Enrique Lihn - Domingos de poesía

Enrique Lihn (Chile, 1929-1988), creador multifacético: poeta, narrador, crítico de arte y de literatura, dramaturgo, actor de teatro, dibujante y autor de cómic. Recibió los premios: Atenea, 1963 y Casa de las Américas, 1966. Obtuvo la Beca Guggenheim, 1978. La capacidad conceptual, la prodigalidad temática, la riqueza expresiva y la pericia de verbalizar experiencias son aspectos que destacan en su obra poética. Su poesía es profunda y compleja. Se sitúa en el epicentro de la vida y capta sus impulsos, movimientos y fuerzas hasta emplazarla con la muerte. Un cáncer acabó en tres meses con la vida del poeta, tiempo en que no dejó de escribir y en el cual concibió Diario de muerte. Lihn es uno de los vates imprescindibles de la poesía en español.

LA PIEZA OSCURA

La mixtura del aire en la pieza oscura, como si el cielorraso hubiera
            amenazado
una vaga llovizna sangrienta.
De ese licor inhalamos, la nariz sucia, símbolo de inocencia y de precocidad
juntos para reanudar nuestra lucha en secreto, por no sabíamos no
            ignorábamos qué causa;
juegos de manos y de pies, dos veces villanos, pero igualmente dulces
que una primera pérdida de sangre vengada a dientes y uñas o,
            para una muchacha
dulces como una primera efusión de su sangre.

Y así empezó a girar la vieja rueda —símbolo de la vida— la rueda
            que se atasca como si no volara,
entre una y otra generación, en un abrir de ojos brillantes y un cerrar de
            ojos opacos
con un imperceptible sonido musgoso.
Centrándose en su eje, a imitación de los niños que rodábamos de dos
            en dos, con las orejas rojas —símbolos del pudor que saborea su
            ofensa— rabiosamente tiernos,
la rueda dio unas vueltas en falso como en una edad anterior a la invención
            de la rueda
en el sentido de las manecillas del reloj y en su contrasentido.
Por un momento reinó la confusión en el tiempo. Y yo mordí largamente en
            el cuello a mi prima Isabel,
en un abrir y cerrar del ojo del que todo lo ve, como en una edad anterior al pecado
pues simulábamos luchar en la creencia de que esto hacíamos; creencia
            rayana en la fe como el juego en la verdad
y los hechos se aventuraban apenas a desmentirnos
con las orejas rojas.

Dejamos de girar por el suelo, mi primo Ángel vencedor de Paulina,
           mi hermana; yo de Isabel, envueltas ambas
ninfas en un capullo de frazadas que las hacía estornudar —olor a naftalina
            en la pelusa del fruto—.
Esas eran nuestras armas victoriosas y las suyas vencidas confundiéndose
            unas con otras a modo de nidos como celdas, de celdas como
            abrazos, de abrazos como grillos en los pies y en las manos.
Dejamos de girar con una rara sensación de vergüenza, sin conseguir
            formularnos otro reproche
que el de haber postulado a un éxito tan fácil.
La rueda daba ya unas vueltas perfectas, como en la época de su aparición
           en el mito, como en su edad de madera recién carpintereada
con un ruido de canto de gorriones medievales;
el tiempo volaba en la buena dirección. Se lo podía oír avanzar hacia
            nosotros
mucho más rápido que el reloj del comedor cuyo tic-tac se enardecía por
            romper tanto silencio.
El tiempo volaba como para arrollarnos con un ruido de aguas espumosas
            más rápidas en la proximidad de la rueda del molino, con alas de
            gorriones —símbolos del salvaje orden libre— con todo él por único
            objeto desbordante
y la vida —símbolo de la rueda— se adelantaba a pasar tempestuosamente
            haciendo girar la rueda a velocidad acelerada, como en una
            molienda de tiempo, tempestuosa.
Yo solté a mi cautiva y caí de rodillas, como si hubiera envejecido de
            golpe, presa de dulce, de empalagoso pánico
como si hubiera conocido, más allá del amor en la flor de su edad, la
            crueldad del corazón en el fruto del amor, la corrupción del fruto y
           luego... el carozo sangriento, afiebrado y seco.

¿Qué será de los niños que fuimos? Alguien se precipitó a encender la luz,
           más rápido que el pensamiento de las personas mayores.
Se nos buscaba ya en el interior de la casa, en las inmediaciones del
            molino: la pieza oscura como el claro de un bosque.
Pero siempre hubo tiempo para ganárselo a los sempiternos cazadores de
            niños. Cuando ellos entraron al comedor, allí estábamos los ángeles
           sentados a la mesa
ojeando nuestras revistas ilustradas —los hombres a un extremo, las
            mujeres al otro—
en un orden perfecto, anterior a la sangre.

