Una maleta sin deshacer

Es el sábado nueve de mayo del 2020. Miro la maleta que lleva siete semanas encima de una cama y no he logrado deshacer. Y donde cada día se tumba a sestear una de mis gatas que anda enferma, delgadina y con jersey. Si me detengo, escucho, amortiguado por la respiración cálico, al carry-on preguntarse pesaroso, con sus ruedas girando suavemente: “¿cuándo salimos de viaje”? Para distraerme contemplo desde la ventana la hierba, el colorido de plantas que florecen, la quietud solo turbada por los pájaros en un jardín adormecido. Y siento que se me encogen los pulmones porque no sé cuanto tiempo habrán de aplazarse aquellos vuelos planeados con tanta ilusión.

Al lado de la maleta hay unas bolsas de papel con regalos, encargos prácticos, libros infantiles y ropa deportiva de niña, llaves diminutas: tampoco he podido retirarlas de un espacio al que no pertenecen, esconderlas de la turbación que me produce su bulto. Y de la sensación de incertidumbre y tristeza que ha ido agudizando el paso de los días. Mientras tanto los colectivos de los que nos curan, cuidan, protegen y proveen; los que se quedan en casa por respeto a los más vulnerables, no pueden impedir la sobrecogedora desaparición de ancianos dejados a su suerte en soledad.

Por la noche he escuchado lloriquear a los libritos de animales como si anduvieran sonámbulos, cansados de seguir empaquetados a oscuras, de que nadie los lea. Y escucho relinchar, balar, cacarear, resoplar, bramar, a los dibujos confinados. Estaban destinados a una niña que cumplió tres años el pasado seis de abril acompañada de sus padres, una perra enorme, una gata pequeña, soplando las velas de una tarta casera; pero sin la presencia de sus abuelos que viven al otro lado del océano, en otro continente, y que le cantaron “Feliz cumpleaños” por Whatsapp. Yo soy la abuela varada.

En flash-back, y aunque sabíamos del covid-19 semanas anteriores a la fecha de nuestro viaje -volaríamos el 30 de marzo- y nos íbamos intranquilizando, no perdíamos la esperanza de realizarlo. En la pasión lectora, devoré lo inimaginable tratando de saber lo que pocos explicaban: páginas científicas para armarme ante el ingeniero químico, el matemático y el astrofísico de la familia. Y traducirle a mi nieta en la lengua de los duendes.

Ya tenía mi propia intuición teórica en la investigación de acontecimientos que habían desplazado al vértigo galáctico de los agujeros negros y sucedido a la relectura de -magnífica- La peste de Camus… ¿Se trataba del impacto hipercapitalista sobre el planeta, de la combinación de cambio climático y calentamiento global sumados al abuso sobre inocentes animales, domésticos y salvajes, en los wet markets del horror y algunas recetas de la medicina tradicional? El corona virus nos devolvía el efecto del sufrimiento infligido por nuestra avariciosa falta de compasión y ética.

Pensaba en los paseos por España, en los amigos queridos… Añorábamos reunirnos con nuestra familia que tanto nos alegra recíprocamente y cuya lejanía se ha ido haciendo penosa. Más cuando mi hija sufrió, -o nosotros mismos experimentamos- azares, sus secuelas, y la distancia nos afecta el corazón. Siento la fragilidad de la vida, el grito del tiempo. También me asombra la humana capacidad de adaptación y resistencia. Pero mi nieta crece, y nosotros, viajeros detenidos, envejecemos.

Consciente de la necesidad de cariño y modelos en la infancia, deseo compartir gran literatura con mi nieta, cantar y bailar en familia. Disfrazarnos, teatrear, que le lleguen reunidos el amor a la música, la ópera, la amistad, la naturaleza...Y, y, y… Me entristece que “Duquesa” -la mastina de “Mastines en mi salón” adoptada por mis hijos- apenas nos conozca, que la gatina “Misi” no tenga mimos extra. Que el abuelo norteamericano que le queda a la niña –(mi yerno, perdió a sus padres, y el padre de mi hija falleció)- no pueda jugar con ella con camiones, mecanos y grúas que también le gustan, aparte de cocinitas y muñecas.

Por las generaciones del futuro, suplico a las estrellas el respeto entre las gentes, respeto por los animales y el medio ambiente. Millones de personas morirán contagiadas en soledad, pobreza y hambre, sin consuelo ni escuela; no habrá sistema económico que sobreviva si no curamos la enfermedad que hemos causado a la tierra: “Defendamos la belleza del mundo” escribí dibujando para niñ@s.

viaje niles 375Como proclama Jane Goodall, abrazando la causa de las criaturas y los bosques, la aportación de cada persona es crucial para salvarnos. Quiero recomendar un viejo libro de Selma Lagerlöf, El maravilloso viaje de Nils Holgersson a través de Suecia: recrea la transformación benéfica de un chaval en la felicidad cuidadosa que irradia a los demás. Se lo contaré a mi nieta cuando nos reunamos en la emergente sociedad sostenible que tantos soñamos. Porque no voy a deshacer esa maleta.

 

margarita merino 350Margarita Merino (MMdL)
PhD, escribió su tesis doctoral sobre la poesía de Antonio Gamoneda. Ha trabajado como Técnico de Gestión del MEC, diseñadora gráfica, columnista, ilustradora, profesora universitaria. Ha publicado Viaje al interior, Baladas del abismo, Poemas del claustro 1 y 18 (en colaboración), Halcón herido, Demonio contra arcángel, la antología italiana La dama della galerna, Viaje al exterior (incluido en el estudio de María Cruz Rodríguez González "De la confesión a la ecología: El viaje poético de Margarita Merino", Madrid), Pregón de un sábado de piñata (con explicación y gata), León 2018 y numerosos artículos y ensayos.

Material enviado a Aurora Boreal® por Margarita Merino (MMdL). Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Margarita Merino (MMdL). Fotografía Margarita Merino (MMdL) ©  Stece Lindsay. Carátula El maravilloso viaje de Nils Holgersson © cortesía Anaya.

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