Canción

joaquin_pea_002Un gallo cantó. Hace algunos años. No recuerdo si fue para diciembre o si era el claro azul de enero. Desde la una de la mañana, como los gallos saben hacerlo en el campo, se destapó a cantar. El canto se subía a todos los apartamentos y yo imagino que todos los durmientes, en sus camas, oían ese canto entre el sueño, porque en la ciudad, todos,

dormidos, hemos oído el canto de un gallo, en la noche. Todos hemos nacido del sueño y del canto de un gallo. En la madrugada. Junto a la luz. Cerquita a la luz. Aunque todavía esté a oscuras. Yo recuerdo ese canto. Y no quiero pensar por qué el gallo, al otro día, dejó de cantar. Aunque me dejó su canto en el sueño, ya no me despertó a cada media hora; ya no subía su canto brincando por las escaleras. Ya no se metía por la rendija que deja la puerta abajo y que también deja entrar al polvo porque el polvo es liviano y levita y llega hasta el último piso. El mío. El canto se metía por debajo de la puerta, pasaba el corto corredor, oscuro, me buscaba y se arremolinaba en mi oído. Yo creía que su canto no era sólo para mí. Yo creo que todos venimos del campo y, así no nos hayamos dado cuenta, todos cargamos en el alma de la oreja el canto de algún gallo.

Claro que a mí me dio rabia. Porque cada hora oía el canto y yo estaba dormido oyendo el canto del gallo, el del ganador y el de los otros, los perdedores, en el naranjo y en el guayabo. Y en las otras fincas. Ahora sé que yo, del cansancio, o de que era niño, no me despertaba, pero alguien en mí ha guardado el canto. ¡Cantar en la madrugada cuando todavía es oscuridad cerrada! Qué locura la de los gallos. Sólo a ellos se les ocurre.

Joaquín Peña Gutiérrez, Colombia, 1950. Licenciado en Filología e Idiomas. Docente. Tiene publicados libros de poesía, (Aspirina al corazón), narrativa, (Días de asfalto), selecciones de cuentos (Cuentos fantásticos, Cuentos de ciencia ficción, Cuentos picarescos, Cuentos de miedo), Literatura de Contracartel, Cuentos de Contracartel, Poesía de Contracartel (colectivos), ensayos sueltos, (León de Greiff o la biografía invisible, Desconcierto y contento en El Carnero, y otros). Hace parte -todavía- del Grupo literario Contracartel. Ha obtenido algunas distinciones en concursos literarios. Miembro del equipo que coordina los programas de creación literaria en la Universidad Central, Bogotá, Colombia

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A mí me dio mucha pena la otra noche. El canto se fue. Ya no lo oí. Era fin de semana. Los dueños imprecisos debieron traerlo del campo y, seguro, ese día, lo invitaron a un sancocho. Sabroso pero sin canto, porque el gallo para entonces, ya estaba muerto, y despresado y blandito. En la boca. Debía saber bien, el gallo. Ya no el canto. Un gallo así, blandito, cocinado y en la boca, ya no saca ninguna canción. Ya no canta. Yo no dormí la otra noche. Ni la otra. Ni las demás. Me la pasaba parpadeando a ver si el gallo subía por las escaleras hasta mi quinto piso y se metía en mi oído y me arrullaba y me calmaba de ciudad y me hacía ir por el sueño como entre los guayabales y entre el presentimiento del sol escondido detrás de la loma; todavía oculto pero que ya, en un momento, va a asomarse y saludarme y acompañarme durante la luz sin picarme el cuerpo. Como aquí, en la ciudad, donde pica en la piel; donde nunca se escucha el canto de los gallos; ni de los gorriones. Las otras noches lloré. ¿Quién, por qué tenía que merendarse al pobre gallo? ¡Si cantaba! ¡Si su canto llegaba a todos los oídos de los apartamentos! Llegaba a todas las jaulas un pedazo de canto completo. Lloré. Lloré. Nunca pude hacerme al sancocho. Yo no sé cómo hacen las personas para comerse la canción de un gallo. Para merendarse un canto.

Foto Joaquín Peña Gutiérrez©Alejandro Sandoval.
Canción facilitado por el escritor Joaquín Peña para Aurora Boreal©

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