Mini Relato
Hey Mr. Dinosaur,
You really couldn't ask for more.
You were God's favourite creature,
but you didn't have a future.
Sting, Walking in your footsteps.
Ya desde el principio vio que el dinosaurio no le haría caso. Era tan arrogante que ni le prestaba atención. Apenas le miraba como con lástima: cómo iba a estar en peligro el animal más grande de la creación, la criatura favorita de Dios. Él, sin embargo, iba todas las tardes. Pero no había forma de convencerles, ni a él ni a su pareja. Por fin el séptimo día le dijo:
—Dinosaurio, ya no insisto más. El tiempo se acaba. Mañana temprano nos vamos todos, con o sin vosotros. Si te empeñas en seguir ahí sin hacer nada, luego no digas que no estabas avisado.
No recibió más respuesta que la indiferencia de costumbre. Como empezaban a caer las primeras gotas, se fue a dormir con su familia. Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Así que dándolo finalmente por imposible y bajo una lluvia ya torrencial, aquel mismo día entraron en el arca Noé y sus hijos, Sem, Cam y Jafet…
- Detalles
- Por Enrique Morales Lara
Lo mataron varias veces porque sabían quién era, es lo único que se me ocurre. Nadie se ocupa de acabar con alguien una y otra vez si no tiene la certeza de que esa, la reiteración, sea la única manera. Es así como lo conocí, mientras moría, o al menos cuando lo vi morir y pensé que moría. Uno no considera otras opciones, como si aquella era su primera y única vez o le pillaba ya a media cuenta, lo ve morir y punto. Todos lo vemos morir, también el hombre que lo disparó. Él se fija con especial atención, quizás por asegurarse de que esta vez sea la definitiva. Se acerca, lo ve agonizar y se le queda mirando. Los demás lo miramos a él, el asesino. Yo sigo clavado en mi asiento, un poco muerto también, aún vivo, aunque no llevo la cuenta de mis vidas, a un par de pasos de él, de ellos. El conductor del bus no muestra sorpresa; mira por el espejo retrovisor interno como esperando o temiendo que algo termine de pasar, quizás lleve muchos años viendo muertos y testigos atónitos, o muchos años muerto y atónito aunque sin un cuchillo clavado en el pecho, lo cual sería un inconveniente a la hora de conducir, la muerte es un rollo, sobre todo cuando se prolonga así. Entro en el bus y lo único que tengo en común con el tipo es que soy testigo de su muerte, al menos de una de ellas, y él de la continuación de mi vida, al menos de una de ellas. Hay gente que se conoce en situaciones peores.
Subo al bus, me fijo en un asiento de pasillo y me dirijo allí sin reparar en nadie. Mi trayecto es largo, la gente mira por el cristal hacia la calle, como si allí no fuera a morir nadie, o duerme. Algunos leen, quizás relatos de muertes, y por eso no se sorprenden al ver lo que ocurre, pues imaginan que aquello es como en los cuentos, o como en la calle, gilipollas. Casi nadie habla. No hay nada de qué hablar, somos extraños, y viajamos y morimos como tales. Y sin embargo, dos personas cerca de mí han hablado anteriormente, y por eso una mata a la otra. Esto no pasa nunca, como todas las cosas que no pasan nunca.
- Detalles
- Por Miguel Rodríguez
Inéditos
Especial para Aurora Boreal®
En El Floridita con Daiquirí
Guillermo, como Ernest Hemingway, prefiere el daiquirí sin azúcar y sin absorbente. Así lo toma cuando el hijo lo sorprende en la barra de El Floridita, abrazado a la cobriza Gertrudis, su amante oriental dúctil en curvas de entonación apretadas, de caderas realmente traviesas y moral ensimismada en cama o ducha... El joven, sin alzar la voz, le recrimina que le doble la edad a la nutritiva ciudadana, cuyo amor hacia él se parece –dice— al de las jineteras de la Alameda de Paula, casi al borde de la embrollada bahía. A las alegres coristas que Degas pintara en París –piensa Guillermo, mientras le sonríe al hijo y descabeza un Romeo y Julieta. Pero la perseverancia del joven está a punto de fastidiarle el almuerzo, las langostas a la mandarina que después le permitirán retozos sin retazos. Y decide interrumpirlo: “Hijo, perdona, ¿recuerdas cuál es mi plato favorito?” El joven lo mira. Mira a Gertrudis, que se lima las uñas; al barman, a un entremés donde se enredan finas lascas de Pata Negra en dátiles tostados. No entiende pero contesta: “Bueno, papá, las ostras”. Guillermo recorre de un golpe de vista el cuerpo de la mulata Gertrudis, a la que llama Tula. De abajo a arriba la facha de su hijo. Traga un sorbo de daiquirí y da una cachada al Romeo y Julieta. Susurra: “¿Y cuándo se pregunta a las ostras si uno les gusta?”
