Puro Cuento
Dedicado a Francisco Saldaña
Excelente amigo
El cese al fuego que pondría fin a la sangrienta y fratricida guerra civil había recibido el beneplácito de todos los bandos en discordia. Luego de los doce años que había durado la cruenta lucha, no quedaba ningún sobreviviente que pudiera jactarse de haber salido ileso de aquel devastador maremágnum. Había sido una contienda en la que cada uno de los ciudadanos tenía algo que lamentar; sea la muerte o las lesiones de algún pariente o amigo o, simplemente, daños de carácter material. Sí, muy cierto era que ninguno podía salir triunfador de aquel trance;pero, por otra parte, y aunque parezca contradictorio, nadie podía tampoco salir derrotado; el pueblo sólo llevaba las de ganar con el cese de las hostilidades. Por esa razón , cuando se firmaron los prolijos y salomónicos acuerdos d e paz, el país entero, y en particular, el pueblo de Cojontepeque, explotó en una demostración del más puro y genuino regocijo , en una euforia colectiva. Todo era alboroto, algarabía y festejos. Se escanciaron garrafones de guaro y se bailó en las calles y callejones durante más de una semana. Y así tenía que ser, pues los sufridos habitantes ya estaban hasta la coronilla con el tartamudeo de las ametralladoras, las enervantes ráfagas de las metralletas, el aterrador estallido de las minas vuela pies, de los morteros y obuses, de las frecuentes escaramuzas y emboscadas, y, en general, del fragor de las batallas. Es verdad que subsistían los recelos, pero por lo regular, se respiraba una atmósfera de ilusión y esperanza olvidada ya por las viejas generaciones y desconocida por los nuevos descendientes.
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- Por Jorge Kattán Zablah
Inédito
I
K tuvo un sueño. Como lo consideraba digno, decidió elevarlo. Para hacerlo, se dirigió a la Empresa especializada.
Al entrar al edificio, el guarda enguantado se llevó la mano a la visera y entrechocó sus tacos. Se sintió homenajeado.
La recepcionista le preguntó:
–Su nombre y apellido, por favor.
–K de Ka. ¿Alguna otra información?
–No, gracias. Con la red social de Facebook, la información se completa automáticamente, incluso su línea de crédito. Y ahora para orientarlo, por favor dígame qué tipo de sueño quiere elevar.
–Perdón, no comprendo.
–Claro, tipo o clase: un sueño ligero, pesado, circular, cuadrado. De eso depende el tipo de ascensor y la oficina en la que tiene que apersonarse.
–¿Apersonarme? Eso suena un poco policial.
La recepcionista se sacudió graciosamente, sonrió y dijo medio en broma:
–Una vez que se presente y se decida, el fallo será inapelable.
K pensó.
–Bueno, no estoy muy seguro del tipo de sueño. Quisiera soñarlo otra vez.
Nueva sonrisa.
–En la democracia y la libertad, todos debemos tener una segunda oportunidad. Hágalo y vuelva.
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- Por Pablo Urbanyi
Sus dedos habían perdido la forma. Estaban retorcidos, como requemados por la escarcha. Parecían ramas secas de un árbol al que se le estaba escapando la vida. Aunque si uno acariciaba esas manos, las notaba tibias, acogedoras. Aún corría sabia por esas ramas deformadas, aún había tiempo.
Manuel estaba llegando a los noventa años y vivía solo. Por consejo de su hija, accedió a mudarse a un departamento cerca de la casa de Eleonora.
"Así puedo ir a verte todos los días, papá. ¡Necesito que estés más cerca para cuidarte! No seas caprichoso, por favor" Le pedía cuando él se negaba a dejar su lugar.
Después de un invierno duro y en el que tuvo problemas de salud, Manuel accedió al pedido de su hija, con la condición de llevarse algunas de sus cosas. La principal y a la que no iba a renunciar: el piano. ¡El piano era su vida!
El viejo extrañaba la casa grande: su olor, el crujir de las maderas de los muebles y la escalera, el viento entrando por las banderolas de las puertas altas. Los ruidos de la cocina y todos los recuerdos transformados en fantasmas queridos que lo acompañaban siempre. Hacían que nunca se sintiera solo.
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- Por Mabel Enz
Ese día de mayo era otra suma innecesaria de días tropezados por angustias. Entre pecho y espalda, desde hacía mucho tiempo, Villalobos sentía un balón que jugaba de manera macabra a inflarse y desinflarse y que por momentos quería cortarle la respiración para dejarle tirado en cualquier lado y morir en público: acto obsceno que no resistía pensar, pues si habría de morir, lo más digno era hacerlo en su casa o en un hospital así fuera de caridad, qué pena con el mundo, qué desfachatez de la muerte ridiculizando lo efímero, dejándole mal parado frente a los demás en vez de conservar su carácter individual e íntimo que su muestra implica. Y es que uno no se puede ir muriendo por ahí como si nada. El mundo, tal vez como siempre, era muy agitado y el tiempo era una repetida y constante entrega de máscaras como si de su ser o bajo su manga mágica salieran cientos de ellas que correspondían al momento oportuno.
