Literatura
Hace tiempo que quiero contar la historia de Guille. No porque crea que sea mejor que otras tantas que han ocurrido, sino porque todavía no acabo de entender cómo se puede vivir tantos años pensando algo y luego tener que cambiarlo todo de golpe. En el fondo, probablemente sea algo tan vulgar como no conocer la ley de la gravedad y que salga alguien enterado que te diga que existe. Por esa misma razón también creo que eso que pasó con Guille no fue realmente nada. Pero debe haber también, me digo, otro cara del mismo asunto cuyo verdadero valor todavía no comprendo. Por eso quería contarlo tal como sé que ocurrió y no como otros lo cuentan en el pueblo.
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- Por Fernando R. Mansilla
IRES Y VENIRES*
He pasado casi medio siglo de mi vida
yendo y viniendo,
atravesando los linderos de mi patria
a bordo de barcos, trenes y aeroplanos que,
con el correr del tiempo,
se volvieron más rápidos,
más gráciles y cargados
de gente ansiosa de conocer el mundo.
He vivido otras culturas
respirando aires diferentes,
admirando cielos completamente azules,
como el de México en los años cincuenta
que ahora se esconde tras pesadas capas
de gases mortíferos y polución asesina.
Me he sumergido sorprendida,
en mares fríos, en pleno verano,
en los que bañan la costa de Portugal
o, en el Canal de la Mancha,
bordeado de arrecifes de tiza,
o en el desteñido Mar del Norte en Holanda.
Y en océanos turbulentos:
el Atlántico desde Punta del Este
hasta la Florida y Nueva York,
o en un Pacífico extenso
que me ha brindado sus arenas
en Acapulco, la isla de Bocagrande en Colombia,
San Francisco, Los Ángeles... y hasta en el Japón,
O el océano Índico de increíble color,
que acumula altas dunas de arena
entre los eucaliptus de Australia
mientras los hijos de los ingleses deciden
si los hijos de los aborígenes
son o no son, los verdaderos propietarios de sus tierras.
O el de la Costa Azul de Turquía
donde desfilan los hoteles de las Mil y Una Noches
con casinos adornados de espirales en mármol y agua
entre avenidas y fuentes y palmeras de dátiles.
Mares mediterráneos como el Adriático,
el azul Egeo y el mismo Mediterráneo
con su histórica isla de Malta,
de mar transparente y frío,
aunque no tan transparente
como el de algunos balnearios españoles
donde se debe compartir la playa
con los desechos de los barcos
que lavan sus cloacas en los muelles:
plumas de gallina, bolsas viejas de plástico,
y otras cosas... que prefiero no recordar.
Y he podido comprobar también,
que las arenas de nuestro Caribe de siete colores
son suaves y blancas
y se pegan a la piel como harina,
quizá porque los habitantes de sus costas
están desnudos de civilización y artificios.
Nuestros antepasados portugueses
aportaron a mi raza, nueva religión, lengua,
cultura e incultura sin medida.
y deseos muy hondos de vivir y amar
a todas las indias morenas
que encontraron en sus rutas.
La valentía de los lusitanos
se mezcló con el coraje de los caribes,
quienes dieron muestras y ejemplo
de esa ausencia total del machismo
que quedó asentado como tradición y estigma
en las raíces peninsulares
del hombre iberoamericano.
Mientras tanto, como decía el poeta,
las uñas nacaradas
de nuestra gran madre indígena
se calvaban en la espalda
de aquél que le horadaba el vientre
con su espada afilada, rápida y metálica
para dejar sembrada para siempre
la semilla europea en América.
Medio milenio de traspaso de costumbres,
de arribo de barcos cargados de...
lenguajes nuevos, de dioses importados
y necesidades distintas a las conocidas antes,
como la ambición, el honor y el deshonor,
y el poder de la ciencia.
Desde la punta de los Alpes
donde ahora estoy sentada al iniciar mi invierno,
diviso a lo lejos una aldea
que va quedando sepultada bajo sábanas blancas.
El viento silba en mi ventana
un canto escalofriante
mientras zarandea a un árbol
desnudo y membranoso, con la suavidad danzante
de copos blancos rápidos como meteoros,
y ágiles, como plumas que brotan de algún roto
del colchón del cielo, continua y tenazmente,
hasta formar una cobija mullida y fría
que arrope bien los campos, lagos y bosques
de la patria de mi exilio.
