CARTA DE ALEMANIA (57)

Un pecado de juventud de Engels (*28.11.1820)

133 años permaneció acumulando polvo un pecado de juventud de Friedrich Engels, que él mismo no mencionaría nunca en su obra posterior. Se trata del manuscrito del torso de un drama, o tal vez un libreto de ópera (como se puede desprender de ciertas acotaciones), cuyo protagonista es Cola di Rienzi, el tribuno romano del siglo XIV.

La vida y la personalidad de Cola di Rienzi (*1313–†1354) parecen salidas de una novela de Alejandro Dumas. Nacido en cuna más bien humilde, logra encumbrarse socialmente gracias a su boda con la hija de un notario. En calidad de embajador es enviado a la Corte pontificia en Aviñón, donde residía a la sazón Clemente VI, quien era el cuarto Papa del cisma que lleva el nombre de la ciudad. En ella, Cola entabló amistad con Francesco Petrarca y se entusiasmó con el glorioso pasado de Roma. Petrarca consiguió del Papa que nombrase a Cola notario de la Cámara Apostólica romana, de la que dependían las finanzas del Vaticano. De regreso en la ciudad dizque eterna, nuestro hombre se da cuenta del estado catastrófico de esas finanzas y del descontento del pueblo ante los atropellos y la arrogancia de la aristocracia, polarizada a su vez entre dos poderosos clanes: los Colonna y los Orsini.

Cola de Rienzi se lanza a la vida pública, se convierte en tribuno del pueblo con un discurso que hoy llamaríamos populista, y logra expulsar de Roma a la nobleza, al menos de momento. Sólo que su gobierno fue tan autoritario que pronto el pueblo se rebeló en su contra, el Papa lo excomulgó y tuvo que huir, refugiándose primero en Nápoles y luego en los Apeninos, lo que fue una gran suerte para él, pues de ese modo escapó a la epidemia de peste negra que en aquellos días asolaba Europa. Pasado un tiempo viajó a Praga, donde trató de ganar al emperador Carlos IV para la fundación de una República romana. Pero el emperador lo mantuvo recluido en una fortaleza, esperando enviarlo a Aviñón para ser juzgado. Muerto Clemente VI, su sucesor Inocencio VI lo indultó y lo envió como senador a Roma en compañía y bajo la vigilencia del cardenal español Gil de Albornoz. Y allí se vio de nuevo al poco tiempo enfrentado a un alzamiento popular contra sus medidas despóticas: quiso huir pero lo atraparon y fue apuñalado a traición (otras fuentes dicen que lo decapitaron), siendo quemado su cadáver y sus cenizas dispersadas en las aguas del Tíber.

La Revolución Francesa “descubrió” a Cola de Rienzi como uno de sus ancestros históricos, y a partir de ese momento se convirtió en figura literaria, aun cuando los autores que lo llevaron a la escena o al libro no se fijaron mucho en su personalidad espiritual sino más bien en lo rocambolesco de su vida, y en especial su enemistad con el jefe mercenario Gualterio di Monreale (Engels alemaniza su nombre a Walter Montreal), condenado a muerte por Cola y ejecutado.

En 1835 se publican los tres tomos de su biografía, escrita por el inglés Edward G. Bulwer–Lytton, el popular autor de Los últimos días de Pompeya y de una novela de intriga, casi policial, What Will He Do with It?, que mereció el honor de ser vertida al alemán por nadie menos que Arno Schmidt. Sólo dos años después de esa biografía, Rienzi or The Last of The Tribunes, compone Wagner la “gran ópera trágica” Rienzi o El último de los tribunos, única suya que no incluyó en el “canon de Bayreuth”. Y no menos de 24 obras con Rienzi como protagonista, de autores alemanes, ingleses, franceses, italianos, amén de un polaco, un checo, un ruso y un neerlandés, quedan reseñadas por Elizabeth Frenzel en su magnífico libro Stoffe der Weltliteratur. Ein Lexikon, del que hay edición española: Diccionario de argumentos de la literatura universal. Pero entre dichas 24 no se cuenta el esbozo dramático de Engels por la sencilla razón de que en 1970, fecha de publicación de ese léxico, aún no había sido descubierto.

[Breve inciso para comentar que la ópera Rienzi de Wagner se estrenó recién cinco años después, en 1842, y era la preferida por Hitler, su música desempeñó un gran papel en las concentraciones multitudinarias del partido nazi, en Nuremberg].

Del Cola de Rienzi de Engels se ha conservado, en el viejo cartón de paquetes de margarina donde lo encontraron, todo lo que escribió, que no es mucho: tres escenas del Acto I, otras tres del II y dos del III. Una vez descubierta, desde la RDA se hicieron muchas gestiones para publicar allá esa obra menor pero de Engels. Sólo que la Casa de Friedrich Engels, en Wuppertal, y la Casa de Karl Marx, en Tréveris, prefirieron que fuese editada por el sello Peter Hammer, con sede en Wuppertal, la ciudad natal de Engels, y que es el mismo que dio a conocer en alemán la poesía de Ernesto Cardenal y la prosa de Eduardo Galeano.

