EDITORIAL AURORA BOREAL
Vivir en otra lengua
Esther Andradi
Un homenaje a la lengua materna
Esta antología es una aproximación a la literatura en español que escriben quienes viven en otra lengua. La gran mayoría de los autores y autoras de diversos países latinoamericanos radicados en una lengua diferente a la que escriben, viven entre dos aguas, buscando el reconocimiento en el país de origen, destinatario de sus ficciones. Vivimos en París, como escribía Darío, pero París no nos conoce. No tuve que buscarlos porque están en todas partes: antes bien fue difícil limitar una muestra de esta literatura, consultar los dilemas a la hora de divulgar lo que se escribe -para quién se escribe, dónde se publican los textos, la vida en otra lengua-, y al fin seleccioné algunos autores y autoras de esta literatura hispanoamericana que se hace en París, Londres, Lausana, Roma, Uppsala, Berlín... Más allá de las circunstancias que motivaron el extrañamiento, permanecen en el país que los acogió y tienen en común la continuidad de la escritura en la lengua materna, ejercicio que suelen combinar en parte con la lengua aprendida. El idioma original se percibe entonces como aquellas casas edificadas en las riberas del río, construidas sobre pilotes, por cualquier cosa. Y aunque reciben el lujo de la orilla y gozan de su humedad, sus alimañas y sus beneficios, se defienden de la corriente, afirmadas en las preposiciones entre y desde y hasta, ahí donde estén.
La escritura es el ancla con la que tejen el vínculo con el país lejano, una suerte de istmo en el mar de otro idioma. Sumergidos en la vida en otra lengua, arrasadas la jerga, el habla cotidiana, el sonido de lo insustancial, las interjecciones, y, en fin, todo aquello que es el sedimento de lo literario, estos escritores y escritoras cultivan la lengua original con la persistencia de la grama, que cuanto más se la arranca, con más fuerza crece. Matas salvajes de un territorio indomable.
ISBN 978-84-15009-00-9
Rústica con solapas.
144 páginas
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Vea el primer capítulo
EL LEGADO DE BRUNO
Escritor: Omar Saavedra Santis, chileno residente en Berlín.
Aún durante mucho tiempo después se había sentido tentado de interpretar aquella sospechosa casualidad como una agorera señal del fin de las bellas letras, como el co- mienzo de la degeneración del Verbo humano. Al mismo tiempo empero, se había obligado a reconocer que tales aprensiones suyas no sólo eran de un patetismo despro- porcionado, sino además de penosa fatuidad. Luego de una larga reflexión más serena, se había obligado a aceptar lo acontecido como una real posibilidad de futuro. Cierto es que inmediatamente después había dejado para siempre de escribir, pero seguía esforzándose en escrutar los verdaderos alcances del hecho y de aceptarlo, sin emociones ni banderas, como el inicio de una nueva literatura: una en la que él y un número indeterminado de sus colegas escritores probablemente tendrían poco o nada que decir. O tal vez, mucho más de lo que pudiera pensarse. En todo caso, se había cuidado de no hablar con nadie al respecto. Siempre sólo consigo mismo.
El asunto había ocurrido hacía algunos años en la egre- gia ciudad de Roma, poco después que su último libro -una ingeniosa disquisición sobre el sentido del sinsenti- do- fuera acogido con entusiasmo delirante por la crítica y el mercado europeos. Este tan largamente añorado reconocimiento literario lo había embriagado con la dulce certeza del éxito. Por tal motivo se había volcado de inmediato a la preparación de su próximo opus. Sin necesidad de cavilar muy largo, de entre la ubérrima oferta de su fantasía había escogido como sujet de su próxima novela la 13 fatídica introducción de la tipografía por los jesuítas en el Chile colonial del siglo XVII. Con este objeto, desde hacía tres semanas investigaba sin descanso en la biblioteca de la Pontificia Universitas Gregoriana, abriéndose paso por entre marañas de senectos manuscritos olorosos a papel oxidado y goma arábiga, en pos de aquellas verdades do- cumentales de las que se nutren las ficciones verosímiles.
