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El cerro de Montevideo, Uruguay. Durante los años ochenta, termina la dictadura militar. Un grupo de "héroes" comienza a ser una leyenda en ese peculiar barrio obrero. Impiden asaltos, atrapan criminales, vigilan a escondidas. Nadie sabe quienes son ni por qué lo hacen. Nadie imagina cuales son sus poderes ni el motivo de su desaparición.
Héroes rotos disponible en Ediciones ecobuk a partir de diciembre 2010.
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- Por Joaquín Doldán Lema
Pasión crítica, Ensayos sobre literatura latinoamericana contemporánea del escritor Alejandro José López Cáceres. Colección La Tejedora, de la Escuela de Estudios Literarios de la Facultad de Humanidades de la Universidad del Valle de Colombia.
"Este libro es una colección de siete ensayos literarios sobre autores latinoamericanos de diversas épocas y tendencias. Dichos textos se refieren a escritores canónicos de nuestro continente, como Juan Carlos Onetti, Carlos Fuentes y Antonio Skármeta; a narradores colombianos consagrados, como Óscar Collazos y Harold Kremer; y a los ensayistas y profesores Julián Malatesta y Aleyda Roldán de Micolta, vinculados a la Universidad del Valle. Considero que es éste un libro muy valioso por su cuidado en la elaboración ensayística. Aquí se funden el rigor expositivo con los aportes teóricos, la singularidad en la interpretación con la coherencia interna y, ante todo, con la expresividad en el lenguaje." César Valencia Solanilla
Alejandro José López Cáceres nació en Tuluá (Colombia), el 28 de julio de 1969. Se formó académicamente en la Universidad del Valle: licenciado en literatura, especialista en prácticas audiovisuales, magíster en literaturas colombiana y latinoamericana. Ha sido finalista en varios concursos literarios a nivel nacional e internacional: Carlos Castro Saavedra, en la modalidad de cuento (Medellín, Colombia, 1993); Jorge Isaacs de Autores Vallecaucanos, en la modalidad de cuento (Cali, Colombia, 1997) y en la modalidad de ensayo (Cali, Colombia, 2002); Art Nalón Letras, en la modalidad de cuento corto (Asturias, España, 2003). En 1999 obtuvo el primer puesto de la Asociación Iberoamericana de Televisiones Regionales y Afines, premio ASITRA, dado en Valencia (España), en la categoría de reportaje. Como realizador audiovisual, ha dirigido una docena de documentales para el Ministerio de Educación Nacional y el Ministerio de Cultura, en Colombia. También se ha desempeñado como catedrático de la Universidad Santiago de Cali, la Autónoma de Occidente y la Tecnológica de Pereira. Entre el 2004 y el 2008 dirigió la Escuela de Estudios Literarios, en la Universidad del Valle. Ha publicado un libro de crónicas: Tierra posible (1999), otro de ensayos: Entre la pluma y la pantalla: reflexiones sobre literatura, cine y periodismo (2003), otro de cuentos: Dalí violeta (2005), y uno más de crónicas y entrevistas de periodismo cultural: Al pie de la letra (2007). Cuentos y ensayos suyos han sido traducidos al alemán y al francés. Actualmente es Profesor Asociado de la Universidad del Valle, reside en España y es candidato a doctor en literatura en la Universidad Complutense. Para leer más sobre el autor haga click aquí
¿Se puede practicar la crítica literaria tratando de guardar el rigor que se estila en la academia, pero procurando una vocación decididamente divulgativa? Seguramente no hay una contestación única a este interrogante, que es también una provocación. En cualquier caso, debo admitir que he mantenido esta pregunta como derrotero durante los trabajos de investigación y escritura que dieron lugar a estos ensayos. Y resulta bastante probable que haya fracasado en ambos flancos; es decir, que el lector académico halle estos textos ligeros para su gusto y, por otra parte, que el lector común los encuentre un tanto densos. Con todo, sigo pensando que hay riesgos que vale la pena correr. Porque si bien es verdad que la crítica literaria necesita estar bien fundamentada, no es menos cierto que ésta tiene un ministerio social insoslayable, ligado a la cualificación intelectual del público lector. Sobre dichos puntos reposa mi aspiración con este libro. Alejandro José López Cáceres. (Fragmento del Prefacio)
Artículo enviado a Aurora Boreal® por cortesía del escritor Alejandro José López Cáceres. Foto © Alejandro José López Cáceres por María Isabel Casas R. enviada a Aurora Boreal® por cortesía del escritor Alejandro José López Cáceres.
