Puro Cuento
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- Por Helena Araújo
El padre Epaminondas Purificación Clóstenes le frotó saliva en los ojos, en las mejillas, no lloró. Entonces decretó, delante de la multitud agolpada en la puerta de la casa de la mujer: ¡Bruja! Lorenzana supo entonces cómo eso significaba reclusión en una arquitectura húmeda y pestilente; encarnaba suplicio y muerte por el fuego, y el hombre no estaba allí para socorrerla.
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- Por Jairo Restrepo Galeano
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- Por Samanta Schweblin
Aún durante mucho tiempo después se había sentido tentado de interpretar aquella sospechosa casualidad como una agorera señal del fin de las bellas letras, como el comienzo de la degeneración del Verbo humano. Al mismo tiempo empero, se había obligado a reconocer que tales aprensiones suyas no sólo eran de un patetismo desproporcionado, sino además de penosa fatuidad. Luego de una larga reflexión más serena, se había obligado a aceptar lo acontecido como una real posibilidad de futuro. Cierto es que inmediatamente después había dejado para siempre de escribir, pero seguía esforzándose en escrutar los verdaderos alcances del hecho y de aceptarlo, sin emociones ni banderas, como el inicio de una nueva literatura: una en la que él y un número indeterminado de sus colegas escritores probablemente tendrían poco o nada que decir. O tal vez, mucho más de lo que pudiera pensarse. En todo caso, se había cuidado de no hablar con nadie al respecto. Siempre sólo consigo mismo.
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- Por Omar Saavedra Santis
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- Por Guillermo Camacho
In Memoriam
1948- 2018 †
El ventanal de cuerpo entero del suelo al techo corresponde al piso cinco en un edificio de seis plantas. Enfrente está la alameda bordeada por las vías de asfalto y en algunos tramos interrumpida por calles que la atraviesan. Por encima de los árboles grandes y viejos están los techos y tejados de las edificaciones al otro lado. Y después los cerros. De allá sale el sol de claridad brillante y luz tibia las mañanas despejadas sin nubes bajas ni cúmulos de neblina.
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- Por Roberto Burgos Cantor
Antes del bullicio de los estudiantes. A la salida del colegio el parque está tranquilo. Las tres bancas desocupadas. Un viento ligero. Los copetones saltan y hay colibríes. Huyen de las mirlas hambrientas y se asilan en las ramas altas de los cinco árboles grandes: eucaliptos y urapanes. La jornada escolar continua termina a la 1:45.
La araucaria sola, apartada del parque, junto al portón de la entrada, mece las ramas. Alguien dejó en su follaje un sobre blanco al que le pintaron con tinta lila un corazón pendiente de una horca. Se lee: Para Mirna, con urgencia.
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- Por Roberto Burgos Cantor
Apagué el televisor y miré por la ventana. El auto de Silvia estaba estacionado frente a la casa, con las balizas puestas. Pensé si había alguna posibilidad real de no atender, pero el timbre volvió a sonar: ella sabía que yo estaba en casa. Fui hasta la puerta y abrí.
-Silvia -dije.
-Hola -dijo ella, y entró sin que yo alcanzara a decir nada-. Tenemos que hablar.
Señaló el sillón y yo obedecí, porque a veces, cuando el pasado toca a la puerta y me trata como hace cuatro años atrás, sigo siendo un imbécil.
-No va a gustarte. Es... Es fuerte -miró su reloj-. Es sobre Sara.
-Siempre es sobre Sara -dije.
-Vas a decir que exagero, que soy una loca, todo ese asunto. Pero hoy no hay tiempo. Te venís a casa ahora mismo, esto tenés que verlo con tus propios ojos.
-¿Qué pasa?
-Además le dije a Sara que ibas a ir, así que te espera.
Nos quedamos en silencio un momento. Pensé en cuál sería el próximo paso, hasta que ella frunció el ceño, se levantó y fue hasta la puerta. Tomé mi abrigo y salí tras ella.
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- Por Samanta Schweblin
El fantasma de mi padre se nos apareció por primera vez a las tres horas del entierro. Estaba sentado en el sofá del estudio, con un libro abierto en el regazo y
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- Por Miguel Gomes