Al tercer día de la tercera semana, un caliente martes de junio, había decidido descansar. A ello lo había obliga- do el constatar que su provisión de ropa limpia se había agotado. Meter tanta ropa de muda en su equipaje sólo ha- bía significado postergar y agrandar el problema de fondo, de modo alguno su solución. Cierto es que habría podido pedirle a la dueña del albergue donde se hospedaba que lo ayudara a resolver el problema, pero nunca había logrado distanciarse de esa vieja tradición cultural de su país de origen que recomendaba que el lavado de ropa sucia se hiciera en casa. Así pues, en esa caliente tarde de junio se había dado a la búsqueda de una lavandería automática, con una bolsa de plástico a punto de reventar en cada mano. Un acucioso estudio de las Páginas Amarillas de Roma le había revelado que el salón de lavado más cercano se hallaba en la Via della Spada d'Orlando 18. Tal nombre, había pensado al sesgo, habría satisfecho la oscura pasión nibelunga del viejo Borges, por héroes y filos. Quizás lo pensó porque era pleno verano y el fulgor sonoro del nombre concedía a la sucia brevedad de la calleja unos resplandores acerados, como los reverberos de un facón macho saliendo de la vaina. Pero el aliento caliente del lejano sirocco ya había alcanzado Roma, obligándolo a no pensar en otra cosa que no fuese huir de esa canícula inmesericorde. Para su gran decepción descubrió que en la calle de nombre tan eufónico el número 18 no existía. Allí donde debía estar, se alzaba una larga palizada alta de tablas semipodridas. Una gruesa costra de afiches publicitarios era lo único que parecía sostenerla. Desconcertado había espiado por una hendija el otro lado. Lo que vio fueron las ruinas de lo que en tiempos pretéritos había sido una mansión patricia. No se había sorprendido. Roma era pródiga en ruinas nobles. El vasto antejardín era ahora un erial gobernado por la maleza. Al fondo, los peldaños rotos de una escalinata de regia anchura conducían suavemente a una arcada dórica cuyos capiteles mutilados sostenían a duras penas un frontispicio semiderruído. Todo lo que había resplandecido alguna vez con el frescor espléndido del mármol, había desparecido bajo el plebeyo hollín de la civilización. Para impedir su desplome total, albañiles de prisa y sin amor propio habían unido columnas y paredes con tapias de la- drillos. Esa albañilería de emergencia le daba al conjunto el aspecto de un grotesco mausoleo faraónico sin terminar. Un algo indeterminado que él no pudo precisar de inmediato, flotaba sobre la casona en agonía.
Se aprestaba a enfrentar la frustración de la retirada cuando por entre la silvestre enredadera de afiches entrevió, semioculto, el orín verdoso de un bronce recordatorio.
S.P.Q.R Palazzina della Scintilla S. XVI - S. XVII
Las viejas iniciales imperiales indicaban que para los padres edilicios aquellas ruinas eran dignas de ser rememoradas. El bronce informaba que en 1585 el cardenal Ippolito Aldobrandini, Auditor de la Sacra Rota Romana, había ordenado al arquitecto Filippo di Gonzaga la construcción de la villa, la que fue terminada en 1595. Al convertirse en el papa Clemente VIII, la regaló en el Anno Santo 1600, a su sobrino, el cardenal Pietro Aldobrandini. Éste encargó a Giacomo della Porta cambios en el frontispiscio y vestíbulo del primer piso, y al cavaliere d'Arpino la decoración del patio interior con una fontana de granito sardo y cinco frescos sobre la Santa Familia...
Fue en ese momento en que su ojo había interrumpido la lectura para detenerse en un simple listón de madera que alguien había clavado más abajo, con una casi ilegible inscripción escrita a mano. Lavanderia Self-service ad acqua »Punto Blu« Tirare il cordoncino
¡Tire el cordelito!
Otro recuerdo del subdesarrollo de su infancia lo conmovió hasta la médula de los huesos. Su primera niñez la había vivido en un conventillo del Cerro La Cruz de Valparaíso: una hilera de piezas sin ventanas alineadas mi litarmente en torno a un enorme patio de polvo. En cada pieza vivían una o más familias. Sus moradores, más por pudor que por afrancesamiento, llamaban cités a esa forzada comunidad de la miseria. También en el portón de entrada de cada conventillo, junto a los nombres garrapa- teados a tiza o lápiz, se leía, como ahora, la misma modesta invitación: Tire el cordelito.
