caminando cuesta abajo, dirigiéndose al pueblo para ver a los actores que habían llegado esa mañana; se las veía contentas, todas juntas, sin que aceche el peligro, ignorando el destino, como cada uno de nosotros.
No escuché nada, un desbande de pájaros, formando una nube oscura, movediza y el aire
En la tarde tranquila, sólo podía oírse el golpeteo del corazón, queriendo escapar de mi cuerpo. No sentía las piernas, las curvas del camino dificultaban la visión, sólo una pared rocosa interminable, y la humedad penetrando mis huesos, lastimándolos en la corrida y el miedo a llegar.
Noemí Fernández Cabanillas. Escritora y pintora. Pertenece al grupo Antimusa
Buenos Aires, Argentina.
Como si fuera un juego
Me excita el sonido de las palabras esdrújulas, unas más que otras producen un suave cosquilleo. Gárgola es mi preferida para cantar en voz alta.
En una noche de luna llena, imagino una gárgola apoyada sobre la cornisa a punto de desprenderse, cayendo en picada, estrellándose en la acera. Otra vez podría emprender vuelo y desplegar las alas hasta tapar la luz provocando el eclipse.
Gárgola, un corredor de agua tormentosa, una gárgara de bestia, fauces a punto de devorar a su víctima. Monstruo mitológico pintado en una tela, en vuelo rasante sobre una ciudad desprotegida de techos pizarras; las alas cubriendo el plano superior, desplegadas en actitud majestuosa. El óleo trabajado con espátula, capa sobre capa, brillo semiopaco, mezcla de azul noche y negro.
Gár-go-la, palabra formada por vocales abiertas, a punto de ahogarse en la garganta pero, al salir, se alivianan por el aire y se transforman en burbujas, danzando y animándose a atravesar anillos de humo, sin la orientación de una brújula, sin la complicidad de nadie.