¿Apenas se escriben reseñas literarias?

angel rama 250Inédita
En exclusiva para Aurora Boreal®

 

Porque casi no se pagan. Porque pocos las leen. Porque las asociaciones de bombos mutuos las han desprestigiado. Porque las editoriales las han convertido en publicidad. Porque muchos diarios han perdido el mierdómetro y publican reseñas horrendas. Porque las universidades no privilegian textos valorativos tan breves. Porque Twitter, Facebook, chateos y textos electrónicos las han hecho obsoletas…

Un poco de cada causa anterior, quizás en otro orden. Lo cierto es que las reseñas –y en general la crítica— anda a la zaga de la creación literaria, sea o no de ficción: poemas, novelas, cuentos, crónicas, tragedias, ensayos… El crítico en 2017 no sólo puede ser el clásico aguafiestas del que se burlaban en el siglo XIX y en casi todo el siglo pasado; sino una rara ave, especie en extinción, bicho extraño a los actuales recintos de la literatura.

Escasas reseñas en cualquier lengua. De escasa calidad, por lo general, hasta en revistas y semanarios poderosos, de largo –más bien antiguo-- prestigio. Escasas firmas reconocidas. Escasez de alicientes para los creadores, que ven cómo sus libros pasan inadvertidos, instantáneamente olvidados tras la noche de su presentación, con el consuelo de convertirse en long sellers, por el aquello de que el futuro aguanta cualquier pegatina. Escaso circuito para que interactúe el clásico trío emisor-mensaje-receptor. Y para colmo: escasa protección del reseñador, que suele recibir bombones y caramelos deletéreos.

Al casi velorio de la reseña asisten diversos invitados, no siempre dolientes o plañideras. Los más cómicos –hasta cuando se vuelven patéticos— son aquellos autores cuyos respectivos egos tienen pedestales de granito. No resisten la más mínima objeción a sus textos. Ven detrás de ellas sórdidos complots contra sus personas. Cada objeción es sufrida como lanzada por una bruja transalpina, vampiresa de novela gótica. Exigen los calificativos más sublimes, entre los cuales dos o tres “genial”, dos o tres “imperecedero”, dos o tres “incomparable”, arman la melosa melodía que danza en sus oídos. No compararlos con los más sólidos valores del canon, no exaltar su sorprendente originalidad o no asegurar que perdurarán para siempre jamás, son ofensas capaces de engrifarlos. Confunden reseña con panegírico. Hasta lloran de emoción cuando escuchan o leen que son el cogollito de la élite. Darían más risa si no fueran tantos, si no fueran tan burdos, si no albergaran tanto resentimiento ante los que no reconocen su excepcionalidad.

Detrás de los simpáticos ególatras –donde se incluyen muchos académicos de la lengua española-- se mueve una variopinta comparsa. La forman multiculturalistas y multigenéricos y multiraciales y multigeneracionales y siempre multi de algo. De algo donde los valores artísticos y estéticos suelen aparecer subordinados a un credo o doctrina, a una condición o característica exógena a las literarias. Sólo aplauden, en consecuencia, reseñas lastradas por lo que pregonan. Y si no empiezan por exaltar tales “méritos”, sencillamente las consideran deficientes, imperfectas. Impropias de lo que aún llaman “intelectual orgánico”, entre otras premisas neohegelianas, provenientes de la desvencijada estética marxista y las otras filiales deterministas.

Me consta –he padecido en cuartilla propia— los malos humores con los que han reaccionado algunos autores que he tenido el mal tino de reseñar. Omito nombres, aunque no soy culpable de que algún avezado lector adivine de quiénes trato. Al parecer, ahora que busco los ejemplos, este fenómeno suele abundar más entre poetas. Quizás se deba a que la susceptibilidad es proporcional al atiborramiento de autores, que como se sabe ni siquiera suelen leerse entre ellos, porque de no ser así las ediciones –que no suelen pasar de los quinientos ejemplares-- se agotarían, no dormirían en los abochornados closets o sin que nadie las marcara en sus sitios webs.

Tres muestras para no caer en otro atiborramiento: Un cuaderno de poemas que al comentarlo dije que la exiliada newyorquina es una poetisa, femenino de poeta, como lo es actriz y no actor, heroína y no héroe; otro cuaderno cuyo autor mexicano es gay, pero no lo mencioné porque no creo que tal inclinación o actuación o predilección otorgue talento, y porque para aquellos poemas es una información irrelevante, lejana al mediano talento del conocido homosexual; y por último un cuaderno de poemas donde el cubano reside en Cuba y no se me ocurrió ofrecer ese dato periférico, poco significativo para la tranquila valoración sin virus político.