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- Por Danilo Albán
Anoche, a la hora en que acostumbraba acostarse, murió la abuela Clara. El reloj indiferente se atrevió con sus diez campanadas.
El mundo de la abuela Clara siempre transcurría en un patio lleno de plantas donde solían germinar sus sueños, para cada otoño barrerlos y dejarlos en un rincón, esperando que pasara la vida. Ella pudo salir de allí solo porque tío Enrique la inmortalizó en una novela. Escribió "El despojo", un clásico de la literatura. Todos sabíamos que los personajes de la novela eran la Abuela Clara y tía Eugenia.
Tía Eugenia, con sus trenzas apretadas alrededor de su cabeza, sus cuellos altos y esa línea fina que salía de su boca hasta casi perderse en los comienzos del cuello. Tía Eugenia tenía los ojos llenos de rencor, no me gustaba mirarla. Ella se vestía con la humillación de los vencidos. De quien guarda todas sus cicatrices ocultas en sus vestidos oscuros.
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- Por Cecilia Vetti
¡Qué falsa la realidad, si es fulera!
Daniel Giribaldi
– Usted fue testigo presencial de los acontecimientos de mayo.
– Presencial es demasiado decir. Estuve en el bar como tantos otros, pero había un mundo de gente adentro y en la calle era mucho peor, como se puede imaginar. De modo que no espere de mí un relato pormenorizado, porque no estoy dispuesto a hacerlo ni en condiciones para ello, además ya ha pasado mucho tiempo
– Usted sabe, empero, que su testimonio podría servir para condenar a algún culpable o para salvar a algún inocente de una condena injusta.
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- Por Ubaldo Pérez
I. El carcelero (Primera descripción de un poeta)
Me preguntas adónde ir. ¿Y justamente de mí pretendes saberlo? No soy más que un carcelero ¿no comprendes? Claro, tu pregunta no carece de todo fundamento: no es poco lo que me debes. Aunque no recuerdo qua hayas reparado antes en mi existencia. He estado siempre ahí y cada vez que pasabas a mi lado parecías ignorarme. Ahora que quieres conocer tu camino me tomas en cuenta y te acercas para averiguarlo. Mas en ningún momento he dejado de ser un pobre carcelero. ¿Te resulta difícil de entender? ¿O estás intentando adularme? ¿Por qué hacerme precisamente a mí y no a otro esa pregunta? ¿De dónde podría yo obtener un saber menos estrecho que el tuyo? Por cierto: te he dado techo, pan y cobijo; pero sólo tengo cadenas en mis palabras. "¡Adónde ir!" ¡Menuda pregunta! Adonde quieras, hombre, adonde quieras. Nuestra cárcel no tiene límites.
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- Por Ubaldo Pérez
A Martín Soto Climent, por la evidencia de la razón áurea
–Piero della Francesca nació en 1415. El día en que él murió, emergía en el horizonte un mundo nuevo: era el 12 de octubre de 1492...
Competente, persuasiva, la guía enhebra fechas, transformándolas en proyecto de la Providencia (o de la Historia, según). Reminiscencias, posteridades, otras fechas, simbolismos. Tanta es su profesionalidad, que resuena genuino el entusiasmo con que explaya el acostumbrado parlamento sobre la Madonna del Parto de Piero della Francesca.
De pie como en un escenario en el que dos ángeles simétricos, vestido el uno de verde y con las alas rojas, el otro de rojo y con las alas verdes, descorren un cortinado, esa Madonna exhibe su vientre de comba pronunciada. Y sonríe.
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- Por Rosalba Campra
El coche llegó a su destino. Al pasar por el frente del Edén vieron allí estacionado el brilloso e imponente Mercedes Benz, regalo a una profunda amistad. El coche dobló por el costado del edificio y paró frente al pequeño boulevard de la fuente. Los pasajeros permanecieron unos segundos sin moverse, en silencio. Pareció que el tiempo se había detenido de pronto para ellos.
Habían venido desde la costa, en un punto confidencial a ochocientos kilómetros de la capital, trazado en secreto de antemano, y luego de bordear el Rio Grande de Punilla al este de la ciudad, el auto que los recibiera había continuado por la elevación entre los dos cerros, El Cuadrado y La Banderita, en el cordón montañoso de Sierras Chicas. El hermoso paisaje, familiar para casi todos los visitantes, estaba empedrado de recuerdos de tiempos mejores antes del desastre total.
Al cabo de unos segundos, los hombres y la mujer salieron a la fresca tarde primaveral de La Falda. Dos de los hombres asieron al tercero por ambos brazos. Era ya menester ayudarlo a andar. El padecimiento de Parkinson pareció haber acelerado su proceso por el estrés de las últimas semanas y durante el difícil vuelo del Arado hacia territorio neutral, bajo el esporádico fuego anti-aéreo. Luego, el encierro obligatorio bajo el mar durante el largo viaje, en proa al Atlántico Sur, había cobrado un poco más de la salud quebrantada del visitante.
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- Por Eduardo Frank