Para amistar a los hombres

poemas hombre 152Poemas del hombre y Habitantes del aire
Óscar Hernández
Poesía
Sílaba Editores
ISBN: 978-958-8794-95-2
Páginas:122
2016

 

 

 

Quien reclama que la poesía vuelva a ser el canto esencial del rapsoda, el festejo balsámico de la aurora y la liturgia celebratoria de la vida, sabe que la palabra en su manifestación prosaica, debe nutrirse del pase prestidigitador que descubra la cara sublime del mundo adocenado. En la precariedad que supone la sucesión de los días en el calendario; en la esquiva épica callejera de quien obra como un antihéroe en el teatro de la vida, y en el hombre agotado en las fórmulas rutinarias, la poesía se asoma para condensar la aspiración perdurable de todo mortal.

Lo sabe muy bien Óscar Hernández, quien desde su fundacional libro Poemas del hombre, indagó por el minuto sagrado que provee el pan a quien actúa alejado del abrigo tutelar de la pretendida gloria : “Además, conocemos apenas muy contadas palabras, sabemos dos, o tres, o cuatro…Que digan los poetas: atardecer, crepúsculo, navío; nosotros no entendemos más que cuatro palabras, la última es arroz. Hay que escribir para los hombres, para el ladrón y para el santo. Los hombres del mundo dicen sencillamente: hombre, caballo, alambre arroz”. Son éstos, en su concepción sincera y asimilado tono, los poemas de quien se propone humanizar.

poemas hombre 300Para el hombre, aquel ser cambiante vestido algunas veces con el traje de la historia y casi siempre ataviado con el raído disfraz de la desesperanza, la sospecha de que las plegarias no son atendidas por las deidades de los indescifrables olimpos, siempre lo ha rondado a hurtadillas. Así, esta poesía que atrapa las resonancias del peruano que desde Santiago de Chuco advirtió que su nacimiento se había dado un día en que Dios estaba muerto, reinventa en piedad lo que en otros es grito lastimero. Implora, con la certidumbre y la fe propia del penitente, la protección para los que el poeta conoce y convierte en merecedores de su oración: “Protege, Dios, a la mujer sencilla, a la que dobla sábanas y mantas, a la mujer que usa zapatos negros en la casa y que lleva en la calle un clavel y un vestido de tela – dibujada por obreros humildes-.”

Óscar Hernández, no ha sabido de credos de vanguardia y cartillas de movimiento. Abogó, con infrecuente arrojo, por una poesía no encarcelada en los entresijos del lenguaje. Optó, con precisión de curtido orfebre, por buscar la poesía en sus semejantes. La suya, no es la visión del literato. Es la óptica de un hombre que fraterniza gracias a la palabra porque está convencido que ella no es instrumento sino el vínculo con los recuerdos y los hechos. “Amo a todos los hombres con sus cabezas grandes y sus orejas largas; amo sus piernas cortas y sus vientres redondos; amo el engaño del tendero y su montón de farsas. Amo el paquete que suda bajo el brazo y espera el hambre familiar”.

En su segundo libro, Habitantes del aire, ya sea el soldado que descubre la inutilidad de sus balas o la señora que se lamenta y no teme al rapto de la muerte, el poeta se torna alado e irónico. Con seguridad, sus años de reportero y cronista, sus desvelos en el recuento de los fastuosos episodios que de manera inexorable conducen al olvido, hicieron de Óscar Hernández un poeta que observa con sorna la palabra cuando ésta se hace accesoria en la aprehensión del instante. Contempla con desparpajo el tren de la existencia que pasa raudo y dispersa las partículas de una tierra sin nombre que nubla la mirada. La risa, que aflora en la comisura de los labios, se asoma para seguir dando vigor al poeta.