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- Por Alejandro José López Cáceres
La bóveda celeste
Barcelona: Roca Editorial,
2009
270 páginas
"La plaza de San Marcos ofrecía una imagen que no hubieran desaprovechado Guardi o Canaletto. Todos estaban impacientes por contemplar el invento del maestro: aquella lente mágica podía atravesar los cielos y avistar los barcos más lejanos". La figura de Galileo Galilei, su vida, su ciencia y su desgracia marcará, de manera indeleble, la historia occidental. En La bóveda celeste, Carmen Resino invierte el efecto de aquella lente milagrosa y se focaliza en lo más próximo y, quizá por ello, menos visible, de la vida del astrónomo: el triste destino de su hija menor, Livia.
Resino es ante todo conocida por su producción dramática. Y mucho de su experiencia de escritora de teatro la encontramos en La bóveda celeste, novela histórica meticulosamente documentada que Resino construye aliando con destreza la tensión que exige la escena y la intriga bien tejida que pide el género narrativo.
Fruto de su relación con Marina Gamba, Galileo tuvo dos hijas, Virginia y Livia. A los trece y doce años de edad respectivamente, las niñas ingresan al convento de San Matteo de Arcetri, en Florencia, gracias a una dispensa eclasiástica especial -seguramente la celebridad del padre y la dote importante que sirvió de respaldo jugaron a favor de las dos hijas nacidas fuera del vínculo del matrimonio. La trama propuesta por Resino gira en torno a una supuestas cartas que Galileo escribiera a su hija mayor, que toma el nombre religioso de María Celeste. La novela arranca con la muerte de María Celeste, acaecida durante el arresto domiciliario del ya viejo y enfermo Galileo. El rumor de la existencia de estas cartas comprometedoras -en las que el maestro afirmaría su creencia en las teorías que debió abjurar para salvarse de las llamas- despierta la avidez de los más mezquinos arribistas religiosos y laicos que desean congraciarse con el papa, así como la auténtica preocupación de aquellos que quieren proteger al astrónomo de sus enemigos.
Gabriela Cordone, Argentina. Docente e investigadora de la Universidad de Lausana (Suiza), es doctora en letras por la Universidad de Friburgo (Suiza). Imparte cursos de literatura española e hispanoamericana en estas dos universidades. Ha publicado numerosos trabajos sobre dramaturgia: El cuerpo presente. Texto y cuerpo en el último teatro español, Zaragoza, Ed. Pórtico, 2008 y narrativa española contemporánea (J. J. Millás, J. M. Merino, C. Fernández Cubas, Lorenzo Silva, ).
La búsqueda desenfrenada de estos misteriosos papeles será motor de la trama en el centro de la cual Resino recrea el personaje de Livia Galileo, sor Arcángela en religión. Olvidada por su padre -que prefirió siempre la mayor- Livia asume su destino monacal con amargura: afectivamente dependiente de su hermana mayor, la muerte de sor María Celeste la sume en una profunda depresión. A partir de aquí, la obra adquiere un ritmo de contrastes y claroscuros que contraponen la magnificencia de la corte papal a la miseria de los conventos femeninos, los desmanes materiales y morales de los prelados pontificales a las privaciones y sufrimientos de los desvalidos. En este ambiente de desconfianza e hipocresía, sed de poder e intrigas palaciegas, se encontrarán por poco tiempo, en un punto sin lugar de la ficción, las vidas de Vincenzo Viviani, ayudante del maestro, y de sor Arcángela, desterrada de su única pasión: la pintura. La dimensión sentimental e íntima que se establece entre estos dos personajes contrasta con la sordidez en la que se mueven un clero decadente y una nobleza obtusa y arrogante. Carmen Resino opera el milagro de la transformación de la materia histórica en ficción, haciéndola más próxima, más humana y más verdadera.
