Ensayo
Inédito
Suelo leer varios libros a la vez. La afición es bastante común. En mi caso concierta azarosamente los volúmenes, aunque trato de que pertenezcan a distintos géneros literarios. Nunca dos de poesía o dos de ensayo o dos novelas; aunque generalmente tengo tres o cuatro al retortero. Sin que nunca falte uno de poemas, lectura esta última que dejo para la cama, pero ahora sólo de poetas reconocidos. Porque los que desconozco sólo los descubro de mañana, ya que en ocasiones me premiaron con pesadillas tenebrosas, hasta despertar con la angustiosa certeza de que el autor me acorralaba para leerme otro fajo de lo que llamaba –suspirando— poemas.
Justifico la costumbre bajo el pretexto de que recrudece la amenidad, pero no estoy seguro. La incertidumbre –magia contra las vagancias de la certeza— me impide recomendar la manía combinatoria. Aquella vez la coincidencia fue entre ensayo y biografía: Masa y Poder de Elías Canetti y César de Gerard Walter.
Masa y poder la había leído en dos ocasiones porque me abrió los ojos ante las ideologías cerradas de la modernidad, hasta convertirme para siempre en un admirador del genial escritor de origen sefardí Atesoro sus primeras ediciones en español, dicha que debemos a Mario Muchnik, editor entre editores, hasta sus aforismos y memorias; aunque hoy disfrutamos de sus Obra Completa en la Editorial Debolsillo, hasta el séptimo tomo.
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- Por José Prats Sariol
El rostro del hombre delata en los pliegues de la piel que hay una vida vivida. No se trata de edad sino de intensidad. La frente ancha hace intuir que se está en presencia de un hombre de pensamiento. El bigote áspero y las cejas espesas hablan de ancestros de tierras y aguas distintas a las de su caribe natal. La boca y sus labios señalan sensualidad y sibaritismo. El mentón, determinación. Los ojos, no sólo inteligencia sino sabiduría, una sabiduría innata recibida genéticamente de estirpes marcadas por la soledad.
Si imagináramos un imposible viaje a las neuronas y los recónditos rincones del cerebro de este hombre, tendríamos que penetrar por sus pupilas tatuadas de fantasías y sueños. Y al navegar a través de los circuitos eléctricos de su masa cerebral, nos encontraríamos con la sorpresa de no encontrar algo que explicara su capacidad de invención para crear mundos nuevos y reinventar lo conocido.
Con razón otro sabio que deslumbró a la humanidad, Albert Einstein, afirmó que sólo la imaginación es superior al conocimiento. Porque tenemos que partir de la premisa que en este mago de la palabra, este prestidigitador de ideas, lo esencial es eso: su imaginación. Una imaginación sin límites que tiene sus raíces en la capacidad de asombro que cultivó en su infancia y jamás lo abandonó. Asombro frente a la cotidianidad, los hechos y las cosas que la mayoría de los seres humanos aceptamos sin descubrir sus aristas de singularidad y portento.
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- Por Manuel Domingo Rojas Salgado
El temor a la errata es la única inmoralidad que puede
cometer un escritor que escriba con libertad y libertinaje
Ramón Gómez de la Serna
Me encanta una aparecida en el siglo XIX, en El Nuevo Regañón. La afirmación debía decir: "Un oído delicado es imprescindible a todo buen poeta". Y apareció: "Un odio delicado es imprescindible a todo buen poeta". Cuando José Lezama Lima me la mostró en la antigua Sociedad Económica de Amigos del País, se limitó a comentar —asma risueña— que el ángel de la jiribilla y no la desidia de un tipógrafo, había colocado la frase en su sitio exacto.
