Actualidad
El proceso irreversible de la globalización y la competencia por participar en el mercado internacional, hace imperativo el objetivo de firmar acuerdos comerciales entre países. Esta dinámica impulsa a creer que el éxito está en las alianzas con los países grandes en razón del tamaño de su población y una mayor capacidad de compra. Sin embargo, aunque existiese oferta exportable, se puede perder de vista otras consideraciones que para el caso de países de tamaño mediano como Colombia es importante tener en cuenta. Fuera de Estados Unidos y la Unión Europea existen otras agrupaciones que vale la pena mencionar.
En primer lugar, El equipo de economía global de Goldman Sachs liderado por el economista Jim O´Neil acuñó el titulo de BRIC para denominar a Brasil, Rusia, India, y China. Grupo con aproximadamente el 40% de la población mundial con 2.600 millones de personas, un PIB cercano al 50% del PIB mundial y un inmenso territorio de 40 millones de kilómetros cuadrados, con una gigantesca cantidad de recursos naturales y seis de las 20 megalópolis del mundo: Bombay (4º), Sao Pulo (5º), Nueva Delhi (6º), Shanghái (7º), Calcuta (8º) y Moscú (18º). Con todo esto, pueden llegar a ser las cuatro economías dominantes según Goldman Sachs hacia el año 2050. Sin embargo, existen muchas dudas e incertidumbres sobre los supuestos que sustentan esta predicción, especialmente desde el punto de vista social y medio ambiental dado que se trata de un grupo heterogéneo con serias tensiones en cuanto a la igualdad entre las zonas rurales y urbanas y con inmensas brechas sociales y de participación en los beneficios del crecimiento. Aún más, respecto a este grupo México parece estar superando a Brasil en algunos indicadores como crecimiento económico, solidez del sector bancario y competitividad del sector exportador. Según el Economist Intelligence Unit, México tiene una economía extraordinariamente abierta (las exportaciones representan casi un 60% del PIB) y un ambiente para hacer negocios mejor posicionado que Brasil, ocupó la posición 32 de 82 economías y Brasil 37 entre 2007 y 2011. Por estas y otras razones, se sugiere que en lugar de los BRIC deberíamos hablar de MRIC dadas las promisorias perspectivas que ofrece México, su estratégica ubicación geográfica y el regreso de empresas que abandonaron EEUU para ubicarse en el gigante asiático. Todo esto a pesar de su alta dependencia del ciclo económico de EEUU (el 83% del intercambio comercial es con éste país) y el clima de violencia en algunos Estados.
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- Por Edgar Ortegón
Sobre "Una novela que comienza", de Macedonio Fernández, y "Adagio para viola d'amore", de Néstor Sánchez
Pablo Valle
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- Por Pablo Valle
El encuentro sería en el Tablón de Poncho. Media hora antes, Alfredo, un Santiaguero afable que llevaba tres días obrando como el más curtido baquiano en mi periplo habanero, me había dicho al abordar su Dodge verde crema modelo 1935: "Con Teté te vas enternecer". Al franquear el puente que divide a La Playa del Vedado, había visto el atardecer más caribe que mis ojos pudieran apreciar en mi estancia en Cuba.
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- Por Marcos Fabián Herrera Muñoz
Mi Berlín
Esther Andradi
Editorial Mirada Malva
2015
La primera vez que tuve noticias de Esther Andradi fue por su libro Vivir en otra lengua, volumen que recopila textos de autores latinoamericanos residentes en ciudades como Lausana, París, Berlín o Roma, y que refieren su experiencia de escribir en una lengua distinta de la del lugar de su exilio. Estos autores problematizan lo que implica para su escritura una condición bífida: la de quien se aísla en la cápsula de la lengua nativa para convertirse en otro (quizás más puro), que sueña o se sumerge en las aguas profundas de sus orígenes.
