que reside desde hace ocho años en Málaga, Andalucía la embriaga de igual forma que las sevillanas.
Svetlana Kalachnik le explicó a AURORABOREAL que Voronezh, su ciudad natal, es una ciudad universitaria que esta entre Moscú y el mar Negro en donde empezó a pintar. De siempre le ha gustado pintar. Su madre tuvo una iluminación cuando la envió a la edad de cinco años a la escuela de niños pintores porque notó que Svetlana era una niña muy inquieta que sólo se tranquilizaba cuando estaba pintando. Asistía al colegio de las ocho de la mañana hasta la una de la tarde. De las dos de la tarde hasta las ocho iba a la escuela de pintura.Se ríe con su sonrisa encantadora cuando dice de lo más normal que entre los siete y los once años era la alumna más joven de los estudiantes de pintura. Nos indica como la cosa más normal que cada día tenía dos horas de dibujo, dos de acuarela, dos de historia del arte, o dos de ilustración. La combinación podía cambiar: dos de cerámica o dos de escultura. En fin, así por años. La escuela de adolescentes de bellas artes fue el paso obligado hasta entrar en la academia de Bellas Artes de Voronezh. No se acuerda cual fue su primer cuadro. ¡Han sido tantos! Recibí estudios clásicos. Pintar como dios manda, realismo y después buscar mi propio estilo. Quince años de estudios. He tardado muchos años en encontrar mi lenguaje, después de probar muchas cosas. Continuamente buscando y experimentando finalmente me he detenido en lo que más me gusta. Quería integrar el retrato al paisaje. El entorno. Me gusta también expresar el carácter de algún personaje, como yo lo veo y luego lo integro en una situación u otra.
Svetlana Kalachnik pintora rusa (1975). Desde hace ocho años reside en Málaga. Su trabajo cubre cerámica, pintura al óleo, iconografía religiosa, restauración, conservación de iconos, iglesias y monasterios.
Dice que su estilo es figurativo mágico, porque no es ni abstracción ni realismo. Es pintura figurativa pero con un toque de onírico, de placeres, de luces. Sus cuadros nacen de lo que sucede a su alrededor. Expresa que la única forma como puede pintar es si tiene un sentimiento fuerte. Vivirlo en carne propia para poder luego transformarlo en un cuadro. No lo plasma exactamente, cambia cosas pero intenta transmitir el sentimiento que la domina en la historia.
Estamos ahora en el centro de Málaga en su estudio de la calle Alameda de Colón, de techos altos donde un día a la semana enseña los secretos del icono a estudiantes aventajados. Hay un ruido que proviene de la calle y después de asomarse por la ventana nos dice: Afuera ha pasado una boda. Alguna vez yo también pinté una boda.
El momento más difícil de un cuadro es pensarlo. La idea, que es lo que vas a contar, pintarlo en mi cabeza, saber lo que voy a hacer. Después es una cuestión de desarrollar, de poner colores, algunas veces pongo pan de oro, otras veces algo de relieve, no es mecánico el tiempo físico. Mi rutina diaria es pintar nueve horas, encerrada completamente desde la mañana hasta la noche. Normalmente empiezo a pintar a las diez de la mañana y termino a las ocho, nueve o diez de la noche. Cuando no tengo ganas, pinto menos. Voy a la playa. En otras oportunidades cojo una semana de vacaciones. Me aparto y trato de no hacer nada. En ocasiones puede pasar un mes entero pero cuando estoy pintando, estoy trabajando en más de un cuadro a la vez. Como pinto al óleo tengo que esperar a que sequen algunas partes y mientras esto sucede empiezo otro.
Svetlana Kalachnik confiesa que admira al pintor mexicano Diego Rivera. Cuando le preguntamos cual de los pintores rusos le gusta más, dice que hay tantos pero los que más le atraen son los del siglo XIV y XV. Sus ojos se detienen en una curva elíptica cuando menciona al holandés Pieter Brügel el padre.