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- Por José Prats Sariol
Sobre algunas frases de grandes escritores se han escrito verdaderos tratados, se ha desparramado toda clase de hermenéuticas, tanto, tan densas y presuntuosas que terminan por asfixiar la inicial intención de la frase, escrita para enfrentar una encrucijada personal o para exorcizar un fantasma del pasado. La frase de James Joyce " ya que no podemos cambiar el país, cambiemos de conversación" se ha prestado a fáciles simplificaciones, a enjuiciamientos apresurados por su presunta irresponsabilidad respecto a los graves acontecimientos que estaban sucediendo en Irlanda en la lucha del movimiento nacionalista por lograr la independencia de Inglaterra lo cual llevó a una larga y cruel guerra donde los nacionalistas terminaron por caer en el más despiadado terrorismo, por convertirse en una secta de fanáticos que consideró que quienes no los apoyaban se convertían en sus enemigos de manera que el número de víctimas civiles aumentó considerablemente. Uno de los primeros films de John Ford plantea la figura del traidor desde la perspectiva de códigos crueles que ejecutaban a sangre fría a quien consideraban como un desertor. La política convertida en un dogma transforma en fanáticos a sus seguidores. Camus en Los justos daría un implacable análisis de estos fanáticos capaces de convertir lo político en un acto delincuencial, de matar inocentes en un atentado con tal de "llevar adelante la causa"
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- Por Darío Ruiz Gómez
Ambrose Bierce, el autor del logrado cuento “An occurrence at Owl Creek Bridge” (traducido en español como “El puente sobre el rio del Búho” 1), es uno de los más afamados escritores estadunidenses en el estilo de la sátira.
Crítico implacable de Henry James, Jack London, entre otros, a Bierce se le conoció como “biter Bierce” (Bierce, el amargo) y “the devil’s lexicographer” (el lexicógrafo del diablo).
Sobre la prosa de Bierce, el escritor y gran crítico literario Julio Cortázar manifestó que “An occurrence at Owl Creek Bridge” era uno de sus cuentos preferidos (“Algunos aspectos del cuento”, 1962-1963) e incluso debido a ello décadas después se editó Cuentos inolvidables según Cortázar (Alfaguara, 1984) en el que figuran Bierce y el cuento que es material de análisis en este artículo. El despliegue de técnica literaria concerniente a la ruptura del tiempo hace de este cuento memorable, uno de los mejores textos -- sino el mejor-- de Bierce y al mismo tiempo un cuento representativo de la literatura norteamericana.
Asimismo, Bierce tiene otros textos de gran valía, entre ellos: “The Stranger” (El forastero), “Haïta the Shepard “(Haïta el pastor), “The Eyes of the Panther” (Los ojos de la pantera), “The Dead of Halpin Frayser” (La muerte de Halpin Freyser), solamente por mencionar algunos; Bierce creó una producción tan cuantiosa que a Walter Neale (su editor) le tomó cuatro años (1909-1912) poder publicarla en doce volúmenes. Un muestra de la vasta literatura escrita por Bierce puede observarse en The Complete Short Stories of Ambrose Bierce (The University of Nebraska Press, 1984).
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- Por Hemil García
Un reconocido blog cubano reproduce dos “poemas” (sic). ¿Qué pasa con la poesía cubana? ¿Por qué hemos perdido la capacidad de separar las “explosiones biográficas” de los caminos de la poesía?
Cinco centavos era dinero, pero poquito. Hoy la frase ha desaparecido: nada está a dos por cinco centavos del gaseoso peso cubano, salvo los poetas en los blogs. Una patada y debajo del sitio web brotan cuatro, en ocasiones hasta siete.
Borges previó la inundación, aunque la bufonada era de André Gide: “¿Qué hacer por los poetas jóvenes?” “¡Disuadirlos!” ─ contestó.
También se cuenta que uno de ellos le entregó su cuaderno. Borges le preguntó el título. “Con la patria adentro”.
“¡Qué incómodo!” ─ respondió acongojado.
Dentro y fuera de Cuba, con o sin la patria adentro, hay una epidemia de “voces”, en cualquier género literario. La Academia tampoco se salva del torrente. Tampoco se libró de la lengua luciferina de Borges: “¿Cultura universitaria? Oxímoron”.
El oxímoron ─ la “combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido” ─ cae como un silencio sonoro en el ciberespacio, aunque también sobre papel, lo mismo en Miami que en Holguín, en Pinar del Río que en Madrid o Ciudad de México.
