Mini Relato
Su beso devora poco a poco tus latidos, mientras tus recuerdos se van perdiendo en el vértigo de esa boca. El tiempo fallece. Tratas de engañarla. Le obsequias una noche de máscaras y mal sexo, pero antes de partir ella te obsequia una canasta de mandrágoras. Estas son las hijas de tu engaño y terminan por amputarte las piernas y los ojos. Finalmente beben tus palabras antes de partir. Ya no hay sexo que te salve del silencio. Tampoco labios para tus lágrimas, ni sangre para tu sed. Tu leyenda del beso enamorado fue otra mentira. No hay libros en tu morada. Siquiera un antídoto que cure los efectos del beso de una mandrágora engañada. No podrás vivir, tampoco morir, ahora reconoces que no quedan voces para tus sueños. Amanece, es hora de renacer a la soledad.
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- Por Ana María Fuster Lavín
- "Y concluyendo pues entonces, éste ha sido el relato de mi vida, la historia vívida que me ha tocado en suerte.
Habrá podido comprobar que ha sido, quizás, excesivamente fuerte, eróticamente violenta... no sé su sana opinión... demasiada tragedia... escasa dicha... pero si de algo he de jactarme es que si bien Dios me lo diagramó complicado, supe salir adelante, pues a cambio del sufrimiento padecido me ha dotado de ciclópea tozudez y lacerante perseverancia... ¡Claro que sí!... pero... ¡Oye... tú... eh... despierta mujer!... que te has babeado hasta el vestido y de mi saco la manga. Anda que estás a punto de desmoronarte... vamos que pido otro trago.
¡Que sea doble para los dos, buen hombre!
Pues y aquí vamos entonces, y atiende ya que es la tercera vez que la repito, y no soy de aquellos que gozan del divulgarlo... préstame atención en ésta...
Que siendo yo muy pequeño, me destacaba del resto, y era a la vez muy elogiado, por ser un orador tan locuaz y rutilante...".-
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- Por Gustavo M. Galliano
Sueño de amor n° 3
Marianita presiona la tecla y deja escapar el sonido que resuena por toda la casa. Él, le lleva la mano a la boca y la abofetea y da de puñetes en el vientre, una, dos, varias veces. Ella recuerda, no sabe por qué, una playa vacía, su mano acariciando su cuerpo, las sonrisas, las palabras de amor. Silencio. Abajo, Marianita sigue tocando su piano, dejando lugar a la música que llena la casa de color, líneas y también agujas muy puntiagudas.
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- Por Félix Terrones
Al verla llorando, la acaricié. Fue entonces cuando encontré una garrapata en su cabeza. La bañé y saqué la hinchada inquilina. Al día siguiente cuatro garrapatas caminaban sobre la caja de agua. Fumigué la entrada y boté la alfombra. Dos días más tarde, diez garrapatas se arrastraban por debajo de la puerta. Bañé a Fiona, le
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- Por Miranda Merced
Selección especial para Aurora Boreal® realizada por Raúl Brasca.
Raúl Brasca. Autor de cuentos, microficciones y ensayos. En 1989 fundó, con otros cuatro escritores, la revista Maniático Textual que estuvo en quioscos y librerías hasta 1994.
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- Por Raúl Brasca
El coronel Emiliano Pinzón no creía en aparecidos cuando asesinó a Porfirio Peñate por orinarse en la esquina de su casa. Al muerto lo recogieron sus soldados y nadie dijo nada. Ni lo miraron mal, ni se lo comentaron, nadie mencionó su nombre en el sepelio, ni mucho menos en el entierro. Ni la viuda, ni los hijos del muerto lo acusaron,ni se lo reprocharon. Jamás lo llamó el general Vega, ni el juez Pereda y mucho menos el cura Tiberio. Los vecinos y los campesinos siguieron quitándose el sombrero y bajando la cabeza cuando se lo cruzaban por las calles del pueblo.
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- Por Juan Ladrón de Guevara Parra
Al pie de la sierra más alta de Lihué Calel, debajo de un alero de piedra, Puelcheana y Kurá guardaban las mantas de piel de guanaco y una pila de leña. El hombre salía a cazar animales y la mujer recolectaba semillas. Sobre la roca habían dibujado sus nombres con ceniza y raíces. Por las mañanas les gustaba subir a la montaña, haciendo equilibrioentre las piedras. Saltaban esquivando las espinas. Se desafiaban para ver quién de los dos llegaba primero a la cima. Siempre ganaba Puelcheana que conocía los atajos y las huellas de los animales como nadie. Arriba, mientras esperaba al marido, se detenía a mirar la inmensidad.
