Recuerdo de Juan José Arreola

arreola_002Me aventuró en un homenaje de gratitud, deuda ante un talento que es meta volante, exigencia lúdica, taller de una narrativa que no necesita institucionalizarse. Es un recuerdo que vincula a Juan José Arreola con Carlos Pellicer. Ahora les cuento. Armo la remembranza de cuando lo conocí y trato de unirla a una recepción crítica, aunque en

definitiva -sino o azar- el mejor tributo me aconseja el premio de otra relectura.
El encuentro personal no ocurrió en su Zapotlán de maíz. Fue en la casa de la calle Guadalquivir, en Ciudad de México, la mañana del lunes 7 de marzo de 1988. No sé cuántos años o veces deseé conocerlo. Llegué con el profesor y referencista Samuel Gordon. La primera sorpresa fue al abrirnos. La proverbial cordialidad mexicana -a veces desconcertante- se presentó de tenis blancos y jean, saco de gabardina a cuadros, de pelo a lo Ezra Pound y a lo Pierre Richard, alborotado como la mirada. Y sin retórica apolillada o costumbrista, como si fuera la continuación de otra visita.

 


El pre-texto no era algo que tal vez le aburriera, hablar de Varia invención o de Confabulario, de por qué y cómo ascendió a ser uno de los grandes del cuento contemporáneo. Tampoco la Alianza Francesa, sus excelentes traducciones, como la maravillosa de ese libro -sin redundancia- maravilloso: El arte teatral; la amistad con Louis Jouvet o la temporada con la Comedia Francesa... El argumento venía de encargo: Carlos Pellicer Cámara.
Se había efectuado en Villahermosa de Tabasco -en el agua y la tierra que entrañara el poeta- una jornada de homenaje al autor de Esquemas para una oda tropical, razón inicial de mi viaje a México. Allí surgió la feliz idea de sistematizar las jornadas, conducirlas -como logramos- hasta la celebración en 1997 del centenario. Para ello era necesario fundar una Asociación de Estudios Pellicerianos. El Comité Organizador -con la imprescindible ayuda de Carlos Sebastián Hernández, del pintor Carlos Pellicer López, de poetas como Ramón Bolívar y Fernando Rodríguez y de un grupo de intelectuales tabasqueños- debía presidirlo alguien que uniera a un relevante prestigio el amor y el conocimiento de la obra, y de ser posible la amistad con el museógrafo de olmecas y Frida Kahlo y mayas y Diego Rivera... Entre varias opciones poderosas, Arreola se llevaba el honor.
"Es un verdadero honor" -nos dijo emocionado. Y enseguida se desbocó su fama de poseer una memoria pantagruélica. Su timbre rasgado y la dicción exacta, la entonación nítida y las pausas precisas, nos deleitaron con varios sonetos y con pasajes de "El canto del Usumacinta", de "Iguazú"... Nunca sabré cuántos poemas de Pellicer albergaba. Y entre ellos las anécdotas, la picardía retratando, caracterizando a su amigo bolivariano y franciscano, revolucionario en su sentido etimológico...
A diferencia de otros grandes de las letras, ni una gota de vanidad empañó el encuentro. La conocida frase de Pascal -"El yo es odioso"- dirigía la plática, como gustan los mexicanos de llamar a la conversación. El escritor de miniaturas narrativas de una esplendidez en la concisión que quizás sólo tenga paralelo en castellano con las de Augusto Monterroso, ni un solo instante dejó escapar un autoelogio. Su desenfado irreductible siempre le enseñó lo fútil de Famas sin Cronopios, aun cuando le recordé -me interesaba la otra cara del papel- las palabras de Jorge Luis Borges en el prólogo a Confabulario: "Creo descreer del libre albedrío, pero si me obligaran a cifrar a Juan José Arreola en una sola palabra que no fuera su propio nombre (y nada me impone ese requisito), esa palabra, estoy seguro, sería libertad. Libertad de una ilimitada imaginación, regida por una lúcida inteligencia".