Esta semana de noviembre he recibido invitaciones “poéticas” (sic) en cinco blogs, cuatro correos y una revista de abolengo. Juro que salvo un poema, el resto son homenajes a las agudezas de Borges. Y el legible, por cierto, no en la revista Unión.
En el blog que motiva estas líneas se reproducen dos textos ─ imposible llamarles poemas ─ de una “escritora” que como por arte de trivialidad, ornada de cierta aura comercial, ha alcanzado que su nombre suene.
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- Por José Prats Sariol
En los últimos decenios el género memorialístico ha cobrado auge y prestigio con la aparición de textos autobiográficos de escritores tan notorios como Vargas Llosa, El pez en el agua (1993), Alfredo Bryce Echenique, Permiso para vivir (Antimemorias) (1993) y Permiso para sentir (Antimemorias II)(2005), José Donoso, Conjeturas sobre la memoria de mi tribu (1996), o Gabriel García Márquez, Vivir para contarla (2002), por nombrar solo algunos. Pues bien, en lo que sigue la intención es proponer que Rubén Darío, además de ser el fundador de un nuevo lenguaje poético en castellano, abre una veta en la escritura autobiográfica contemporánea en las letras hispanas. En concreto, la cuestión que esta contribución pretende perseguir es la autorrepresentación del autor en relación con el poder estatal. Para este fin se incluirá alguna referencia a La ciudad letrada de Ángel Rama y a Teoría de la vanguardia de Peter Bürger.
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- Por Julio Jensen
Inédito
1
No sabría explicarlo a satisfacción. Dedico mis días al infatigable sortilegio de interpretar las letras que otros han escrito y al extravagante oficio de trazar las mías propias. Sospecho que en el primer asunto es inevitable incurrir en frecuentes tergiversaciones y que, en el segundo, resulta casi imposible juntar dos palabras con acierto y armonía. Y sin embargo ―a vicio de insistir―, me corren ya tantos años en estas inquisiciones que han terminado convirtiéndose en mi destino. Soy muy consciente de lo que significa haber crecido entre libros, en una casa donde siempre se honró la literatura; pero esta mezcla de alborozo y de recóndito martirio que me produce el ejercicio de las letras tiene para mí el valor de una inclinación misteriosa. ¿Por qué me duele tanto esto que al mismo tiempo me gratifica y me embriaga? Quizá ni debería planteármelo y seguramente jamás llegaré a comprenderlo. Sé que ha habido autores declaradamente felices con su vocación, de modo que se permitieron agudezas contra “las agonías de la creación” ―así lo hizo E. M. Forster―. Hay otros que fueron verdaderos ascetas de la escritura y que pregonaron su padecimiento tanto como les fue posible ―ése es el caso del gran Flaubert―. Desde luego, jamás podría alinearme en ninguno de estos bandos, junto a escritores tan admirables. Ambos signos me atraviesan.
Dicho esto, no descarto la opción de proseguir hacia una afirmación categórica. La cualidad primera de una obra literaria es la sinceridad. No hay pericia técnica ni destreza estructural capaz de redimir un embuste de su infame condición. Todo lo contrario: cuanto más se insista en encubrirlo, más evidente será un truco; cuanto más se procure maquillarlo, más chapucero se hará el artificio. A lo largo de los siglos, la literatura ha estado ligada a la revelación, a la iluminación de las más profundas regiones del alma; allí radica su trasfondo místico, allí su perdurabilidad. Y dado que hay aspectos de la naturaleza humana que sólo pueden inquirirse literariamente, resulta imperativo para el escritor adentrarse en esos abismos, tener el coraje de honrar su propio talento apelando a toda su capacidad para ser sincero. Los demás caminos tienen apenas el valor de lo accesorio, de lo anecdótico. Sabemos que nuestro tiempo, sin embargo, ha convertido la tergiversación en su distintivo primordial; por esta ruta ha hecho del éxito, precisamente, el mayor de sus fetiches. De esta suerte, poco importa ya que una obra sea reveladora; basta con que tenga la capacidad de entretener, de recrear masivamente. Con el autor pasa otro tanto: lo fundamental ahora es que sea públicamente un escritor. Aunque no escriba.