- Detalles
- Por José Prats Sariol
Los cinco primos corrieron a ver como la tía Eugenia iba decidida a cortar la trenza de María José. Este sería su castigo por trasnochar en la calle y regresar como si nada, sin considerar las velas que su madre encendía por su sano regreso.
—Tía Eugenia, mi cola de caballo es la que tiene la culpa, pero sin ella no soy feliz.
Sin atender a sus súplicas, la tía Eugenia cortó de tajo la larga trenza de María José y sorprendidos quedaron tanto ella, como su tía y sus cinco primos al ver cómo la cola de caballo se movía en el suelo con el mismo desespero que sus hormonas.
—¡Una serpiente!, gritó uno de los primos.
—¡No, una lagartija!, exclamó el otro.
La tía Eugenia al no saber qué hacer se le ocurrió que si rapaba a su sobrina el pelo dejaría de moverse.
—¡Espera tía!— Intervino la prima tercera. Metamos el pelo en una olla con agua caliente y hagamos una toma para conseguir marido. Las otras dos primas estuvieron de acuerdo.
- Detalles
- Por Annabell Manjarrés Freyle
Selección de textos para Aurora Boreal® por el autor
Sospecho del vecino de al lado
El aullido que apenas escuché
provino de la casa de al lado, estoy seguro.
Posiblemente fue un aullido.
Creo que ha sido alguna extraña mascota del vecino
así como extraño es él.
Pero, yo más creo que es sospechoso y no extraño.
Su mirada de piedra y su andar de plomo.
Será su perro o él imitándolo.
A veces me parece que mientras ve su televisor, por las noches, ríe.
¡Qué extraño!
Pareciera que se divierte.
Algunas veces lo he visto regando su jardín
jugar con sus, también, extraños hijos.
Yo sospecho que dentro de su colorida y ordenada casa
encierra algún demonio, algún ser maligno.
Es extraño y sospechoso todo esto.
Pero, estoy seguro
que el aullido que apenas escuché
vino de la casa de al lado.
- Detalles
- Por Guillermo
Ojalá no lo hubiera hecho.
Pero no lo digo por los rumores o las palabras, ni siquiera por los secretos de los que siguen en la sala y que ya nunca sabré; tampoco por los que ellos inventan de mí y que ahora se cuentan entre sílabas como si yo no estuviera. Nada de ello me importa. Lo digo solo por tu voz, tan cansada a estas horas y aun así tan dulce, atendiendo cortesías y abrazos anónimos, porque en la muerte ya casi nada mantiene su nombre. Solo por tu voz. Así te escuchaba en la entrevela del sueño, muy de mañana. Tengo el dormir ligero, y me acurruco en tus piernas y enrosco el edredón como si fuéramos una placenta en la que – aún sin nacer – ya vivíamos juntos, unidos por una voz umbilical. A veces hablabas en sueños poco antes de despertar. No contabas historias, decías palabras inconexas, luego parabas unos segundos como para escuchar una respuesta u observar una reacción de alguien fuera de la placenta, dentro solo de tu cabeza. Hablabas y a veces reías. Y entonces yo sabía que estaba vivo. A escasos centímetros, protegidos de horarios, trabajo y ocupaciones del exterior, allí, dentro del abrazo y de la placenta, te respondía. Te preguntaba. ¿Qué me dices, mi niña? ¿Qué es eso que cuentas? Dímelo otra vez. Y quedabas en silencio, sorprendida de que mi piel buscara tu palabra incluso en sueños. Como las que dices ahora, solo que ahora solo oigo las tuyas, los demás se han muerto todos. Te hablan, pero se han muerto. Los he traído conmigo.
- Detalles
- Por Miguel Rodríguez
Primer día…
Mi mundo se transforma en un inmenso pitido. Los sonidos lentamente se transforman en gritos agudos. Puedo escuchar todo, por ahora, detrás de los grillos invisibles en mi cabeza. Poco a poco los grillos devorarán cada compás, melodía, la voz seductora de los sueños, la música, todo danza entre los velos de los chillidos en mi mente.
Llevó varios años así, pero los fantasmas ruidosos son cada vez más insoportables en el oído derecho desde hace unos meses.
Ayer finalmente fui a un doctor y me confirmó que los sonidos de la vida poco a poco serán devorados por esos seres invisibles de altas frecuencias que habitan en mí…
- Detalles
- Por Ana María Fuster Lavín
Segundo día…
Siempre he sentido una obsesión por las voces. Desde pequeña prestaba atención a los distintos matices, esas formas particulares de cada persona pronunciar las oclusivas, las vocales abiertas, las entonaciones, la dicción, esas peculiaridades de s, c, z. Imaginar los sueños de una mujer con la voz muy aflautada o las pesadillas de un hablante pasota o agresivo. Descubrir la personalidad oculta tras registro del habla de cualquier desconocido, era todo un juego de agente secreta. ¿Y quién no se ha dejado llevar por una voz profunda hasta alcanzar ese orgasmo fonético indescriptiblemente agradable? Mis primeros recuerdos de la infancia, esos que me marcaron, son sonoros.
