La columna de Víctor Montoya
“Todos los poetas del pasado, todos los poetas del presente y todos los poetas del futuro,
tan sólo escriben un fragmento, un episodio de un gran poema colectivo que escriben todos los hombres”.
Percy Bysshe Shelley
El Día Mundial de la Poesía es un tributo y homenaje a los verdaderos artesanos de la palabra escrita, quienes, poniendo en juego su integridad, ingenio y talento, nos regalan lo mejor de sí mismos a través de sus versos, que buscan ecos profundos en el pecho y la mente de los lectores de este mundo sustentado por la palabra como el mejor instrumento de comunicación y entendimiento.
No está por demás recordar que la Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), proclamó la celebración del Día Mundial de la Poesía el año 1999. Desde entonces, y cada 21 de marzo, los y las poetas se reúnen en todos los países para reclamar por sus derechos y compartir su universo poético con la mente lúcida y el fuego en la palabra.
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- Por Víctor Fuentes
Néstor Taboada Terán, considerado uno de los grandes referentes de la literatura boliviana del siglo XX, escribía siempre a pulso, de manera disciplinada y hasta casi obsesiva. No en vano se consideraba un escritor, más que de vocación, de nacimiento. Toda una vida dedicada a cultivar el arte de las letras y a relatar historias desde la cuna de nuestros ancestros hasta los acontecimientos más trascendentales de nuestra época. Su vasta producción literaria, escrita en diversos géneros y con una temática multifacética, confirma el potencial creativo y el amplio bagaje cultural de este autor, quien supo palpar por medio de la intuición los secretos y las adversidades de la condición humana.
Néstor Taboada Terán, que conocía los mitos y las leyendas de las culturas originarias, era un “historiador literario”, un acucioso investigador de los usos y las costumbres de un país multicultural, donde lo blanco, lo indio, lo negro y lo mestizo, aparte de conformar un mosaico rico en matices antropológicos, confluían en una sola fuente de la cual se nutrían tanto los pintores como los escritores de todos los tiempos.
Como todo autor de origen humilde y honda sensibilidad humana, rechazaba las injusticias sociales y las discriminaciones raciales, que siguen siendo verdaderas cuñas en la conformación de la identidad nacional y en la estructuración de una sociedad más justa. Estaba comprometido con su realidad y su tiempo; una toma de posición revolucionaria que lo llevó a sufrir la persecución y el exilio. No en vano alguna vez, al relatar la travesía de su nacimiento, dijo: “Fui un perseguido desde mucho antes de que nazca” en la calle Ballivián, casi Loayza, a dos cuadras de la Plaza Murillo y en la casa de un terrateniente yungueño, en la que los afrobolivianos tenían la costumbre de llevar fruta y alegría como ofrenda a los recién nacidos; algo que ocurrió en su caso cuando llegó al mundo, un 8 de septiembre de 1929.
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- Por Víctor Montoya
Releer las obras de Sergio Almaraz Paz, nacido en Cochabamba en 1928 y muerto en La Paz en 1968, es una forma de adentrarse en los vericuetos de la política nacional de la primera mitad del siglo XX, siguiendo el agudo análisis socioeconómico realizado por una de las mentes más brillantes de la intelectualidad boliviana.
El poder y la caída, escrito con frases breves y elegantes, y un estilo poco frecuente entre los ensayistas de temas históricos, económicos y sociales, es un magnífico documento para conocer de cerca los entretelones, causas y consecuencias, de la formación de la industria minera, la estructuración sangrienta del Estado moderno bajo el control de la rosca minero-feudal y el ascenso al poder del Movimiento Nacionalista Revolucionario en abril de 1952.
El libro revela los tejemanejes de la política entreguista de los tres grandes magnates de la minería, que tuvieron en sus manos el control de la industria nacional y, por lo tanto, el destino del país. El autor, cuya ideología estaba entroncada en las corrientes de izquierda nacidas después de la Guerra del Chaco, hace hincapié en los procesos históricos a través de los cuales una fuerza económica se transforma en fuerza política. Y cómo, a su vez, este poder político contribuye a la formación de una conciencia nacional, que se ve reflejada en las organizaciones naturales del proletariado minero, que desde un principio entendió que el camino de los intereses privados de los “barones del estaño” estaba cruzado con el de los intereses de la nación oprimida.