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- Por Alejandro José López
En el Prefacio de Cantos de vida y esperanza, Rubén Darío (l867-1916), escribe unas palabras enigmáticas, llenas de una oscura profecía, que todavía nos asombra, interroga, “Yo no soy un poeta para muchedumbres. Pero sé que indefectiblemente tengo que ir a ellas”. A cien años de su muerte, estas palabras nos persiguen y acusan. Estoy releyendo esas palabras de Darío, palabras que he marcado en amarillo, y que saltan de la página “Yo no soy un poeta para muchedumbres. Pero sé que indefectiblemente tengo que ir a ellas.”
¿Cuál era la idea de muchedumbres en Darío? Muchedumbre, al menos yo, la asocio con el pueblo, con la gente de la calle, los mercados, los taxistas, la muchedumbre, gente pobre, muchedumbre que viven en su pobreza de cada día. ¿Un poeta para muchedumbres? Las estadísticas, a pesar de ciertos avances en la educación de Latinoamérica, siguen siendo alarmantes, la cantidad de gente que no sabe leer ni escribir, es tristemente, impresionante.
¿Visionaba Darío a esa muchedumbre iletrada, pero que algún día, por la honestidad de los gobernantes tendría pan y letra, pan y palabra? Más y más el pueblo se ha quedado sin pan y sin palabra y la honestidad de los gobernantes nunca se ha realizado. En el tiempo de Darío la situación del pueblo, de la muchedumbre, no era mejor que ahora. El mismo se quejaba del ambiente cultural del tiempo en que le tocó nacer, y sin embargo, hay en su profecía un optimismo que encontramos en algunas de sus poesías, un optimismo no tan sólo por la mejora económica de Latinoamérica, sino por un avance en la educación y la cultura. Las estadísticas de los analfabetos en esos países que cantara Rubén, nos golpean y levantan su dedo acusador.
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- Por Horacio Peña
Paradiso
José Lezama Lima
Ilustrador carátula Fajad Jamis
Páginas 616
1966
Arrogante certeza: Una vez le preguntaron a Lezama: “¿Para quién escribe?” Respondió: «En un himno atribuido a Orfeo se dice: ‘Sólo hablo para aquellos que están en la obligación de escucharme’. Que esa sentencia órfica nos acompañe siempre”.
Su única novela --¿iniciática?, sí, pero mucho más— ejemplifica esa selectiva obligación. Cincuenta años después de la edición príncipe –Ed. Unión, La Habana, 1966— se comprueba que es la novela contemporánea de habla hispana más mencionada y menos leída. Tal es mi experiencia. Cientos de diletantes la mencionan junto a su manierista autor para prestigiarse, pero en cuanto se les pregunta qué opinan de Oppiano cuando un portero cuenta que fue a llevarle un heliotropo a Proserpina o sobre su hermana Inaca Eco tras el ciclón; Foción nadando en la boca de la bahía habanera o acerca del epicureísta almuerzo de Rialta en el Capítulo VII..., cambian a engurruñarse cinco segundos con raras ofrendas y gestos para mudos.
Un enjambre apenas ha leído el erótico Capítulo VIII. Otro una reseña sobre la censura que sufrió entonces por parte de la dictadura “machista” y “casta”; capaz de sacar Paradiso de las librerías –como hizo--, ante la acusación de que se trataba de una obra contrarrevolucionaria y homosexual, decadente y extranjerizante, pornográfica e ininteligible.
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- Por José Prats Sariol
EL POEMA: ¿ÚLTIMO ANIMAL VISIBLE DE LO INVISIBLE?
