Diego Valverde Villena: el 'joi' del palimpsesto

diego_valverde_026La poesía de Diego Valverde Villena -poeta doctus como T. S. Eliot, conceptista como John Donne, pasional como Ausias March- es el lugar de intersección de sus tres patrias y el delta donde desembocan los varios saberes de su curiosidad enciclopédica.

Desde su intuición de poeta y su perspicacia de investigador, Marcelo Villena Alvarado nos ofrece en este iluminador artículo algunas claves de la obra valverdiana.

 

Entrevistando a Diego Valverde Villena hace algún tiempo, Gílmar Gonzáles iniciaba el diálogo con una confidencia que, bien vista, sentaba ya los auspicios para estos apuntes de lectura. "Te confieso que mi día está en el mes de tu Isis y en el día de María -decía- dos caras de la misma luna; y por ello vamos a suponer que ésta es la razón más profunda por la que me gusta tu poesía". Permítaseme entonces hacer como si también fuera ésta la razón más profunda por la que me gusta su poesía. Además de la presentación del poeta, además de una aproximación general a su obra, quisiera proceder entonces, ante la poesía de Valverde Villena, como los marineros de ese lejano Mediterráneo a los que no deja de evocar Gílmar Gonzales en la entrevista: esto es, encomendar, en un nudo de dos o tres figuras talladas en ágata, una suerte de monograma. 
Para empezar por lo primero, como es debido, voy a recordar que nacido en Lima, de padre español y madre boliviana, Diego Valverde Villena no ha dejado de trazar ese sino que abraza una multiplicidad de escenarios y tradiciones. Sus estudios universitarios y su trabajo como docente en filología hispánica, inglesa y alemana, y por lo tanto el dominio de estos idiomas, además del portugués, del italiano, del francés, explican en parte el don de lenguas que anima su poesía, ciertamente; pero también una amplia labor como traductor de Arthur Conan Doyle, Rudyard Kipling, Nuno Júdice, Ezra Pound, Paul Éluard, Valery Larbaud, Paul Celan, E.T.A. Hoffmann, G.M. Hopkins y John Donne, entre los más célebres. Poeta y traductor, entonces, pero también crítico y ensayista reconocido por textos dedicados a Álvaro Mutis y Jorge Luis Borges, así como por acercamientos a otros textos hispanoamericanos como los de la "Poesía boliviana reciente" (ensayo y breve antología publicados en México, 1999) y varias intervenciones que atraviesan el terreno de la literatura hacia ámbitos del arte y la cultura, la historia, la antropología, el cine y la música.

Marcelo Villena Alvarado, Bolivia, 1965. Realizó estudios universitarios en la Universidad de Toulouse II, le Mirail (Licence, Maîtrise, D.E.A.) y es doctor por la Universidad de París VII-Denis Diderot, con la tesis Le désir du geste: intertextures à travers le corpus pictural de Roland Barthes (2010), dirigida por Julia Kristeva. Desde 1994 trabaja como profesor en la Carrera de Literatura y, desde 1997, como investigador en el Instituto de Estudios Bolivianos (IEB) de la Facultad de Humanidades y CC.EE. de la Universidad Mayor de San Andrés (La Paz). Ha publicado el libro de poemas Pócimas de Madame Orlowska (Plural, La Paz, 1998, 2004), y figura en las antologías Poesía boliviana reciente, México, 1999; Antología de la poesía boliviana, LOM, Santiago de Chile, 2004; Antología de poesía boliviana, en Fragmenta, 2, Madrid, 2011; Unidad variable. Antología de poetas argentinos y bolivianos, La Mancha/La Hoguera, La Paz, 2011. En su vertiente de ensayista ha publicado diversos textos y estudios sobre literatura. Entre sus trabajos de investigación destacan "Hacia las poéticas del tinku" (1999), "El discreto encanto de la eucaristía: una experiencia ficcional con el Sermonario del 3er. Concilio Limense (1584-1585)" (2001), "Ejercicios capitulares con algunos fragmentos de Jaime Saenz y Blanca Wiethüchter" (2008) y el libro Las tentaciones de San Ricardo, siete ensayos para la interpretación de la narrativa boliviana del siglo XX (2003, 2011).

