De migraciones y exilios

claudio_cifuentes_010Querido amigo Guillermo.
Me pides que me inspire en un tema del que me he querido con voluntad -tal vez- alejar, pues no hay nada más incómodo que reflexionar sobre un tema que uno mismo encarna. Será tal vez la deformación profesional a que nos inducen las instituciones en que

trabajamos, que no queremos tocar temas que se puedan teñir de nuestra subjetividad (como si la subjetividad no existiera o no tuviera valor representativo). ¡Sí que la tiene! Pero, por la misma razón, tendrá ese sabor literario más que doctamente académico...y creo que no importa.


La verdad es que después de este largo recorrido de mi vida por tierras ajenas, ocurre que cuando viajo a mi país y me encuentro en las calles de mi infancia y de mi primera juventud, salgo a ver la ciudad sólo con la intención de "encontrarme en el espacio perdido" y la verdad es que ya no me encuentro. Aparte del cambio físico de ese espacio que ha cedido lugar a la modernidad cambiando lo que a nosotros nos parecían cosas hermosas por nuevos adefesios, hay también un cambio no sólo de los ojos que ven sino de los ojos que te ven. Y que te desmienten ese creer que uno es un objeto de allí cuando para ellos soy un objeto nuevo.

 

Claudio Cifuentes-Aldunate. Chileno de nacimiento, danés por adopción. Doctorado en literatura hispanoamericana por la Universidad de Friburgo, Suiza. Como profesor de literaturas iberoamericanas, en University of Southern Danmark, ha tenido como foco central de interés la semiótica y el análisis literario. Una parte de su investigación se centra en la escenificación de la verdad en la historia y en la literatura. Miembro de LEIA (Laboratorio de estudios italianos ibéricos e iberoamericanos) de la Universidad de Caen, Baja Normandía, donde se ha ocupado especialmente del micro-relato y de la representación literaria de la ciudad. Actualmente se ocupa de un proyecto sobre las últimas tendencias en el cuento argentino chileno español, así como también de un proyecto "de vida" sobre semio-estética.

Los que me conocían tampoco están, se han ido a otros lados, se han muerto, ya no circulan por allí. "Si me muriera en este instante en esta calle -pienso- nadie sabría a qué teléfono llamar". Sin embargo la ciudad todavía tiene cincuenta mil habitantes y da la impresión de que los que allí viven ahora no se conocen como nosotros nos conocíamos en nuestro tiempo. Cada uno va a lo suyo y "lo suyo" es ganar dinero, sobrevivir, tratar de tener las mismas cosas que tienen los otros trabajando menos, matándose con dieciséis horas de trabajo diario. Son otras las cosas que han cambiado, no sólo los muros ni el paisaje urbano. Me recuerdo de mi amigo Claus que volvió horrorizado de su primer viaje a Nueva Delhi. Había llegado a las 6 de la mañana al aeropuerto y tomó un taxi al centro de la ciudad. En el recorrido, y luego caminando por las calles de la ciudad a esas tempranas horas de la mañana, vio los camiones recolectores de cadáveres de vagabundos. Unos hombres, provistos de un palo, movían a aquellos que dormían (o morían) en las aceras durante la noche. Si constataban que no se movían, los tomaban entre dos y lo lanzaban al camión como un saco cualquiera. Claus pensó algo parecido: "Si me muero aquí, yo solo, ¿quién sabrá dónde dar aviso? ¿Quién soy yo aquí en este mar de gente?". Ese abismo del constatar que no se existe, porque se está en un entorno que no te reconoce resultó así ser una metáfora de la muerte, es una primera forma de morir. Pienso en Schopenhauer y su metafísica de la muerte relacionada con el estar en las consciencias de los otros: Si una persona que me conoce muere, yo muero en un tanto por ciento, pues dejo de existir en esa consciencia. Si todos los que yo conozco mueren, yo habré muerto, pues ya no existo en ninguna consciencia. De manera que se hace evidente que ese involuntario -o voluntario- "estar lejos" es una forma de morir, allí donde "se era". Sin embargo hay que ver el otro lado de la medalla, y pensar que si es así se puede dirigir el sentido del "estar en otra parte" como una manera de "renacer". Marcar la propia presencia, inaugurarse en las consciencias de otros (ojalá permanecer en ellas), luchar, no ya por vivir, luchar por existir.
El dolor por el espacio perdido es -en el fondo- algo muy relativo. Pues el espacio se pierde inexorablemente aunque nos hubiésemos quedado allí. Sólo que los que se quedan allí no se dan cuenta de que ese espacio ya no es el mismo. Cuando nosotros, foráneos en otras latitudes, paseamos nuestra humanidad por otras calles, muchas veces tropezamos con un olor que sale de una ventana, con un color de la luz de la tarde, llegados de nuestra infancia, como el canto anacrónico y anatópico de un gallo durante la siesta en un país donde el concepto de siesta no existe. Pensamos entonces que esa luz, ese olor, ese canto de gallo están allá, intactos y repitiéndose eternamente para sus habitantes...sin embargo... no es así. Allá, de donde veníamos, también hay un exilio, una migración obligada que es la del tiempo. Tal vez más terrible, pues es inconsciente y la ignorancia les hace vivir una forma de no verdad. Ellos, allá, no se han dado cuenta de que el tiempo se ha ido, que las infancias y las juventudes allí también son irrecuperables y con ellas, los tiempos de lucha y de idealismo, de canciones de batalla. Todo eso tiene un museo prohibido en un inconsciente colectivo. Esa, tal vez, es la visión más descarnada y al mismo tiempo esperanzadora: todos en exilio, todos migrantes. Migrantes de un país o migrantes del ayer. Siempre dejando espacios y tiempos irrecuperables, pero también siempre renaciendo...
Se despide en estilo crónica
Tu fiel servidor
Claudio Cifuentes-Aldunate

De Migraciones y exilios enviado a Aurora Boreal® por el escritor Claudio Cifuentes-Aldunate. Foto Claudio Cifuentes-Aldunate©Lorenzo Hernandez.

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