La revolución protagonizada por obreros y campesinos, aparte de confirmar la importancia de su rol histórico, rompe con los privilegios de la rosca minero-feudal, que levantaba palacios para una dinastía familiar en tierras bolivianas, mientras sus asesores gringos, ingleses y norteamericanos les inducían a invertir sus millones en otras empresas extranjeras, motivados por el típico pensamiento capitalista de reproducir sus ganancias con ganancias, así sea a costa de explotar despiadadamente la fuerza de trabajo de los más pobres en los países pobres.
Sergio Almaraz afirma que la nacionalización de las minas fue un triunfo de esos hombres que cambiaron el arado feudal por la máquina perforadora, la dinamita por el fusil, con la esperanza de estatizar los recursos naturales. Sin embargo, el gobierno del MNR, que destruyó la estructura del poder oligárquico de los “barones del estaño”, cumplió las tareas revolucionarias a medias, no sólo porque concedió una indemnización a quienes usufructuaron los recursos naturales del país durante décadas, acumulando un caudal de riquezas a costa del sacrificio de los trabajadores, sino también porque no logró que la industria minera se desarrollara al margen de la influencia de los empréstitos ingleses y norteamericanos, y mucho menos que las minas pasaran a manos de los mineros, aunque ellos fueron los principales protagonistas de la revolución de abril, los impulsores de la creación de la COMIBOL y los titanes que horadaban los socavones en los cerros de Oruro y Potosí.
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- Por Víctor Montoya
Lo conocí en noviembre de 1982, en la sala de conferencias de la Agencia Sueca de Cooperación Internacional para el Desarrollo, donde asistió para presentar la traducción al sueco de su libro Las venas abiertas de América Latina. Me preguntó de dónde era. Le dije que era boliviano. Él cerró sus ojos claros, se arregló la gorra y dijo con voz de locutor: "¿Y de qué parte de Bolivia?". "De Llallagua", le contesté. "Tengo muy buenos recuerdos de ese pueblo minero", acotó.
Luego me pidió acompañarlo hasta la puerta de entrada, porque tenía ganas de fumarse un cigarrillo. Apenas salimos, me habló de doña Domitila de Chungara, de esa mujer que se llenaba de coraje a costa de reducir su miedo y de la importancia de los sindicatos mineros, capaces de dar lecciones de lucha a los demás sindicatos del mundo. Allí mismo me contó que en una ocasión, los mineros le metieron al interior de la mina en Siglo XX, a una galería que tenía casi cuarenta grados de temperatura, y donde, a tiempo de pijchar la coca y sorber tragos de aguardiente, le preguntaron cómo era el mar. Entonces él, como todo artesano palabrero, se las ingenió para contarles cómo era el mar. Escogió las palabras apropiadas de modo que los mineros, empapados de sudor por las altas temperaturas, sintieran las palabras como si de veras las olas del mar les refrescara la cara y el cuerpo. También me contó que un día, mientras caminaba por la plaza de Llallagua, la mujer de un minero, al verlo con la pinta de gringo, lo confundió con un cura y quiso llevarlo a su casa para que le diera la última bendición a su marido, que estaba muriéndose con los pulmones reventados por la silicosis.
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- Por Víctor Montoya
Si por estética se entiende el estudio de la percepción de lo "bello" y, por analogía, de la creación artística, entonces resulta lógico que todo producto nacido del ingenio humano con fines de belleza, como ser la música, pintura y literatura, sean agradables a la sensibilidad y consideradas como obras de "arte", aunque la palabra "arte", estrechamente vinculada a la actividad creativa por medio de la cual el hombre intenta representar de manera "bella" sus imaginaciones, pensamientos y sentimientos, no siempre es un concepto universal y absoluto para todos, ya que, si se consideran los valores relativos en la apreciación de una obra de "arte", lo que es "bello" para unos, puede no serlo para otros.
No es casual que cada escuela filosófica, desde Platón hasta nuestros días, se haya planteado las preguntas: ¿Qué es lo "bello"? ¿Y cómo se mide el grado de belleza de un elemento animado o inanimado? Las respuestas han sido tan dispares como las preguntas que se han formulado a lo largo de la historia. Empero, lo único cierto es que cada individuo, a la hora de referirse a lo "bello" y lo "feo", usa un criterio estético particular y subjetivo, que no siempre coincide con el gusto particular de los demás.