Es el caso de la propia Esther Andradi, argentina que reside en Berlín, ciudad íntimamente ligada a su historia. Nacida en Ataliva, en la provincia de Santa Fe, Argentina. Estudió Ciencias de la Comunicación en Rosario y en 1975 se trasladó a Perú donde se dedicó al periodismo escrito y publicó su primer libro. Allí le correspondió vivir el derrumbe de la sociedad tradicional de este país, de lo cual dejó constancia en sus crónicas. Después pasó a Berlín en 1983. Allí compartió con otros extranjeros, y con los propios berlineses, la experiencia de una ciudad herida, divida por un muro cuya caída presenció con asombro. En 1995, Esther regresó a Argentina, a Buenos Aires, donde fue testigo del estallido neoliberal que sufrió su país en 2001. En 2003 volvió a Berlín, ciudad en la que ha echado raíces y se dedica a la escritura, donde vive en otra lengua.
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- Por Consuelo Triviño Anzola
Inédito
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No sabría explicarlo a satisfacción. Dedico mis días al infatigable sortilegio de interpretar las letras que otros han escrito y al extravagante oficio de trazar las mías propias. Sospecho que en el primer asunto es inevitable incurrir en frecuentes tergiversaciones y que, en el segundo, resulta casi imposible juntar dos palabras con acierto y armonía. Y sin embargo ―a vicio de insistir―, me corren ya tantos años en estas inquisiciones que han terminado convirtiéndose en mi destino. Soy muy consciente de lo que significa haber crecido entre libros, en una casa donde siempre se honró la literatura; pero esta mezcla de alborozo y de recóndito martirio que me produce el ejercicio de las letras tiene para mí el valor de una inclinación misteriosa. ¿Por qué me duele tanto esto que al mismo tiempo me gratifica y me embriaga? Quizá ni debería planteármelo y seguramente jamás llegaré a comprenderlo. Sé que ha habido autores declaradamente felices con su vocación, de modo que se permitieron agudezas contra “las agonías de la creación” ―así lo hizo E. M. Forster―. Hay otros que fueron verdaderos ascetas de la escritura y que pregonaron su padecimiento tanto como les fue posible ―ése es el caso del gran Flaubert―. Desde luego, jamás podría alinearme en ninguno de estos bandos, junto a escritores tan admirables. Ambos signos me atraviesan.
Dicho esto, no descarto la opción de proseguir hacia una afirmación categórica. La cualidad primera de una obra literaria es la sinceridad. No hay pericia técnica ni destreza estructural capaz de redimir un embuste de su infame condición. Todo lo contrario: cuanto más se insista en encubrirlo, más evidente será un truco; cuanto más se procure maquillarlo, más chapucero se hará el artificio. A lo largo de los siglos, la literatura ha estado ligada a la revelación, a la iluminación de las más profundas regiones del alma; allí radica su trasfondo místico, allí su perdurabilidad. Y dado que hay aspectos de la naturaleza humana que sólo pueden inquirirse literariamente, resulta imperativo para el escritor adentrarse en esos abismos, tener el coraje de honrar su propio talento apelando a toda su capacidad para ser sincero. Los demás caminos tienen apenas el valor de lo accesorio, de lo anecdótico. Sabemos que nuestro tiempo, sin embargo, ha convertido la tergiversación en su distintivo primordial; por esta ruta ha hecho del éxito, precisamente, el mayor de sus fetiches. De esta suerte, poco importa ya que una obra sea reveladora; basta con que tenga la capacidad de entretener, de recrear masivamente. Con el autor pasa otro tanto: lo fundamental ahora es que sea públicamente un escritor. Aunque no escriba.
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- Por Alejandro José López
Releer las obras de Sergio Almaraz Paz, nacido en Cochabamba en 1928 y muerto en La Paz en 1968, es una forma de adentrarse en los vericuetos de la política nacional de la primera mitad del siglo XX, siguiendo el agudo análisis socioeconómico realizado por una de las mentes más brillantes de la intelectualidad boliviana.