Como sus obras de teatro, esta novela de Resino tiene un sutil perfume de rebeldía. La revuelta soterrada -la más peligrosa- es, sin duda, el territorio preferido de la escritora madrileña. Resino elige asomarse al Barroco italiano y a los desmanes del poder a través de un personaje anónimo y supuestamente insignificante. Así, para la autora, la conmemoración de los 400 años de los descubrimientos de Galileo pasa necesariamente por la exhumación de la memoria de una mujer olvidada que tuvo que acatar la voluntad de su padre y las imposiciones sociales de su época.
Carmen Resino: España. 1941. Es licenciada en Historia por la Universidad Complutense de Madrid. Se ha doctorado por la misma universidad. Fue miembro fundador y presidenta de la Asociación de Dramaturgas Españolas. Es una de las autoras más prolíficas y estudiadas del actual panorama teatral español. Numerosos trabajos de tesis y estudios especializados han sido dedicados a su inmensa obra dramática. Ha escrito casi cuarenta títulos inspirados en el teatro de vanguardia y del absurdo, pero igualmente drama histórico. Entre sus obras figuran El presidente (1970), Cero (1970), Colisión (1971), La sed (1974, y en francés en 1994), Camino de destrucción (1975), ¡Dinero, dinero, dinero! (1977), Ultimar detalles (1984), en Estados Unidos; Espejos rotos (1984), Personal e intransferible (1988, en Bruselas); La bella Margarita (1990, también en Bruselas) y Pop y patatas fritas (1990). En 1986 fundó y presidió la Asociación Dramaturgas Españolas; ha formado parte de la junta directiva de la Asociación de Autores de Teatro y pertenece a la SGAE, a la Asociación Colegial de Escritores y a la ya mencionada AAT. Recibió un accésit del premio Lope de Vega por Ulises no vuelve (1974), una original recreación del mito homérico; también los premios Café Gijón de Gijón por Ya no hay sitio (1984); al Mejor autor español de la sala Boesdaelhoeve de Bruselas (Bélgica) por Personal e Intransferible (1988) el Ciudad de Alcorcón por La recepción (1992), una pieza de carácter metateatral; y el Buero Vallejo por La boda (2004). También ha recibido menciones de honor en los premios Felipe Trigo (1985) y Calderón de la Barca (1989). Algunas de sus constantes temáticas son la historia en combinación con ciertos temas humanos: la marginación, la frustración, la insolidaridad ante el dolor, la brutalidad. Como novelista ha recreado la vida de Livia Galileo, hija olvidada del astrónomo Galileo Galilei, en su novela La Bóveda Celeste (2009).
La prosa bien articulada de Resino otorga a las descripciones y a las referencias históricas una agilidad singular. Se destacan particularmente la calidad de los diálogos y el manejo hábil de registros expresivos. Sin duda, el toque de la dramaturga está presente también en la construcción precisa y tangente de los espacios, el perfil impecable de los personajes, las cadencias de sus desplazamientos, la tensión de sus gestos. La teatralidad del barroco italiano halla, en esta novela brillante y melancólica, el escenario adecuado que enmarca y fundamenta el drama de sor Arcángela, de su triste vida y de su deslumbrante talento.