 

José Prats Sariol. Cuba 1946. Hizo estudios de Literatura en la Universidad de la Habana con José Lezama Lima. Crítico literario, novelista, ensayista y profesor universitario, ha publicado una extensa obra entre la que se cuentan las novelas Mariel (1997, 1999), Guanago Gay (2001) y los Estudios sobre poesía cubana (1988), Criticar al crítico (1983), Fabelo (1994) y Lezama Lima o el azar concurrente (2010). José Prats Sariol emigra a México y luego a Estados Unidos.Prats Sariol hizo parte del grupo de críticos literarios que preparó la edición cumbre de Paradiso, la novela de José Lezama Lima para la UNESCO en 1988. Ha ofrecido conferencias en universidades y centros culturales de Austria, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Francia, Alemania, Holanda, Italia, México, Noruega, Rusia, España, Suecia, Suiza, Estados Unidos y Venezuela.prats_003Traté entonces de refutar un ángulo del brillante prólogo, referido a un Arreola universalista que "pudo haber nacido en cualquier lugar y en cualquier siglo". Aduje que la localización no restaba sino que por el contrario potenciaba las resonancias de "Hombre de la esquina rosada" de Borges o de "El guardagujas"... Después -tratando de que nos hablara de él- provoqué el nombre de Octavio Paz junto a una cita sobre su coterráneo: "Arreola es un poeta doblado de un moralista y por eso también es un humorista. Los pequeños textos de Bestiario son perfectos. Después de decir eso, ¿qué podemos agregar? No se puede añadir nada a la perfección"" Nada, lo único que conseguí, ante la candorosa envidia de Samuel Gordon, fue la promesa de un ejemplar dedicado de Confabulario.
Cuba, por supuesto, y sus temporadas en el trópico, sí soltaron su lengua, las anécdotas de 1961 cuando Playa Girón y las de la Crisis de Octubre al año siguiente. Pero enseguida vinieron las preguntas sobre sus amigos, sobre Félix Pita Rodríguez, que le guardaba una curiosa edición de Francois Villon, no la de P. Levet sino otra del siglo XIX dejada, junto a otros libros, al cuidado de la biblioteca de la Casa de las Américas, a su regreso a México, y que deseaba rescatar... Preguntas sobre Fayad Jamís, sobre Teatro Estudio y los dramaturgos en aquel entonces jóvenes, recuerdos junto a Virgilio Piñera y José Lezama Lima -de cuya voracidad a la mesa nos hablaba como si se tratase de un emperador romano de los que usaban una pluma de ganso para reiniciar el banquete.
Mientras la recreación de su estadía cubana corría por chistes de mulatas y amenazas de invasión, por elogios a los atardeceres naranjas en el Malecón habanero, por la artillería antiaérea que una mañana le sorprendió en La Puntilla, en la margen oeste de la boca del río Almendares..., Samuel Gordon le pidió permiso para tirar unas fotos. Quería dejar constancia del momento en que firmaba la convocatoria para constituir la Asociación de Estudios Pellicerianos, en su calidad de Presidente; donar una ampliación a la Casa-Museo del poeta en Villahermosa. Retratarlo junto a mí para detener el olvido, como le había pedido antes de llegar en su auto, que más parecía cubano porque a cada rato teníamos que parar a echarle agua al desvencijado radiador, cuya humareda era como la estela del Paricutín.
El cuarto de estudio de Arreola era pequeño, rectangular, con la única ventana a la acera, inmediatamente a la derecha de la puerta de la casa. Daba la impresión cierta de que recién lo acondicionaba, como si acabara de llegar. Siempre ignoraré -grato misterio- si la impresión de fugacidad era una voluntad de estilo o realmente la mudada había sido pocos días antes. Unas cajas en el ancho pasillo completaban la escenografía. Y un solo librero semiocupado cubría la pared de la izquierda; detrás de la mesa de trabajo, mueble neoclásico -así se dice cuando uno no sabe bien-, apenas barnizado. Mi manía de bibliófilo pudo identificar a Proust y Valéry, a Villon y Flaubert, algunos diccionarios como el de Cirlot... Creo que estaban varios tomos de La Pleyade. Quizás también pasearan por allí Marcel Schwob y Giovanni Papini, Franz Kafka y Edgar Allan Poe -esas referencias que los fuentistas señalan en su obra. Yo no los vi, o no me interesaba verlos, salvo las Vidas imaginarias.
Un sofá y otra mesa pequeña. Una puertecita al final del librero que parecía conducir a un baño o a un dormitorio. Y su juguete: la computadora de ajedrez. Excelente aficionado, la había traído con mil apuros de París. Me explicó que tenía tres o cuatro niveles de juego. En el superior le era casi imposible ganar, por eso ideó una trampa al feroz racionalismo analógico: Desconcertarle la memoria con algo inesperado. "Como a las mujeres" -me añadió sonriente, a sabiendas del machismo que cometía. "Le regalas una pieza y ya no saben qué hacer" -añadió. "Porque no están programadas para metabolizar algo insólito, salvo que implique una variante de sacrificio conocida. No conciben lo absurdo, el arte por el arte, las pobres" -concluyó con una mirada quevediana.

