El caso García Márquez e Isabel Allende. Reflexiones comprometidas *

Me parece muy peligroso descubrir por qué razones un libro que yo escribí pensando sólo en unos cuantos amigos se vende en todas partes como salchichas calientes.
García Márquez

 Si yo no hubiese escrito Cien años de soledad, no la hubiera leído. Yo no leo « best-sellers »,
García Márquez

 La obra de Gabriel García Márquez se sitúa en el cruce de dos caminos. Por un lado, en la novelística de la tierra que hasta bien entrados los años 30, casi los 40, tipifica con Ricardo Güiraldes, Mariano Azuela, Rómulo Gallegos o José Eustasio Rivera una crónica de « rebeldía y sumisiones », y que según Rodríguez Monegal alimenta más bien romances que novelas, en cuanto trabajo realista a partir de mitos. Por otro lado, en una novelística que como reacción a esa literatura telúrica (para emplear la expresión tipo), acentúa lo ficticio y la construcción verbal, dando verdaderas « máquinas de novelar » (1) que orquestan y trituran la realidad.

Eso le da a su obra un carácter híbrido singular: entre el tradicionalismo y la vanguardia, el realismo y la invención, lo anacrónico y la modernidad. Esa situación determinada explica en gran parte el fenómeno García Márquez, constituido, como ningún otro caso contemporáneo, por una conjunción entre la variante best-seller y la variante intelectual, entre una literatura de superficie y otra de innovación.

allende marquez 001Heredero y situado él mismo en la literatura exigente que constituyó el llamado boom latinoamericano, García Márquez ha sido el escritor que ha reanudado de manera más abierta, aproblemática y consecuente, con el pasado literario anterior al boom: con las raíces, en cierta forma, de lo que podría pasar, propiamente hablando, por ser lo latinoamericano en letras. Me refiero al universo de la tierra sobre la ciudad, de lo épico familiar sobre lo trágico individual, de lo exuberante y exótico natural sobre lo urbano cotidianizado. La obra de García Márquez, y su actividad como autor, ha codificado ante los ojos del mundo una imagen propia al continente, en esta época de mass-media, de lingüismo post-estructuralista y de tercermundismo diluido. Él ha llegado a representar, con toda la fuerza de lo « mass-mediático », un continente entero : el nuestro. En él se conjugan dos imágenes: la del escritor serio y responsable conocida a partir del llamado boom, con la tradicional que la metrópolis posee de la periferia, del « otro » distinto e irreductible a ella, y cuyos puntales simbólicos y desordenados serían: el exotismo tropical, la miseria, el subdesarrollo, el patriarcalismo machista, la desmesura irreverente, la superstición, lo mágico y maravilloso, la violencia social, las revoluciones de Palacio y las guerrilleras, la exuberancia sexual desde el incesto hasta el gigantismo negroide y el compromiso político ineludible, más la preocupación necesaria por los « desheredados », para utilizar el término de Franz Fanon.

Freddy Téllez. Nació en Bogotá, Colombia, pasó su infancia y parte de la adolescencia en Buenos Aires y vive en Europa desde hace más de 35 años. Reside en la Suiza francófona. Es doctor en filosofía de la Universidad París VIII y licenciado en filología románica de la Universidad Karl Marx de Leipzig. Ha publicado tres libros en francés y unos trece en castellano: ensayos filosóficos, de crítica literaria, aforismos, una entrevista con Jacques Derrida (en colaboración) y un libro de aforismos y tres novelas: La ciudad interior, (Madrid, 1990), La vida, ese experimento (Medellín, 2011) y El docto y el imbécil (Medellín, 2014).

Añadamos a ello la asimilación propia de una tradición que se remonta a Rabelais y Cervantes pasando por Joyce y Faulkner, y tendremos esa simbiosis extraña, especie de coctel molotov que ha explotado y sigue explotando en el seno de los grandes pulpos editoriales, de las revistas y periódicos de gran tiraje, en los quioscos y supermercados y en el cine. He ahí el boom hecho espectáculo y show business.

