La boda de Florencio Fraga

guillermo_004Ordenar los recuerdos de mi boda me resulta una hazaña difícil. En honor a la verdad debo confesar que tuve la

oportunidad de celebrar una fiesta inolvidable. Sin embargo he debido repasar este relato en mi memoria infinitas veces para poder encontrar su verdadero rostro. No ha sido tarea fácil omitir detalles que antes yo creía importantes o estudiar hasta el agotamiento la cronología de los hechos para poder dar credibilidad y sentido a la verdadera historia. Me limitaré a decir que la primera vez que lo vi, él estaba sumergido en la lectura de un tratado de medicina interna en la biblioteca de ciencias naturales del claustro que abría sus puertas no sólo a los médicos residentes del hospital, como Florencio Fraga, sino también a los estudiantes de la Facultad de Medicina. Me encantaría describir con lujo de detalles la belleza arquitectónica del claustro donde lo vi aquella mañana pero esta explicación sólo serviría para confundir a quien alguna vez leyera estas líneas. Diré que el claustro no era más que aquella galería que cercaba el patio principal de un convento del siglo XVII. Para acceder al hospital había que cruzar una red de pasillos hasta alcanzar los cuatro patios interiores, comunicados éstos entre sí por jardines inundados de hortensias.
claustro_001Yo había llegado hacía poco a trabajar como enfermera en el sanatorio. Esa oportunidad era mi única carta para salir de la pobreza en la que vivía. Florencio Fraga estaba sentado pero intuí que era alto. Su cuerpo musculoso invitaba a pensar que cuidaba su físico. El cabello le caía en rizos que evocaban la cabeza de una estatua de un dios griego. Lo contemplé en silencio. Su cutis reflejaba una gracia maravillosa. Una nariz perfecta con unos ojos pardos profundos completaban ese aspecto casi inmaterial y todopoderoso que lo caracterizaba. Después de tantos años y mucho meditarlo, hoy estoy plenamente convencida que ya entonces Florencio Fraga irradiaba un aura celestial.

Guillermo Camacho. Escritor colombiano.

Por el portero del claustro me enteré de que Florencio había estudiado en un colegio prestigioso, se había graduado con honores en la Facultad de Medicina y había regresado hacía relativamente poco tiempo al país después de haber concluido un estudio de especialización en el exterior. Desde entonces se había incorporado a las filas del hospital como médico residente. Pertenecía a una familia bastante acomodada que poseía un palacete en el sector más prestigioso de la ciudad. La mansión había sido construida en la parte más alta del elegante barrio. Un muro de contención sobre roca maciza sostenía a la casona. Un bosque de pinos le cuidaba la retaguardia. Una inmensa terraza, que invitaba a contemplar el bello espectáculo, fue el recinto donde se celebró mi matrimonio.
claustro_002El portero del claustro también me aclaró que la mención honorífica de "soltero más apetecido" se la había ganado Florencio durante sus primeros años de estudiante en la Facultad de Medicina donde había hecho enloquecer por igual y sin compasión a compañeras y compañeros de estudios, médicas y médicos, enfermeras y enfermeros y pacientes de ambos sexos. Llegó a haber intentos de suicidio y peloteras para llamar su atención. Pero Florencio siempre flotó por encima de toda aquella cursilería. Sin importarle jamás aquellos excesos de la gente. Sin pecar en absoluto de vanidoso. Sin utilizar su atractivo físico o su poder económico para abusar de nadie. Como todos, estuve enamorada de él muchos años en silencio.
De su vida privada sabía realmente poco. Supe que después del trabajo se limitaba a regresar a su inmensa casa en la cual habitaba íngrimamente solo desde que sus padres habían fallecido y desde que Néstor, su único hermano, se había casado y trasladado a otra ciudad. Descubrí, después de muchos años de trabajo codo a codo, que su mundo, como el mío, se reducía a trabajar largas jornadas en el hospital - operando heridos de muerte, resolviendo casos perdidos, calmando dolores a enfermos terminales, consolando a viudas y viudos y a familiares que acababan de perder a sus seres queridos, y formulando curas que pudieran devolver el alma al cuerpo a los pacientes de este dispensario estatal, donde la figura del médico es la fe de toda la gente desprotegida y a menudo la última esperanza. En más de una ocasión lo vi sacar dinero de su propio bolsillo para comprar materiales para el sanatorio.
Gracias a las conexiones de Florencio Fraga, la ceremonia de mi matrimonio se realizó en la ermita más importante de la ciudad. Un amigo cercano le prestó un elegante automóvil inglés para recoger a los recién casados a la salida de la catedral. Convenció a su único sobrino para disfrazarse con vestido negro y kepis para que sirviera de chofer de la limusina. La ceremonia se celebró de acuerdo a lo programado. La iglesia se llenó con todo el personal del sanatorio, a pesar de que éste no hubiera sido invitado a la recepción. Florencio contrató una tropa de camareros que se dedicaron a acomodar a los invitados a medida que éstos iban llegando a la mansión mientras una orquesta amenizaba con mambos y danzones lentos.
Yo había cumplido ingenuamente con mi parte del plan. Me convenció para que me casara y no le diera más vueltas a mi matrimonio -con esa frase de que la vida se nos va en un abrir y cerrar de ojos. La única condición que me puso fue que me debería vestir para la ocasión como una Venus romana.
¡Y cumplí!
Aquella tarde estaba radiante y preciosa en un modelo clásico de novia elegante, de color blanco, con una cola de mágico glamour tal como la confeccionó la costurera a la que Florencio me envió.

rosita_001Me dejó alelada, cuando después del brindis inicial y el obligado baile del vals de los recién casados, Florencio se fajó un discurso con el que mostró que también poseía el don de la palabra. Nos tomaron las fotos de rigor y dio por inaugurado el baile cuando me devolvió a mi marido.
Después de ese momento, Florencio se escabulló por un corredor que conducía a su biblioteca. Se encerró con llave en su atalaya. Con suma calma se despojó del corbatín y la chaqueta. Destapó una botella de champaña. Había dado órdenes estrictas para que el único teléfono que estuviera disponible en toda la casa fuera el de su biblioteca. Entonado por el alcohol de la champaña, se dedicó tranquilamente a contestar las llamadas telefónicas que se sucedían ininterrumpidamente. Con la genialidad que lo caracterizaba, Florencio contestaba a las llamadas telefónicas haciéndose pasar por su hermano, al cual imitaba perfectamente la voz - "Néstor Fraga buenas noches... "
En cada llamada, confirmaba que se trataba efectivamente del matrimonio de Florencio, el soltero más apetecido de la ciudad y se divertía al darles crudamente la noticia. No lo podían creer - concluían - que Florencio se hubiera casado.
¡Sí, Florencio se casó! repetía cada vez más emocionado hasta que finalmente el teléfono paró de timbrar al alba mientras los últimos invitados abandonaron la mansión.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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