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- Por Graciela Vega
Selección de minirrelatos de Emilio del Carril elaborada por el autor para Aurora Boreal®
Emilio del Carril
Puerto Rico (1959). Escritor. Fue coordinador de la Maestría en Creación Literaria
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- Por Emilio del Carril
Ella está viendo un video en el que un hombre inocente es arrestado por la policía. Esto ocurre en Los Ángeles, California. El hombre es negro. Su perro está intranquilo y comienza a ladrar en el auto. La policía sale con el hombre negro, esposado, en dirección de la patrulla. El hombre no se resiste. La multitud protesta. El perro sale del auto. Uno de los policías empuña una escopeta. Apunta hacia el can. El animal avanza para defender a su amo. El policía dispara dos veces. El perro cae abatido. La gente grita, se enfurece y llora. Ella me cuenta todo lo que ocurre en el video que observa desde su computadora. Yo leo. ¿Sabes lo que es eso?, me pregunta. Sí, le contesto sin conmoverme un ápice, un perricidio. Y vuelvo a sumergirme en la lectura de una novela en la que no hay videos ni perros ni policías ni hombres negros.
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- Por Alberto Martínez-Márquez
…fuiste transeúnte de nebulosas, viendo cosas que no acababan de hacerse inteligibles…
Alejo Carpentier, El arpa y la sombra
El transeúnte de nebulosas arribó a Guanahani el 12 de octubre de 1492. Posó de inmediato la mirada en los pedazuelos de oro que traían los naturales de la isla colgados de agujeros que tenían en las narices; una especie burda eran aquellas piedrecillas, pensó con desprecio. Comenzó, en el acto, a urdir la legendaria patraña, para engañar a la corona, de que y que estaba allí un rey que tenía grandes vasos de ello, y tenía muy mucho. Pero lo que de verdad captó su apetito fueron aquellos mancebos de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras, gigantes que vinieron desde la hora en punto a quitarle el sueño de molinero sin cereal que moler en sus molinos. Se iba, pues, de claro en claro queriendo ver colmada su ansia de verterse siquiera dentro de uno de aquellos vasos de su lujuria. Trocó entonces el tétrico viandante la escasez del químico amarillo elemento por cuerpos. A falta de poder follárselos (cosa que le impedía el grave riesgo que suponía, para sus ambiciones mercantilistas y nobiliarias, ser sorprendido en pleno “pecado contra natura”), optó por hacerlos esclavos, y pretendió, no contento, simplificar el cuento, sugiriendo que eran “pusilánimes” por andar todos desnudos como sus madres los habían parido, y sin armas. Así fue urdiendo la historia famosa de su propia infamia.
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- Por Dinorah Cortés-Vélez
Eran dos hombres sumergidos en aromas de la noche y parcelas de maíz y yuca. De los pilares del rancho colgaban sus hamacas y ellos recostados en ellas. Perennes solterones se habían amistado para cultivar la tierra que habían desbrozado hacía un par de años. De la noche, remoto, atravesando montes y descampados, vino el grito lastimero y femenino. Los hombres alargaron sus manos y se tentaron para saberse mutuos guardianes. Hubo pausa de brisa entre árboles. Sólo los bichos prosiguieron sus llamados de amor. Once segundos y fue el segundo clamor, esta vez más inmediato. La piel les sudó hielo, les desnudó cobardías y los encajó en el miedo. La brisa restableció su marcha entre los árboles y esta vez fueron los bichos los que interrumpieron sus reclamos. Los hombres se sentaron en sus hamacas y el tercer grito fue en el patio donde tenían el rancho. Aullaron los perros y las aves se inquietaron en sus nidos. Ellos experimentaron en sus venas revuelo de hojarascas con escarcha de espanto. Uno de ellos buscó ansiosamente un par de tabacos; el otro rastrilló un cerillo. Éste dijo, observando tenso la salvaje belleza de la mujer en el umbral de la puerta, estática en su sola pierna: No entiendo José María, qué pasa; ¿Cómo puedo verla si soy ciego? Y el otro: Y yo, Eliseo María; ¿Cómo puedo oírla si soy sordo?
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- Por Jairo Restrepo Galeano