El poder y la caída, escrito con frases breves y elegantes, y un estilo poco frecuente entre los ensayistas de temas históricos, económicos y sociales, es un magnífico documento para conocer de cerca los entretelones, causas y consecuencias, de la formación de la industria minera, la estructuración sangrienta del Estado moderno bajo el control de la rosca minero-feudal y el ascenso al poder del Movimiento Nacionalista Revolucionario en abril de 1952.
El libro revela los tejemanejes de la política entreguista de los tres grandes magnates de la minería, que tuvieron en sus manos el control de la industria nacional y, por lo tanto, el destino del país. El autor, cuya ideología estaba entroncada en las corrientes de izquierda nacidas después de la Guerra del Chaco, hace hincapié en los procesos históricos a través de los cuales una fuerza económica se transforma en fuerza política. Y cómo, a su vez, este poder político contribuye a la formación de una conciencia nacional, que se ve reflejada en las organizaciones naturales del proletariado minero, que desde un principio entendió que el camino de los intereses privados de los “barones del estaño” estaba cruzado con el de los intereses de la nación oprimida.
La revolución protagonizada por obreros y campesinos, aparte de confirmar la importancia de su rol histórico, rompe con los privilegios de la rosca minero-feudal, que levantaba palacios para una dinastía familiar en tierras bolivianas, mientras sus asesores gringos, ingleses y norteamericanos les inducían a invertir sus millones en otras empresas extranjeras, motivados por el típico pensamiento capitalista de reproducir sus ganancias con ganancias, así sea a costa de explotar despiadadamente la fuerza de trabajo de los más pobres en los países pobres.
Sergio Almaraz afirma que la nacionalización de las minas fue un triunfo de esos hombres que cambiaron el arado feudal por la máquina perforadora, la dinamita por el fusil, con la esperanza de estatizar los recursos naturales. Sin embargo, el gobierno del MNR, que destruyó la estructura del poder oligárquico de los “barones del estaño”, cumplió las tareas revolucionarias a medias, no sólo porque concedió una indemnización a quienes usufructuaron los recursos naturales del país durante décadas, acumulando un caudal de riquezas a costa del sacrificio de los trabajadores, sino también porque no logró que la industria minera se desarrollara al margen de la influencia de los empréstitos ingleses y norteamericanos, y mucho menos que las minas pasaran a manos de los mineros, aunque ellos fueron los principales protagonistas de la revolución de abril, los impulsores de la creación de la COMIBOL y los titanes que horadaban los socavones en los cerros de Oruro y Potosí.
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- Por Víctor Montoya
Fernando y su esposa Elizabeth me reciben muy cordiales a la entrada de su apartamento en El Rodadero. Muebles modernos, plantas frescas, máscaras toltecas y amazónicas adquiridas en unos de sus numerosos viajes, decoran los muros. En los pasillos, se observan fotos de sus hijas a los veinte años. Me señala la foto de sus nietos, dos de la historiadora y uno de la abogada. Nadie advierte que entra en la casa de un poeta hasta que mira en su biblioteca, sus dos últimos poemarios publicados.
Me invitan a pasar a la terraza donde me espera una cerveza helada para aplacar el calor húmedo de los primeros días de marzo. Desde el piso 17 se observa la cadena de edificios de El Rodadero y también Gaira, pueblo convertido en un barrio de la ciudad con sus nuevos conjuntos cerrados, y sus secos cerros invadidos de cardonales y casas de bloque.
Después de multiplicarse como docente laborando en distintas universidades de Bogotá, Fernando Núñez del Castillo disfruta desde hace 19 años su pensión en Santa Marta, ciudad a la que ha regresado para dedicarse a la poesía de tiempo completo. Aracataca lo vio nacer en 1943. Comenzó su bachillerato en el Liceo Celedón y terminó en el San Luís Beltrán en Santa Marta, Colombia.