En el contrasentido de las manecillas del reloj se desatascó la rueda antes
            de girar y ni siquiera nosotros pudimos encontrarnos a la vuelta del
            vértigo, cuando entramos en el tiempo
como en aguas mansas, serenamente veloces;
en ellas nos dispersamos para siempre, al igual que los restos de un mismo
            naufragio.
Pero una parte de mí no ha girado al compás de la rueda, a favor de la
            corriente.
Nada es bastante real para un fantasma. Soy en parte ese niño que cae de
           rodillas
dulcemente abrumado de imposibles presagios
y no he cumplido aún toda mi edad
ni llegaré a cumplirla como él
de una sola vez y para siempre.

               (La pieza oscura, 1963)

 

 

NATHALIE

     Estuvimos a punto de ejecutar un trabajo perfecto,
Nathalie en una casa de piedra de Provenza.
Dirás ahora que todo estuvo mal desde el principio pero lo cierto es que
           exhumamos, como por arte de magia,
todos, increíblemente todos los restos del amor
y en lo que a mí respecta hasta su aliento mismo:
el ramillete de flores de lavanda.
     Es cierto: nuestras buenas intenciones fracasaron, nuestros proyectos se
           redujeron al polvo del camino
entre la casa de Lulú y la tuya.
No se podía ir más lejos con los niños
que además se orinaron en nuestro experimento;
pero aprendí a Michaux en tu casa, Nathalie; una vociferación que me
           faltaba,
un dolor, otra vez, incalculable
para el cual las palabras no tienen gusto a nada.
     Vuelvo a París con el cuaderno vacío,
tu trasero en lugar de mi cabeza,
tus piernas prodigiosas en lugar de mis brazos,
el corazón en la boca no sé si de tu estómago o del mío.
Todo lo intercambiamos, devorándonos: órganos y memorias, accidentes
           del esfuerzo por calarnos a fondo,
Nathalie, por fundirnos en una sola pulpa.
     Creer en dios; sólo me falta esto
y completar, rumiando, el ciclo de la baba,
a lo largo de Francia.
Pero sí, trabajamos duramente
hombro con hombro, ombligo contra ombligo
y estuvimos a punto de sumergirnos en Rilke.
     No hemos perdido nada:
este dolor era todo lo que podía esperarse;
sólo me falta aullarlo en el momento oportuno, mi viejecilla, mi avispa, mi
           madre de dos hijos casi míos, mi vientre.
«Va faire dodo Alexandre. Va faire dodo Gérome». Ah, qué alivio para ellos
el flujo de la baba de la conciliación. Toda otra forma de culto es una
           mierda.
Me hago literatura.
Este poema es todo lo que podía esperarse
después de semejante trabajo, Nathalie.

 

LA DESPEDIDA

¿Y qué será, Nathalie, de nosotros. Tú en mi memoria, yo en la tuya como
          esos pobres amantes que mientras se buscaban
de una ciudad a otra, llegaron a morir
—complacencias del narrador omnividente, tristezas de su ingenio— justo
          en la misma pieza de un hotel miserable
pero en distintas épocas del año?
     Absurdo todo pensamiento, toda memoria prematura y particularmente
          dudosa
cualquier lamentación en nuestro caso;
es por una deformación profesional que me permito este falso aullido
ávido y cauteloso a un mismo tiempo. «Todo es triste —me escribes— y
          confuso,
y yo quisiera olvidarlo todo». Pero te das incluso, entre paréntesis
el lujo de cobrarme una pequeña deuda y la palabra adiós se diría que
          suena
de un modo estrictamente razonable.

     El amor no perdona a los que juegan con él. No tenemos perdón del
          amor, Nathalie
a pesar de tu tono razonable
y este último zumbido de la ironía, atrapada en sí misma,
como una cigarra por los niños.
     El viento nos devuelve, a ti en Bonnieux
a mí en un París que a cada instante rompe, contra toda expectativa,
sus vagas relaciones lluviosas con el sol,
el peso exacto de nuestras palabras de las que hicimos un mal gasto al
          cambiarlas por moneda liviana, pequeñísima,
y este negocio de vivir al día no era más que, a lo lejos, una bonita fachada
con angustiados gitanos en la trastienda.

     El viento al que jugamos Nathalie, mientras soplaba del lado de lo real,
          en la Camargue, nos devuelve
—extramuros de la memoria, allí donde el mar brilla por su ausencia
y no hay modo de estar realmente desnudo—
palmerales roídos por la arena, el sibilino rumor de una desolación con ecos
de voces agrias que se confunden con las nuestras.
Es la canción de los gitanos, forzados
a un nuevo exilio por los caminos de Provenza
bajo ese sol del viento que se ríe a mandíbula batiente del verano y sus
          pequeños negocios.
Son historias, también tristemente confusas. La diferencia está en que
          nosotros bajamos
desde el primer momento el diapasón de la nuestra;
sí, gente civilizada… guardando, claro está, las debidas distancias
—mi desventaja, Nathalie— entre tu tribu y la mía.

