Estaba en mi lugar de siempre, luego de haber rehuido una rima que me había espantado encontrar, cuando un hombre delgado y gris, vestido de una camisa celeste de mangas cortas y un pantalón azul, apareció grave por la puerta y saludó en una voz bastante aparatosa de la que no parecía consciente. Bonjour, monsieur, le dijo en su tono mujeril habitual el bibliotecario. El hombre se limitó a asentir, apurado, no se detuvo a hablarle y empezó a recorrer las dos salas en ele de la pequeña biblioteca. Cuando pasó cerca de mi vi que llevaba un maletín azul de tela en una mano. No tomaba los libros, sino que se inclinaba hacia ellos, examinando con una mirada desconfiada detrás de sus lentes los títulos y los nombres de autores. Sin acercarse al escritorio de la entrada, se detuvo delante de un anaquel y llamó desde ahí al bibliotecario con esa voz exagerada que ya me era obvio no sabía que tenía.
—He estado buscando por este lado. Hace años que no había vuelto, y veo que han cambiado el orden de los libros— explicó. El otro le oía, servicial y amable, aguardando la pregunta. — Aquí estaban antes las novelas policiales y sentimentales.
El hombre le contó que hace un año habían cambiado de administrador y que el orden de los estantes dependía a veces del director de la biblioteca. Se inclinó luego hacia un lado, señalando un corredor, y le dijo que por ahí estaban ahora las novelas policiales. El otro dijo no, sin mover la cabeza, sin variar su postura espigada e inconmovible. Je cherche les romans sentimentaux, dijo. El hombre pretendió no sorprenderse y dijo que creía que era un chofer de bus (reconocí entonces el sentido de esa camisa y ese pantalón), pero se corrigió también, muy pronto, y le dijo que las novelas sentimentales estaban detrás. Lo siguió entonces y luego de mencionar algunos autores (no los veía, pero los podía oír) que el bibliotecario debió señalar o buscar, lo que siguió fue el silencio en que perseguía algún libro. Luego volvió a aparecer, con dos bajo un brazo y otro en la mano libre, y se sentó junto a una ventana en una mesa delante de la mía.
Había dejado su maletín encima de la mesa, recostado delante de mi y escrutaba uno de los libros con paciencia, antes contemplándolo que leyéndolo, como si se tratara de un álbum de fotos y recordara a sus hijos en otras edades. Sus dedos cuidadosos pasaban las hojas tomándolas por una esquina y en su rostro pálido, que examinaba, no me pareció descubrir ningún gesto del que pudiera burlarme. De pronto, tampoco alcanzaba a entender esa ansiedad mía por encontrar algo en él y en esos libros de qué burlarme. Levantó los ojos y su mirada cruzó la mía. En sus ojos calmados, sencillos y azules, descubrí la oscuridad y la estupidez de los míos. Traté de sonreír pero no sé qué mueca apareció en mi rostro avergonzado. Con tranquilidad, sin inmutarse, él bajó la vista hacia su libro y me olvidó. Volqué mis ojos y mi cuerpo hacia mis hojas. Recogí mi poema a la muerte que arrojé despaginado a mi maleta y huí de ahí. Caminé la banalidad de mi poesía y de lo que había llamado hasta entonces literatura hasta mi casa, adonde fui a hundir mi cabeza en una almohada pensando desolado en qué había escrito hasta entonces.
Miguel Ángel Torres Vitolas
Perú (1977). Autor de los libros de cuentos Animales baldíos (2001) y Piel inédita (2013). Doctor en Ciencias de la Información y Comunicación por la Universidad de Toulouse 2. Vive y trabaja en Lima como docente universitario.
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"Des romans sentimentaux" enviado a Aurora Boreal® por Miguel Ángel Torres Vitolas. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Miguel Ángel Torres Vitolas. Foto Miguel Ángel Torres Vitolas © Sandro Aguilar. Carátula Piel inédita © cortesía Casa de Cartón y Miguel Ángel Torres Vitolas. "Des romans sentimentaux" publicado originalmente en la revista Aurora Boreal® nr. 17 de mayo de 2015, un especial dedicado a autores peruanos del siglo XXI.