Junto a la tablilla colgaba efectivamente la punta de un cordón pringoso, que el jaló con energía, contento de comprobar que la dirección resultaba finalmente ser la co- rrecta. Tres veces debió accionar aquella prístina técnica telecomunicativa, antes de que en el cerco se abriera una minúscula puerta, en la que él no había reparado.
Sin palabras, un viejo lo había dejado pasar. Luego había vuelto a correr el cerrojo y retomado a paso rápido el camino de regreso al mausoleo. Él lo había seguido, aún demasiado aturdido por el calor como para asombrarse. En el fondo no lo sorprendía que la modernidad romana hubiera convertido a la Palazzina della Scintilla en una lavandería. Si el atelier donde Bernini había esculpido su Verità svelata dal Tempo era ahora una filial de Mc Donalds, bien podía entonces una ex-villa cardenalicia devenir en fregadero automático. El viejo que lo precedía vestía una de esas largas cotonas azules de auxiliares de escuela pública. Y sobre la cotona, un delantal de cuero apelmazado por un uso que delataba un trabajo mugroso. La indumentaria la completaba un alzacuello de clérigo ribeteado de sudor. ¿Por qué no?, había pensado. Total, no todos los sacerdotes de Roma debían trabajar necesariamente en el Vaticano. Y de alguna manera el cura coincidía con la atmósfera del lugar. Fue en ese momento en que su nariz logró identificar ese algo impreciso que revoloteaba en el aire. Era el olor. El aire olía a amoníaco de zoológico, a tufaradas de animal prisionero. Lo había achacado a las docenas de gatos que dormitaban por entre la pedacería de mármoles esparcidos en el extenso antejardín. Como en el Coliseo o en el Area Sacra del Largo Argentino tam- bién aquí, los más romanos de entre los félidos, velaban con hierática indolencia sobre lo oculto para siempre en todas las ruinas.
Al esperpéntico mausoleo se accedía por atrás. Por una portezuela de hierro el viejo lo introdujo al interior de las ruinas de la Palazzina della Scintilla. El tránsito del calor a esa sombría algidez le había provocado una sensación de gratitud. La luz de un bombillo enchapado en mugre de moscas y tiempo iluminaba apenas el recinto, cuyas verda- deras dimensiones sólo podían intuirse. Su guía lo había conducido por una escalera de caracol tallada en el roca misma de los fundamentos que abajo terminaba frente a otra puerta de hierro entreabierta. Por primera vez el viejo le cedió el paso. Entraron a un sótano cuyas dimensiones se perdían en penumbras y recovecos insospechados. Arcos de piedra sostenían el cielo de la bóveda. Otra vez Borges se le asomó a la memoria para decirle que no debía sorprenderse si en el centro de esa soledad subterránea se le aparecía la metageografía del Aleph, para develarle en un instante todas las cosas y sucesos. La caliginosa luz fría de un tubo de neón se derramaba sobre cuatro máqui- nas lavadoras. Por primera vez el viejo le había dirigido la palabra: Lavato cinquemila, asciugatura altre cinquemila, le dijo. Recibió dos fichas metálicas a cambio del billete de diezmil liras que el viejo hizo desaparecer en algún bolsillo. Luego, inopinadamente, el cura había dado media vuelta y se había marchado. Un momento largo sus pasos habían resonado por entre los recodos de las sombras.
De pronto, al saberse solo en esa catacumba convertida en singular salón de lavado, lo había invadido un temor infantil. De común sabía manejar a discreción el tiempo ocioso de las esperas. Disfrutaba incluso de los juegos mentales con que los superaba, juegos que después, de una manera u otra, terminaban reflejándose en su creación li- teraria. Aquella vez sin embargo, la sóla idea de tener que esperar allí por el fin del lavado le había parecido inso- portable. Atarantadamente había llenado con su ropa una de las lavadoras y después había buscado con incontrolada prisa el camino de regreso al exterior. Pero al llegar al extremo superior de la escalera de caracol lo había con- fundido enfrentarse a tres puertas de hierro. Como suele suceder en tales casos, escogió la falsa.
Así fue que de repente se había encontrado en el patio interior de la palazzina.