Pero Lulú es testigo del Tarot; Lulú que parece haber nacido bajo todos los
          signos del zodíaco,
antes hada madrina que rigurosa vidente,
ella lo sabe todo a ciencia incierta, tu amiga.
Nada con los romanos y sus res gestae; el porvenir se lee bajo la
          inspiración
de los aerolitos, en la mano misma;
entre griegos no hay líneas decisivas; una muerte que dice, únicamente
          ella,
la última palabra de lo que un hombre fue; y el temblor en las manos,
Nathalie,
el brillo o la humedad en los ojos, el deseo.
     Lulú, Lulú, y éramos nosotros esos montes de Venus, viejecilla, tus
          huéspedes:
una amiga de toda la mitad de tu vida que se pegaba, otra vez, a tus faldas
en compañía de un silencioso, delirante extranjero.
Contra toda evidencia corroboro tus pronósticos:
ella y yo, querida, hicimos un largo viaje;
nos casamos en Santiago de Chile, fuimos espantosamente felices,
          sumamos nuestros hijos respectivos y aún nos quedó tiempo para
          reproducirnos con prodigalidad,
para volver a Bonnieux en compañía de tus nietos mucho más que
          legítimos.
Si nada de esto ocurrió, querida, demás está decir que lo tomarás
          tranquilamente,
digo mejor: metafísicamente.
Te habías limitado a constatar, lo sé muy bien, no la miseria de los hechos
sino los encantos de la verdad: ese temblor en las manos.
Tú eres más razonable que nosotros: existe una historia de lo que pudo ser
«n’importe où hors du monde»,
te mereces, Lulú, una cita de Baudelaire,
múltiples besos en las dos mejillas,
mi adiós a una Francia con la que te confundo, la única eterna ojalá,
          viejecilla.

     Ah, nosotros en cambio… ni griegos ni romanos; gente dejada de sus
          propias manos, los que cambiamos el disco rápidamente
por temor a que los gritos llegaran al techo.
Tránsfugas de la tribu en la tierra de nadie; calculadores, jugadores y
          tristes por añadidura. Y confusos.
Es por una deformación profesional que me permito, Nathalie, mojar estos
          originales
con lágrimas de cocodrilo frente al espejo, escribiéndote,
tratando de sortear la duplicidad del castigo.
     En mi memoria, Nathalie, y en la tuya, allí nos desencontraremos para
     siempre
—el amor no perdona a los que juegan con él—
como si de pronto el espejo te devolviera mi imagen;
trataré de pensar que habrás envejecido.

 

 

MONÓLOGO DEL POETA CON SU MUERTE

     Y ahora te toca a ti: el poeta y su muerte;
no es una buena escena ni aun para el autor
de los monólogos: nada ocurre en ella
de especialmente emocionante. El rostro
mismo del miedo que uno pensaría
todo un teatro de máscaras,
no es más que este pie equino, un sapo informe,
un puñado de hongos.

     Tu misma enfermedad, nunca se supo
quién de los dos el cuerpo, quién el alma
hasta su floración en una noche
en que al gusto habitual a tierra de hojas
de tu lengua, sentiste con horror
que se mezclaba al polen venenoso;
y tus pies te llevaron a la rastra
por el camino de tus hospitales.

     Cuánta inocencia ahora
que la muerte prepara tu bautismo
en las aguas servidas de la sangre
una y mil veces transformadas en vino,
quiere que tú te mires en ellas sollozando,
como si todo tu pasado fuera
algo por verse allí
en ese triste espejo que volvía a trizarse
cada siete años, con tu cara adentro.
Todo lo tuyo fue —dicen las trizaduras—
altos y bajos de la mala suerte.

     Quienes van a morir en esta pieza
de hospital, ya lo saben los unos de los otros;
lo repiten, lo aprenden, lo recitan, lo aúllan.
El silabario del dolor circula
de cama en cama, los recuerdos tiemblan
juntos, como en un ghetto de Varsovia.
(Médicos que parecen gaviotas, alcatraces,
vuelan sobre un cardumen de termómetros,
y las horribles golondrinas ruedan
con las alas zurcidas a la espalda
y los pies húmedos de escupitajos).
     Nadie, si lo quisiera, podría hacerse trampas
pensando que es un juego esta partida
ni sacar un horrible solitario.
La memoria sajada de los unos
supura, abiertamente,
toda la porquería inolvidable;
la de los otros se extravía y canta
salmos del cloroformo: tangos dodecafónicos
algodonosos y sanguinolentos.