Artículo enviado a Aurora Boreal® por cortesía de Gabriela Cordone. Foto © Gabriela Cordone enviada a Aurora Boreal® por Gabriela Cordone. Foto de Carmen Resino tomada de http://www.rocaeditorial.com/autores/Resino-Carmen-326.htm
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- Por Carmen Resino
Vivir en otra lengua
Esther Andradi
Un homenaje a la lengua materna
Esta antología es una aproximación a la literatura en español que escriben quienes viven en otra lengua. La gran mayoría de los autores y autoras de diversos países latinoamericanos radicados en una lengua diferente a la que escriben, viven entre dos aguas, buscando el reconocimiento en el país de origen, destinatario de sus ficciones. Vivimos en París, como escribía Darío, pero París no nos conoce. No tuve que buscarlos porque están en todas partes: antes bien fue difícil limitar una muestra de esta literatura, consultar los dilemas a la hora de divulgar lo que se escribe -para quién se escribe, dónde se publican los textos, la vida en otra lengua-, y al fin seleccioné algunos autores y autoras de esta literatura hispanoamericana que se hace en París, Londres, Lausana, Roma, Uppsala, Berlín... Más allá de las circunstancias que motivaron el extrañamiento, permanecen en el país que los acogió y tienen en común la continuidad de la escritura en la lengua materna, ejercicio que suelen combinar en parte con la lengua aprendida. El idioma original se percibe entonces como aquellas casas edificadas en las riberas del río, construidas sobre pilotes, por cualquier cosa. Y aunque reciben el lujo de la orilla y gozan de su humedad, sus alimañas y sus beneficios, se defienden de la corriente, afirmadas en las preposiciones entre y desde y hasta, ahí donde estén.
La escritura es el ancla con la que tejen el vínculo con el país lejano, una suerte de istmo en el mar de otro idioma. Sumergidos en la vida en otra lengua, arrasadas la jerga, el habla cotidiana, el sonido de lo insustancial, las interjecciones, y, en fin, todo aquello que es el sedimento de lo literario, estos escritores y escritoras cultivan la lengua original con la persistencia de la grama, que cuanto más se la arranca, con más fuerza crece. Matas salvajes de un territorio indomable.
ISBN 978-84-15009-00-9
Rústica con solapas.
144 páginas
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Vea el primer capítulo
EL LEGADO DE BRUNO
Escritor: Omar Saavedra Santis, chileno residente en Berlín.
Aún durante mucho tiempo después se había sentido tentado de interpretar aquella sospechosa casualidad como una agorera señal del fin de las bellas letras, como el co- mienzo de la degeneración del Verbo humano. Al mismo tiempo empero, se había obligado a reconocer que tales aprensiones suyas no sólo eran de un patetismo despro- porcionado, sino además de penosa fatuidad. Luego de una larga reflexión más serena, se había obligado a aceptar lo acontecido como una real posibilidad de futuro. Cierto es que inmediatamente después había dejado para siempre de escribir, pero seguía esforzándose en escrutar los verdaderos alcances del hecho y de aceptarlo, sin emociones ni banderas, como el inicio de una nueva literatura: una en la que él y un número indeterminado de sus colegas escritores probablemente tendrían poco o nada que decir. O tal vez, mucho más de lo que pudiera pensarse. En todo caso, se había cuidado de no hablar con nadie al respecto. Siempre sólo consigo mismo.
El asunto había ocurrido hacía algunos años en la egre- gia ciudad de Roma, poco después que su último libro -una ingeniosa disquisición sobre el sentido del sinsenti- do- fuera acogido con entusiasmo delirante por la crítica y el mercado europeos. Este tan largamente añorado reconocimiento literario lo había embriagado con la dulce certeza del éxito. Por tal motivo se había volcado de inmediato a la preparación de su próximo opus. Sin necesidad de cavilar muy largo, de entre la ubérrima oferta de su fantasía había escogido como sujet de su próxima novela la 13 fatídica introducción de la tipografía por los jesuítas en el Chile colonial del siglo XVII. Con este objeto, desde hacía tres semanas investigaba sin descanso en la biblioteca de la Pontificia Universitas Gregoriana, abriéndose paso por entre marañas de senectos manuscritos olorosos a papel oxidado y goma arábiga, en pos de aquellas verdades do- cumentales de las que se nutren las ficciones verosímiles.