El aullido del viento predispone a mi espíritu
en contra del descanso y lo incita a la lucha
pasiva y silenciosa de la pluma,
que araña la superficie deslizante del papel,
con trazos seguros de signos en clave
que porten retóricos y arcaicos mensajes,
como: "El amor es la llave para salvar al mundo".
Y mientras el viento aúlla en mi ventana,
yo sigo escribiendo, yendo y viniendo,
en mis hipotéticos Ires y Venires.
Gloria Serpa-Flórez de Kolbe es colombiana, columnista e investigadora literaria. Residió largos años en Alemania, donde se tradujeron al alemán algunos de sus libros de relatos y la novela corta El ojo de pescado (Múnich, 1988). * IRES Y VENIRES, Alemania, 1995 -Del libro VERSOS LIBRES- enviado a Aurora Boreal® por Gloria Serpa-Flórez de Kolbe. Publicado en Aurora Boreal® Digital con autorización de Gloria Serpa-Flórez de Kolbe. Foto Gloria Serpa-Flórez de Kolbe©Gloria Serpa-Flórez de Kolbe.
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- Por Gloria Serpa-Flórez de Kolbe
Aunque Nueva York es considerada la capital cultural de Estados Unidos, no se puede considerar una ciudad netamente norteamericana. Mientras que Nueva York pertenece ya a una comunidad propiamente global, Chicago es y seguirá siendo una ciudad verdaderamente norteamericana. Chicago es una ciudad de cuello azul en el colectivo nacional, o sea, una ciudad que se enrolla las mangas de camisa y se ensucia las manos.
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- Por Rafael Franco-Steeves
Veinticuatro poemas, conforman el tono de este breve libro que oscila entre la magia y el destierro, el conjuro y el olvido. Entre ensalmos y ruinas, bebedizos e imprecaciones, se convoca un pasado sepulto, el destello de un rostro que se resiste a la memoria, a las crepitaciones de la hoguera en el desierto.
Lo inconcluso, el entrecortamiento de la fábula, la revelación que se avizora como hierba indómita, zozobran en los retazos de una historia que se silabea en la guerra, el amago de una cartografía y su despojo. Se habita, nos dice un poema, en la casa del naufragio, la que permanece oculta e hirviente, en la tiniebla total.
Invitamos a leer este libro como se aligera una pócima. De su lectura tal vez surjan las caligrafías de lo silenciado o los delirios del desarraigo. La inmersión atare fuegos proscritos, lo que se niega entre las fragmentaciones de un palimpsesto.
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- Por Guillermo Martínez González
Antes dijo:
-Hazme un favor Pepe, cóbrate, y el vuelto me lo das a la hora que regrese.
Pepe asintió sin dejar de mirarle las piernas.
Siendo el dueño hace de todo, atiende como buen anfitrión, cobra, conversa, es muy atento, y vuelve cuando el agitado cocinero sirve en las tres bandejas el menú esperado.
-No nos han servido- se quejan otros comensales.
En una esquina hacia el fondo, Pepe me dice mira...
-Tengan paciencia, fíjense que somos dos.
Veo que alguien levanta la cuchara y empieza el acelerado concierto de tomar la sopa caliente, mientras el otro con su plato servido y casi frío, ríe ante ruidosa manifestación de hambre.
-Es lo mismo de siempre ¿no, Pepe?
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- Por Adán de Maríass
Aterrizó al pie de la ventana del cuarto de una muchacha que se disponía a salir para sus clases de la universidad. Golpeó los cristales hasta llamar su atención, esperó a que abriera y le contó la razón de su presencia. Ella le creyó, porque era muy fantasiosa, porque estudiaba física cuántica, por la vestimenta que ostentaba −incluía un vistoso sombrero de plumas y una espada con puño de rubíes−, la forma de hablar, los gestos y por la cantidad de veces que se arrodillaba a ofrecerle su corazón, por tanto lo dejó entrar a su cuarto, temiendo que los chicos le hicieran burla cuando comenzaran a pasar camino a sus escuelas... Pero comprendió que debía enfrentarse a un problema mayor, ¿cómo esconder a un príncipe en una casa pequeñita, sin pasadizos, ni túneles, ni catacumbas, con el despertador de la madre sonando en el cuarto de al lado y él intentando desenvainar la espada para matar al hechicero que hacía tanto ruido?