Este Rienzi de Engels se atiene bien poco a la verdad histórica del Rienzi real. Haciéndolo así se encuentra en la buena (regia) compañía de su tocayo Schiller, quien a pesar de ser historiador, y de los buenos, no vaciló en modificar las historias que llevó a “las tablas que figuran ser el mundo”, como él mismo llamó al teatro en su “Oda a los amigos”. En María Estuardo, por ejemplo, hace encontrarse a la desdichada reina de Escocia con Isabel I de Inglaterra, un encuentro que jamás tuvo lugar. En Dos Carlos aparece un Marqués de Posa, confidente del príncipe, que nunca existió. Y en La doncella de Orleans, Juana de Arco no muere en Ruán, achicharrada en la hoguera inglesa, sino en el campamento francés y en brazos del rey, a quien ella ayudara decisivamente para que fuese coronado en Reims.

cola di rienzi 225He releído ahora las páginas del esbozo dramático de Engels y constato que todavía no ha desarrollado la dicotomía que iba a establecer sólo cinco años después entre la burguesía y la clase trabajadora. En su Cola de Rienzi el conflicto se plantea entre la aristocracia y el pueblo, a cuyo frente se pone Cola, para una vez ya instalado en el poder volverse más autoritario que los aristócratas. Con razón señala uno del pueblo, Battista, que «Es tan malo y tan bueno / como los viejos nobles. / Os dice hermosas palabras / mas sus oídos cierra a la gente. / Tiranos fuera, déspota dentro, / a fin de cuentas lo mismo da». Curioso es anotar que en el Rienzi wagneriano, don Richard toma partido por el tribuno y califica al pueblo como “degenerado”, un adjetivo del que su admirador Hitler hizo el uso que sabemos.

En lo que nos ha llegado de la inacabada obra de Engels, caigo en la cuenta en esta relectura, al cabo de 46 años, de que casi tiene más importancia el conflicto vivido por Camilla, a quien su padre Colonna quiere imponerle el matrimonio con uno de los Orsini, como para cerrar filas la aristocracia contra el pueblo. Pero Camilla rechaza el proyecto porque está enamorada de Gualterio de Monreale, y es ella quien azuza a la multitud contra Cola cuando este condena a muerte y hace ejecutar a su amado Gualterio. Sobre la temática de la enemistad entre los dos clanes y el amor entre Camilla y Gualterio, se diría que planea un eco de Capuletos y Montescos, de Romeo y Julieta, pero lejos de la grandeza y la carpinterìa dramática del Bardo.

Antes del final que ha llegado hasta nuestros días (aunque sólo se trata de la segunda escena del acto III), Nina, la esposa de Cola, le implora que emprendan la huida, pero su marido se niega en redondo, lo que provoca esta reacción de ella: «¡Oh mi caro marido, tan fuerte y alto! / ¡Caer contigo, el más glorioso / de todos, rodeada por tu brazo, / oh qué sublime y hermosa suerte!» Aunque echemos mano de la manga más ancha del repertorio sartorial, una cursilada como esta es algo de alquilar balcones.

«Los revolucionarios alemanes suelen comenzar como autores dramáticos, aunque la mayoría de las veces sin éxito»: de ese modo irónico saludó el crítico del folletón más prestigioso de Alemania, el del Frankfurter Allgemeine Zeitung, la publicación de este torso de drama o libreto de ópera del futuro socialista Engels. Nada que ver su texto con la renovación del lenguaje que por aquellos tiempos habían emprendido un Büchner, un Heine, los miembros del movimiento “Joven Alemania”, hacia el que Engels, por cierto, se sentía muy vinculado.

Lo más curioso del caso es que el fallido dramaturgo pertenecía a un círculo literario y con crónicas satíricas sobre su ciudad natal se había hecho de un cierto renombre, con seudónimo, para no despertar perros dormidos en la distinguida familia Engels. Pero nada de ello se trasluce en su Cola de Rienzi ni en sus pinitos poéticos, como uno dedicado al idioma alemán, transido de aquel entusiasmo patriótico tan naïf del que Heine se burló de manera magistral.

Si vamos a hacer cuentas de su Cola de Rienzi, creo que lo más destacable son las ilustraciones que dibujó en los márgenes del manuscrito, con escenas de duelistas, cabezas de espadachines, patricios de barba cerrada o con perilla y bigote, algunos narigudos, un caballo como Pegaso pero sin alas, un puñal, una testa con yelmo emplumado, un niño haciendo morisquetas con los dedos de la mano abierta y el pulgar apoyado en la punta de su nariz, una damisela espada en mano, y tal vez la misma pero ahora de espaldas, encabezando un ataque, casi como el reverso de la Libertad de Delacroix, aunque sin bandera, sino la espada en alto,

Un reseñista alemán de la edición creo que dijo lo mejor que de ella se pueda decir, sin restarle un ápice de interés a lo que tiene como documento histórico; y es que –con bastante probabilidad– Engels no habría querido que se publicase. Suscribo esa conjetura.

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Obertura de Rienzi, de Richard Wagner, por la orquesta del Teatro de la Ópera de Tiflis, bajo la conducción de Giorgi Jordania: pulse aquí

Ricardo Bada
España, 1939. Escritor y periodista residente en Alemania desde 1963. Con una obra extensa: autor de La generación del 39 (cuentos, 1972), Basura cuidadosamente seleccionada (poesía, 1994), Amos y perros (cuento, 1997), Me queda la palabra (ensayos, 1998) y Los mejores fandangos de la lengua castellana (parodias, 2000). Editor en Alemania, junto con Felipe Boso, de una antología de literatura española contemporánea (Ein Schiff aus Wasser [Un barco de agua]), y en solitario, de la obra periodística de Gabriel García Márquez y los libros de viaje de Camilo José Cela. Editor en España de la obra poética de la costarricense Ana Istarú (La estación de fiebre y otros amaneceres, 1991), y en Bolivia de la única antología integral de Heinrich Böll (Don Enrique, 1995) en castellano.

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Carta de Alemania (57). Un pecado de juventud de Engels (*28.11.1820) enviada a Aurora Boreal® por Ricardo Bada. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Ricardo Bada. Fotografía Ricardo Bada © Ricardo Bada.  El dibujo de los duelistas en la portada es de Friedrich Engels.

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