Al tercer día de la tercera semana, un caliente martes de junio, había decidido descansar. A ello lo había obliga- do el constatar que su provisión de ropa limpia se había agotado. Meter tanta ropa de muda en su equipaje sólo ha- bía significado postergar y agrandar el problema de fondo, de modo alguno su solución. Cierto es que habría podido pedirle a la dueña del albergue donde se hospedaba que lo ayudara a resolver el problema, pero nunca había logrado distanciarse de esa vieja tradición cultural de su país de origen que recomendaba que el lavado de ropa sucia se hiciera en casa. Así pues, en esa caliente tarde de junio se había dado a la búsqueda de una lavandería automática, con una bolsa de plástico a punto de reventar en cada mano. Un acucioso estudio de las Páginas Amarillas de Roma le había revelado que el salón de lavado más cercano se hallaba en la Via della Spada d'Orlando 18. Tal nombre, había pensado al sesgo, habría satisfecho la oscura pasión nibelunga del viejo Borges, por héroes y filos. Quizás lo pensó porque era pleno verano y el fulgor sonoro del nombre concedía a la sucia brevedad de la calleja unos resplandores acerados, como los reverberos de un facón macho saliendo de la vaina. Pero el aliento caliente del lejano sirocco ya había alcanzado Roma, obligándolo a no pensar en otra cosa que no fuese huir de esa canícula inmesericorde. Para su gran decepción descubrió que en la calle de nombre tan eufónico el número 18 no existía. Allí donde debía estar, se alzaba una larga palizada alta de tablas semipodridas. Una gruesa costra de afiches publicitarios era lo único que parecía sostenerla. Desconcertado había espiado por una hendija el otro lado. Lo que vio fueron las ruinas de lo que en tiempos pretéritos había sido una mansión patricia. No se había sorprendido. Roma era pródiga en ruinas nobles. El vasto antejardín era ahora un erial gobernado por la maleza. Al fondo, los peldaños rotos de una escalinata de regia anchura conducían suavemente a una arcada dórica cuyos capiteles mutilados sostenían a duras penas un frontispicio semiderruído. Todo lo que había resplandecido alguna vez con el frescor espléndido del mármol, había desparecido bajo el plebeyo hollín de la civilización. Para impedir su desplome total, albañiles de prisa y sin amor propio habían unido columnas y paredes con tapias de la- drillos. Esa albañilería de emergencia le daba al conjunto el aspecto de un grotesco mausoleo faraónico sin terminar. Un algo indeterminado que él no pudo precisar de inmediato, flotaba sobre la casona en agonía.
Se aprestaba a enfrentar la frustración de la retirada cuando por entre la silvestre enredadera de afiches entrevió, semioculto, el orín verdoso de un bronce recordatorio.
S.P.Q.R Palazzina della Scintilla S. XVI - S. XVII
Las viejas iniciales imperiales indicaban que para los padres edilicios aquellas ruinas eran dignas de ser rememoradas. El bronce informaba que en 1585 el cardenal Ippolito Aldobrandini, Auditor de la Sacra Rota Romana, había ordenado al arquitecto Filippo di Gonzaga la construcción de la villa, la que fue terminada en 1595. Al convertirse en el papa Clemente VIII, la regaló en el Anno Santo 1600, a su sobrino, el cardenal Pietro Aldobrandini. Éste encargó a Giacomo della Porta cambios en el frontispiscio y vestíbulo del primer piso, y al cavaliere d'Arpino la decoración del patio interior con una fontana de granito sardo y cinco frescos sobre la Santa Familia...
Fue en ese momento en que su ojo había interrumpido la lectura para detenerse en un simple listón de madera que alguien había clavado más abajo, con una casi ilegible inscripción escrita a mano. Lavanderia Self-service ad acqua »Punto Blu« Tirare il cordoncino
¡Tire el cordelito!