De tal modo lo encandiló el golpe de luz, que al comienzo se había negado a creer lo que sus ojos le dijeron. Bajo el sol petrificado del verano un grupo de chimpancés disfrutaba de la holganza de los reos a la hora de patio. Apacibles paseaban por entre las columnas, se despiojaban unos a otros o cabeceaban simplemente a la sombra de los matorrales. Una alfombra de basura, excrementos y maleza agostada cubría el enorme patio. En el centrodel patio, un cuarteto de tritones de granito hacía media eternidad que había dejado de soplar agua de sus caracolas en una fontana derruída. El olor a naturaleza podrida lo dominaba todo.
Ante tal paisaje había permanecido inmóvil, incapaz de aprehenderlo en su totalidad.
Son bonobos, había dicho de pronto una voz estropeada a sus espaldas, los más inteligentes entre los chimpancés. El viejo cura lo había dicho en un italiano sorprendentemente cristalino con el tono afectuoso de un abuelo chocho. Especialmente ése: Umberto, y había apuntado a un mono que miraba ausente en la encumbrada lejanía del azul mientras se rascaba el cuello con un objeto que se veía como una rama seca. Era un lápiz. Umberto se rascaba el cogote con un lápiz. Recién entonces el se había percatado que por doquier en el patio, entre montículos de mierda y restos de fruta podrida, yacían toscos lápices de carpintero y trozos cuadriculados de cartulina.
Sin comprender, había mirado al viejo.
Es una historia bastante vieja, había respondido éste a su pregunta muda, venga, ahí se está más fresco. Y lo había llevado hasta una banca destartalada, bajo la sombra piadosa de un oleandro. Ritorno subito, había dicho, y desaparecido premuroso.
Él se había sentado sin dejar de mirar a los monos y sin lograr meter ese singular día de lavado dentro de una caja de modelos más o menos lógicos. La única certeza que no lo abandonaba, era que todo aquello estaba de veras ocurriendo.
El viejo había regresado con una botella medio llena de vino blanco y dos vasos. Bajo el brazo sostenía una vieja caja de galletas, de hojalata, asegurada con elásticos. ¿De donde viene?, quiso saber mientras llenaba los vasos.
Él se lo había dicho. Y obedeciendo un irresistible impulso de vanidad había agregado: Soy escritor.
¡Oh!, a todas luces divertido el viejo había tosido una ri- sita y virado sin transición al castellano. ¡Entonces ésto seguramente le va a gustar!. Su brazo había descrito un amplio arco que abarcó el patio y los monos. Esto es, por llamarlo de alguna manera, un experimento del remordimiento, dijo. Luego de vaciar de un trago el vaso le había preguntado de sopetón: ¿Qué sabe de Giordano Bruno?.
No mucho, creo.
No importa. La ocurrencia fue de él. Una de entre las muchas que lo ayudaron a subir a la pira en Campo de Fiori. Ahí el viejo se había reído como si hubiera dicho algo felizmente cómico y encendido un cigarrillo sin filtro. ¿Sabe?, a los del Sant Uffizio, la visión hereje del buen Giordano les molestaba menos que el sarcasmo con que la exponía públicamente. Lo que más enfurecía a los guardianes de la fe no era tanto la crítica de Bruno al dogma del Dios infinito, sino los ejemplos de que él se servía para apoyar sus argumentos. El viejo sacerdote había vuelto a llenar los vasos. La soberbia del Hombre -y de pasada seguramente también la de su Creador- de creerse seres superiores de la Naturaleza y sobre la Naturaleza, enfurecía a Bruno. Fue eso lo que lo llevó a afirmar en su poema didáctico de immenso et innumerabilis que si un número infinito de monos jugara por un tiempo infinito con pluma, tinta y papel, lograrían escribir otra vez la Divina Commedia. ¿Comprende ahora?
Quizás porque ya había comenzado a sentir algo así como miedo, él se había abstenido de responder.
Vaciando el segundo vaso, el viejo había continuado tranquilamente su monólogo.
