La lectura plural de G.G.M.

In Memoriam
1927 - 2014 †

Una vez fallecido un autor, sólo subsisten sus libros y sus lectores. Entre los que tuvo García Márquez estos son algunos de los más representativos.

Hernando Téllez (1908-1966)
En junio de 1955 Hernando Téllez escribe la primera de sus varias notas sobre G.G.M. Analiza La Hojarasca. Destrucción del tiempo clásico y la estructura tradicional de la novela , "la memoria recupera y recrea", "en el tiempo presente", determinados materiales, que el olvido, depositó y pudrió en el tiempo pasado. Recuperación de lo perdido.

El autor selecciona y ordena pero esta suerte de imparcialidad lo que hace es uniformar, en uno solo, el estilo expresivo de todos los personajes.
"Todos los personajes de La Hojarasca están sencilla y maravillosamente vivos. Inclusive, y mejor que todos, el personaje muerto"
Después, en otra nota, se fijará en El coronel. Reconoce, de nuevo, su "elasticidad" y autenticidad al respecto pero aclarar : ¿esa virtud provendrá del periodismo? De haber estado tanto tiempo "condenado" a escribir para magazines y periódicos "sobre asuntos más o menos idiotas y a satisfacer así el gusto vulgar de editores y lectores".

Escribir para periódicos, como el mismo Téllez lo hace, resulta un "desperdicio", una "tarea inferior y subalterna".

Totalidad humana, de criatura frente al destino. Con humor despiadado y claridad y sencillez. Con peso humano, G.G.M. adquiere por fin acento propio. Fluido, ágil, intuitivo y lleno de iluminaciones penetrantes de gracia, el Coronel es ya un logro verdadero.

En febrero de 1964, en Cuadernos, de París, la revista que dirigía entonces Germán Arciniegas, escribe sobre La Mala hora. "Su trópico nos penetra hasta los huesos con su humedad pegajosa y nos agobia con su pesadumbre". "El calor reina tiránicamente". Y en medio de ello "puras larvas humanas". Tedio, monotonía de la existencia, sorda concupiscencia, miseria física, violencia y crueldad: he aquí los rasgos que Téllez señala Y el reconocimiento a sus dotes innegables a los cuales pide profundidad más humana. "Una identificación más visceral e irrevocable del creador con sus criaturas".

Pero ya desde aquí podemos proyectar otras derivaciones en el cuento La siesta del martes, como lo estudió Lagmanovich, que en Los funerales de la mama grande (1962) termina por ir más allá de los pocos personajes ( mamá, hija, hermana del cura, el cura, Carlos Centeno y Rebeca) además del tren, la estación y el cementerio, que es el pueblo mismo que aguarda replegado y expectante la salida de esa mujer, ya con la llave del cementerio en la mano, y la hora estancada de la siesta, en el pueblo "más grande pero más triste". En septiembre de 1967 el historiador Germán Colmenares publica una de las primeras reseñas de Cien años. "La expresión poética posee un poder comunicativo mucho mayor que la peripecia sicológica. La concepción entera de los personajes es deliberadamente poética", señala con acierto Colmenares y también apunta hacia uno de los futuros núcleos recurrentes del análisis de G.G.M. La complacencia en el mito del eterno retorno, el Edén perdido al cual se llega al remontar el curso del tiempo, en pos de una original Edad de Oro. Macondo, acto de sueño y clarividencia, aldea feliz donde nadie había muerto. Cerrado, autónomo, que se abre hacia el exterior atraído por la magia y el afán de conocimiento. Y en ello se pierde, hasta desaparecer convertido en espejismo. En tornado bíblico que levita y destroza el pueblo, por los aires. Pero nos quedan los manuscritos de Melquiades para revivirlo y recordarlo.

Ernesto Volkening, uno de los lectores que con más penetración horadó en el subsuelo creativo de G.G.M., publicó en la revista ECO, que editaba la librería Bucholz, en su no. 178, agosto de 1975, un memorable trabajo sobre El otoño del patriarca.

Mucho años después, G.G.M. insistió en que El otoño era su propia autobiografía, que muchos de sus episodios sólo podían comprenderse bien (Caso del niño que recita un poema en un teatro) referidos a su propia experiencia.