Supe que iba a ser escritora escuchando a mi abuelo Manolo, con su hermosa voz de barítono; y ante la voz fuerte y cariñosa castellana de mi abuela Hortensia, quien recitaba sus poemas de memoria. Ella me llevó a las primeras lecturas de poesía en el ateneo de Salamanca. Mi abuelo y sus ternuras, su pasión por el balompié, la radio, los libros. Además de la poesía, Hortensia me contaba las historias de su familia antes y después de la Guerra Civil, era apasionante, triste, hermoso y realmente horroroso.
- Detalles
- Por Ana María Fuster Lavín
De manera extraña y tal vez, inexplicable, empezó a oscurecer a las tres de la tarde. No había eclipses anunciados ni grandes nubarrones ni ovnis gigantes cubriendo el cielo, sólo, hubo pocas preguntas y pocos comentarios. Igual sucedió antes, cuando se conoció que una niña de trece años había atacado de muerte a otra punzándole el corazón con un lapicero en el intermedio de las clases reclamándole que le devolviera el pantalón prestado; o cuando le preguntaron a otra niña de doce años tal vez trece, en medio de una clase de Lenguaje mientras la maestra preparaba a sus estudiantes en creación literaria: ¿Qué mujer te gustaría ser cuando seas grande? y ella sin temblor en la voz, más bien, urgente en la respuesta y con todo el tamaño de su boca dijo: asesina. Así, muy breve y contundente recibió también una respuesta el médico Bernabé un joven recién graduado de la universidad del Valle que con el entusiasmo vivo de un adolescente le preguntó a un compañero de turno del Hospital Universitario que qué sucedía, por qué está oscureciendo tan rápido; el amigo lo miró por el rabillo del ojo y mientras se ponía la bata y se colgaba en el cuello el estetoscopio le respondió así, con pocas palabras y sin sorpresa en la voz: "es fin de semana en Cali."
- Detalles
- Por Danilo Albán
caminas de madrugada por la ciudad silente. otra noche en la que no pudiste decirle la verdad a tu pareja, recuerdas que le dijiste al vagabundo que no tenías nada que darle, pero tienes un bocadillo en la mochila y lo echaste a la basura al llegar al bar, te cambiaste de mesa porque no querías beber cerca de la dominicana, encuentras en tu celular una foto de aquella mujer a la que atropellaste y huiste del lugar, sales del lugar le das una patada a un gato que ronda la alcantarilla porque... ¿por qué no? al volver la vista te diste cuenta de que no tenía ojos. cruzas la avenida, otros dos, tres o cuatro sombras apestosas salen del basurero, lo más seguro son tecatos de mierda, piensas. te tocan el hombro al volver la vista notas que sus miradas son vacíos que manan un líquido acre y de los que brincan diminutos individuos. corres. te golpean, te arañan te muerden. corres. siguen ahí, ya no puedes verlos, pero muerden tus pisadas. esos pequeños seres que brotan de los sin ojos, se esconden entre los pliegues del miedo. escuchas dentro de tu piel muchas voces hablando a la vez. llegas a tu casa, asqueado, asustado, en fin, hecho mierda, te miras al espejo y puedes ver cientos de diminutos ojos incrustados en tu pecho. tus cuencas ahora están vacías.
Ana María Fuster Lavín. Puerto Rico 1967. Es escritora, editora, correctora, redactora de textos escolares y corresponsal de prensa cultural. Libros publicados: Verdades caprichosas ( 2002), cuentos, premio del Instituto de Literatura Puertorriqueña. Réquiem (Ed. Isla Negra, 2005), novela cuentada, premio del PEN Club de Puerto Rico. El libro de las sombras (Ed. Isla Negra, 2006), poemario, premio del Instituto de Literatura Puertorriqueña. Leyendas de misterio (Ed. Alfaguara infantil, 2006), cuentos infantiles. Bocetos de una ciudad silente (Ed. Isla Negra, 2007), El cuerpo del delito (Ed. Diosa Blanca, 2009), poemario, y El Eróscopo: daños colaterales de la poesía (Ed. Isla Negra, 2010), poemario, Tras la sombra de la Luna (Ed. Casa de los Poetas, 2011), recientemente publicó su primera novela (In)somnio (Ed. Isla Negra, 2012).
Esos pequeños seres diminutos enviado a Aurora Boreal® por Ana María Fuster Lavín. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Ana María Fuster Lavín. Foto Ana María Fuster Lavín © Ana María Fuster Lavín.