La obra de Isabel Allende, y su éxito, se explican también dentro de ese esquema, más aún cuando su trabajo conforma de manera consciente, y de modo inédito igualmente, un caso de discípula fiel, de epigonísmo casi plagiático, si me permiten el neologismo (2). Isabel Allende muestra cómo ese camino abierto por García Márquez puede ser fecundo para continuar explorando la variante best-seller ante el mundo. Con ella, esa literatura está llegando a revelar su carácter de cliché ilustrado, aureola cultivada de una imagen anacrónica, pero actual, de la literatura y el continente. Simbiosis peculiar que ha hecho escuela, entonces, con discípulos y todo, y que pasa por representar (« nada mejor para matar a un hombre », dice una cita de Vaché traída por Cortazar) a todo un continente, más que a un país (aunque de eso hay, y mucho, si pensamos en la fiesta, bombos y platillos y en la función Altamente Nacional que evoca y desempeña García Márquez en Colombia. 3).

freddy tellez 250Literatura más folklore, Caribe más Europa, charanga sin tanta reflexión: esos son los datos del problema (4), que son asimismo los del mestizaje postmodernista de un sector de la literatura universal, en el sentido que ha tomado esa expresión, no después de Goethe, sino de la planetarización de la comunicación. En esos pretendidos opuestos se resuelve, combinándose, el « anacronismo » de una literatura que se explica por la desigualdad del desarrollo internacional. En ellas se sintetiza el impacto de nuestra función de continente: « subdesarrollado y exótico », pero a la vez contemporáneo y copartícipe de un presente homogenizado por la mundialización del mercado y los medios de difusión.

Quizá desde esa particularidad se pueda afirmar que la literatura de García Márquez e Isabel Allende ha traído a la luz del día un nuevo best-seller, estabilizador de una nueva configuración (la de una cierta calidad y rigor) e impulsado por tendencias progresivas en el mercado internacional (la centralización aguda de la industria editorial y el apogeo e imposición masiva de la publicidad). Hoy, ese best-seller ya no se fabrica a la carrera ni por pedido, o satisfaciendo ante todo imágenes primarias de consumo voraz (aunque eso sigue existiendo, sin duda). Hoy, ese best-seller es exigente por su escritura y su tradición, y antes que fabricado es recogido de un área preexistente, adecuado y promovido dentro de una imagen cocinada mundialmente.

Fenómeno alentador, tal vez, pues el monopolio de la calidad se ha roto: ya no son sólo los « desarrollados » los que hacen buena literatura. Pero él tiene algo de inquietante, porque extrapola un proceso de epigonismo e imitación, cerrando las que podríamos llamar « salidas intermedias ». Hoy, la alternativa parece ser más abrupta que antes, proponiéndole a todo escritor el vedetarismo o el fracaso como solución. La fama se fabrica y el verticalismo que nos impone es cada vez más asfixiante.

Los libros vendibles y accesibles se contraponen agudamente a los menos vendibles, accesibles y pan y circo, contribuyendo como por carambola a la centralización creciente de las grandes editoriales (por absorción de las medianas y desaparición de las pequeñas) y a la oposición entre una profesión en el sacrificio y otra en la abundancia y el prestigio. Fenómeno inquietante, entonces, por la tiranía de su extensión.

Ahora bien, si toda novela contiene una concepción implícita de la literatura, como podría decirse con una frase transformada de Milan Kundera (5), ella incluye también una imagen del autor, de su sujeto hacedor. Ambas se interpenetran en un solo espacio: el de la obra. La de García Márquez e Isabel Allende pareciera estarnos diciendo que la producción literaria pasa por el siguiente retrato « robot » :

◊Predominio de lo épico socio-familiar. La novela como saga generacional, en cuanto sucesión laberíntica de una totalidad exótica, o como enfoque impactante de un tiempo histórico y social.

◊ Desvalorización de lo psicológico individual o su encuadramiento dentro de una totalidad abarcante. La individualidad se anula ante la función social grupal. Predominio de lo típico social ante lo típico individual.

◊ Predominio de la desproblematización y los fenómenos que, a falta de mejor término, podemos denominar de « superficie ». La novela en cuanto folletín o comedia mágica, exuberante, casi ubuesca, nada becketiana. Las crisis, desgarramientos, metafísicas y tragedias han pasado de moda (o no son de nuestra área: eso hay que dejárselo a los europeos).

◊ Predominio de lo descriptivo sobre la reflexión. Flaubert más Hemingway y Faulkner contra Gertrude Stein o D. H. Lawrence ( ¿y qué pasó con la pretendida influencia de Virginia Woolf ?).

◊ Predominio de lo rural sobre lo urbano o de su simbiosis bastarda, salvaje, tropicalizada. La novela como verbalización desmesurada de poblaciones, grupos, linajes familiares o ciudades simbióticas, « tercermundianas ».

◊ Predominio de lo maravilloso « naturalista », mágicamente irreal y pretecnológico.

◊ Predominio del tiempo circular, pero abierto a lo social en cuanto Destino. Y no encerrado sobre la repetitividad compulsiva de lo individual. Proust con Faulkner y no con Dostoievski o Gombrowicz, digamos.

