una imaginación sin límites que tiene sus raíces en la capacidad de asombro que cultivó en su infancia y jamás lo abandonó. Asombro frente a la cotidianidad, los hechos y las cosas que la mayoría de los seres humanos aceptamos sin descubrir sus aristas de singularidad y portento.

 

EL REALISMO MÁGICO
La primera condición del realismo mágico, como su nombre lo indica, es que sea un hecho rigurosamente cierto que, sin embargo, parece fantástico.” (Gabriel García Márquez)
La ilógica de la vida no tiene fin. Dicen que yo he inventado el realismo mágico, pero sólo soy un notario de la realidad. Incluso hay cosas reales que tengo que desechar porque sé que no se pueden creer”. (Gabriel García Márquez)
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo” (Párrafo inicial de Cien Años de Soledad 1)


Y a partir de la realidad, como un alquimista, transformarla, con un cambio cualitativo de su esencia, transportándola a una dimensión distinta y paralela donde todo es posible. Los muertos hablan y las personas levitan y suben al cielo.
Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aún los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. ” (páginas 9 y 10)


Eso es lo que magistralmente logra este hombre. No sólo despertarle el ánima a las cosas sino desentrañarles el alma a los hombres por su profundo conocimiento de la condición humana, que es lo que le da la patente para su invención sin que esa invención se perciba falsa. Él no miente. Él, sencillamente, crea su realidad fantástica, en cumplimiento de las pautas que trazara un poeta español:


Se miente más de la cuenta por falta de fantasía, también la verdad se inventa” (Antonio Machado)


En estos versos de Machado, en nuestra opinión, encontramos una clave importante para entender la obra literaria de García Márquez y lo que se ha denominado “realismo mágico”.

Tan pronto como José Arcadio cerró la puerta del dormitorio, el estampido de un pistoletazo retumbó en la casa. Un hilo de sangre salió por debajo de la puerta, atravesó la sala, salió a la calle, siguió en un curso recto por los andenes disparejos, descendió escalinatas y subió pretiles, pasó de largo por la Calle de los Turcos, dobló una esquina a la derecha y otra a la izquierda, volteó en ángulo recto frente a la casa de los Buendía, pasó por debajo de la puerta cerrada, atravesó la sala de visitas pegado a las paredes para no manchar los tapices, siguió por la otra sala, eludió en una curva amplia la mesa del comedor, avanzó por el corredor de las begonias y pasó sin ser visto por debajo de la silla de Amaranta que daba una lección de aritmética a Alejandro José, y se metió en el granero y apareció en la cocina donde Úrsula se disponía a partir treinta y seis huevos para el pan”. (página 156)
Recordaba Carlos Fuentes con ocasión de un análisis suyo sobre Cien Años de Soledad, que en los años treinta del siglo pasado tres jóvenes escritores latinoamericanos –Miguel Ángel Asturias, Arturo Uslar Pietri y Alejo Carpentier- se detuvieron un rato en el Pont des Arts sobre el Sena y decidieron echar al río el surrealismo francés innecesario para proclamar una Iberoamérica donde abunda “lo real maravilloso”.
Mario Vargas Llosa, quien ha estudiado a profundidad la obra de creación del mundo macondiano y que, como un laborioso relojero, ha desarmado y rearmado pieza a pieza el mecanismo para comprender y hacernos comprender el prodigio, ha dicho:
La realidad ficticia que describe Cien Años de Soledad es total en relación a las etapas anteriores de la realidad ficticia que esta novela recupera, enlaza y reordena, y en relación a sí misma, puesto que es la historia completa de un mundo desde su origen hasta su desaparición. Completa quiere decir que abarca todos los planos o niveles en que la vida de este mundo transcurre”.
En lo real objetivo está la crónica histórica y social a través de una familia, la familia Buendía, que sintetiza, en sus diferentes estadios, no sólo la historia de la sociedades latinoamericanas sino la historia de la humanidad. La familia Buendía condensa y refleja a Macondo y Macondo al mundo. Y así como la historia de Macondo es la de los Buendía, la historia de esa estirpe se confunde y amalgama con la de sus miembros en una simbiosis afortunada de lo individual y lo colectivo, en que las partes y el todo encajan coherentemente para ofrecernos una visión descarnada del hombre en lo sublime y lo sórdido, en su grandeza y su miseria, en su razón y su locura, en su felicidad y su desdicha.

