Metaliteratura maldita.

rocio_paradas_001Una isla en la luna
Consuelo Triviño

En la esencia de los versos de "La rosa enferma", poema consagrado por William Blake, vagan las

almas inciertas de Una isla en la luna, la última obra de Consuelo Triviño Anzola, que canta a la destrucción de los sueños y al milagro inquietante de la escritura. Quizás, no podía ser de otro modo, teniendo en cuenta que nuestra autora colombiana, como lleva demostrando y admitiendo desde hace años, necesita de ese pacto sanguíneo, mágico y solitario que le susurran las palabras en cada texto. Y digo "nuestra", porque su larga residencia en Madrid la ha convertido en espejo del aquí y del allá, en partícipe de dos realidades a la vez hermanas y distantes, que la privilegian, que la exilian... que la dividen.

Semejante inquietud reluce a lo largo de una rica producción iniciada en los 80, donde se reúnen ejemplos de narrativa (Prohibido salir a la calle [1998], finalista en el "Concurso Nacional de Novela Eduardo Caballero Calderón", José Martí, amor de libertad [2004], La casa imposible [2005], La semilla de la ira [2008]); ejemplos de ensayos José María Vargas Vila [1991], Pompeu Gener y el Modernismo [2000]); o incluso, ejemplos de antologías que la incluyen (Ellas cuentan [1998], Cuentistas Colombianos del siglo XXI [2005], entre otros). En el año 1977 fue galardonada con el Primer Premio en el "Concurso Nacional de Libro de Cuentos", con el título Cuántos cuentos cuento, consiguiendo difusión relatística a través de importantes revistas y periódicos de tiraje internacional (Nueva Estafeta Literaria, Torre de Papel, Caravelle, Quimera, etc). En la actualidad, no sólo ha ejercido como profesora de Literatura hispanoamericana en distintas instituciones educativas de España, sino que además está vinculada como hispanista al Instituto Cervantes y colabora con notas y críticas literarias en el prestigioso suplemento ABCD las Artes y las Letras, del diario ABC.

Mª del Rocío Paradas González. Española (1983) licenciada en filología hispánica. Actualmente se especializa en el escritor Alonso Cueto Caballlero y en la literatura peruana en torno a los 80.

Voz literaria, en fin, de oficio y de espíritu, divulgadora de aquellos temas que marcaron desde siempre su pluma, su vida y su curiosidad: hablamos de los laberintos en la memoria, de la ternura de la niñez, de la profundidad femenina, de los difusos límites entre el Bien y el Mal, la entrega o el sacrificio. A partir de estas semillas, nacerá una obra de maduración, paródicamente triste, pero sobre todo homenaje metaliterario a la pasión por escribir y a la inmensa soledad del artista. Los valores de los excesos "hippies", las tendencias derrotistas de los románticos, de los decadentes o la generación "beat", savia de los años sesenta y setenta, serán llevados al extremo del absurdo mediante el tremendismo de personajes destinados al fracaso. Aura, una chica adolescente que se asfixia entre sus padres, busca la libertad y la rebeldía en el amor amargo de un artista frustrado; su confidente, enamorado de ella, es un cobarde infeliz que se esconde tras la comodidad de las apariencias; Mara, la hechicera negra, añora la tierra prometida de su tribu, mientras la consumen las cenizas de los malos augurios; a Sergio León Gómez, el artista maldito, un Pablo Castell desgarrado por la furia de sus lobos interiores, lo obsesiona alcanzar la obra totalizadora, pero no es capaz de producir ni un solo párrafo.

consuelo_trivino_020Así, conectados por la experiencia y por la circularidad de la historia, estas marionetas rotas, sacadas de los manifiestos simbólicos de otras épocas, habitan parques nocturnos, rincones urbanos, siniestros caserones, que a la manera de los espacios míticos del maestro Ernesto Sábato, esclavizan la voluntad de sus víctimas. Aunque, tras la galería de indigentes y pervertidos, tras las pesadillas macabras y los trastornos bipolares, se rescatan mensajes de fe. "Si hay algo que no pueden quitarnos los poderosos -dice Consuelo Triviño, en uno de sus actos públicos- es la parte de nuestro ser única e intransferible: la capacidad de soñar, la esperanza y las reservas afectivas que guardamos en el corazón". Nosotros, lectores de Una isla en la luna, aprenderemos que la página en blanco es un privilegio para la imaginación, que llegar al éxito editorial no significa la inmortalidad del ser, y que en el mundo de las letras "no hay rosas sin espinas", pero al menos merece la pena intentarlo.

 

 

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