- Detalles
- Por Ana María Fuster Lavín
Mira. Esa mujer lleva una herida. La he visto en las estrías de su pupila azul. Una vaguada de desamor le inunda la cara, doce balandros grises surcan el gesto de una boca sin sonrisa. Amenaza con bajarle la sangre en riadas discretas, en un haz de golpes sordos, resbalando agravios por los hombros hasta hacerse un nudo en las rodillas, piernas cruzadas de espasmos sin otro suspiro que el flujo del aire marino. Ella, en un silencio apretado, respira a mi lado rozándome el aura, subida a un tacón de media altura, barre polvo, rencor y soledad, sus dedos apuntando culpables, a lo lejos recorren un nombre, lo rodean sobre un círculo de piel, ahora vacío de presencia y brisa.
La veo, la huelo al pasar del llanto al sueño, el crujido de su alma inerte con los brazos huecos de avenidas antes enamoradas de luz. Un aroma de petunias me embriaga el mediodía, un sol aparente de dicha. Todo explota y se abre, todo concluye su viaje por la tierra en ferragosto. Sin embargo, un estío de aves migratorias cruza el cielo hacia el otoño. Lucen en su pico un pronóstico de clima suave, un vaho de lluvias.
Y ya no veo a la mujer, pero no la olvido. Porque he visto la herida en sus ojos. Esa herida en el azul, sus estrías de verdad. La muerte y la vida sobre un banco con rachas de abandono...
- Detalles
- Por Teresa Iturriaga Osa
... ¿Y cómo fue qué sucedió?
Así como le cuento vecina, fui al Palacio de Justicia y un Fiscal me dijo que podría configurarse un caso, pero lo difícil,-comentó ella con voz desconsolada-, era que habría de sancionar a todas las estudiantes del salón o si no, a las directivas y jefes de grupo de todo el plantel educativo, y es allí donde todo se pude estancar, no prosperaría, dijo él.
¿Y usted qué le respondió, vecina?
¡Qué caso si había, pues mi hija estaba muerta! Entonces que por dónde debía empezar, le dije resuelta. Pues mire señora, me respondió el Fiscal, a su hija la asesinaron muchas compañeras del salón y no se sabe exactamente quienes, así opera el matoneo. Las directivas del colegio dicen que todo ocurrió fuera del plantel y por eso no se hacen responsables de nada y menos del comportamiento de ellas, pues el comportamiento todavía no es una ciencia, es decir, no tiene leyes y así actuaron ellas: sin leyes. Así que lo mejor es retirar a su hija mayor del colegio y enviarla a otro lugar, tal vez fuera del país, para que no corra con la misma suerte. No hay otra salida.
¿Y usted que le contestó, vecina?
Le insistí que él era el fiscal, se lo dije con toda las letras y rechinando los dientes, que él representaba al estado, y si fue en la calle el asesinato, él y todo el corrupto estado tenían que responder; y qué tenía entonces que enviar a mi otra hija al cielo, para donde él mismo debería irse, porque esta vida no tiene leyes, es decir, la vida no es una ciencia, ya que acá pagan, desde Jesús, justos por pecadores: y le disparé en la frente, sin más, sin mediar palabras. Yo no sé si murió, la muerte de mi hija anestesió esos ruines sentimientos de dolor y pesar, ya nada me importa.
- Detalles
- Por Danilo Albán
La acompaño al recital dedicado a excelsos poetas organizado por el sindicato pro rescate del patrimonio literario. Ella leerá un poema de su autoría y otro de López Suria. Llegamos a la actividad no encontramos tantos escritores como esperábamos, sino siluetas que frotan sus propias voces entre las palabras. Me pesan sus silencios sin silencio. Respiro con dificultad y ella me dice que no me apure. Noto que nadie en el lugar tiene ojos. El rostro de ella frente al micrófono llueve sílabas, devora versos, absorbe la sangre de aquellos comunes fácilmente reconocibles en los manuscritos deshojados de cualquier editorial pretenciosamente desconocida. Llueve muerte sobre la muerte. Ellos no reconocen poemas ni autoras, no entienden las palabras, pero uno grita qué bella es esa nena, otro cuchuchea y es amiga de... y palmean borrachos de hormonas e ignorancia. Su voz se agolpa en mis entrañas. Hiede a muerte. Ella me mira, la miro. Nos damos cuenta de que duermen. Ella vuelve al micrófono y lee el segundo. No despiertan, solo aplauden una y otra vez, aunque el despertador les desgarre la sangre. Allí no hay poetas, solo pinceladas de nombres y apellidos. Nos vamos del lugar bajo la lluvia de silencios reciclados. Al volver la vista, los fantasmas siguen aplaudiendo.
- Detalles
- Por Ana María Fuster Lavín