Svetlana Kalachnik llegó a España por casualidad. Quería pasar unas vacaciones con una familia rusa de amigos en Andalucía. En realidad iba para Alemania a hacer una exposición pero sacó una exposición en Málaga y se quedó para siempre. De eso hace ya ocho años. El idioma me gustó tanto. Me encantó aprenderlo aunque me costó sangre, sudor y lágrimas. No tenía un lugar donde pintar, eso era difícil de tener en el aquel entonces. Pintaba en el salón de mi casa pero ahora estoy feliz porque tengo mi estudio en Málaga. No es grande pero tiene bastante luz y este edificio antiguo del centro con sabor e identidad tiene la ventaja de tener este techo alto que es muy importante para darme sensación de espacio, de no agobio. Málaga es preciosa. Me encanta. Sí, los malagueños son muy distintos de los rusos con otras costumbres pero normalmente tenemos un carácter parecido. Por eso creo que me adapté tan fácilmente. Mi pintura ha cambiado desde que estoy acá en Málaga. Es la luz, la influencia de la gente con su alegría. Lo transmito en mis cuadros. El cromatismo de los colores de mi obra me relaja. El color es como una terapia sobre todo cuando pinto. Es mi propia terapia para pasarlo bien.
Confiesa que pinta con música flamenca aunque le gusta de todo. Le encanta José Mercé, Estrella Morente, Camarón. Desde luego, el Cigala su preferido, "Las lágrimas negras". No escucha nada en ruso. Dice que la escultura le gusta pero no tiene tiempo para hacer todo. Recuerda que su maestro de dibujo y pintura de Voronezh le enseñó que al mundo había que verlo desde otra perspectiva, con más imaginación, con más ojos, porque se puede ver y no ver cosas, pero el maestro enseñaba lo que no se ve a primera vista, las emociones, la belleza que a lo mejor hay en un objeto oscuro pero se descubre su sentido de alegría o tristeza. En el futuro le gustaría pintar un mural de grandes dimensiones y dejarlo plasmado en una gran pared, el disfrute de la vida. Un mural con un mensaje positivo. Desde que estuvo en la India pintando un mural en acrílico de 8x3 en la ciudad de Hyderabad con un paisaje andaluz, quedó picada. Insiste que su pintura tiene que transmitir lo agradable que se percibe, lo que vive en cada persona, lo que no puedes expresar como persona pero si como pintora. Y cuando le preguntamos por las cosas feas del mundo. Svetlana responde que las cosas feas siempre están pero la clave es saber ver el aspecto positivo de la vida. Está convencida que no hay ningún merito en destacar lo feo. Lo importante para esta pintora rusa es mostrar la vida. Le gustaría ir a Italia. Me atrae que es latina y cuna del arte. Estuvo en Roma pero quedó sedienta. ¡Quiero conocer más!
Cuando indagamos por su relación con el mar, Svetlana dice que lo ve pero que se baña poco en el. Sugerimos si le tiene miedo al agua y se ríe nuevamente mientras dice que el agua no le gusta tanto pero que el mar es precioso. Ha pintado el mar pero no es lo que especialmente más le atrae pintar. Esta vendida por la comida de Málaga, el gazpacho, pescadito, por dios, las sardinas, pero ella no tiene tiempo para cocinar elaborado. Su debilidad son los arroces, los pimientos rellenos que prepara su amigo - cocina delicioso, me flechó con su mirada fulminante en una exposición de Javier Peinado - aunque a veces piensa en los filetes rusos que también son riquísimos, algo parecido a las albóndigas. Vemos sobre una mesa un libro y le preguntamos a Svetlana que esta leyendo? Me llamo Rojo, nos dice. Un libro maravilloso de Orhan Pamuk. Le parece fantástica la forma como la embruja describiendo los sentimientos de los ilustradores. Pamuk me hace disfrutar porque me acuerda de mi época cuando restauraba iglesias, monasterios e iconos bizantinos en Rusia. Soy una ortodoxa cristiana practicante aunque voy poco a la iglesia soy creyente. Durante años estuve en Rusia trabajando como restauradora de íconos bizantinos en iglesias y monasterios, en sitios sagrados muy interesante que me han marcado para siempre, rodeada en un ambiente y de gente que pintaba íconos, iglesias. Era como respirar, restaurando los frescos en monasterios. Llegué a pintar los frescos de una iglesia entera. La iglesia de Zhgalovo, un pueblo cerca de Moscú. Aprendí a pintar iconos con la técnica antigua. Me relaja pintarlos, es otra historia, no es pintura mundana. Pintar sobre la madera que requiere un tratamiento especial es una sensación distinta. Luego está la tempera al huevo, pero mezclada con yema de huevo, el pan de oro barnizado. El dibujo del icono hay que aprenderlo, no puedes transmitir tu propio yo. Es el propio yo del icono, es el dios el protagonista, la paz la historia de la religión, de la Biblia. Es como que no es tu obra. Tú reflejas a los que después te miran a ti. La perspectiva está al revés. Te indica, te dice que es el icono quien te esta mirando a ti. No hay propio yo. Te olvidas de ti mismo, piensas en lo divino.