Pues bien, Volkening, en uno de los primeros apuntes (son en total 36) señala el paralelismo entre el poder de ese sátrapa tropical y la soledad que lo circunda y el aislamiento progresivo que cerca a un escritor famoso: ya sólo oye su voz. Ya ningún incidente externo modifica o altera su monólogo interior. El poder corrompe pero el poder absoluto corrompe absolutamente. Si bien Volkening considera por específicamente "gabrielino", como lo llama "el lenguaje diáfano, parsimonioso y bien estructurado que culmina en la nunca superada obra maestra de G.G.M. , El coronel no tiene quien le escriba , y cuyas postreras ya lejanas resonancias vibran en Cien años de soledad que –échenme piedra si quieren– no tengo por su obra cumbre". Esa letanía indiscriminada, ese monólogo torrencial e inexorable todo lo empareja, la mierda y el oro, el exabrupto y la aquiescencia, termina por darnos, en sus muchas voces conjugadas, al profundo retrato de ese niño –hombre tan edípicamente unido a su madre, Bendición Alvarado. Magma. Útero, profundidad marina, líquido amniótico en que todo flota, aún informe. Disolución pero con un sentido : retorno a la animalidad, al niño que juega feliz con su excremento, en la placenta del universo. Esa regresión de lo humano, cruel y voraz, al reino animal, luego al vegetal y al final a materia inerte misma -, lleva a Volkening a recurrir a Jung, a su sicología de las profundidades y a su lectura del Ulises de Joyce donde el carácter "vermiforme" del lenguaje de Joyce cancela antes y después, arriba y abajo, lombriz en que cabeza bien puede ser cola y viceversa. Tiempo cíclico, en su eterno retorno, y tiempo histórico, en que nada se repite y "todo huye pero no vuelve".

Filiaciones literarias, que van de Los doce Césares de Suetonio, sobre todo Tiberio, a los latinoamericanos proverbiales, del Dr. Francia a Juan Vicente Gómez, sin olvidar nuevas figuras que aporta Volkkening como Hilario Daza, boliviano que comenzó como sastre, traicionará a Melgarejo y se erigirá en dictador.

Muchas otras vías de comprensión nos abre Volkening. ¿Si el coronel Aureliano Buendía hubiera ganado todas las batallas perdidas no se habría convertido en el Patriarca?

Pero lo que preocupa a Volkening es cómo los muchos años de convivencia que pasó G.G.M. al mirar de frente al patriarca quizás lo trastornaron y le hicieron perder el sentido de las proporciones, en una monstruosidad desmesurada que no parece admirar mucho.

Anthony Burguess dirá sobre Crónica de una muerte anunciada (1981) : "Una breve novela que es decente, segura, vigorosa pero indudablemente menor" y "es una situación bienconocida en Europa y en comunidades sicilianos en Estados Unidos. Es el tema de la opera Cavalleria rusticana. Es un asunto de cierto remoto interés antropológico. También puede ser considerado como un tema aburrido". Con razón su artículo se titula "Macho en clave menor".
Finalmente, el novelista checo Milan Kundera, gran admirador de Cien años de soledad dijo lo siguiente:

"Cuando pienso en el arte de la novela, su historia se me figura como un camino en tres etapas : la primera, la más larga, inaugurada por Rabelais; la segunda, que es la del siglo XIX, y la tercera, la de la novela moderna, que creo fue inaugurada por mis compatriotas centroeuropeos Kafka y Musil, y alcanzó su apogeo en América Latina y fue encarnada en mi imaginación por aquellos tres hombres cuarentones, muy guapos, muy viriles, con quienes viví en los amargos días de Praga una felicidad improbable, vigilada por las metralletas del ejército ruso". (Cortázar, Fuentes y García Márquez).

Y en su libro de ensayos Un encuentro (2009) al hablar de la novela y la procreación "Con Cien años de soledad, el arte de la novela parece salir de ese sueño; el centro de atención ya no es un individuo sino un desfile de individuos; son todos originales, inimitables, y no obstante cada uno de ellos no es más que la luz fugaz de un rayo de sol en las aguas de un río; cada uno de ellos lleva en sí su olvido futuro, y todos y cada uno son conscientes de ello; ninguno permanece en la escena de la novela de principio a fin. Al parecer el tiempo del individualismo europeo ha dejado de ser su tiempo. Pero ¿cuál es, pues su tiempo? ¿Un tiempo que se remonta al pasado indio de América? ¿O un tiempo futuro en el que el individuo humano se fundirá en el hormiguero humano? Tengo la impresión de que esta novela, que es un apoteosis del arte de la novela, es a la vez un adiós dirigido a la era de la novela".

 

La lectura plural de G.G.M. enviado a Aurora Boreal® por Juan Gustavo Cobo Borda. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Juan Gustavo Cobo Borda.

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