Los seres que lo obsesionan son los refugiados en el éter que se desvanece. Aquellos que como volutas de humo se esfuman con los vientos de la tarde. Los mismos que ven el reloj con sus manecillas precisando un tiempo que todo lo envejece pero nadie gobierna. Por eso su amargura es feliz y sus epifanías esconden un pliegue de tortura. “Tiene que existir el desdichado, así como el que besa alegre, el que muere siempre, a toda hora, y el pobre que dirá sí, toda su vida. El que se queda, el encargado de agitar los pañuelos y comprar los boletos para otros. Así como el que besa tiene que haber el desgraciado, el hacedor de lágrimas que recibe, de lejos, recuerdos, sellos de correo, noticias malas y triunfo de los otros”.

No deja ser insólito en el panorama de la poesía colombiana que estos dos primeros libros de Óscar Hernández, en su carácter misceláneo y la vez orgánico, no cifren su construcción en los bocetos preconcebidos de la escritura programática. Cuando el poeta sentencia “Yo no sé nada, yo no entiendo nada, conozco apenas el agua y no la entiendo, la bebo y no la entiendo, la llamo por su nombre y no la entiendo”, retorna a la misión prístina de la creación natural y silvestre: celebrar y convertir en arte, libre de los procederes mecanizados, lo que el alquimista observa.

Es inevitable imaginar a Óscar Hernández en la madrugada al cierre de la edición revisando los hechos del día. En la sala de cualquiera de los periódicos que lo alojaron en sus años de periodista, con la taza rebosante de café cargado para espantar la emboscada del sueño, debió de experimentar un vacío. Debió creer que lo narrado en sus crónicas le era incompleto para testimoniar la jornada. Sospechar, que una manifestación profunda labrada en su lírica de barrio se hacía inaplazable en su palabra de paciente poeta.

Al tomar la libreta en sus manos, aparecían versos convertidos en poemas salmódicos : “ Compañeros del mundo: esta vida es la mía como es la vuestra vuestra y hoy os digo, nunca mejor que hoy para améis los huesos y la sangre, y vuestras sabias coyunturas, porque después, habitantes del mundo ( que simple y hondo) ¡ Nos vamos a morir ¡”. Como un milagro más cometido por este hombre transmutado en su obra en pastor laico que humaniza el hambre y la belleza, la muerte y el llanto, la extrañeza y el desamor, reaparecen, para recordar que su palabra se nos ha convertido en fuente imprescindible, estos dos primeros libros de Óscar Hernández, que sólo confirman que él es poeta.

 

Marcos Fabián Herrera Muñoz
marcos fabian herrera 011Colombia, 1984. Comunicador Social y Periodista y Magíster en Filosofía Contemporánea. Cofundador y asesor editorial del periódico virtual Con-fabulación. Ha ejercido el periodismo cultural y la crítica literaria en diversos periódicos y revistas de Europa y América, entre ellos Prensa Latina, Revista Universidad de Antioquia, Aurora Boreal®, Alhucema, ómnibus, Puesto de Combate y Cuentosymas. Autor de los libros El Coloquio Insolente: Conversaciones con Escritores y artistas colombianos (Coedición de Visage - con-Fabulación 2008); Silabario de Magia - Poesía (Trilce Editores - 2011). Varios de sus cuentos y poemas han sido traducidos al francés, italiano y el inglés y hacen parte de antologías publicadas en España, Colombia, Chile y Ecuador. Sus diálogos con escritores y artistas para la prensa cultural hispanoamericana, además de despertar febriles polémicas, le han reportado unánimes elogios y lo han ubicado como uno de los cultores más versátiles, documentados y agudos de la conversación literaria. Dialogantes su segundo volumen de entrevistas con poetas, narradores y ensayistas de hispanoamérica, fue publicado por la editorial española Mirada Malva.

 


 

Reseña enviada a Aurora Boreal® por Marcos Fabián Herrera. Publicada en Aurora Boreal® con autorización de Marcos Fabián Herrera. Carátula Poemas del hombre y Habitantes del aire © cortesía Sílaba Editores, Lucía Donadio. Foto Marcos Fabián Herrera © Carlos Andrés Beltrán.

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