     Pero tú, sustraído al delirio común
por un miedo que ya no tiene nombre
ni otra figura que la tuya propia,
vas a morir con dignidad, se dice.
Quizás, como no aceptes de la muerte otra cosa
que, por entretener a las visitas,
unos tropiezos de bufón danzante
junto al trono del rey del humor negro.
     Y pues ahora que te asisten plenos
poderes como a Ubú o Chaplín, los imbéciles
sólo atinan a irse
como si se sentaran en las brasas,
tu soledad es cada vez más tuya;
precisas no mezclarte con la chusma, distraes
la mirada paseándola por el vago rebaño
de las camas, te miras el ombligo del mundo.
Todo el orgullo que se diga es poco.

     De los recuerdos de tu infancia, no más
juega tu corazón, como en un viejo patio
casi vacío, con los más tranquilos.
Cedes —toda prudencia— al sueño que soñabas
cuando era el despertar de un niño a la dulzura
de la convalecencia, entre las manos
maternales.
Piensas en los hermanos Grimm y en Andersen.
Sabes, crees saber que, pasajero
de un tren-cisne-dragón-globo aerostático,
vas salvando el escollo de la noche, y el aire
libre, la luz del otro extremo del túnel,
te murmura al oído: «ahora estás sano y salvo».
¡Un día al fin! Tu madre, toda suave lectura,
vuelve para aventar del patio los recuerdos
turbulentos, que gritan: ¡El muerto, el muerto, el muerto!
con las orejas y las manos sucias.

               (Poesía de paso, 1966)

 

 

MESTER DE JUGLARÍA

Ocio increíble del que somos capaces, perdónennos
los trabajadores de este mundo y del otro
pero es tan necesario vegetar.
Dormir, especialmente, absorber como por una pajilla delirante
en que todos los sabores de la infelicidad se mixturan
rumor de vocecillas bajo el trueno estos monstruos
nuestras llagas
como trocitos de algo en un caleidoscopio.
Somos capaces de esperar que las palabras nos duelan
o nos provoquen una especie de éxtasis
en lugar de signos drogas
y el diccionario como un aparador en que los niños perpetran sus asaltos nocturnos
comparación destinada a ocultar el verdadero alcance de nuestros apetitos
que tanto se parecen a la desesperación a la miseria
Ah, poetas, no bastaría arrodillarse bajo el látigo
ni leernos, en castigo, por una eternidad los unos a los otros.
En cambio estamos condenados a escribir,
y a dolernos del ocio que conlleva este paseo de hormigas
esta coda de nada y para nada fatigosa como el álgebra
o el amor frío pero lleno de violencia que se practica en los puertos.
Ocio increíble del que somos capaces yo he estado almacenando
mi desesperación durante este invierno,
trabajadores, nada menos que en un país socialista
He barajado una y otra vez mis viejas cartas marcadas
Cada mañana he despertado más cerca de la miseria
esa que nadie puede erradicar,
y, coño, qué manera de dormir
como si germinara a pierna suelta
sueños insomnes a fuerza de enfilarse a toda hora frente a un amor frío pero lleno
          de violencia como un sargento borracho
estos datos que se reúnen inextricables
digámoslo así en el umbral del poema
cosas de aspecto lamentable traídas no se sabe para qué desde todos los rincones
          del mundo
(y luego hablaron de la alquimia del verbo)
restos odiosos amados en una rara medida
que no es la medida del amor
De manera que hablo por experiencia propia
Soy un sabio en realidad en esta cosa de nada y para nada y francamente me extraña
que los poetas jóvenes a ejemplo del mundo entero se abstengan de figurar en mi
          séquito
Ellos se ríen con seguridad de la magia
pero creen en la utilidad del poema en el canto
Un mundo nuevo se levanta sin ninguno de nosotros
y envejece, como es natural, más confiado en sus armas que en sus himnos
Trabajadores del mundo, uníos en otra parte
ya os alcanzo, me lo he prometido una y mil veces, sólo que no es éste el lugar digno
          de la historia,
el terreno que cubro con mis pies
perdonad a los deudores morosos de la historia
a estos mendigos reunidos en la puerta de servicio
restos humanos que se alimentan de restos
Es una vieja pasión la que arrastramos
Un vicio, y nos obliga a una rigurosa modestia
En la Edad Media para no ir más lejos
nos llenaron la boca con la muerte,
y nuestro hermano mayor fue ahorcado sin duda alguna por una cuestión de
          principios.
Esta exageración
es la palabra de la que sólo podemos abusar
de la que no podemos hacer uso —curiosidad vergonzante—, ni mucho menos aun
          cuando se nos emplaza a ello
en el tribunal o en la fiesta de cumpleaños
Y siempre a punto de caer en el absurdo total
habladores silentes como esos hombrecillos del cine mudo —que en paz descansen—
cuyas espantosas tragedias parodiaban la vida:
miles de palabras por sesión y en el fondo un gran silencio glacial
bajo un solo de piano de otra época
alternativamente frenético o dulce hasta la náusea
Esta exageración casi una mala fe
por la que entre las palabras y los hechos
se abre el vacío y sus paisajes cismáticos donde hasta la carne parece evaporarse
bajo un solo de piano glacial y en lugar de los dogmas surge
bueno, la poesía este gran fantasma bobo
ah, y el estilo que por lo cierto no es el hombre
sino la suma de sus incertidumbres
la invitación al ocio y la desesperación y a la miseria
Y este invierno para no ir más lejos lo desaproveché pensando
en todo lo relacionado con la muerte
preparándome como un tahúr en su prisión
para inclinar el azar en mi favor
y sorprender luego a los jugadores del día
con este poema lleno de cartas marcadas
que nada dice y contra el cual no hay respuesta posible y que ni siquiera es una
          interrogación
un as de oro para coronar un sucio castillo de naipes una cara marcada una de esas
que suelen verse en los puertos ellas nos hielan la sangre
y nos recuerdan la palabra fatal
un resplandor en todo diferente de la luz
mezclado a historias frías en que el amor se calcina
Todo el invierno ejercicios de digitación en la oscuridad
de modo que los dedos vieran manoseados estos restos
cosas de aspecto lamentable que uno arrastra y el ocio
de los juglares, vergonzante
padre, en suma, de todos los poemas:
vicios de la palabra
Estuve en casa de mis jueces. Ellos ahora eran otros no me reconocieron
Por algo uno envejece, y hasta podría hacerlo, según corren los tiempos, con una
          cierta dignidad
Espléndida gente. Sólo que, como es natural, alienados
Televidentes escuchábamos al líder yo también caía en una especie de trance
No seré yo quien transforme el mundo
Resulta, después de todo, fácil decirlo,
y, bien entendido, una confesión humillante
puesto que admiro a los insoportables héroes y nunca han sido tan elocuentes quizás
como en esta época llena de sonido y de furia
sin más alternativa que el crimen o la violencia
Que otros, por favor, vivan de la retórica
nosotros estamos, simplemente, ligados a la historia
pero no somos el trueno ni manejamos el relámpago
Algún día se sabrá
que hicimos nuestro oficio el más oscuro de todos o que intentamos hacerlo
Algunos ejemplares de nuestra especie reducidos a unas cuantas señales de lo que
          fue la vida en estos tiempos
darán que hablar en un lenguaje todavía inmanejable
Las profecías me asquean y no puedo decir más.

