Crónica de una lectura inacabada en clave de 'Pájara pinta'

albalucia angel 251Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón
Albalucía Ángel
Novela

 

Primera lectura: 1981
Tenía 17 años cuando leí Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón de Albalucía Ángel. Seis años antes la novela había sido premiada y publicada, y sometida a una censura vergonzosa. “Pereirana desvilorada gana el premio Vivencias”, fue el titular con el que se inició la arremetida feroz de una crítica vocinglera, tendenciosa, malintencionada y, sobre todo, incapaz. Yo era un adolescente nostálgico e inquieto perdido en las novedades de esta ciudad que aún me resultaba desmesurada y era también, como esos primeros lectores de La pájara, un lector incapaz. Recuerdo mi esfuerzo por superar, párrafo a párrafo, las 325 páginas de la edición de Plaza y Janés. Leía la novela con apatía y a ratos con rabia. Muchas veces dejé el libro en el entrepaño con intención de olvidarlo, pero lo volvía a tomar horas después y persistía, contra mi propia decisión, en su lectura. Me apabullaba mi torpeza de lector: no era capaz de completar el argumento, no lograba discriminar una historia de otra, no podía reconocer las voces, no era capaz de conectar los tiempos, no entendía los referentes, no comprendía nada. Pero algo me hacía avanzar por sobre mi propia incomprensión: reconocía en esos retazos de historias las historias que me contaban en la infancia los viejos del pueblo; revivía en la historia de los Araque y su gesta colonizadora, la historia de mis ancestros y el viaje épico que los llevó a la fundación de Caicedonia; encontraba en la infancia usurpada de Ana mi propio despojo; los estudiantes levantados contra el gobierno de Rojas Pinilla y asesinados por la dictadura eran los estudiantes levantados contra el estatuto de seguridad de Turbay y asesinados por el régimen; los asesinos de Valeria y torturadores de Lorenzo eran los temibles agentes del DAS (Departamento Administraivos de Seguirdad) que seguían torturando y asesinando con absoluta impunidad. Mi persistencia en esa primera lectura, lo entendí luego, se debía a que reconocía en esas historias de La pájara los fragmentos de un país que nos habían heredado las generaciones anteriores, el mismo país que yo habitaba en ese atribulado año de 1981. Aunque mi comprensión de la novela fue pobre en extremo, me reconocí en ella.

Debo decir que en esa lectura privilegié la imagen del país criminal: las historias de un pasado de leyenda habitado por unos asesinos espantosos a quienes llamaban pájaros y chusmeros, las historias de Bogotá incendiada, la imagen de un Estado que se había especializado en perseguir, torturar, desaparecer y asesinar a estudiantes y líderes de izquierda. Esa misma lectura en clave de crimen, en clave de victimarios, fue la que privilegiaron los primeros lectores de La pájara. Y fueron incapaces de reconocerse en el país criminal que ellos mismos habían forjado. Después del pacto de silencio y olvido sobre el horror de la Violencia que había decretado el Frente Nacional, la imagen profunda de un país regodeado en el crimen que ofrecía esta mujer irreverente les resultó insoportable y condenaron la novela como los delirios de una desvirolada de provincia. Esa infamia se perpetuó por décadas, hasta que la crítica académica la fue sacando de ese lugar de oprobio donde la dejaron esos comentadores de pacotilla.

 