A pesar de las controversias y polémicas, que la estética ha generado desde el pasado histórico, existe un criterio generalizado que induce a pensar que la palabra "bello" o "bella" es un adjetivo que se aplica a todo objeto animado o inanimado que, luego de ser contemplado y sin previa reflexión, provoca una inmediata sensación de placer, sobre todo, de carácter emocional. Esto ocurre, por ejemplo, cuando una persona se enfrenta a la naturaleza, donde una mariposa, un río, una montaña o una flor, tienen la fuerza de cautivar por su belleza; lo mismo se experimenta ante la belleza de una obra de "arte" creada por el ingenio humano, a través de un cuadro, poema o composición musical.
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- Por Víctor Montoya
Conozco a algunos "poetas malditos" que, como castigados por un delirante destino, beben sus versos en toneles de licor, como paisanos que se entregan al amor ciego, incluso a riesgo de caer en el fango del dolor o perder la vida de un modo insólito. Sé que el desprecio y la incomprensión minaron sus existencias, aunque ellos no se dejaron apabullar por los dimes y diretes, conscientes de que toda forma de libertad tiene un precio y que la poesía no tiene la función de reflejar la sociedad sino de subvertirla.
No revelaré sus nombres, no viene a cuenta ni creo que sería de su agrado, pero tomaré sus experiencias para reflexionar en torno a la conducta de los llamados por sus pares "poetas malditos", quienes, independientemente de su genialidad y talento, son marginados por sus contemporáneos y casi nunca reconocidos en vida; especialmente si llevan una existencia bohemia, desarrollando un arte provocativo y rechazando las normas establecidas por los convencionalismos sociales y los cánones políticamente correctos.
Los "poetas malditos", en honor a su consagrado apelativo, son bohemios empedernidos, que declaman sus versos con el corazón en la boca, mientras el tufo del alcohol y el humo del cigarrillo rompen en pedazos la tertulia de amigos, donde todos comparten la ley de beber noche y día, hasta quedar hechos lona, agotados de empinar el codo y besar el gollete de la botella; al fin y al cabo, comparten más o menos una misma historia personal: no tienen familia, trabajo ni bienes inmuebles, por asumir la pose de antihéroes, hasta terminar, en algunos casos, tirados en la miserable intemperie.
Los "poetas malditos" son dueños de todo y de nada. Sus versos son el cante jondo de su alma herida y un grito de pavor bajo el manto estrellado de la noche. Su poesía es tiempo comprimido como sus vidas, más comprimido todavía si, en lugar de dedicarle más tiempo a la escritura, optan por el camino del suicidio tras un síndrome de abstinencia, que los sumerge en una profunda depresión y melancolía.
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- Por Víctor Montoya
Esta fotografía, que me recuerda a los escritores que conocí durante la Semana Negra en Gijón, en el verano de 2006, fue captada por el asturiano Zeki, gran amigo, fotógrafo y director de la revista literaria "La Gansterera".
Cuando me propuso posar al lado de esta gigante pluma fuente, justo entre el plumín cobrizo y la roca de carbón, no supe -ni lo sé todavía-, quién fue el artista que tuvo la chispeante idea de erigir una pluma fuente en homenaje a los escritores de novelas policíacas que, año tras año, se reúnen en la feria de la Semana Negra, auspiciada y animada desde 1988 por el infatigable Paco Ignacio Taibo II.
La pluma fuente o pluma estilográfica, como el lápiz de grafito y el bolígrafo de tinta espesa, es uno de los instrumentos de escritura más utilizado alrededor del mundo, tanto por su variedad como por su elegancia. Tiene un armazón, compuesto por la base y el tapón, y contiene un depósito de tinta líquida que discurre como la sangre por las venas hacia el plumín, hecho generalmente de acero inoxidable, que al rozar la hoja de papel va dejando su huella indeleble. Cuando la tinta se agota, como todo lo demás en la vida, es cuestión de reemplazar el depósito por otro, rellenarlo con un cuentagotas o absorber la tinta desde un tintero.
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En el Hotel Xinqiao de Pekín, buscando tarjetas postales para enviar a los amigos, encontré ésta que me impactó a primera vista, tanto por su carácter documental como por el motivo que representa.