 

 

RIMBAUD

Él botó esta basura
yo le envidio su no a este ejercicio
a esta masturbación desconsolada
Me importa un trueno la belleza
con su chancro
Ni la perversión ni la conversión interesan
No a la magia. Si de siempre a la siempre decepcionante
               evidencia de lo que es
y que las palabras rasguñan, y eso
Le poetizo también
Este es un vicio al que solo se escapa como él
desdeñosamente
y pudo, en realidad, bloquearse en su neurosis
perder la lengua a manos de la peste
y ese no ser un sí a la lujuria de la peste

Por todos los caminos llego a lo impenetrable
a lo que sirve de nada
Poesía culpable quizás de lo que existe
Cuánta palabra en cada cosa
qué exceso de retórica hasta en la última hormiga

Pero en definitiva el botó esta basura
su sombrero feroz en el bosque.

 

 

KAFKA

Soy sensible a este abismo, me enternece
de otra manera la lectura de Kafka:
pruebo, con frialdad, el gusto de la muerte
Que nos hace falta algo
junto a lo cual no somos nada
Una cámara oscura
Que proyecta esta ausencia pavorosa
Pruébese lo contrario
con lujo de razones luminosas,
igual el sol parece que cavila
sobre el origen de sus manchas, sí:
en cada cosa hay un fantasma oculto
Nuestro trabajo, ¿no es un exorcismo,
una respuesta al desafío oscuro?

 

 

PORQUE ESCRIBÍ

Ahora que quizás, en un año de calma,
piense: la poesía me sirvió para esto:
no pude ser feliz, ello me fue negado,
pero escribí.

Escribí: fui la víctima
de la mendicidad y el orgullo mezclados
y ajusticié también a unos pocos lectores;
tendí la mano en puertas que nunca, nunca he visto;
una muchacha cayó, en otro mundo, a mis pies.