El primer poema de Valente es una referencia a Quevedo. Se llama "Serán ceniza..." y en él el poeta "cruz[a] un desierto y su secreta / desolación sin nombre. El corazón / tiene la sequedad de la piedra / y los estallidos nocturnos / de su materia o de su nada." Comprueba que "hay una luz remota, sin embargo" y sabe que no está solo: tienta cuanto ama, lo levanta hacia el cielo "y aunque sea ceniza lo proclam[a]: ceniza" (Punto cero, p.13) 1. El lector en el umbral de la obra interpretará quizá la luz remota que brilla en el poema como el fulgor de la esperanza que guía al poeta hacia la salida del desierto, de la desolación, del sin nombre, de los estallidos de la noche. El lector se sentirá también tentado de completar el verso de Quevedo: "Serán ceniza, más tendrán sentido". No le faltará razón al lector, pero, interpretando el poema de manera tan precisa, acaso limitará o cerrará precisamente el sentido de esta poesía o su intención: los poemas de la obra se van a configurar paradójicamente como la travesía de un desierto o de una noche, de muchas noches y desiertos en espera (o esperanza: es lo mismo) de que nos abran la salida a la noche y al desierto, fuentes de todo mirar y de todo decir.
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- Por Américo Ferrari
Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón
Albalucía Ángel
Novela
Primera lectura: 1981
Tenía 17 años cuando leí Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón de Albalucía Ángel. Seis años antes la novela había sido premiada y publicada, y sometida a una censura vergonzosa. “Pereirana desvilorada gana el premio Vivencias”, fue el titular con el que se inició la arremetida feroz de una crítica vocinglera, tendenciosa, malintencionada y, sobre todo, incapaz. Yo era un adolescente nostálgico e inquieto perdido en las novedades de esta ciudad que aún me resultaba desmesurada y era también, como esos primeros lectores de La pájara, un lector incapaz. Recuerdo mi esfuerzo por superar, párrafo a párrafo, las 325 páginas de la edición de Plaza y Janés. Leía la novela con apatía y a ratos con rabia. Muchas veces dejé el libro en el entrepaño con intención de olvidarlo, pero lo volvía a tomar horas después y persistía, contra mi propia decisión, en su lectura. Me apabullaba mi torpeza de lector: no era capaz de completar el argumento, no lograba discriminar una historia de otra, no podía reconocer las voces, no era capaz de conectar los tiempos, no entendía los referentes, no comprendía nada. Pero algo me hacía avanzar por sobre mi propia incomprensión: reconocía en esos retazos de historias las historias que me contaban en la infancia los viejos del pueblo; revivía en la historia de los Araque y su gesta colonizadora, la historia de mis ancestros y el viaje épico que los llevó a la fundación de Caicedonia; encontraba en la infancia usurpada de Ana mi propio despojo; los estudiantes levantados contra el gobierno de Rojas Pinilla y asesinados por la dictadura eran los estudiantes levantados contra el estatuto de seguridad de Turbay y asesinados por el régimen; los asesinos de Valeria y torturadores de Lorenzo eran los temibles agentes del DAS (Departamento Administraivos de Seguirdad) que seguían torturando y asesinando con absoluta impunidad. Mi persistencia en esa primera lectura, lo entendí luego, se debía a que reconocía en esas historias de La pájara los fragmentos de un país que nos habían heredado las generaciones anteriores, el mismo país que yo habitaba en ese atribulado año de 1981. Aunque mi comprensión de la novela fue pobre en extremo, me reconocí en ella.
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- Por Óscar Osorio
Resumen de la presentación de Esther Andradi durante el Festival de Literatura de Copenhague, 2015.
Esther Andradi: Argentina. Escritora, nacida en Ataliva, un pequeño pueblo de la pampa santafesina residió en diferentes países. Actualmente vive en Berlín y Buenos Aires. Ha publicado testimonio, cuento, microficción, ensayo, poesía y novela. Sus relatos figuran en numerosas antologías en diversos idiomas. Sus crónicas circulan en diferentes medios de América Latina y Europa. Autora de las novelas Berlín es un cuento, Sobre Vivientes, y Tanta Vida, ha compilado, entre otras, la antología Vivir en otra lengua.
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- Por Esther Andradi