Carta de agradecimiento

jorge kattan 010A Walter Garib,
inolvidable amigo

 

Querido Medardo:

Hace ya mucho tiempo que he tenido la buena intención de escribirte pero, más por haraganería que por otra cosa, lo he ido dejando de lado. Hoy, que me encuentro en la frontera del paroxismo y la locura, pues es tanta la alegría, ese deseo de comunicarme contigo se ha vuelto impostergable. Bien sabes que soy una persona reservada, enemiga de sincerarse con nadie. Sin embargo, en esta oportunidad y por primera vez, voy a abrir las puertas y las ventanas de mi corazón para compartir contigo algo de esa felicidad que te acabo de mencionar ya que, en buenas cuentas tú, sin proponértelo, has sido quien me la trajo.
¿Recuerdas a Teresita Ramírez, aquella chica de estatura breve y de cuerpo apetitoso? Claro que no te has olvidado de ella, pues tú mismo me la presentaste en la fiesta de cumpleaños de tu tía Martina, buena mujer de mejillas apergaminadas. Teresita es hoy mi esposa. Nos casamos hace más de dos años. En aquel entonces ella recién empezaba a transformar su belleza en divinidad. Amigo Medardo, si te escribo esta carta para intimar contigo de esta manera es porque Dios Todopoderoso te escogió a ti como vehículo para que Teresita penetrara en mi vida. Ahora, para que veas lo bien que me ha ido en mis relaciones maritales, te contaré que desde un comienzo, en mi casa, me sentía todo un califa; después, al subir las cosas de tono, me creía rey y ahora-- ¿y por qué no decirlo?--, un verdadero emperador.

Pues verás. Hoy día nuestras mujeres, y particularmente las casadas, andan alebrestadas, reclamando prerrogativas que son sólo inherentes al hombre, actitud reprochable que atenta contra la esencia del Derecho Natural. ¡Son unas igualadas! La mujer, como es bien sabido, es un ser inferior al hombre desde cualquier ángulo que se le mire. Fuera del mezquino papel que le corresponde en el asunto de la perpetuación de la especie humana, su función primordial consiste en comportarse como mero complemento del hombre. Con relación a esta mezquindad, recuerda Medardo que Santo Tomás dijo en su día que "hay que amar más al padre que a la madre porque él es el principio activo de la procreación, mientras que la madre es el pasivo". Por lo demás, la inferioridad de la mujer está más que comprobada en las culturas china, árabe e hindú, para citar algunas a modo de ilustración. En otras palabras, la superioridad del hombre es un irrefutable apotegma y, como tal, no requiere demostración alguna.
En ningún momento Teresita me ha manifestado con palabras su inferioridad y su carácter complementario, pero me lo expresa inequívocamente en todos sus actos.
Es obvio, para mí, que su verdadera misión en esta vida es la de glorificarme a cada instante, haciéndome sentir el más feliz de los mortales. Y así tiene que ser, ¿no te parece Medardo?

Mi Teresita ha resultado ser, por gracia de Dios, la esposa sumisa por excelencia, supeditada a mis quisquillosos deseos y al cumplimiento milimétrico de mis más arbitrarias órdenes, sin remilgo alguno. Pareciera que siempre estamos interconectados por el mismo pensamiento.
Al llegar del trabajo, mi mujer me tiene preparado los manjares que a mí me deleitan, condimentados con esmero. Y antes de sentarnos a la mesa, con gran primor me quita los zapatos, me soba los pies y me los lava con agua tibia. Cuando hablo, me escucha con gran paciencia y una inocente sonrisa le brota de los labios. Jamás me interrumpe. Cuando le permito hablar, lo hace en un tono bajo, placentero. Nunca me pide explicaciones acerca de mis juicios y de mi proceder. La casa me la mantiene limpia, reluciente, como un espejo de buena luna.
Cuando nos retiramos a nuestro aposento no se queja si me quedo dormido casi inmediatamente. Y si se me antoja la comunión carnal, jamás de los jamases me sale con una de esas consabidas excusas para impedir el acoplamiento: "Tengo jaquecas", "Ando mal del estómago", "Me duele una muela", etc.
Es obvio que ella nunca pierde de vista de que yo soy, por Derecho Natural, el amo en esta casa.
Ahora, dime, amigazo del alma, ¿tengo razón o no de sentirme ebrio de felicidad?
Entrañable Medardo, te he escrito esta carta con el propósito de expresarte mi eterna gratitud por todas las inmerecidas bendiciones que has traído a mi vida.

Un apretado abrazo de cariño y agradecimiento. Pedro, tu amigo de siempre.

A cerrar la carta iba, cuando sintió que unas manos femeninas, pero ásperas y fortachonas, lo sacudían con violencia, al paso que una voz que enfurecida lo espetaba: "¡Levántate grandísimo holgazán! ¡ Pedro, se te pegaron las cobijas de nuevo! Ya te dijo tu patrón que si faltabas una vez más al trabajo te iba a echar al carajo. Con la carestía y lo difícil que está la vida, ¿con qué demonios vamos a comer? ¡Ah! Y no te olvides de prepararme el desayuno antes de partir."

Jorge Kattán Zablah. Cuentista y ensayista salvadoreño. Abogado (Chile) y Doctorado en Letras por la Universidad de California en Santa Bárbara, California. Autor de las siguientes colecciones de relatos: Estampas pueblerinas (Costa Rica, 1981), Acuarelas socarronas (España, 1983), Por el carnaval de la vida (Costa Rica, 1998), Cuentos de Don Macario (El Salvador, 1999), Pecados y pecadillos (El Salvador, 2003) y El Ilusionista (Estados Unidos, 2012). Director Emérito del Departamento de Español,
Defense Language Institute, en Monterey, California. Sobre su obra se han escrito numerosos ensayos y se han dictado conferencias. Es miembro correspondiente de la Academia Salvadoreña de la Lengua y de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Reside en Carmel, California.

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 Carta de agradecimiento enviada a Aurora Boreal® por el cuentista y ensayista Jorge Kattán Zablah. Foto Jorge Kattán Zablah © Sharon Richmnod de Kattán.

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