Pero escribí: tuve esta rara certeza,
la ilusión de tener el mundo entre las manos
—¡qué ilusión más perfecta! como un cristo barroco
con toda su crueldad innecesaria—.
Escribí, mi escritura fue como la maleza
de flores ácimas pero flores en fin,
el pan de cada día de las tierras eriazas:
una caparazón de espinas y raíces.

De la vida tomé todas estas palabras
como un niño oropel, guijarros junto al río:
las cosas de una magia, perfectamente inútiles
pero que siempre vuelven a renovar su encanto.

La especie de locura con que vuela un anciano
detrás de las palomas imitándolas
me fue dada en lugar de servir para algo.
Me condené escribiendo a que todos dudarán
de mi existencia real,
(días de mi escritura, solar del extranjero).
Todos los que sirvieron y los que fueron servidos
digo que pasarán porque escribí
y hacerlo significa trabajar con la muerte
codo a codo, robarle unos cuantos secretos.
En su origen el río es una veta de agua
—allí, por un momento, siquiera, en esa altura—
luego, al final, un mar que nadie ve
de los que están braceándose la vida.
Porque escribí fui un odio vergonzante,
pero el mar forma parte de mi escritura misma:
línea de la rompiente en que un verso se espuma,
yo puedo reiterar la poesía.

Estuve enfermo, sin lugar a dudas
y no sólo de insomnio,
también de ideas fijas que me hicieron leer
con obscena atención a unos cuantos sicólogos,
pero escribí y el crimen fue menor,
lo pagué verso a verso hasta escribirlo,
porque de la palabra que se ajusta al abismo
surge un poco de oscura inteligencia
y a esa luz muchos monstruos no son ajusticiados.

Porque escribí no estuve en casa del verdugo
ni me dejé llevar por el amor a Dios
ni acepté que los hombres fueran dioses
ni me hice desear como escribiente
ni la pobreza me pareció atroz
ni el poder una cosa deseable
ni me lavé ni me ensucié las manos
ni fueron vírgenes mis mejores amigas
ni tuve como amigo a un fariseo
ni a pesar de la cólera
quise desbaratar a mi enemigo.

Pero escribí y me muero por mi cuenta,
porque escribí porque escribí estoy vivo.

               (La musiquilla de las pobres esferas, 1969)

 

 

PIES QUE DEJÉ EN PARÍS

Pies que dejé en París a fuerza de vagar
religiosamente por esas calles sombrías
La ciudad me decía no eres nada
a cada vuelta de sus diez mil esquinas
y yo: eres bella, a media legua, hundiéndome
otro poco en el polvo deletéreo:
nieve a manera de retribución,
y en la boca un sabor a papas fritas

               (Algunos poemas, 1972)

 

 

VOY POR LAS CALLES DE UN MADRID SECRETO

Voy por las calles de un Madrid secreto
que en mi ignorancia sólo yo conozco:
nadie que lo conoce lo ve así
ni en su ignorancia ignora lo esencial.
Ariadna —mi memoria laberíntica—
me tiende el hilo de su pobre ovillo
hecho de telarañas hilachientas.
Creo ver lo que vi: es una creencia
y de improviso, es cierto, lo estoy viendo
pero en otro lugar. Y ¿por qué en otro?
más bien todo en un sitio sin lugares
ni estables perspectivas ni, en fin, nada.
La ciudad es hermosa ciertamente
pero debo inventarla al recordarla.
No sé qué mierda estoy haciendo aquí
viejo, cansado, enfermo y pensativo.
El español con el que me parieron
padre de tantos vicios literarios
y del que no he podido liberarme
puede haberme traído a esta ciudad
para hacerme sufrir lo merecido:
un soliloquio en una lengua muerta.

 

 

NUNCA SALÍ DEL HORROROSO CHILE

Nunca salí del horroroso Chile
mis viajes que no son imaginarios
tardíos sí —momentos de un momento—
no me desarraigaron del eriazo
remoto y presuntuoso
Nunca salí del habla que el Liceo Alemán
me infligió en sus dos patios como en un regimiento
mordiendo en ella el polvo de un exilio imposible
Otras lenguas me inspiran un sagrado rencor:
el miedo de perder con la lengua materna
toda la realidad. Nunca salí de nada.