Después de la quema de Giordano, el Papa Clemente VIII, el único que podía haberlo salvado, se torturó hasta el final de sus días con su mala conciencia. O tal vez se torturaba con el pen- samiento de que Bruno podía haber tenido razón. Lo que haya sido, el hecho es que en una cláusula secreta de su testamento dispuso que una parte no insignificante de su fortuna se invirtiera en la realización ad æternum de este experimento. Para tal efecto puso además esta Palazzina a disposición. Todo eso ocurrió hace cuatrocientos años. Desde entonces el Comite Pon- tificio de Ciencias Históricas, aunque a regañadientes, designa a un sacerdote secular para la supervisión de esta tarea. Y desde hace treinta y siete años me toca a mí hacerlo. Por supuesto que el dinero de Clemente se acabó hace tiempo y la Curia no nos da un centavo. Esta vez el arco que describió su brazo había abarcado no sólo el patio, los monos, sino a el mismo. Nos ayudamos como podemos con colectas y pequeños negocios como esta lavandería. ¿Qué me dice?.
Comprendo", había murmurado él con la boca reseca. Pero el viejo había negado divertido con la cabeza. No, usted no comprende. ¡Todavía no!, con toda parsimo-
nia había abierto la vieja caja de hojalata, en este largo tiempo siempre han habido monos que de vez en cuando han logrado dibujar cosas que se ven como letras. Pero recién el viernes 30 de octubre de 1922 vino a ocurrir algo que se podría llamar de veras interesante. Por extraña coincidencia el mismo día en que Mussolini asumió el poder, el viejo, más divertido que nunca, había lanzado otra carcajada, Birilo, un bonobo de diez años, logró esto. El viejo le había extendido un raído trozo de cartón amarillento que él había tomado y contemplado largamente.
Tan largamente, que aún mucho después seguía viendo con toda nitidez lo que Birilo, en ese remoto viernes de octubre, ochenta años atrás, había escrito con infantil caligrafía pero inexorablemente explícito:
Nel mezzo del cammin di nostra vita
Roma / Berlín, Octubre, 2002
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- Por Esther Andradi

Selección de Víctor Montoya
Invandrarförlaget,
Borås, 1995.
Para leer reseña sobre el libro Antología del cuento Latinoamericano en Suecia, selección de Víctor Montoya vaya al siguientes enlace:
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- Por Víctor Montoya

Víctor Montoya
Ediciones Baile del Sol,
Tenerife, 2008.
Para leer reseñas sobre el libro Cuentos en el exilio del escritor Víctor Montoya vaya a los siguientes enlaces:
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- Por Víctor Montoya
La nueva novela del escritor Roberto Burgos Cantor Ese silencio fue presentada el 1 de diciembre de 2010 por la Editorial Grupo Planeta en Colombia. Para leer más sobre Ese silencio ir a :
Roberto Burgos Cantor narra los vericuetos que tiene el amor
Presentación de la novela Ese silencio del autor Roberto Burgos Cantor
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- Por Roberto Burgos Cantor

El alma de los peces
Adiós a los hombres
A un escritor sólo se le conoce a través de su obra literaria, y a veces es necesario contemplar el momento en que se construyó ese tejido narrativo para tener una idea, al menos aproximada, del verdadero significado de su literatura en un contexto histórico.
El manantial de los silencios editado por Alfaqueque Ediciones incluye tres de las mejores obras del escritor Antonio Gómez Rufo: El alma de los peces, acogida muy favorablemente por la crítica, se ha considerado "excelente" (El Correo de España), "una muy estimable novela corta" (El País, Babelia de España) y "una preciosa fábula poética, buena muestra de su mejor hacer narrativo" (El Cultural de España), "deliciosamente contada" (ABC de España). Elogios que son comunes a Adiós a los hombres, "un relato directo, seco, contundente, bien escrito" (La Clave de España), "que estremece" (Diario de Valencia, España) y a Las lágrimas de Henan, "bellísima parábola universal" (Guía del Ocio Madrid España), "que merece ser tratada con palabras mayores" (ABC de España) y "que interesa desde el principio y desborda al final" (Heraldo de Aragón de España). Gómez Rufo, un escritor de nuestro tiempo al que algunos medios universitarios y periodísticos consideran una referencia de la narrativa española contemporánea: Las lágrimas de Henan (1996), El alma de los peces (2000) y Adiós a los hombres (2004). Tres novelas emocionantes, estremecedoras, en las que destacan tanto su calidad literaria como las historias que en ellas se nos narran. Novelas que abordan la esencia del alma humana con sus voces y sus silencios; y que expresan sentimientos tan hondos como el amor, la duda, la rebeldía y la resignación.