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- Por Annabell Manjarrés Freyle
El soborno del cielo
Dirección y Guión: Lisandro Duque Naranjo
Intérpretes: Germán Jaramillo (párroco), Guillermo García (Alfer), Wilderman García (Byron), Santiago Londoño (Daniel), Milady Dau (Fabiola)
País: Colombia
Año: 2016
Un pueblo colombiano, mediados de la década del sesenta. El nuevo párroco (Germán Jaramillo, el protagonista de La virgen de los sicarios), intransigente, se niega a dar cristiana sepultura a un suicida. Su familia, por las suyas, lo entierra en el campo santo. Ante esta actitud, el cura declara “en entredicho” su parroquia, con lo cual no administrará los sacramentos (bodas, bautizos, etc.) ni ningún otro servicio, hasta que el cadáver sea trasladado al cementerio laico. Pero resulta que la familia, muy católica (sobre todo, la madre), no se resigna a ese desdoro. El digno hermano del muerto, Alfer, alentado por su amigo Byron, que sueña con una “república atea”, decide hacer una lista con todos los suicidas del pueblo, que fueron inhumados en el campo santo durante la etapa del párroco anterior, más tolerante. El conflicto está planteado: o cede el cura, y empieza a dar los servicios requeridos por la comunidad, o la lista es divulgada, y todas las familias involucradas deberán trasladar a sus muertos.
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- Por Pablo Valle
Diario de la peste
Gonçalo M. Tavares
Traducción: Paula Abramo
26 de abril de 2020
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- Por Gonçalo M. Tavares
Una voz femenina de resistencia y lucha indígena
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- Por Fernanda Balangero Musso
Chantal Maillard (Bélgica, 1951). Poeta, filósofa, ensayista y traductora española. Entre otros galardones ha recibido el Premio Nacional de Poesía (2004), el Premio de la Crítica (2007) y el Premio Andalucía de la Crítica (2008). La escritura de Maillard es profunda, reveladora y radical. La poeta construye las imágenes e ideas que transmite a partir de ciertas vivencias aflictivas y un profundo conocimiento del pensamiento oriental, que han potenciado su forma de entender la vida, la muerte y el dolor desde una perspectiva que trasciende lo personal. De este modo, explorando sentimientos y acontecimientos, su escritura transita el espacio de lo propio y lo universal. Sus diarios, su poesía, su prosa poética, así como sus ensayos, conforman la obra de una de las autoras más relevantes de la literatura contemporánea escrita en nuestra lengua.
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- Por Sergio Laignelet
Apreciados lectores:
Desde el 2015, a raíz del premio internacional Rómulo Gallegos que recibí por mi novela Tríptico de la infamia, empecé a recibir invitaciones de la cancillería colombiana y de las diferentes embajadas que este país tiene en el mundo. Las acepté porque permitieron que hablara sobre mi obra en diferentes universidades, centros culturales y ferias del libro. Lo hice porque así actuaba como un representante de la actual literatura colombiana. Y también porque había votado por los acuerdos de paz y me parecía digno expresar, en total libertad, esta actitud de pacifista convencido.
Desde el 2018 seguí participando en estas invitaciones, aunque sabía que algo había cambiado en el gobierno colombiano con el que no me sentía identificado. La pandemia frenó de golpe estos viajes y las actividades virtuales se redujeron ostensiblemente. Pero cuando explotó la crisis social, el pasado 28 de abril, provocada por la reforma tributaria, el manejo deplorable de la pandemia y la inadmisible desigualdad social que reina en Colombia, y siguieron los eventos sangrientos en los que el actual gobierno ha reprimido las justas protestas, decidí interrumpir todas mis actividades con la cancillería y las embajadas. Cancelé conferencias sobre mis libros y sobre literatura colombiana en Managua, Copenhague y El Cairo. Incluso, he rechazado la posibilidad de presentar con la embajada de Colombia en Egipto mi novela Lejos de Roma que ha sido traducida al árabe y publicada por el Centro Nacional para la Traducción de este país.
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- Por Pablo Montoya