               (A partir de Manhattan, 1979)

 

 

ÁNGEL DE RIGOR

     Tarde por la mañana se hizo ver
a mi puerta qué ángel más terrible
esa misma muchacha a quien amé
en silencio hace cosa de cien años
     La frustración de padre y señor mío
negándose a un incesto metafórico
que lo sepulta bajo siete capas
del alquitrán del sueño
              Y me cogiste
en la debilidad del mediodía
Un soplo al corazón de la edad media
como el golpe que quiebra así el espejo
antes del baño, cuando un tipo insomne
bebe de la fatiga de sí mismo
un trago largo con sabor a muerte
     Y no pude dejar de entrar contigo
con el cuerpo en la boca, digo, el alma
mismamente en la cama de mi hija
en un estado de inseguridad
el viejo efecto del deslumbramiento
     Era como acostarse con un ángel
sin la preparación física mínima
tras una noche en blanco, de verano
Natural fue que nada resultara
La indecisión se apoderó de mí
y de ti, por rimar, la decepción
Herido y muerto del amor que huía
en el momento mismo de su aparición
Disminución de Alicia al ir creciendo
al otro lado de un espejo roto
en el país de Nada y Nunca Más
reverso exacto de esas maravillas.

 

 

NO HAY NARCISO QUE VALGA

     A los cincuenta y dos años el espejo es el otro
No hay Narciso que valga ni pasión de mirarse
en el otro a sí mismo. La luna del estanque
es despiadada, finalmente dura
como una mala foto que él rompe en mil pedazos
     Se liquida el espejo: vuelve a su liquidez
y licuado ese ojo de vidrio que llorara
es, por fin, una poza de agua verde y sin fin:
estanque del que fluye, envuelta en sus cabellos
y bajo los nenúfares, una ninfa, una ninfa...

 

 

NOCHE DE PAZ

     Nieve artificial que caes y que no caes
en la caja de música de una navidad descompuesta
De una casa a otra no hay ni aun el espacio
que separa a las estrellas, hay la Ley de la Inexistencia.

     No soy tu Papá Noel ni estás posando junto a mí
para la eternidad de una postal en familia
ni estamos menos separados que los vivos de los muertos.

     La irrisoria noche de paz, la ridícula noche de amor
sigue endulzándose a medida que pasa
pero yo estoy metido en esta guerra
y si me apoyas no firmaré nunca la paz
tampoco esta noche que nos separa de un tajo
aunque parezca indolora, aunque parezca indolora.

               (Al bello despertar de este lucero, 1983)

 

 

[NADA TIENE QUE VER EL DOLOR...]

Nada tiene que ver el dolor con el dolor
nada tiene que ver la desesperación con la desesperación
Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas
No hay nombres en la zona muda
Allí, según una imagen de uso, viciada espera la muerte a sus nuevos amantes
acicalada hasta la repugnancia, y los médicos
son sus peluqueros, sus manicuros, sus usurarios usuarios
la mezquinan, la dosifican, la domestican, la encarecen
porque esa bestia tufosa es una tremenda devoradora
Nada tiene que ver la muerte con esta imagen de la que me retracto
todas nuestras maneras de referirnos a las cosas están viciadas
y éste no es más que otro modo de viciarlas
Quizá los médicos no sean más que sabios y la muerte —la niña
de sus ojos— un querido problema
la ciencia lo resuelve con soluciones parciales, esto es, difiere
su nódulo insoluble sellando una pleura, para empezar
Puede que sea yo de esos que pagan cualquier cosa por esa tramitación
Me hundiré en el duelo de mí mismo, pero cuidando de mantener
ciertas formas como ahora en esta consulta
Quiero morir (de tal o cual manera) ese es ya un verbo descompuesto
y absurdo, y qué va, diré algo, pero razonable
mente, evidentemente fuera del lenguaje en esa
zona muda donde unos nombres que no alcanzan a ser
cuando ya uno, qué alivio, está muerto, olvidado ojalá previamente de sí mismo
esa cosa muerta que existe en el lenguaje y que es
su presupuesto
Invoco en la consulta al dios
de la no mismidad, pero sabiendo que se trata
de otra ficción más
sobre la unión de Oriente y Occidente
de acápites, comentarios y prólogos
Un muerto al que le quedan algunos meses de vida tendría que aprender
para dolerse, desesperarse y morir, un lenguaje limpio
que sólo fuera accesible más allá de las matemáticas a especialistas
de una ciencia imposible e igualmente válida
un lenguaje como un cuerpo operado de todos sus órganos
que viviera una fracción de segundo a la manera del resplandor
y que hablara lo mismo de la felicidad que de la desgracia
del dolor que del placer, con una sonriente
desesperación, pero esto es ya decir
una mera obviedad con el apoyo
de una figura retórica
mis palabras no pueden obviamente atravesar la barrera de ese lenguaje
          desconocido
ante el cual soy como un babuino llamado por extraterrestres a interpretar
el lenguaje humano
Ay dios habría que hablar de la felicidad de morir en alguna inasible forma
de eso que acompañó a la inocencia al orgasmo a todos y a cada uno
de los momentos que improntaron la memoria
con impresiones desaforadas
Cuando en la primera polución
—mucho más mística que la primera comunión— pensabas en Isabel
ella no era una persona sino su imagen el resplandor orgástico de esa creatura
que si vivió lo hizo para otros diluyéndose para ti carnalmente en el tiempo de
          los demás
sin dejar más que el rastro de su resplandor en tu memoria
eso era la muerte y la muerte advino y devino
el click de la máquina de memorizar esa repugnante devoradora
acicalada en palabras como éstas tu poesía, en suma es la muerte
el sueño de la letra donde toda incomodidad tiene su asiento
la cárcel de tu ser que te privaba del otro nombre de amor escrito
          silenciosamente en el muro
o figuras obscenas untadas de vómito
tu vida que —otra palabra— se deslizó, sin haberse podido
engrupir en lo existente detenerse en lo pasajero hundir el hocico
feliz en el comedero, golpear por un asilo nocturno
con el amor como con una piedra
la muerte fue la que se disfrazó de mujer en el altillo
de una casa de piedra y para ti de sombra y humo y nada
porque ya no podías enamorar a su dueña, temblando
del placer de perderla bajo una claraboya con telarañas
tienes que reconstituir ese momento ahora que la dueña de la casa es la muerte
y no la otra, esa nada ese humo esa sombra
darte el placer de ser ella y de unirte a ella como los labios de Freud
que se besan a sí mismos