Antonio Gómez Rufo nació en Madrid. Definido como "uno de los autores más brillantes de cuantos escriben en España" (La Verdad), se ha destacado su faceta como "genuino hacedor de historias" (El Cultural). Su obra narrativa tiene un hilo conductor: la lucha del individuo contra su destino, ya sea la sociedad, el poder, los sentimientos o la misma Naturaleza. Otras novelas suyas son Balada triste en Madrid, La leyenda del falso traidor, La noche del tamarindo, Los mares del miedo, Escenas madrileñas, El hombre asustado y La biografía de Berlanga. Amigo personal de Luis García Berlanga, ha sido co-guionista con el cineasta en Blasco Ibáñez, la novela de su vida y en París-Tombuctú. Premio Fernando Lara de Novela 2006 con El secreto del rey cautivo, Premio Ducal de Loeches con El señor de Cheshire y Finalista del Premio Nacional de Narrativa por El alma de los peces. Colabora habitualmente en distintos medios literarios y periodísticos. Es vicepresidente de la Asociación Colegial de Escritores de España (ACE).El manantial de los silencios es, así, un libro llamado a trascender y a perdurar en el tiempo como sólo permanecen las grandes obras literarias. Una aproximación al corpus literario de Gómez Rufo, calificado ya como "un clásico de la novela" (El País) y "uno de los autores más brillantes de cuantos escriben en España" (El Mundo).
Un libro imprescindible para todo lector.
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- Por Antonio Gómez Rufo

5/2010
Noviembre de 2010
Rafael Argullol
Cantos del Naumon
Poesía
74 páginas
Para leer más sobre Cantos del Naumon, digo haga click aquí
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- Por Rafael Argullol
Con Tal vez la lluvia, el narrador venezolano Juan Carlos Méndez Guédez ha ganado el XL premio de novela corta Ciudad de Barbastro.
Autor: Juan Carlos Méndez Guédez
Editorial: DVD
160 páginas
TRES TINTEROS
Tras dieciséis años fuera de Venezuela, Adolfo decide visitar su país. Le recibe Federico, un amigo del que se despidió a puñetazos y que ahora le propone casarse con él para escapar del régimen chavista. Tras una estancia entregado a la abulia, desde donde observa la vida miserable de sus compatriotas y la corrupta dictadura democrática que gobierna la nación, vuelve con Federico a Madrid, donde la vida que le espera no es mejor.
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- Por Juan Carlos Méndez Guédez
Un conjunto de poderosos relatos que se cuentan con la inmediatez de la oralidad y la tenacidad de la mejor narrativa hispanoamericana. Su fortaleza son sus personajes –predominantemente femeninos- que se enfrentan a diversas situaciones, desde variados espacios y tiempos, y se presentan descarnados en sus deseos, sueños, pesares y frustraciones, delineados con tal ímpetu que el lector llega a sentirse en ellos.
Delegada de Puerto Rico en el Bogotá 39, Yolanda Arroyo Pizarro es Instructora Educativa de Tecnología. Ha escrito ensayos para la página de literatura ciudadseva.com, columnas para las revistas virtuales Derivas.net, Letras Salvajes, Letralia Tierra de Letras y Narrativa Puertorriqueña; también para los periódicos El Vocero de Puerto Rico y La Expresión. Sus cuentos han aparecido en las revistas culturales Preámbulos y Tonguas. Es autora de un libro de cuentos, Origami de letras (2004), y de una novela Premio PEN Club 2006, Los documentados (2005).
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http://narrativadeyolanda.blogspot.com/
http://terranovaeditores.com/inicio/catalogo/narrativa/81-ojos-de-luna--yolanda-arroyo-pizarro.html
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- Por Yolanda Arroyo Pizarro
Penguin Classics orgullosamente se complace en presentar una nueva serie de importantes escritos del maestro argentino bajo la dirección general de Suzanne Jill Levine.
Poems of the night una edición bilingüe con texto paralelo. Editado con una introducción y notas de Efraín Kristal.
The Sonnets una edición bilingüe con texto paralelo. Editado con una introducción y notas de Stephan Kessler.
