Puro Cuento
In Memoriam
1948- 2018 †
El ventanal de cuerpo entero del suelo al techo corresponde al piso cinco en un edificio de seis plantas. Enfrente está la alameda bordeada por las vías de asfalto y en algunos tramos interrumpida por calles que la atraviesan. Por encima de los árboles grandes y viejos están los techos y tejados de las edificaciones al otro lado. Y después los cerros. De allá sale el sol de claridad brillante y luz tibia las mañanas despejadas sin nubes bajas ni cúmulos de neblina.
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- Por Roberto Burgos Cantor
Antes del bullicio de los estudiantes. A la salida del colegio el parque está tranquilo. Las tres bancas desocupadas. Un viento ligero. Los copetones saltan y hay colibríes. Huyen de las mirlas hambrientas y se asilan en las ramas altas de los cinco árboles grandes: eucaliptos y urapanes. La jornada escolar continua termina a la 1:45.
La araucaria sola, apartada del parque, junto al portón de la entrada, mece las ramas. Alguien dejó en su follaje un sobre blanco al que le pintaron con tinta lila un corazón pendiente de una horca. Se lee: Para Mirna, con urgencia.
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- Por Roberto Burgos Cantor
Apagué el televisor y miré por la ventana. El auto de Silvia estaba estacionado frente a la casa, con las balizas puestas. Pensé si había alguna posibilidad real de no atender, pero el timbre volvió a sonar: ella sabía que yo estaba en casa. Fui hasta la puerta y abrí.
-Silvia -dije.
-Hola -dijo ella, y entró sin que yo alcanzara a decir nada-. Tenemos que hablar.
Señaló el sillón y yo obedecí, porque a veces, cuando el pasado toca a la puerta y me trata como hace cuatro años atrás, sigo siendo un imbécil.
-No va a gustarte. Es... Es fuerte -miró su reloj-. Es sobre Sara.
-Siempre es sobre Sara -dije.
-Vas a decir que exagero, que soy una loca, todo ese asunto. Pero hoy no hay tiempo. Te venís a casa ahora mismo, esto tenés que verlo con tus propios ojos.
-¿Qué pasa?
-Además le dije a Sara que ibas a ir, así que te espera.
Nos quedamos en silencio un momento. Pensé en cuál sería el próximo paso, hasta que ella frunció el ceño, se levantó y fue hasta la puerta. Tomé mi abrigo y salí tras ella.
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- Por Samanta Schweblin
El fantasma de mi padre se nos apareció por primera vez a las tres horas del entierro. Estaba sentado en el sofá del estudio, con un libro abierto en el regazo y
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- Por Miguel Gomes
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- Por Milagros Salvador
El cielo abrasado del crepúsculo precedió a cada una de las apariciones de la mujer a la que Dolores Sullivan y sus amigas acabaron refiriéndose como la viuda. Todas ellas lo eran también, solo que al estilo de Nueva Inglaterra, con tristeza y silencio, pero sin demasiados
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- Por Miguel Gomes
Don Prudencio Albacete Clarós, casado con Doña Hortensia Iriarte Iriarte, padre de tres hijos, un varón y dos mujeres, próspero comerciante de reputación impecable, siempre fue un hombre de costumbres sanas y precisas.
Don Prudencio se levantaba todos los santos días a las cinco de la mañana, hacía sus abluciones y agregaba a sus pijamas y pantuflas una bata corta de seda azul, tras lo cual, armado del periódico local y de una taza humeante de café negro, provistos en el momento oportuno por Domitila, la criada de la familia, se apoltronaba en su sillón de cuero color marrón claro -en el cual nadie
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- Por Manuel Domingo Rojas
Para Raúl González Tuñón
El sol le golpeaba la cara con furia mientras el gusto de la sangre en la boca lo ahogaba. La saliva, pegajosa e inmunda, le colgaba de la comisura de los labios. Los sonidos de
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- Por Marcelo Ramón
Una va por ahí bajo la tarde soleada, de esas que de vez en cuando se ven por estos lados. Piensa en las mismas cosas de siempre, en las que le taladran la cabeza. El recorrido se hace más largo, mientras más avanza, como si la meta fuera el infinito. Una va sola porque la gente siempre anda muy ocupada y nadie tiene por qué acompañar a nadie así como así, mejor dicho, nadie tiene tiempo ni para sonreír en esta ciudad fría. Y es que aunque a una se lo pidan de rodillas, no se va a reír, después de ver lo que se ve por ahí, más bien se enoja si alguien se lo pide. Por la calle van muchos de esos que dicen, atrévase a sonreír y verá lo que le pasa. A una le quitan las ganas de reír esas caras de reprimidos que hacen pensar que esta ciudad es insufrible. Y eso que una procura no mirar a fondo todo lo que la rodea, tal vez por miedo, o porque piensa que detrás de esa cortina hay un mundo descompuesto que lucha por sobrevivir, pero lo que hace es destruirse.
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- Por Consuelo Triviño Anzola