 

 

HAY SÓLO DOS PAÍSES

Hay sólo dos países: el de los sanos y el de los enfermos
por un tiempo se puede gozar de doble nacionalidad
pero, a la larga, eso no tiene sentido
Duele separarse, poco a poco, de los sanos a quienes
seguiremos unidos, hasta la muerte
separadamente unidos
Con los enfermos cabe una creciente complicidad
que en nada se parece a la amistad o el amor
(esas mitologías que dan sus últimos frutos
a unos pasos del hacha)
Empezamos a enviar y recibir mensajes de nuestros verdaderos conciudadanos
una palabra de aliento
un folleto sobre el cáncer

               (Diario de muerte, 1989)

 

enrique lihn 350Enrique Lihn (Chile, 1929-1988), creador multifacético: poeta, narrador, crítico de arte y de literatura, dramaturgo, actor de teatro, dibujante y autor de cómic. Recibió los premios: Atenea, 1963 y Casa de las Américas, 1966. Obtuvo la Beca Guggenheim, 1978. La capacidad conceptual, la prodigalidad temática, la riqueza expresiva y la pericia de verbalizar experiencias son aspectos que destacan en su obra poética. Su poesía es profunda y compleja. Se sitúa en el epicentro de la vida y capta sus impulsos, movimientos y fuerzas hasta emplazarla con la muerte. Un cáncer acabó en tres meses con la vida del poeta, tiempo en que no dejó de escribir y en el cual concibió Diario de muerte. Lihn es uno de los vates imprescindibles de la poesía en español.

 

 

Material de consulta:
Algunos poemas. Barcelona: Barral. 1972; A partir de Manhattan. Valparaiso: Ediciones Ganymedes,1979; Álbum de toda especie de poemas. España: Lumen, 1989; Porque escribí. Chile: FCE, 1995; Al bello aparecer de este lucero; Santiago de Chile: LOM, 1997; La pieza oscura. Chile: UDP, 2005; Poesía reunida. Chile: UDP, 2018.

 

 

"Domingos de poesía" es una idea original del poeta Sergio Laignelet, colaborador de Aurora Boreal®. Se publica semanalmente. Toda la selección y cura de los materiales por Sergio Laignelet.

 

sergio laignelet 250

Sobre Sergio Laignelet
Bogotá, 1969. Poeta colombiano residente en Madrid, editor, corrector de estilo y ortotipográfico de publicaciones educativas y culturales. Libros publicados: That's all Folks! (poemas animados). Madrid, 2017; Cuentos sin hadas. Canarias, 2010; Carnaval (plaquette). Bogotá, 2007; Malas Lenguas. Bogotá, 2005. Ediciones bilingües de CSH: Danés: Omvendte eventyr. H. Krarup trad. Copenhague, 2017; Francés: Contes á l’envers. R. Durand trad. Toulon, 2015, y Colomiers, 2017 (además, poemas suyos han sido traducidos al inglés, portugués, italiano, sueco, finés, polaco y japonés). Antología editada: Gatimonio: poemas de gatos de autores hispanoamericanos. Madrid, 2013.

Poemas de Enrique Lihn. Selección de poemas: Sergio Laignelet. Material enviado a Aurora Boreal® por Sergio Laignelet. Fotografía y poemas publicados con autorización de ©Herederos de Enrique Lihn (Foto de ©Inés Paulino). Fotografía Sergio Laignelet © Lorenzo Hernández.

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