marcelo_villena_001Algo de esto atisba en los títulos de los libros que Valverde Villena ha publicado en poesía: El difícil ejercicio del olvido (La Paz, 1997), Chicago, West Barry, 628 (díptico publicado en 2000), No olvides mi rostro (Madrid, 2001), Infierno del enamorado (cinco poemas acompañados de grabados y música, 2002), El espejo que lleva mi nombre escrito (El Cairo, 2006, en edición bilingüe con la versión de Muhammad Abuelata, traductor de Borges al árabe), Shir Hashirim (siete poemas e iluminaciones en aguafuerte, 2006), Iconos (poema en tres partes con música para soprano y piano, estrenados en 2007 y publicados en 2008) y Un segundo de vacilación (La Paz, 2011). Sin embargo, además de ciertos temas y campos de interés, en este listado de títulos se habrán distinguido también al menos dos gestos o dos caras de una misma luna que, a mi entender, resultan esenciales para la escritura de Valverde Villena. Me refiero al ejercicio de una composición de relativamente largo aliento, por una parte; y por la otra a publicaciones que materializan una tentación más bien minimalista, podría decirse: dípticos, trípticos o breves series de poemas que se conjugan con la obra de otros artistas. Que sirva entonces esta distinción para puntear un breve acercamiento hacia algunos aspectos que me afectan particularmente en la poesía de Valverde Villena.
Así, cabe señalar de entrada que es en los libros de largo aliento (El difícil ejercicio del olvido, No olvides mi rostro y El espejo que lleva mi nombre escrito) donde mejor se aprecian el marco y los rasgos identificados ya, por varios comentaristas, como fundamentales para esta obra. El trazado de un recorrido mediante poemas autónomos (siempre en torno a una treintena, nunca demasiado extensos) que sin embargo instauran el espacio de un proceso, de un viaje, de una búsqueda que fatalmente se reinicia en sucesivas y pequeñas muertes: Hacia adentro el mudar/ hacia adentro... como dicen los primeros versos de "Cambio de piel", poema que cierra el primer libro. Desde El difícil ejercicio del olvido se instaura explícitamente la figura del poeta viajero ("En los ojos de un viejo piloto de la Hansa", por ejemplo) y el escenario de una travesía que, pasando por la experiencia del encuentro, la descubre de inmediato como incesante partida. Tal escenario vuelve en No olvides mi rostro, título que evocando a Maqroll, el viajero de Mutis, pone de manifiesto la naturaleza esencialmente amorosa de la travesía, de esa búsqueda que, no obstante, en última instancia figura la imagen de la Diosa de la que es cuestión aquí, desde el principio; de esa Diosa que es también figuración de nuestro propio misterio: "así continúo mi peregrinar, buscando a la Diosa en las miradas, en los espejos que la muestran por el mundo", declara Valverde Villena a propósito de El espejo que lleva mi nombre escrito: "Sólo espero que, en algún momento, uno de esos espejos me descubra la imagen de mi cara".
Creo que lo propio de la poesía de Valverde Villena reside en esa suerte de palimpsesto donde todos los registros, las referencias mitológicas, históricas y literarias, se superponen para mostrarse y desaparecer, para alzarse y sumergirse luego, según el modo e imagen de la Venus Anadiomena, con un ritmo que alterna tanto con la tradición propiamente fundadora en la poesía de Occidente como con la exigencia de nombrar y actualizar el lugar de una experiencia singular.
Por el lado de la tradición, me refiero obviamente a la de los trovadores, de la que Valverde Villena hereda no sólo una temática y una concepción amorosa, sino también toda una ética (la del fin amor) y una poética donde el lenguaje y la experiencia que tiene lugar en el poema remiten al mismo tiempo a una experiencia mística, la de un acercamiento y un conocimiento, infinito, de lo divino. Aquí, conviene apreciar entonces no sólo una herencia temática, sino también ciertas opciones que asumen creativamente la afirmación del joi en el cantar trovadoresco: la repetición y la modulación de ciertos motivos, por ejemplo, que Valverde Villena despliega combinando, ensayando, jugando con la reactualización de ciertos poemas de un libro a otro. Obviamente, considerando este nudo que atan poesía amorosa y poesía mística, resulta ejemplar la intercesión de Juan de la Cruz anotada por los críticos y el propio poeta. Pero vale la pena apreciar también, y en esta misma perspectiva, el diálogo con el que el palimpsesto de Valverde Villena nos interpela más incisivamente: ese diálogo en el que interviene tanto la tradición abierta por el Cantar de los Cantares como las indagaciones más recientes sobre la (in)actualidad del sujeto amoroso. La de Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso, por ejemplo y aun sin referencia explícita, en tanto más allá de la expresión de un yo lírico, la poesía de Valverde Villena dramatiza también la búsqueda del sujeto amoroso como búsqueda de una manera de estar en el mundo, de una posición de subjetividad que sobrepasa la situación particular e individual de ese sujeto: esa posición a la que todo sujeto ordinario puede acceder si deja de ser ordinario, si deviene sujeto del amor o, más bien, locutor del discurso amoroso (Marty).