Otro recuerdo del subdesarrollo de su infancia lo conmovió hasta la médula de los huesos. Su primera niñez la había vivido en un conventillo del Cerro La Cruz de Valparaíso: una hilera de piezas sin ventanas alineadas mi litarmente en torno a un enorme patio de polvo. En cada pieza vivían una o más familias. Sus moradores, más por pudor que por afrancesamiento, llamaban cités a esa forzada comunidad de la miseria. También en el portón de entrada de cada conventillo, junto a los nombres garrapa- teados a tiza o lápiz, se leía, como ahora, la misma modesta invitación: Tire el cordelito.
Junto a la tablilla colgaba efectivamente la punta de un cordón pringoso, que el jaló con energía, contento de comprobar que la dirección resultaba finalmente ser la co- rrecta. Tres veces debió accionar aquella prístina técnica telecomunicativa, antes de que en el cerco se abriera una minúscula puerta, en la que él no había reparado.
Sin palabras, un viejo lo había dejado pasar. Luego había vuelto a correr el cerrojo y retomado a paso rápido el camino de regreso al mausoleo. Él lo había seguido, aún demasiado aturdido por el calor como para asombrarse. En el fondo no lo sorprendía que la modernidad romana hubiera convertido a la Palazzina della Scintilla en una lavandería. Si el atelier donde Bernini había esculpido su Verità svelata dal Tempo era ahora una filial de Mc Donalds, bien podía entonces una ex-villa cardenalicia devenir en fregadero automático. El viejo que lo precedía vestía una de esas largas cotonas azules de auxiliares de escuela pública. Y sobre la cotona, un delantal de cuero apelmazado por un uso que delataba un trabajo mugroso. La indumentaria la completaba un alzacuello de clérigo ribeteado de sudor. ¿Por qué no?, había pensado. Total, no todos los sacerdotes de Roma debían trabajar necesariamente en el Vaticano. Y de alguna manera el cura coincidía con la atmósfera del lugar. Fue en ese momento en que su nariz logró identificar ese algo impreciso que revoloteaba en el aire. Era el olor. El aire olía a amoníaco de zoológico, a tufaradas de animal prisionero. Lo había achacado a las docenas de gatos que dormitaban por entre la pedacería de mármoles esparcidos en el extenso antejardín. Como en el Coliseo o en el Area Sacra del Largo Argentino tam- bién aquí, los más romanos de entre los félidos, velaban con hierática indolencia sobre lo oculto para siempre en todas las ruinas.
Al esperpéntico mausoleo se accedía por atrás. Por una portezuela de hierro el viejo lo introdujo al interior de las ruinas de la Palazzina della Scintilla. El tránsito del calor a esa sombría algidez le había provocado una sensación de gratitud. La luz de un bombillo enchapado en mugre de moscas y tiempo iluminaba apenas el recinto, cuyas verda- deras dimensiones sólo podían intuirse. Su guía lo había conducido por una escalera de caracol tallada en el roca misma de los fundamentos que abajo terminaba frente a otra puerta de hierro entreabierta. Por primera vez el viejo le cedió el paso. Entraron a un sótano cuyas dimensiones se perdían en penumbras y recovecos insospechados. Arcos de piedra sostenían el cielo de la bóveda. Otra vez Borges se le asomó a la memoria para decirle que no debía sorprenderse si en el centro de esa soledad subterránea se le aparecía la metageografía del Aleph, para develarle en un instante todas las cosas y sucesos. La caliginosa luz fría de un tubo de neón se derramaba sobre cuatro máqui- nas lavadoras. Por primera vez el viejo le había dirigido la palabra: Lavato cinquemila, asciugatura altre cinquemila, le dijo. Recibió dos fichas metálicas a cambio del billete de diezmil liras que el viejo hizo desaparecer en algún bolsillo. Luego, inopinadamente, el cura había dado media vuelta y se había marchado. Un momento largo sus pasos habían resonado por entre los recodos de las sombras.
