Pasando el tiempo en el Café Mediterraneum de Berkely

 

victor_fuentes_001Thanksgiving. 22 de noviembre, 1973. Me fastidian estas fiestas nacionales que uno como "extranjero" nunca acaba de hacer suyas. "Hay que ser ingeniero para cocinar esto", comenta

Liz, aludiendo al termómetro que trae el pavo inscrustado en el ano para medir su asado a punto. Ella trata de dar un poco de humor al paripé de la fiesta familiar que montamos para los niños, pues ya llevamos tiempo separados.
Mientras sube el termómetro, cuestión de varias horas, me meto en el "Mediterraneum Café", refugio de náufragos hippies y del Movimiento de los años 60, en la Telegraph Street. A tono con el lugar, abro mi libro de poemas de Ho-Chi-Minh y leo: "Rodeado de montañas. Un río cercano. No necesito mucho para estar bien. Allá el pico marxista, aquí el río leninista. Las manos desnudas construirán la tierra". Veinte años después volvió al mismo paraje donde había estado escondido: "La revolución ha triunfado. Qué espléndidas se ven la montañas y los arroyos..."

Sus palabras me entonan como si me hubiera bebido un cargado tinto colombiano (acababa de venir de una estancia en Cali con el TEC, grupo teatral de Enrique Buenaventura) y no el descafeinado expreso del lugar. Trato de vislumbrar en el desolado mármol de la mesa del Café el pico marxista, el río leninista, pero mi entusiasmo se enfría cuando constato que en mi circunstancia histórico personal el único cambio que experimento a mi alrededor es que el pavo de hoy (en contraste con el de hace veinte años, invitado en casa de una familia puertorriqueña en esta misma fiesta de Thanskgiving a poco de llegar al país) trae un termómetro en el culo. Y salgo recomiéndome-mi-yo-asado.

 

victor_fuentes_00222 de Marzo del 2006 ( Día de mi 73 cumpleaños).
Me voy a tomar un café al idem Mediterraneum, si sigue con vida. ¡Ahí está! Cuando empujo la puerta, reverencialmente, el polvo de los siglos, digo, de los años se pone en pie. ¡Se conserva lo mismo que hace 33 años! ¿Y yo? Pero casi totalmente vacío. En apartadas mesas posan tres o cuatro espectros del pasado, con barbas y deshilachados; los tapices de las sillas también lo están, aunque el piso con sus cuadros blanquinegros, como de tablero de ajedrez, sigue destellando un brillo mortecino. Saboreo con prevención el capuchino, sin mi magdalena de Proust... Con cierta unción paso la mano por el ajado mármol de la mesa como en aquella tarde de Thanksgiving de 1973. La diferencia ahora es que, en lugar del libro de poemas de Ho Chi Min traigo Globalization and its Discontents , del Nóbel de Economía Joseph E. Stiglitz... Un enmohecido timbre rompe el silencio y del mostrador se anuncia a uno de los cuasi-fantasmales parroquianos. "Your turkey sandwich is ready". No quiero ni mirar a este sandwich que como por arte de birlibirloque surge de una cocina-agujero al fondo del Café. Al dirigir mi mirada hacia ella tropiezo con el bulto de un exiguo cocinero quien, como en un juego de espejos, refleja la portada del otro libro que traigo conmigo, The Working Poor. La otra imagen de la portada, la de una mujer de la limpieza, también toma vida en la persona del oriental, de bastante avanzada edad, que deambula parsimoniosamente recogiendo las pocas tazas de café vacías y dando el lustre a las mesas. ¡El poco lustre que les queda!... Doy un par de sorbos más al café, tratando de evitar los desgastados y manchados bordes de la taza, y me apresuro a salir, no me vaya dar Saturno su mordisco aquí y hoy...
En la puerta hay un par de recortes de prensa ensalzando el abolengo histórico del Café: el primer Expresso en abrirse en Berkeley en 1958 y también se afirma que en una de sus mesas Allen Ginsberg escribió Howl, lo cual es más que dudoso pues se publicó en 1956. Lo que sí es cierto es que en ellas y durante años muchos hippies dieron sus aullidos. El otro recorte de 1997 indica el precio del café $1.85, hoy me ha costado 1.75. Será éste uno de los pocos lugares en el país, tan amenazado por la inflación, en donde han bajado los precios, lo cual indica la depreciación de éste, ahora, Café-Panteón Mediterraneum. ¿Cuánto le queda para pasar a ser otro solar como el edificio de la acera de enfrente? ¿Y a mí?

VICTOR FUENTES escritor, profesor y miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de Lengua Española. Vive en Santa Barbara, California. Licenciando en Lenguas Romances, Universidad de Nueva York. Maestría y Doctorado en Lenguas y Literaturas romances, Universidad de Nueva York. Cuenta con más de 200 publicaciones, de las cuales 14 libros. Entre ellos destacan: La marcha al pueblo en las letras españolas (1917-1936); El cántico material y espiritual de César Vallejo; Galdós, republicano y demócrata (Selección de textos, 1906-1913); Benjamín Jarnés. Biografía y metaficción; Buñuel, cine y literatura (Premio "Letras de Oro", 1988); Buñuel en México; Antología de la poesía bohemia española; ediciones críticas de La Regenta y de Misericordia (Akal); Antología del cuento bohemio español: La mirada de Luis Buñuel, cine, literatura y vida (2005). Creación literaria: Bajo el heterónimo de Floreal Hernández, la novela Morir en Isla Vista (1999); un relato en el reciente libro, Seis escritores españoles en Nueva York (entre quienes se encuentran Muñoz Molina y Eduardo Lago): Granada, Ediciones Dauro, 2006, y otro, "Reviviendo el terremoto de San Francisco (1906-1975)", en Escritores españoles en los Estados Unidos. Ed. Gerardo Piña-Rosales (2007). Co-Editor, junto a Luis Leal, de Ventana abierta (con 24 números publicados hasta el presente), revista latina de literatura, arte y cultura.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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