No me quejo, me gusta personificar al crítico literario. Pero hay que tener una fuerte vocación para no abandonar la escritura de reseñas, dejárselas al viento, como soñaba León Felipe para sus poemas.

“¿Serás masoquista?” –una vez me preguntó burlón un amigo colombiano, tras leer unos comentarios donde la rabiosa envidia al libro y al autor que yo valoraba competía con una ignorancia insondable, digna de una telenovela mexicana; con un odio hacia mí por recomendar su lectura que parecía sacado del pavoroso Gabinete del doctor Caligari; comentarios desde luego que escondidos en el anonimato, fea palabra no atajada por publicaciones temerosas de perder clientela y no estar a la altura de la tan falsa –por demagoga e inducida-- moda interactiva.
Tantas reticencias tal vez expliquen por qué muchos periodistas del sector cultural han abandonado la escritura de reseñas para devenir entrevistadores. La entrevista les ahorra trabajo y conflictos. Muchas veces salen del apuro hasta sin leerse la obra o conocer medianamente al autor. Un poeta cubano le sugirió a un crítico que preparaba todo un libro de conversaciones con él, que tenían que dividir los derechos de autor por lo menos a partes iguales. Y tenía razón, tacañerías aparte. La grabadora le ganaba a las horas-nalgas de la investigación y estudio, de la redacción.

No es común encontrar entrevistas donde se disfrute un diálogo crítico, una conversación chispeante donde el entrevistador pinche al autor con sus puntos de vista, productos de su lectura atenta y no de un prontuario que se repite con la misma haraganería que las malas reseñas. Mediocridad y prisa, junto a cicatera remuneración –y la subsecuente baja exigencia--, son los cómplices del bodrio. Un bodrio que indigesta las actuales publicaciones de habla hispana, casi sin excepción.

la casa verde 350En 2017, cuando celebramos que La Casa Verde cumple cincuenta años de haber recibido el entonces prestigioso y primer Premio Rómulo Gallegos, he tenido el enojoso privilegio de empezar a leer varias reseñas que sencillamente indican que las informaciones y juicios son de tijera y goma de pegar, no de la lectura –y menos relectura-- de la que consideramos mejor novela de Mario Vargas Llosa. Diarios prestigiosos en otras secciones, resbalan aquí con reseñas indignas de su público, sea en Barcelona o Miami o Puebla.

De ahí la defensa contra lecturas fútiles, inanes. Por encima de que ahora lo “moderno” parece ser no tener convicciones, no defender opiniones argumentadas; a favor de un relativismo donde la masificación –con su aporte comercial— está determinando la solicitud de reseñas, las prioridades en las ferias del libro. La trivialización como forma evidente del analfabetismo funcional colorea hasta programas de literatura en la enseñanza media de muchos países, según puede constatarse en la relación de obras literarias que incluyen. Novelas sin substancia de la pretenciosa Isabel Allende o supuestos poemas cochinos de Pedro Juan Gutiérrez y sus jóvenes epígonos cubanos --que harían reír a Charles Bokowski y jamás conseguirían una Black Sparrow Press--; parecen nublar las entendederas de entusiastas articulistas.

¿Por qué apenas se escriben reseñas literarias?, es una pregunta que puede complementarse: ¿Por qué se escriben reseñas sin un mínimo de profesionalismo? Lo evidente es que son pocas y suelen ser malas, ásperos adjetivos que arman mi opinión. Una opinión tal vez provisional, aunque ya no entro a beber al Bar Esperanza.

Lo armo a partir del conocido chiste francés: Un famoso crítico parisino recibe la invitación de un poeta a cenar en el excepcional La Tour d’Argent, esquina opuesta al Pont de Sally, sobre el Sena. Por supuesto que acepta. En las dos semanas siguientes se suceden las invitaciones: L’Olympia, Opera Bastille, Moulin Rouge, Lido… A los postres en el exclusivo Epicure, mientras el camarero abría la oportuna botella de champán, el poeta le comenta que acababa de salir su último cuaderno de poemas. El crítico, tras un breve sorbo, le dice que enseguida lo había leído. El poeta se decide a lanzarse a fondo: “Pero usted no le ha escrito ninguna reseña”. El crítico apura la copa, la llena de nuevo. Responde: “Caramba, hay un equívoco. Yo pensaba que sus atenciones eran por mi silencio”.