De pronto, al saberse solo en esa catacumba convertida en singular salón de lavado, lo había invadido un temor infantil. De común sabía manejar a discreción el tiempo ocioso de las esperas. Disfrutaba incluso de los juegos mentales con que los superaba, juegos que después, de una manera u otra, terminaban reflejándose en su creación li- teraria. Aquella vez sin embargo, la sóla idea de tener que esperar allí por el fin del lavado le había parecido inso- portable. Atarantadamente había llenado con su ropa una de las lavadoras y después había buscado con incontrolada prisa el camino de regreso al exterior. Pero al llegar al extremo superior de la escalera de caracol lo había con- fundido enfrentarse a tres puertas de hierro. Como suele suceder en tales casos, escogió la falsa.
Así fue que de repente se había encontrado en el patio interior de la palazzina.
De tal modo lo encandiló el golpe de luz, que al comienzo se había negado a creer lo que sus ojos le dijeron. Bajo el sol petrificado del verano un grupo de chimpancés disfrutaba de la holganza de los reos a la hora de patio. Apacibles paseaban por entre las columnas, se despiojaban unos a otros o cabeceaban simplemente a la sombra de los matorrales. Una alfombra de basura, excrementos y maleza agostada cubría el enorme patio. En el centrodel patio, un cuarteto de tritones de granito hacía media eternidad que había dejado de soplar agua de sus caracolas en una fontana derruída. El olor a naturaleza podrida lo dominaba todo.
Ante tal paisaje había permanecido inmóvil, incapaz de aprehenderlo en su totalidad.
Son bonobos, había dicho de pronto una voz estropeada a sus espaldas, los más inteligentes entre los chimpancés. El viejo cura lo había dicho en un italiano sorprendentemente cristalino con el tono afectuoso de un abuelo chocho. Especialmente ése: Umberto, y había apuntado a un mono que miraba ausente en la encumbrada lejanía del azul mientras se rascaba el cuello con un objeto que se veía como una rama seca. Era un lápiz. Umberto se rascaba el cogote con un lápiz. Recién entonces el se había percatado que por doquier en el patio, entre montículos de mierda y restos de fruta podrida, yacían toscos lápices de carpintero y trozos cuadriculados de cartulina.
Sin comprender, había mirado al viejo.
Es una historia bastante vieja, había respondido éste a su pregunta muda, venga, ahí se está más fresco. Y lo había llevado hasta una banca destartalada, bajo la sombra piadosa de un oleandro. Ritorno subito, había dicho, y desaparecido premuroso.
Él se había sentado sin dejar de mirar a los monos y sin lograr meter ese singular día de lavado dentro de una caja de modelos más o menos lógicos. La única certeza que no lo abandonaba, era que todo aquello estaba de veras ocurriendo.
El viejo había regresado con una botella medio llena de vino blanco y dos vasos. Bajo el brazo sostenía una vieja caja de galletas, de hojalata, asegurada con elásticos. ¿De donde viene?, quiso saber mientras llenaba los vasos.
Él se lo había dicho. Y obedeciendo un irresistible impulso de vanidad había agregado: Soy escritor.
¡Oh!, a todas luces divertido el viejo había tosido una ri- sita y virado sin transición al castellano. ¡Entonces ésto seguramente le va a gustar!. Su brazo había descrito un amplio arco que abarcó el patio y los monos. Esto es, por llamarlo de alguna manera, un experimento del remordimiento, dijo. Luego de vaciar de un trago el vaso le había preguntado de sopetón: ¿Qué sabe de Giordano Bruno?.
No mucho, creo.