 

EL TONO
El tono es fundamental ya que la narración de lo asombroso, de lo insólito, la hace de tal manera que resulta creíble, verosímil. Lo improbable no sólo lo convierte en probable sino que el lector termina aceptándolo como cierto. Y este acto de prestidigitación o de magia, si se nos permite así calificarlo, lo logra el escritor por el tono de naturalidad con que lo cuenta. Démosle la palabra al propio García Márquez para que nos comparta el secreto:
Tuve que vivir veinte años y escribir cuatro libros de aprendizaje para descubrir que la solución estaba en los orígenes mismos del problema: había que contar el cuento, simplemente, como lo contaban los abuelos. Es decir en un tono impertérrito, con una serenidad a toda prueba que no se alteraba aunque se le estuviera cargando el mundo encima, y sin poner en duda en ningún momento lo que estaban contando, así fuera lo más frívolo, o lo más truculento, como si hubieran sabido aquellos viejos que en literatura no hay nada más convincente que la propia convicción”.
Los cuatro libros a que se refiere, son La Hojarasca, El Coronel no tiene quien le escriba, Los Funerales de la Mamá Grande y La Mala Hora, que son como ríos que desembocan al océano totalizador de Cien Años de Soledad, el gran libro, la gran novela, la gran crónica, “un vallenato de trescientas cincuenta páginas” como la llamó su autor, que se nutre de todos ellos y que, con el tono adecuado - que se le revela al escritor, en una especie de epifanía, en una carretera mejicana- asombró, asombra y asombrará por siempre al mundo.
Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerinas y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo la serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ellas a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria”. (páginas 271 y 272)

 

LOS TIEMPOS Y LAS SOLEDADES EN MACONDO
La protección, que Aureliano no empezaba a vislumbrar cuando se dejó confundir por el amor de Amaranta Úrsula, radicaba en que Melquíades no había ordenado los hechos en el tiempo convencional de los hombres, sino que concentró un siglo de episodios cotidianos de modo que todos coexistieran en un instante.
Esto lo logra el autor de Cien Años de Soledad, inspirado por Melquíades, al no ajustarse a una estructura temporal rígida y realista sino utilizando el tiempo y el espacio con total libertad creadora. Así lo confesó el escritor a Helena Poniatowska, entrevista referenciada en “Las claves de Melquíades”, de Eligio, el menor de los hermanos del Nobel, el cual aporta valiosas pistas sobre la historia de Cien Años de Soledad.
Sobre este aspecto, el tiempo en la novela, Víctor García De La Concha ha escrito:
El tiempo de Macondo corre precipitado, hace trampas al calendario y de pronto se estanca permitiendo que quien entra en ese ámbito pueda recordar una visión corpórea que tuvo mucho antes de nacer. Dicho de otro modo, la barrera entre lo real y lo maravilloso se produce en todas las dimensiones de lo narrado
Para mayor precisión, respetuosamente, nos permitimos puntualizar que esa barrera es permanente transgredida para confusión de los propios personajes de la novela y para el lector, porque los hechos y los diálogos se repiten y generan una sensación circular (circular es el itinerario del hilo de sangre de José Arcadio al “recorrer sus pasos” y volver a su origen en el cadáver del cual surgió), otras veces en una especie de Deja Vu, y en veces en espiral de una cronología que se podría calificar de caprichosa pero que obedece a un efecto deliberadamente buscado por el autor.
José Arcadio seguía releyendo los pergaminos. Lo único visible en la intricada maraña de pelos, eran los dientes rayados de lama verde y los ojos inmóviles. Al reconocer la voz de la bisabuela, movió la cabeza hacia la puerta, trató de sonreír, y sin saberlo repitió una antigua frase de Úrsula.
“-Qué quería –murmuró- el tiempo pasa.
“Al decirlo tuvo conciencia de estar dando la misma réplica que recibió del Coronel Aureliano Buendía en su celda de sentenciado, y una vez más se estremeció con la comprobación que el tiempo no pasaba, como ella lo acababa de admitir, sino que daba vueltas en redondo”. (página 381)
Este manejo del tiempo que le concede más importancia a la simultaneidad que a la sucesión, como lo han observado algunos críticos, permite que en un mismo momento coincidan otros distintos momentos y que en un siglo quepan muchos siglos. La conciencia de ese tiempo análogo al real nos arroja la certeza que la historia contada supera en mucho los cien años.
Por eso, para Pilar Ternera, a sus ciento cuarenta y cinco años mal contados:
No había ningún misterio en el corazón de un Buendía, que fuera impenetrable para ella, porque un siglo de naipes y de experiencia le había enseñado que la historia de la familia era un engranaje de repeticiones irreparables, una rueda giratoria que hubiera seguido dando vueltas hasta la eternidad, de no haber sido por el desgaste progresivo e irremediable del eje”. ( página 448)
De la mima manera que cada integrante de la estirpe de los Buendía carga a cuesta su propia soledad, soledad que los agobia aún después de muertos, ya que aprendieron con Melquíades que hasta se regresa de la muerte porque no se puede soportar la soledad.