Juan José Arreola Zúñiga (México 1918 - 2001) escritor, académico y editor mexicano. En 1930 empezó a trabajar como encuadernador e inició una larga serie de oficios. En 1934 escribió sus tres primeros textos literarios. En 1937 se instaló en México, D.F., y se inscribió en la Escuela Teatral de Bellas Artes. En 1948, encontró trabajo en el Fondo de Cultura Económica como corrector y autor de solapas. Obtuvo una beca en El Colegio de México. Su primer libro de cuentos Varia invención, apareció en 1949 editado por el FCE. Para 1950 comenzó a colaborar en la colección "Los Presentes" y recibió una beca de la Fundación Rockefeller. En 1952 apareció la que muchos consideran su primera gran obra Confabulario, gracias a la cual recibió en 1953 el Premio Jalisco en Literatura. En 1955 fue galardonado con el Premio del Festival Dramático del Instituto Nacional de Bellas Artes. En 1963, año en que recibió el Premio Xavier Villaurrutia, salió a la luz pública otra de sus grandes obras, la novela La feria. En 1964 dirigió la colección "El Unicornio", y se inició como profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México. En 1969 recibió Presea de Reconocimiento de parte del Grupo Cultural "José Clemente Orozco" de Ciudad Guzmán. En 1972 se publicó la edición de Bestiario que completaba la serie iniciada en 1958 con Punta de plata. En 1977 fue acreedor del Premio Nacional de Periodismo de México en divulgación cultural. En 1979 recibió el Premio Nacional en Lingüística y Literatura, en la Ciudad de México. Diez años más tarde, se hizo acreedor al Premio Jalisco en Letras (1989). En 1992 recibió el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo que se concede al conjunto de una producción literaria, y se entrega en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. En 1995 recibió el Premio Internacional Alfonso Reyes; y en 1998, el Premio Ramón López Velarde. En 1999, con motivo de su ochenta aniversario, el Ayuntamiento de Guadalajara le entregó reconocimiento y lo nombró hijo preclaro y predilecto. Muere a los 83 años en su casa en Jalisco dejando a su viuda, tres hijos y seis nietos. Fue muy aficionado al ajedrez.