◊ Lenguaje exuberante pero ordenado, gramaticalizado y ortográficamente ortodoxo. Joyce amaestrado y académico. En todo caso, nunca Joyce con el Apollinaire de Calligrammes o Raymond Queneau, dirección Oulipo.

◊ Simbiosis de la literatura con lo periodístico. Predominio de la crónica impactante sobre los meandros y « dificilismos » lingüísticos, psicológicos o del pensar. Jamás Robert Musil o Hermann Broch o Stanislaw Minkiewicz.

◊ Literatura de la violencia más bien social que individual o psicológica. Y más cercana a la neutralidad del Far West italiano que norteamericano, centrado (aquél) sobre héroes esquematizados. En ella se mata como se ama: porque sí, porque ese parece ser nuestro destino social.

◊ Predominio de lo histórico sobre lo individual, en cuanto lo anecdótico se inscribe en un destino y espacio social. Lo inverosímil no remite a lo excepcional individual sino a lo típico grupal. Todo lo que ocurre y que tiende a ser siempre maravilloso, se anula en el transcurso neutro de lo histórico y temporal.

◊ Literatura « comprometida » por lo social y antimetafísica: lo esencial en ella se da en un tiempo y un espacio netos, caracterizados. La eternidad del tiempo es una eternidad histórica, no metafísica o existencial.

◊ Literatura realista, ya sea maravillosa o exuberante. Y si bien el « mensaje » o « solución » se diluye en lo neutro maravilloso (no es un realismo socialista), él subsiste, está presente a pesar de todo : es una preferencia que se insinúa sutilmente. Literatura « neo-realista », la clasifica Luis Alberto Sánchez para resolver el problema (6).

He ahí los rasgos básicos de ese tipo de literatura. Si ella coincide con el retrato de nuestros autores citados en el título, educados y nutridos por el periodismo, conocedores de los resortes que mueven al público, marcados ambos por una biografía política evidente, por un compromiso social y un medio « dicharachero » o tropical, no se trata en absoluto de un puro azar.

Agreguémosle a ello, puesto que se trata de cocteles, una maestría impecable de sus medios lingüísticos, imaginativos y vivenciales y una asimilación madura de la tradición en que se inscriben, más la conjunción del momento histórico (boom y movimientos sociales decisivos), la imagen de exportación ávida de los centros editoriales y mediáticos, y sus clichés sentimentales en el público, y tendremos así una cuestión: no entendemos por qué García Márquez desconoce las razones por las cuales sus libros se venden como salchichas calientes. (El caso de Isabel Allende es quizá más obvio, y por eso ella ni se lo pregunta).

Pero, si es fácil intuir por qué la gente come salchichas calientes, ¿quién puede decir a ciencia cierta por qué ella consume literatura?

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Notas y citas.-

(*) Texto reelaborado de una ponencia presentada al « Gran Seminario de Travers 87 » organizado por la Universidad de Neuchâtel en Suiza y dedicado, del 28 al 31 de mayo de ese año, a Cien años de soledad y La casa de los espíritus. Publicado en Freddy Téllez, Palimpsestos. Los rostros de la escritura, Bogotá, Centro Editorial Universidad Nacional de Colombia, 1990-1991.

(1) Cf. Rodríguez Monegal, « Tradición y renovación », en Fernández Moreno et ali., América Latina en su literatura, México, Siglo XXI Editores-Unesco, 1972.

(2) La lista casi exhaustiva de las similitudes o plagios estilísticos y otros, entre Cien años de soledad y La casa de los espíritus, fue presentada en el Seminario por Juan Carlos Duque y Mario Aldana.

(3) El show nacionalista durante la ceremonia del Premio Nobel y la pavimentación (¡por fin !) de Aracataca en la misma ocasión (difundida por la prensa internacional), son apenas los rasgos más llamativos de ese papel de representatividad que desempeña García Márquez.

(4) Muestra clara de ello es la sintomática declaración de García Márquez ante la televisión mexicana, en 1986, de que en Colombia no se piensa en abstracciones sino con anécdotas.

(5) Milan Kundera, L'art du roman, Paris, Gallimard, 1987.

(6) L. A. Sánchez, Proceso y contenido de la novela hispanoamericana, Madrid, Gredos, 197.

 

El caso García Márquez e Isabel Allende. Reflexiones comprometidas  enviado a Aurora Boreal® por Freddy Téllez. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Freddy Téllez. Foto Freddy Téllez © Ilse Téllez.

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