A Svetlana le gusta el cine de Woody Allen y lo clásico de Andrei Tarkovski, ese director ruso que sostenía que hacer cine es esculpir en el tiempo. Se detiene mientras nos platica largo del film Andrei Rublev, ese monje genio de iconos bizantinos en la Rusia antigua con la ocupación tártara, y la continua imagen en blanco como si fuese un lienzo. Entonces Svetlana Kalachnik nos confiesa de sus miedos, esas crisis frente al lienzo, ese temor tremendo porque no sabe como le va a salir la obra, si quieres mejorar - ¿cómo subir al siguiente escalón? - ver el progreso, el lienzo en blanco te acuerda que tienes que avanzar. Esto es lo enigmático, no quedarse parado cuando es difícil progresar. Pero me consuelo cuando recuerdo lo que dijo Picasso, que la inspiración viene trabajando. El rítmo es muy importante. Si respetas la disciplina todo va marchando, si paras, desconectas. Por eso pinto tantas horas seguidas. Cuando me levanto casi no puedo andar. Cojo mi bicicleta, voy a mi casa que esta lejos, cruzo el Paseo Marítimo y entonces no quiero saber nada de arte hasta el día siguiente. El mar me ayuda. Soy una pintora profesional que va todo los días a pintar. No hay otra manera. Además tengo muchos compromisos con galerías de Barcelona y Madrid. Luego están las exposiciones. Son de siete a diez al año entre colectivas e individuales. Jamás trabajo por encargo. Establezco mis propios temas, en eso soy anárquica, decido yo.
Mientras nos sirve una copa de Reserva de Ribera del Duero, su vino preferido, nos cuenta que ha hecho exposiciones en Berlín, Copenhague, San Petersburgo, Reikiavik, Plovdiv (Bulgaria), Málaga, Marbella, Barcelona y Madrid. Luego arma un cigarrillo mientras añade que cuando pinta no come y que siempre pinta sentada. Lo que más le interesa en su pintura es contar historias de la vida emocional. Esta muy orgullosa de ser la primera artista de su casta, pero luego se corrige y afirma que le contaron que un tatarabuelo pintaba íconos. Definitivamente algo debe ir en la sangre porque esta convencida que en su oficio se nace así y que luego es el esfuerzo diario y constante de empeñarse en el trabajo. Confiesa que no destruye. Prefiere que se venda. No quiero tener que quitar algo. En ocasiones cuando no está satisfecha enrolla el lienzo. Sabe que un cuadro está listo porque todo esta armoniosamente puesto y aunque ve los defectos es incapaz de retocarlos. Cada cuadro es como un rompecabezas que toma horas, días y semanas en estar armado. Tiene su propia técnica y mientras bebemos el vino revela un truco de su oficio. Reconoce que cuando pinta el campo de trigo con relieve le pone pan de oro.
Todavía no acaba de sorprenderla su público. A algunos no les gusta y tienen que ver la obra dos y tres veces antes de aceptarla.
Tengo una anécdota muy simpática de mi galerista en Madrid en Castello 120, que tuvo un señor en una de mis exposiciones que pasó por la sala y dijo - ¿pero quién compra esta obra? Luego volvió a pasar y terminó comprando.
No cree que el éxito se le haya subido a la cabeza y no está interesada en lo más mínimo en política. Lo suyo es pintar y el fin de semana oxigena, dando paseos en su bicicleta o yendo a bailar. Antes de terminar la entrevista nos invita nuevamente a la feria a donde nos vamos a verla bailar sevillanas, ese lenguaje que la apasiona tanto como su pintura.