 

DELIRIO Y APOCALIPSIS
Ana Piedad sentenció que la magia de Macondo se la disfruta más cuando se regresa a ella que cuando se la descubre por primera vez.
Macondo tiene orígenes inciertos pero un final predicho en los pergaminos de Melquíades que se inicia cuando el último de los Aurelianos lloró de amor, “el llanto más antiguo de la historia del hombre” en el regazo de Pilar Ternera, para quien “no había ningún misterio en el corazón de los Buendía”, a quien confesó y se confesó a sí mismo su pasión por Amaranta Úrsula, con la que le unían lazos consanguíneos que contrariaban los cánones de prohibiciones ancestrales de una familia signada por la fatalidad.
Pilar Ternera oyó la confesión y, con la sabiduría de sus ciento cuarenta y cinco años, con serenidad, sonrió y le anunció: “-En cualquier lugar en que esté ahora, ella te está esperando”.
Con esa frase desató todo. El confeso salió como un poseso en busca del objeto de su pasión y, a las cuatro y media de la tarde, la halló recién bañada, “con una bata de pliegues tenues”, en el momento en que ella se abría la bata que volvió a cerrar espantada. Y empezó una batalla a muerte hasta que ella descuidó la defensa y “ambos tuvieron conciencia de ser al mismo tiempo adversarios y cómplices, y la brega degeneró en un retozo convencional y las agresiones se volvieron caricias”; cuando “una conmoción descomunal la inmovilizó en su centro de gravedad, la sembró en su sitio, y su voluntad defensiva fue demolida por la ansiedad irresistible qué eran los silbos anaranjados y los globos invisibles que la esperaban al otro lado de la muerte”.
El monstruo con cola de cerdo había sido concebido y así se cumplía la profecía de Melquíades.
Empieza el delirio. Un Gabriel perdido en sus alucinaciones evoca a su “sigilosa novia” Mercedes a quien busca sin éxito en la botica que ya es tienda y donde la anciana “que le abrió la puerta con una lámpara en la mano se compadeció de su desvarío e insistió que no, que allí no había habido una botica, ni había conocido jamás una mujer de cuello esbelto y ojos adormecidos que se llamara Mercedes”. Evoca a sus amigos. Al sabio Catalán que regresó a Barcelona. A Alfonso que perdió sus posesiones literarias, sus manuscritos y sus recortes de sueños “en la casa de las muchachitas que se acostaban por hambre”. A Álvaro, quien fue el primero en abandonar Macondo, que “lo vendió todo, hasta el tigre cautivo que se burlaba de los transeúntes en el patio de su casa, y compró un pasaje eterno en un tren que nunca acababa de viajar”. Y a Germán, que se fue con Alfonso un sábado, “con la idea de regresar un lunes, y nunca se volvió a saber de ellos”
Es esta la atmósfera de abandono, desolación, devastación y delirio que marca los últimos días de Macondo, con un Aureliano absorto en descifrar los manuscritos de Melquíades, ajeno al vendaval que amenaza con arrasar a Macondo.
Démosle la palabra a nuestro Melquíades:
Estaba tan absorto, que no sintió tampoco la segunda arremetida del viento, cuya potencia ciclónica arrancó de los quicios las puertas y las ventanas, descuajó el techo de la galería oriental y desarraigó los cimientos. Sólo entonces descubrió que Amaranta Úrsula no era su hermana, sino su tía, y que Francis Drake había asaltado a Riohacha solamente para que ellos pudieran buscarse por los laberintos más intrincados de la sangre, hasta engendrar el animal mitológico que había de poner término a la estirpe. Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugados por la cólera del huracán bíblico, cuando Aureliano saltó once páginas para no perder el tiempo en hechos demasiado conocidos, y empezó a descifrar el instante que estaba viviendo, descifrándolo a medida que lo vivía profetizándose a sí mismo en el acto de descifrar la última página de los pergaminos, como si se estuviera viendo en un espejo hablado. Entonces dio otro salto para anticiparse a las predicciones y averiguar la fecha y las circunstancias de su muerte. Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o de los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”. ( páginas 470 y 471)