De ahí que el motivo místico-amoroso de la poesía de Diego Valverde Villena no remita solamente a una temática, de ahí que nos interpele también por la exigencia de un lugar de subjetividad abierto por el poema en su confrontación con el mundo. La figura de la Dama, de la Diosa, no aparece allí como entelequia, como figura abstracta e idealizada en la que podría consolarse el deseo del regreso de lo Uno. Como en el fin amor trovadoresco y la poesía mística de Juan de la Cruz, se juega también una experiencia de carácter histórico -si se quiere-, es decir, un dilema con el que Valverde Villena asume la exigencia de su otro intercesor (César Vallejo): "Antes el dios flechador hería/ con un único dardo. Ese bastaba/ para abrirte el alma en carne viva... Los tiempos han cambiado./ Cuando el Cupido metálico te escoge/ cubre el cielo con sus flechas/ como el arco galés en Agincourt/ o los persas en las Termópilas".
diego_valverde_015Pero el sino múltiple y desgarrador de la Diosa ocurre sobre todo en las publicaciones donde se exhibe esa otra tentación del palimpsesto; esa tentación más bien minimalista, decíamos, que promueve una otra cara en la poesía de Valverde Villena: dípticos, trípticos o cuando más siete iluminaciones, como en la menorah del Shir Hashirim. Se trata de plaquettes o pequeños libros donde el poema se conjuga con la obra de otros artistas (músicos o grabadores), como tendiendo hacia el trazo o la notación: en suma, como tendiendo a la inscripción del cuerpo y del instante sobre el papel. Por supuesto, al distinguir este rostro frente al de los libros "mayores", no pretendo zanjar diferentes zonas o dimensiones de la obra. De hecho, toda ella se caracteriza por ser "poesía del relámpago", como diría Abdel Muti Higazi, es decir poesía que concentra "mucha fuerza en muy pocos versos", que se resuelve en "un fulgor súbito". De hecho, desde el primer poema del primer libro ("Fisiognómica") se despliega una escritura consciente de sus encrucijadas materiales más concretas y esenciales: "el cálamo, guiado por la vida,/ hiere a la vez carne y hoja". De hecho y finalmente, las breves series de poemas se desgajan de, o se anidan en, los libros mayores. Creo sin embargo que es en las breves series donde se destaca más incisivamente la tensión que anima el cálamo. La tensión entre el libro y el díptico, el trazado y el trazo, la carne y la hoja, la tensión que, en suma, hace del poema el lugar de un acontecimiento, más allá de la palabra y de la imagen.
"Escribo mi plegaria en el espejo/... tus ojos son la escritura de Dios" - se lee no lejos del centro, vacío, de Shir Hashirim. Como si además de la imagen el poema desplegara materialmente una réplica de la experiencia teofánica, amorosa. Es cuestión aquí de un gesto escritural, por supuesto, que en una condensación cada vez mayor actualiza al mismo tiempo la dimensión litúrgica del encuentro ("Ya sé que no te gustan/ las vísceras,/ pero haz un esfuerzo", se lee en el poema titulado "Vita Nuova") y la infranqueable distancia que acusa una invocación ("Protege la sombra de mis alas", dice en otro titulado "Sub umbra alarum tuarum"). En todos los casos, el verso y el canto se ofrecen aquí como escritura que desde su propio reverso (el silencio o la música, la rasgadura o imágenes de grabado) da lugar a esos "momentos de verdad" ante los que, según Barthes, al comentarista no le queda nada por decir.
Nada, sino tal vez simular una réplica de ese palimpsesto rasgado en complicidad con otros poetas: seguir sus rastros, volver a escribirlo, desplazarlo hasta quizás desfigurar, cálida y entrañablemente, el programa de esa poesía ante la que he intentado abrir aquí algunas puertas.

Diego Valverde Villena: el 'joi 'del palimpsesto enviado a Aurora Boreal® por Marcelo Villena Alvarado. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Marcelo Villena Alvarado. Foto Marcelo Villena Alvarado©Archivo Aurora Boreal®. Foto carátula libro Diego Valverde Villena©José del Río Mons.

 

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