On Argentina editado con una introducción y notas de Alfred Mac Adam.
On Mysticism editado con una introducción y notas de Maria Kodama.
On Writing editado con una introducción y notas de Suzanne Jill Levine.
Suzanne Jill Levine es profesora de Literatura Latinoamericana y de Estudios de Traducción en la universidad de California, Santa Bárbara. Desde 1970 ha realizado una importante labor de traductora de escritores latinoamericanos, entre ellos Guillermo Cabrera Infante, Manuel Puig, Severo Sarduy, Bioy Casares, José Donoso, Carlos Fuentes, Julio Cortázar y Jorge Luis Borges. Entre sus libros de crítica cabe destacar El espejo hablado: Cien años de soledad (Monte Avila, Caracas, 1975), Guía de Bioy Casares (Madrid: Fundamentos 1982) y The Subversive Scribe: Translating Latin American Fiction (1991), revisada en la edición publicada por Dalkey Archive Press en 2009. Esta última obra fue traducida al español y publicada en 1998 por el Fondo de Cultura Económica, con el título Escriba subversiva: una poética de la traducción. Su libro Manuel Puig and the Spider Woman: His Life and Fictions fue publicado en español en 2000. Manuel Puig y la Mujer Arana: Vida y Ficciones, fue publicado por Planeta/Seix Barral en Argentina y en España en 2002. Levine acaba de editar-2010-la obra selecta de Borges en cinco tomos. Pinguin Books Classics es la casa editora responsable de esta brillante colección.
Más sobre Suzanne Jill Levine en este artículo de 3 Quarks Daily: haga click aquí
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- Por Suzanne Jill Levine
Der Weltensammler (El coleccionista de mundos)
Ilija Trojanow
Colección Andanzas/CA 655
NARRATIVA (F).
Novela
978-84-8383-058-1 ·
1a edición 400 pág.
Novela que ocurre en los días de oro del expansionismo victoriano. El protagonista de esta novela esta basado en la vida de Sir Richard Francis Burton, un británico que cree que todo lo puede, que puede ir a cualquier parte, descubrirlo todo y mandar en todos los lugares. Sir Richard Francis Burton es aventurero, linguista, soldado, arqueólo, poeta, espía, místico, diplomático, esgrimista, traductor, explorador sexual y maestro del disfraz. Burton con su personalidad indestructible y carismática tiene extravagantes cicatrices,- legado de una lanza somalí que pasó a través de sus mejillas. De carácter irascible, dominante, inextinguiblemente curioso y un poco trastornado. Burton domina, al menos eso se dice, por lo menos dos docenas de idiomas. Adopta costumbres musulmanas y el ritual islámico de manera tan perfecta que fue capaz de completar la peregrinación a La Meca en 1853 sin ser detectado. Escandalizó a Londres por la publicación de una traducción privada confidencial del Kama Sutra. Se sumergió en el interior de África en busca del nacimiento del Nilo, un viaje de malestar casi inimaginable el cual finaliza en una disputa pública celebre con su compañero, John Hanning Speke.
Este hombre extraño y brillante constantemente se reinventa a sí mismo. Der Weltensammler (El coleccionista de mundos), novela de bulgaro Iliya Troyanow escrita originalmente en alemán, ha convertido la increíble vida de Burton en la ficción credible.
Troyanow en esta novela en lugar de revelar a su protagonista a través de su propia voz y pensamientos, el escritor cuenta la historia de Burton en gran medida a través de las observaciones de los demás: el sirviente indio que actúa como su factótum doméstico y proxeneta; los demás peregrinos del hajj a La Meca, el ex esclavo que le sirve de guía en el corazón inexplorado de África. Esta voz narrativa de muchos puede resultar confusa a veces, pero Troyanov con habilidad supera el obstáculo mostrando lo exótico de la vida de su personaje. Una novela fascinante dividida en tres actos que se debe leer.
Der Weltensammler es la segunda novela del bulagro Ilija Trojanow autor que ha vivido en Kenia, Surafrica, Alemania e India. Esta novela fue premiada en el 2006 con el Premio de la Feria del Libro de Leipzig.
Para mayor información donde obtener el libro pulse http://www.tusquetseditores.com/autor/ilija-trojanow
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- Por Ilija Trojanow