 

LA PRIMERA EDICIÓN
El lunes 5 de junio de 1967, exactamente seis días después del 30 de mayo de ese año, fecha en se terminó de imprimir, salió al mercado en Buenos Aires la primera edición de Cien Años de Soledad por la editorial Suramericana.
En este punto, no resistimos la tentación –tal vez influenciados por el espíritu de Melquíades- de compartir el hallazgo que hemos hecho de la recurrencia del número 6 en la vida del autor de Cien Años de Soledad.
En efecto, el nació un 6 de marzo y Mercedes, su compañera de toda la vida, nació un 6 de noviembre. 6 es el número de la casa de protocolo de sus estadías en la Habana. La “Sala Pilar Miró”, la número 6 de la Escuela de San Antonio de los Baños en Cuba, fue el recinto académico donde, por muchos años, todos los diciembres, impartió sus talleres de cine a jóvenes de todos los continentes. 6 fueron los años de su estadía en México, de 1961 a 1967 donde escribió Cien Años de Soledad y fue un día de 1966 (que tiene repetido el 6) cuando Mercedes y él enviaron el manuscrito terminado de la novela a Buenos Aires. Igualmente, fueron 6 los años de su estadía en Barcelona en su casa número 6 de la Calle Caponata, como fue un 6 de diciembre de 1982 que, en un jumbo fletado por Avianca, Gabriel García Márquez viajo de Bogotá a Estocolmo para recibir el Premio Nobel de Literatura.
Mucho se ha escrito sobre Cien Años de Soledad y mucho será lo que se escribirá en el futuro. Pero hay una carta que le envió Carlos Fuentes a Julio Cortázar cuando leyó el manuscrito aún inédito que le enviara su autor, que en nuestra opinión tiene especial significación:

Querido Julio:
Te escribo impulsado por la necesidad imperiosa de compartir un entusiasmo. Acabo de leer Cien Años de Soledad: una crónica exaltante y triste, una prosa sin desmayo, una imaginación liberadora. Me siento nuevo después de leer este libro, como si les hubiese dado la mano a todos mis amigos. He leído El Quijote americano, un Quijote capturado entre las montañas y la selva, privado de llanuras, un Quijote enclaustrado que por eso debe inventar al mundo a partir de cuatro paredes derrumbadas. ¡Qué maravillosa recreación del universo inventado y reinventado! Que prodigiosa imagen cervantina de la existencia convertida en discurso literario, en pasaje continuo e imperceptible de lo real a lo divino y a lo imaginario".
“Pero en algún rincón debe haber un Aureliano con su cruz de cenizas en la frente que venga a protestar contra la crónica del biznieto del Coronel Gerineldo Márquez, corrija los inevitables errores y proponga una nueva lectura, radical e inédita, de los pergaminos de Melquíades. Un día, querido Julio, me hablaste de la novela como mutación. Eso es Cien Años de Soledad: una generación y una re-generación infinita de las figuras que nos propone el autor, mago iniciático de un exorcismo sin fin".
“Y qué sentimiento de que cada gran novela latinoamericana nos libera un poco, nos permite delimitar en la exaltación nuestro territorio, profundizar la creación de la lengua con la conciencia fraternal que otros escritores en castellano están contemplando tu propia visión, dialogando contigo”. Y agrega: “Dialogando con nosotros
Hay diálogo para rato, opinamos nosotros. Para cien años. ¿O más?

 

Notas

  1. Todas las citas y números de páginas de Cien Años de Soledad corresponden a la edición de la novela de Real Academia Española-Asociación de Academias de la Lengua Española, impresión del 6 de marzo de 2007.

 

manuel domingo rojas 350Manuel Domingo Rojas Salgado es abogado, poeta, escritor, historiador y se ha desempeñado como columnista, rresidente editorial de medios impresos, rector universitario y actualmente preside una Institución Universitaria en su país, Colombia. Ha publicado libros de cuentos y de historia y ha sido Alcalde Mayor de su ciudad Cartagena de Indias en dos oportunidades. Algunas de sus obras han sido incluidas en antologías en su país y en el exterior.

 

Material enviado a Aurora Boreal® por Manuel Domingo Rojas Salgado. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Manuel Domingo Rojas Salgado. Foto Manuel Domingo Rojas Salgado © Manuel Domingo Rojas Salgado.

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