arreola_003Firmó el acta. El flash alumbró. Arañamos su paciencia con otras fotos. Conversamos sobre las perspectivas de la Asociación, sobre la necesidad de que no se perdiera en el embullo de la impronta inaugural, entre demagógicas declaraciones oficiales. La suerte entre altas y bajas, entre incomprensiones y falta de recursos -como sabríamos después- acompañó a las Jornadas, por lo menos hasta 1997. La mañana se nos iba. La picazón no era en los ojos. La contaminación del Valle de México -que Alfonso Reyes llamara la "región más transparente del aire"- no provocaba escozor allí sino en el tiempo, como cuando revuelvo aquel encuentro. El índice de ozono estaba en los minutos. Algunos temas quedarían para la próxima cita, la que no se produciría sino ahora, en estas páginas.
Al salir del estudio, a quemarropa, le pregunté por su mesa de tenis. Enseguida nos llevó, a través de un patio inesperado, hacia un salón en el fondo de la planta. Allí estaba, como retándonos con su maravillosa capacidad de distracción. El duelo quedó pactado para una visita en agosto o para La Habana. Después las palabras se agolparon. Salimos como entramos, como ir a la bodega o abarrote, sin ropa aparente o preparación de frases. Simplemente así, tras más de dos horas de exploraciones, con la brisa de colores que le gustaba a Pellicer, sin magisteriales distancias.
Sabía -Emmanuel Carballo lo había fijado en la memoria con su agudeza de interlocutor perfecto en Protagonistas de la literatura mexicana- que Arreola apreciaba en sí mismo la virtud de paladear el idioma, la conciencia angustiosa y placentera de que el arte literario se reduce a la ordenación de palabras. Sabía cómo el centro de su ironía -¿también de su cinismo?- se hallaba en una aparente ingenuidad lúcida y lúdica, de chaqueta infantil allá en Jalisco, memorizando "El Cristo de Temara" del Padre Placencia. Sabía de esa oblicuidad que disfruto en "Mujer amaestrada", en "La vida privada", en "Monólogo del insumiso".
Sus convicciones acerca de que el hombre es el perceptor de la divinidad, porque es capaz de intuir y concebir a Dios, sus filiaciones al Dios de Spinoza (también al soneto de Borges), casi servían para resumir mis intuiciones sobre el filigranista orgulloso de serlo, de fijar los detalles de su percepción del mundo, del prójimo, de sí mismo. El actor legendario -lírico, épico y sobre todo dramático- se abrió entonces y para siempre como un haikú de Tablada. Sardónicas, terriblemente reales por virtuales, se me aparecieron sus fábulas, la domeñada orgía de palabras casi siempre acompañadas del terror y del afán de aventura, siempre seguras de que lo absoluto es una pequeña pelota entre dos raquetas, sobre una mesa endeble, con una red capaz de jugarnos cualquier pasada al más leve temblor del pulso o pestañeo. Y confabuladamente, con la gracia críptica, sapiencial y oracular, del I Ching, de la dualidad y la dialéctica convergente entre ideas o sexos, tras el mito de un andrógino que va dejando la oquedad del ser.
Hombre que declaraba ser "de un pesimismo radical, lleno de optimismos parciales", entre los que están "los placeres de la inteligencia y los placeres de los sentidos"; que consideraba a Borges como el nuevo descubridor de "la dinámica de la sintaxis castellana", me sigue pareciendo un hedonista de un ascetismo que desprecia la cultura enlatada o globalizada, un hombre que prefería degustar un sorbo de Armagnac o extasiarse con un grumo de legítimo Camenbert, a los placeres toscos de páginas abundantes e inodoras.
La fábula o crónica de aquella mañana de 1988 relee la autobiografía que precediera la edición cubana de sus cuentos. Como en una feria -La feria- se deleita con el extrañamiento. Lee: "De hoy en adelante me propongo ser un escritor asequible, y no por el bajo precio que ahora tengo en el mercado, sino por el profundo cambio que opera en mi espíritu y en mi voluntad estilística". Y tras el reto a lo asequible -ese espejismo de la didáctica- lo encuentro de nuevo junto a su amigo Antonio Alatorre, de guardia permanente contra facinerosos y farsantes, lo oigo confesar: "No he tenido tiempo de ejercer la literatura. Pero he dedicado todas las horas posibles para amarla. Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías a Franz Kafka. Desconfío de casi toda la literatura contemporánea. Vivo rodeado de sombras clásicas y benévolas que protegen mi sueño de escritor. Pero también por los jóvenes que harán la nueva literatura mexicana: en ellos delego la tarea que no he podido realizar. Para facilitarla, les cuento todos los días lo que aprendí en las pocas horas en que mi boca estuvo gobernada por el otro. Lo que oí, un solo instante, a través de la zarza ardiente".
Aquella vieja mañana salimos Samuel y yo a la calle Guadalquivir, al río de autos y de monóxido de carbono. Creo que nos fuimos a la Feria del Libro que se inauguraba en el Palacio de la Minería. Creo que juntos recordamos las líneas finales de esa pieza genial de las letras de habla hispana, de "El guardagujas". El viejecillo que se disolvía en la mañana era y no era el viejecillo de setenta años que nos acababa de despedir con un breve "Hasta luego". El punto de la linterna era nuestro Confabulario imprudente que saltaba al encuentro de Proust en el pequeño estudio rectangular, improvisado. Y "la locomotora se acercaba como un ruidoso advenimiento". Y así caminamos los dos advenedizos, más inquietos por felices.
Hoy camino de nuevo por aquella mañana en la calle Guadalquivir y por las tantas noches en que lo he releído por amor al arte, sin pretensiones de escribir sobre él o aprender sus artificios, por el puro placer de disfrutarlo.

Recuerdo de Juan José Arreola enviado a Aurora Boreal® por el escritor José Prats Sariol. Foto Juan José Arreola y José Prats Sariol©Samuel Gordon. Material fotográfico enviado a Aurora Boreal® por el escritor José Prats Sariol.

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