El cuerpo de los sueños. Detrás de la imagen: la poesía de Martha Canfield

canfield_001¿Cuáles serían, me pregunto, los trabajos del poeta en nuestro siglo digital? ¿Contaremos

de nuevo versos como si fueran los diez dedos de Pascal buscando el hipertexto? ¿De qué esfera cibernética emergerá la música del poema? ¿Cómo luchará el poeta contra los virus electrónicos imparables borrando versos a más velocidad que críticos y académicos? El poeta, testigo único y nulo por naturaleza, del hacer y deshacer de la ciencia y el progreso, seguirá reportando a las alturas el ver y estar de su tiempo. ¿Cómo puede siquiera intentar soluciones a los problemas de la humanidad si no los ha creado? El poeta es inocente del pecado de soberbia y arrogancia que impulsa nuestros mecanismos económicos y políticos. El determinismo del pensamiento político y filosófico actual entierra las dudas, cavilaciones, preguntas del poeta bajo capas de acerada certeza, producto de una realidad modelada por el mismo pensamiento científico.  La ciencia crea domesticidad, la poesía no. Así, la ciencia nos ha enseñado a aceptar el cambio como progreso. Lo peligroso de este condicionamiento es que también ha sido inoculado al acto creador. Afirmo entonces que buscar el cambio en poesía es como buscar una alteración de los elementos, del tiempo y del espacio: sólo se modifican las circunstancias. Si sabemos que la poesía es un solo, único poema desde el principio de las cosas hasta el fin, entonces podemos asegurar que también ella se escapa por los huecos que se abren en estos extremos, y así se establece su permanencia, su presencia. El antes y el después de la poesía la coloca más allá de la ciencia. 
La poesía de Martha Canfield, aunque atenta siempre a su temporalidad, no presenta ese jadeo, esa acezante angustia por la novedad que tanto caracteriza a muchos poetas de hoy: movimiento concéntrico el de éstos, que deja la ilusión de progreso, pero que en verdad, dadas las leyes internas de la poesía, no es más que un girar en su mismo eje. Lírica desde su fundación, la poesía de Martha Canfield no atiende a estos estremecimientos externos, sino a la afirmación de una voz centrada en la búsqueda de un rostro vivo, que emerja de las aguas y su transparencia, lo cual coloca a la autora en el horizonte multidimensional de la poesía. Dueña y señora del oficio mayor, ella elabora así el tejido que nos da la totalidad de su poesía: cuerpo de la imagen que deviene forma viva, tan dentro del espacio y el tiempo que desde siempre nos rodean.
Pienso así frente a este hermoso libro, El cuerpo de los sueños. el cual desde sus comienzos nos permite entrecruzar las ideas del vuelo, de la luz y del ver. Unión de lo sensible con lo inteligible, éstas se traducen en el ir del deseo y el cuerpo, en el estallido de la página en blanco y en la presencia de un yo poético que se nos aproxima con voz tan suave como si viniera de un allá de sombras, sueños y recuerdos. Aunado a la presencia definitiva del amor y el fluir de lo sensual y lo corporal, un mundo natural se despliega a nuestro paso: es la lluvia, el sol, es la planta y su árbol, el aire y su tormenta y su niebla, es también "la tierra en medio de los mares", las "rocas tormentosas", las "piedras negras". Lo material se conjuga en lo espiritual, lo cual nos lleva a un cruce de caminos donde la geometría interna y externa del poema se resuelve en esa realidad/ilusión que hace presente la perspectiva, la línea de oro, como lo querían los pintores renacentistas.
Si nos detenemos en los primeros versos del poema que da nombre al libro, "El cuerpo de los sueños", podemos ver esto más claramente: "Detrás de una imagen / de reflejos cruzados / veo la silueta de tu cuerpo // Tu cuerpo está en mí / y mi deseo se nutre de tu imagen / hasta volverse cuerpo en ti". He aquí algunas de las claves del hacer poético de Martha Canfield. En primer lugar, la realidad del cuerpo no está en la imagen sino detrás de ella, pero esta realidad es sólo visible en el ser de sus líneas que la limitan y definen, las cuales precisan del entrecruzamiento de reflejos que construyen esa imagen superpuesta para hacerse realidad en el cuerpo deseado, gracias al salto metafórico que logra la unión de los cuerpos, ya que el hablante lírico ha hecho el camino confluyente.
Es esta idea de los entrecruzamientos, de las confluencias, del ir y venir en direcciones que se encuentran, la que podemos utilizar para entrar y salir de la serie de laberintos que nos presentan estos. Si el hilo de Ariadna es el deseo, el amor y todas sus variantes del gozo y del dolor, la persistencia de lo geométrico, no tanto en los volúmenes sino en las superficies, es la realidad espacial, ya que pocas veces sus poemas se resuelven por la línea temporal. Y es de notarse que la línea horizontal, que prefigura agua y mar, distancia y punto de vista, predomina en muchos de los poemas, y si hay una verticalidad ya es oblicua, como la luz que hallamos en las pinturas del Renacimiento. Y es así cómo esa ausencia/presencia del amor trasciende lo físico para buscar lo sublime, "Que el abismo del tiempo sea / el vacío de ti / sin ti". Está claro que una sensibilidad de cristal y una inteligencia de extremos, son los requisitos esenciales de la poesía de Martha Canfield. Recordemos entonces las hermosas palabras de Raúl Gustavo Aguirre: "El compromiso de la inteligencia es estricto: ella debe iluminar. Pero iluminar en ciertos terrenos, sólo significa hacer más patente el misterio". Y pidamos al lector que, contrariando las coordenadas barrocas de tanto quehacer poético en América Latina, busque aquí, "detrás de la imagen", la belleza que entre aire, luz y vuelo nos traen estas iluminaciones, entre cuerpos y sueños, de Martha Canfield.

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