¿Serán del silencio las mejores reseñas? ¿Existe alguna que por casualidad no responda a ritos sociales o compromisos amistosos? ¿Es que tal vez los avances electrónicos las han hecho obsoletas, aunque el pobre crítico tenga que apurar un café con un pastelito de guayaba, en alguna esquina de Madrid o Bogotá, de Ciudad de México; apenas un croissant en París con aguacero y sin euros?

Sin embargo, esta misma mañana empezaré a escribir –a gusto— unas tres o cuatro páginas para leer en la presentación de un libro de poemas. Tales textos de introducción, prólogos o notas de contracubierta, son las que a veces convierto en reseñas. ¿Seré masoquista? ¿Funciona como si fuera un vicio que por edulcorarlo disfrazo de vocación crítica? Quizás se deba a un refrán que dice: “Perro huevero, aunque le quemen el hocico”. O no. Más sencillo: son aquellas reseñas de Jorge Luis Borges y Octavio Paz las que me atan al oficio, con las que juego a lograr un pequeño desvío llamado clinamen, acentos y guiños, tributos que me proporcionan un placer inefable cuando los escribo.

Porque hay un placer cuando se trabaja en una reseña o recensión que parte de apuntes al texto, subrayados en el volumen o pantalla, colorines para destacar o denostar, búsquedas de referencias o de otros libros, verificaciones de citas y autores, redacción de la primera versión, tachaduras y añadidos, alertas para no confundir opiniones con evidencias, preguntas a la sintaxis, dudas sobre la amenidad, ocurrencias previas a la versión no definitiva porque esa no existe –los tips están en Google--, sino que se manda a la publicación correspondiente para salir de ella o porque se venció el plazo o llegó la fecha de la presentación, que en algunos países llaman bautizo y en otros lanzamiento.

Sin embargo –autores empecinados, contratados o fortuitos incluidos--, lo cierto es que apenas se escriben reseñas en proporción justa a los libros que se publican. Apuesto que ni una por cada diez libros de ficción y ensayo… De ahí también se deriva que encontrarse una polémica entre comentaristas de un autor o libro –tan beneficiosa para mover los mares literarios-- es tan insólito como enterarse de que un nuevo cuaderno de poemas se ha agotado; salvo cuando se trata del descubrimiento de un inédito perteneciente a un poeta canónico: Un Heberto Padilla que hubiera olvidado en su natal Puerta de Golpe una libreta con poemas manuscritos; un Juan Gelman que tradujo pero mandó a su nieta los últimos poemas de su heterónimo Sidney West…

El prefijo Re y el sustantivo Seña, exhiben varios significados. Cuando se juntan doblan la apuesta de identidad. Las señales repetidas –claro está— dependen del centro emisor y del objeto cuya independencia siempre está modulada, en crisis, investida de nuevas contingencias… La cierta provisionalidad, sin embargo, no debe amedrentarnos, apostamos siempre a que la re-seña acierte hoy y deje algo para mañana. Ahí radica el placer del juego valorativo, que paga la factura. Tal vez si insistiéramos en ese placer hallaríamos más reseñadores, aunque el horno de estos tiempos se empeña en romper cualquier calma, no está --¿cuándo lo ha estado?— para galleticas exegéticas de obras de arte literario.

En Aventura, otoño y 2017

 

jose prats sariol 351José Prats Sariol
La Habana, 1946. Hizo estudios de literatura en la Universidad de La Habana con una tesis sobre José Lezama Lima. Es crítico literario, novelista, ensayista y catedrático universitario. Actualmente es profesor principal de literatura en la Arizona State University. De José Prats Sariol (La Habana, 1946) dijo José Lezama Lima: “Armado de un sentido crítico que colma en la balanza la trenza de la lechuza y el arcoíris del sunsún”, para caracterizar su internacionalmente reconocida obra. A sus novelas Mariel, Lila y Guanabo gay, se suman varios libros de cuentos, en el 2013 publica su libro de cuentos Por si o por no en Editorial Aurora Boreal®. Ha publicado también libros de crítica literaria: Por la poesía cubana, Criticar al crítico, Estudios de poesía cubana, Pellicer río de voces, No leas poesía y Lezama Lima o el azar concurrente; se enriquecieron en 2016 con dos nuevos títulos: Leer por gusto y Erritas agridulces. En el 2016 también apareció Sangre en Níjar (cuentos) y en 2017 publicará su nueva novela Pobre corazón.

Material enviado a Aurora Boreal® por José Prats Sariol. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de José Prats Sariol. Foto José Prats Sariol © José Prats Sariol. Carátula La Casa Verde © y foto de Ángel Rama tomados de internet.

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