Cuando le pregunté al catedrático de Estudios Sociales de Yiking, Yuang Zhonglin, quiénes eran estas mujeres que cargaban la tabla de reo alrededor del cuello, me miró sorprendido y contestó: Son prisioneras condenadas a la pena capital por delitos graves. Las paseaban por las calles y las exhibían en las plazas, con el fin de castigarlas en público y establecer un escarmiento en medio de una muchedumbre que las repudiaba a gritos. Después eran subidas a carretas tiradas por caballos y transportadas al desierto de Mongolia, donde les esperaba una muerte lenta pero segura.
Guardé la tarjeta en el bolsillo y, sin lograr salir de mi asombro, pensé en el destino fatal de estas mujeres que, abandonadas entre las dunas arremolinadas por el viento, no encontraban un horizonte que ponga fin a su calvario, hasta que la sed, el hambre y el calor terminaban por arrojarlas en los brazos de la muerte, que se encargaba de esparcir los huesos bajo el asfixiante sol del desierto, como únicas señas de que por allí vagaron alguna vez almas vivientes.
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- Por Víctor Montoya
La tarde que me encontré con la escritora argentina Esther Andradi, quien reside en Berlín desde hace muchísimos años, lo primero que se nos ocurrió, entre la emoción de conocernos en persona y compartir opiniones, fue visitar el lugar donde fue victimada Rosa Luxemburgo, la revolucionaria marxista que nació en Polonia en 1871 y murió en Alemania en 1919. Tenía mucho interés por saber algo más sobre ella, que es una de las mujeres emblemáticas del movimiento obrero internacional, cuyo compromiso político la enfrentó tanto al machismo patriarcal como al sistema capitalista.
Rosa Luxemburgo era hija de un comerciante maderero judío en un pequeño poblado de Polonia. Creció en Varsovia, egresó del colegio secundario a los 18 años de edad y asumió las posturas de la izquierda radical, que amenazaban con lanzarla a la cárcel. Entonces emigró a Suiza, donde prosiguió sus estudios universitarios. Su capacidad intelectual era tan prodigiosa que cursó simultáneamente filosofía, historia, derecho, política, economía y matemáticas en la Universidad de Zúrich.
Sus biógrafos aseveran que nació con un defecto congénito que marcó toda su vida. A la edad de cinco años, después de permanecer postrada en la cama por una dolencia en la cadera, quedó con una cojera permanente. Sin embargo, gracias a su fuerza de voluntad y temple de acero, se convirtió en una de esas niñas que, a pesar de las dificultades, se esfuerzan por sacarle ventajas a su inteligencia y sus garras de luchadora indomable. Y, aunque era delgada y menuda, con apenas un metro y medio de estatura, inspiraba natural admiración entre sus partidarios y adversarios políticos, de quienes se burlaba increíblemente, poniéndolos en ridículo con su rapidez verbal, su sentido del humor y su ironía a toda prueba. Por lo tanto, es fácil suponer que una discusión con ella era como enfrentarse a un temible torbellino de palabras e ideas capaces de desarmar a cualquiera.
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Los suecos, como la mayoría de los escandinavos, leen todo lo que cae en sus manos. Así es como empezaron a conocer a los autores latinoamericanos desde mediados del siglo XX, de la mano del ya fallecido Artur Lundkvist, quien, además de escritor prolífico y traductor políglota, fue uno de los miembros más influyentes en la Academia Suecia, que anualmente concede el Premio Nobel de Literatura.
Lundkvist construyó un puente cultural entre Latinoamérica y Suecia, y por ese puente imaginario, hecho de palabras y con la pasión del alma, primero pasaron poetas como Borges, Neruda y Paz. Luego pasaron los narradores del "boom" de la literatura latinoamericana, que veía abanderada por García Márquez, Fuentes, Vargas Llosa y el infaltable Cortázar, cuya obra fue tan grande como fue su corazón, sus ideales y su vida.
Los lectores suecos, inquietos por tragarse el mundo, empezaron a acercarse a la realidad fascinante y contradictoria de nuestro continente por medio de las obras de los mejores escritores, como quienes atisban un cuarto, lleno de realismo mágico y realismo social, a través del ojo de una cerradura.