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- Por Marié Rojas Tamayo
Buenos Aires, 1977
----------¿Cómo empezar? ¿Por el principio, el final o por el medio? ¿Por el cuadro de Héctor Borla o por R.R? ¿Por Walter o por Anabel? ¿Por la gorda de Fellini o por quién diablos? El papel está puesto en la máquina. Sí, es hora, ya es hora de empezar a teclear, uno, dos, tres espacios. Así está mejor. Querido Walter. No me gusta. Pasan las horas y te extraño. Mucho peor. Pero debo seguir. Ella vendrá al mediodía. Desde que te fuiste, te juro, no he conocido a otro hombre. Pero sí me dan ganas de llorar. A mí. ¿A quién va a ser? Aquella tarde en que nos conocimos pude sentir que había algo diferente en vos. ¿Quién lo diría de un triste marinero que recaló en Buenos Aires? Y ahí viene uno de los R.R. tan arreglado como siempre, bien vestido, con su perfume a colonia de violetas. Y debo continuar, como conclusión creemos necesario implementar el sistema en el menor tiempo posible. Así que elevamos a usted el presente informe. Me detengo. Elevamos, elevamos, como si las palabras pudieran elevarse. Pero así les gusta, me enseñaron eso. Buenos días, R. Buenos días. Tantas estupideces pueden decirse en un informe, hay que justificar las funciones, tantas cosas que no tienen justificación. Y es por eso, señor director, que creemos imprescindible
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- Por Araceli Otamendi
Gabinete veneciano
Fernando R. Mansilla
Novela
Editorial Mirada Malva
Colección Mirada Narrativa
140p.
2011
El protagonista de Gabinete veneciano, inmerso en un profundo desarraigo existencial, busca inútilmente un espacio social vedado para aquellos que, como él, se sienten equidistantes entre la vulgaridad reinante en aquellos países sumidos en el populismo y el falso reconocimiento del que gozan las oligarquías corruptas. El narrador nos muestra cómo el estigma del pequeño burgués es sufrir un hondo malestar cultural; sumido en sus propias contradicciones, persigue ídolos efímeros, a quienes admira y desprecia a un tiempo. Para aquellos sumidos en la incomunicación, el sexo es únicamente la satisfacción de una necesidad, que convierte a los personajes en seres abyectos y desfigurados que se dejan llevar por sus excentricidades y fantasías.
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- Por María Chouza-Calo
Aquel miércoles, a las cinco de la tarde y como de costumbre, se hallaban reunidas en la cantina "El Patriota", de don Afrodisio Aguado, todas las autoridades municipales de Cojontepeque para discutir, por sexta vez, un controvertido tema. Se trataba, nada menos, que de la construcción de una modesta represa que vendría a aliviar los drásticos efectos de la sequía que estaba azotando tanto a Cojontepeque mismo como a los villorrios aledaños.
-¡Se me están muriendo los chanchos! ¡Hay que construir ese embalse cuanto antes! -dijo quejumbrosamente el alcalde, don Everardo Salazar. -¡Muy cierto! Se me están secando las hortalizas. ¡Hagamos la mentada presa! -se lamentó amargamente el tesorero municipal, don Lactancio Clavijo.
-¡Palabra de honor! ¡Esta calamidad está acabando con mis pobres gallinas! ¡Esa represa es la única solución! -sentenció el juez de paz, don Restituto Paniagua.
-¡Es la merita verdad! ¡Si no llueve pronto, hasta nuestras vidas corren peligro! -indicó don Macario Cárcamo, quien, además de cronista oficial, fungía como regidor.
La cuestión es que a nadie le cabía la menor duda de que había que construir una pequeña represa; pero cuando se abocaron al arduo asunto de determinar a qué altura del riachuelo, que atraviesa el pueblo y la comarca entera, sería conveniente levantarla, se armó la gran samotana porque cada uno ofrecía poderosas razones para que no se construyera en sus terrenos. En resumidas cuentas, nadie estaba dispuesto a que le anegaran sus tierras.
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- Por Jorge Kattán Zablah