No importa. La ocurrencia fue de él. Una de entre las muchas que lo ayudaron a subir a la pira en Campo de Fiori. Ahí el viejo se había reído como si hubiera dicho algo felizmente cómico y encendido un cigarrillo sin filtro. ¿Sabe?, a los del Sant Uffizio, la visión hereje del buen Giordano les molestaba menos que el sarcasmo con que la exponía públicamente. Lo que más enfurecía a los guardianes de la fe no era tanto la crítica de Bruno al dogma del Dios infinito, sino los ejemplos de que él se servía para apoyar sus argumentos. El viejo sacerdote había vuelto a llenar los vasos. La soberbia del Hombre -y de pasada seguramente también la de su Creador- de creerse seres superiores de la Naturaleza y sobre la Naturaleza, enfurecía a Bruno. Fue eso lo que lo llevó a afirmar en su poema didáctico de immenso et innumerabilis que si un número infinito de monos jugara por un tiempo infinito con pluma, tinta y papel, lograrían escribir otra vez la Divina Commedia. ¿Comprende ahora?
Quizás porque ya había comenzado a sentir algo así como miedo, él se había abstenido de responder.
Vaciando el segundo vaso, el viejo había continuado tranquilamente su monólogo.
Después de la quema de Giordano, el Papa Clemente VIII, el único que podía haberlo salvado, se torturó hasta el final de sus días con su mala conciencia. O tal vez se torturaba con el pen- samiento de que Bruno podía haber tenido razón. Lo que haya sido, el hecho es que en una cláusula secreta de su testamento dispuso que una parte no insignificante de su fortuna se invirtiera en la realización ad æternum de este experimento. Para tal efecto puso además esta Palazzina a disposición. Todo eso ocurrió hace cuatrocientos años. Desde entonces el Comite Pon- tificio de Ciencias Históricas, aunque a regañadientes, designa a un sacerdote secular para la supervisión de esta tarea. Y desde hace treinta y siete años me toca a mí hacerlo. Por supuesto que el dinero de Clemente se acabó hace tiempo y la Curia no nos da un centavo. Esta vez el arco que describió su brazo había abarcado no sólo el patio, los monos, sino a el mismo. Nos ayudamos como podemos con colectas y pequeños negocios como esta lavandería. ¿Qué me dice?.
Comprendo", había murmurado él con la boca reseca. Pero el viejo había negado divertido con la cabeza. No, usted no comprende. ¡Todavía no!, con toda parsimo-
nia había abierto la vieja caja de hojalata, en este largo tiempo siempre han habido monos que de vez en cuando han logrado dibujar cosas que se ven como letras. Pero recién el viernes 30 de octubre de 1922 vino a ocurrir algo que se podría llamar de veras interesante. Por extraña coincidencia el mismo día en que Mussolini asumió el poder, el viejo, más divertido que nunca, había lanzado otra carcajada, Birilo, un bonobo de diez años, logró esto. El viejo le había extendido un raído trozo de cartón amarillento que él había tomado y contemplado largamente.
Tan largamente, que aún mucho después seguía viendo con toda nitidez lo que Birilo, en ese remoto viernes de octubre, ochenta años atrás, había escrito con infantil caligrafía pero inexorablemente explícito:
Nel mezzo del cammin di nostra vita
Roma / Berlín, Octubre, 2002
- Detalles
- Por Esther Andradi
Selección de Víctor Montoya
Invandrarförlaget,
Borås, 1995.
Para leer reseña sobre el libro Antología del cuento Latinoamericano en Suecia, selección de Víctor Montoya vaya al siguientes enlace:
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- Por Víctor Montoya
Víctor Montoya
Ediciones Baile del Sol,
Tenerife, 2008.
Para leer reseñas sobre el libro Cuentos en el exilio del escritor Víctor Montoya vaya a los siguientes enlaces:
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- Por Víctor Montoya
La nueva novela del escritor Roberto Burgos Cantor Ese silencio fue presentada el 1 de diciembre de 2010 por la Editorial Grupo Planeta en Colombia. Para leer más sobre Ese silencio ir a :
Roberto Burgos Cantor narra los vericuetos que tiene el amor
Presentación de la novela Ese silencio del autor Roberto Burgos Cantor
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- Por Roberto Burgos Cantor