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El bolígrafo, junto al lápiz y la pluma fuente, es el instrumento manual más utilizado por los escritores en el proceso de la escritura, no en vano se dice que si el guerrillero carga su fusil tanto en la trinchera como en la línea de fuego, el escritor carga su bolígrafo tanto en el bolsillo de la camisa como en el bolsillo de la chaqueta; ambos dispuestos a usar sus armas en una contienda donde las balas hacen correr sangre y las palabras hacen correr tinta.
El bolígrafo, a diferencia del fusil, se caracteriza por su punta de escritura, generalmente de acero o tungsteno, que sirve para regular la salida de la tinta sobre el papel, a medida que se la hace rodar como la bola de un desodorante en las axilas. El tubo que contiene la tinta es de plástico o metal, y se encuentra en el interior de un armazón que permite asirlo entre los dedos con cierta comodidad. Dicho armazón está compuesto de base y tapón, con diversos mecanismos que sacan o retraen la punta de la carga para protegerla de golpes y evitar que manche el bolsillo cuando se lo lleva sujeto por su clip.
El bolígrafo se hizo necesario desde el instante en que el hombre se puso a escribir con tinta. En principio se usaron las plumas de aves, con cuyo cálamo se escribía en papiros, pergaminos y papeles. Sin embargo, mientras más se multiplicaban los escritores, las aves corrían el riesgo de pasar a ser especies en peligro de extinción. De modo que, entre las luces y las sobras de la Edad Media, a los amantes de la naturaleza se les ocurrió la brillante idea de inventar las plumas metálicas. El enciclopedista francés Denis Diderot, refiriéndose a la pluma estilográfica en 1757, la describió así: "Es una especie de pluma hecha de tal manera que contiene cierta cantidad de tinta, que escurre poco a poco y permite escribir sin tener que tomar tinta nuevamente".
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- Por Víctor Montoya
Los escritores tienen manías que arrastran a lo largo de la vida, desde el instante en que son una suerte de náufragos que viven recluidos en una isla a lo Robinson Crusoe. El mismo acto de la escritura es, por antonomasia, una manía de solitarios, en cuyo trance nadie puede echarles una mano ni soplarles al oído lo que deben o tienen que escribir.
Las manías de los escritores son tan diversas como las de todos los mortales. He aquí algunos ejemplos: los escritores como Vargas Llosa se parecen a los peones que, una vez aseados y encerrados en el escritorio, se entregan a merced de su imaginación desde las primeras horas de la mañana, sin permitir que nada ni nadie los interrumpa en el instante de la inspiración; ese misterioso soplo que a uno lo toca en el proceso de la creación.
Otros no soportan cambiar de bolígrafo o color de tinta, como José Miguel Ullán y Tom Sharpe, quienes, además de usar estilográficas baratas, escriben primero a pulso y luego a máquina. Cortázar casi siempre leía los libros sorbiendo mate del poro y con un bolígrafo en la mano, para anotar comentarios al margen de las páginas, subrayando algunos párrafos hasta la extenuación o, simplemente, corrigiendo las erratas que en algunas ediciones se esconden como alimañas entre renglón y renglón. Faulkner escribía siempre sobre papel azul, Goethe lo hacía sentado en un caballito de madera, Dostoievski caminando por la habitación, Günter Grass con una estilográfica Montblanc y en un rincón de su estudio de pintura.
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- Por Víctor Montoya
No es frecuente que las obras de autores bolivianos sean vertidas a otros idiomas. Sin embargo, en las últimas décadas, se ha incrementado el número de cuentistas y novelistas cuyas obras se leen tanto dentro como fuera de Bolivia. Éste es el caso del escritor Víctor Montoya, quien nos presenta la versión alemana de sus libros Erzählungen der Grausamkeit (Cuentos violentos) y Die Legende vom Tio – Gottheit der Minen und dem Bergwerk (Cuentos de la mina), que aparecieron a principios de este año bajo el sello de la editorial austriaca MackingerVerlaget.
Los libros, traducidos por la hispanista alemana Claudia Wente, están a disposición de los lectores de Alemania, Austria, Suiza y otros países de lengua germana. Se los puede adquirir tanto en las librerías como a través del portal digital de la editorial MackingerVerlag.
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- Por Leo Larsen