Segunda lectura: 1997-2000
pajara pinta 350Pasaron muchos años desde esa primera lectura y en mi memoria quedaban pocos recuerdos de La pájara. Había obtenido mi Licenciatura y terminado mis estudios de Maestría en Literatura en la Universidad del Valle, pero tenía pendiente la tesis. Los ocho cursos que me veía precisado a dictar semestre a semestre en tres universidades de la ciudad eran un obstáculo que parecía insalvable para completar una investigación –la “dictadura de clases” es lo que padece un profesor que tiene que sobrevivir con los salarios de esas cátedras pagadas por horas–. Yo era uno de esos jóvenes profesores que encontraban cierto gusto en los desafíos académicos y se me ocurrió enseñar la novela que no había logrado entender en mi lejana adolescencia. Esa idea se constituyó en un reto para mi clase de Lógica Narrativa en la Universidad Autónoma. Soy consciente (era consciente) de la aparente paradoja que entrañaba orientar una clase de Lógica Narrativa a la lectura de una novela tan aparentemente inaprensible como La pájara, pero en eso consistía precisamente el irresistible desafío. Dediqué los dos meses de mis vacaciones de mitad del año de 1997 a leer la novela con una disciplina que ahora me envidio. Poco a poco iba domesticando esa prosa rebelde y briosa que se desbocaba por caminos supuestamente intransitables. Cuando creí tener una mínima comprensión de algunas estrategias narrativas de la novela la metí en el programa de clase y me metí yo en un berenjenal. En la primera parte del curso abordamos el estudio de los insumos teóricos (semiótica y sociocrítica) que aplicaríamos, en la segunda parte, al análisis de las novelas del corpus. En la primera lectura de Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón mis estudiantes pasaron por la misma perplejidad que yo experimenté en mi adolescencia, con el agravante de que ellos no tenían ninguna idea de ese país de mediados del siglo XX y los horrores vividos. Con paciencia los fui llevando (durante cuatro semanas) a reconocer los entramados narrativos de ese enunciado proliferante, a entender las historias que allí se contaban, a mirar el país que nos mostraba. La experiencia fue muy gratificante y mi aprecio por la novela de Albalucía Ángel creció a la par que el de los estudiantes. Aprendí en ese ejercicio didáctico que La pájara requiere de lectores pacientes y persistentes, esa especie en vía de extinción. Repetí la experiencia un par de semestres más y cada relectura revelaba con más claridad la asombrosa arquitectura narrativa de la novela, y ese develamiento le ganaba un mayor reconocimiento de parte de mis estudiantes y una mayor felicidad en su lectura.
En esos 23 años la crítica académica había vuelto tímida, pero honestamente, la mirada sobre la novela y los trabajos de críticos formados y rigurosos como Cristo Rafael Figueroa, Gabriela Mora, María Mercedes Jaramillo, Aleyda Gutiérez Mavessoy le iban dando un lugar a La pájara en las letras colombianas. Cuando descubrí que esos trabajos no lograban develar plenamente la compleja estructura de la novela, yo encontré el camino de mi tesis de Maestría. Dediqué el último año del siglo XX a examinar la estructura de la novela, su arquitectura narrativa y la imagen del país que en ella se construía. Tres años después revisé el texto y publiqué mi primer libro (con el sello editorial de la Escuela de Estudios Literarios de la Universidad del Valle): Historia de una pájara sin alas, que fue reeditado dos años después por el Programa Editorial de esta misma universidad.
En este texto, además del análisis formal, de ese examen que evidenció por primera vez para la crítica el engranaje de relojero (o de relojera) que constituye la maravillosa maquinaria narrativa y estructural de la novela, pude avanzar en un análisis sociocrítico que permitió reconocer una imagen más nítida del país de La pájara, del país heredado a las generaciones posteriores. En esa segunda lectura (que sumó varias relecturas) se me impuso la presencia de Ana, de Lorenzo y de Valeria. No fue esta, como la primera, una lectura en clave de crimen, sino una lectura en clave de rebelión: Valeria, Lorenzo y Ana (hijos de la Violencia política de los años cuarenta y cincuenta) no pudieron oponerse con garantías al sistema político que los anulaba y optaron por confrontarlo. La respuesta del régimen fue brutal y el destino de esa juventud valerosa y valiosa fue la ignominia: Valeria asesinada, Lorenzo enlistado (herido) en la guerrilla y Ana anulada como sujeto político. Ese país que había cerrado los caminos a la juventud de los años sesenta y setenta, ese país facturado en la mentira del Frente Nacional, ese país que nos había condenado al olvido, cerró todas las oportunidades y dejó a esa juventud frente a la indeseable disyuntiva de optar por la inacción política o por la lucha clandestina y armada. Es decir, nos legó esta violencia que ahora padecemos. Esa fue mi segunda lectura de la novela. Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón deja ese duro testimonio como ninguna otra novela, ni antes ni después, logró hacerlo. Sin embargo, ese país desvirolado seguía condenándola a las márgenes.

 

Tercera lectura: 2004-2014
La conciencia de país, fortalecida por mis asedios al nido de La pájara, orientó mi trabajo académico esta última década. Me especialicé en la literatura de la violencia colombiana: enseño, escribo textos críticos y doy conferencias sobre esa literatura. Y ese conocimiento me permite decir que Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón es la más elaborada, la más compleja y la más importante novela sobre la violencia en Colombia. Enseñar La pájara en estos últimos años en mis clases de pregrado y de Maestría me confirma en esa concepción y me ratifica en la percepción de que las nuevas generaciones de lectores, bien orientados, desarrollan un profundo respeto y un gran aprecio por esa obra. Cada nueva relectura de La pájara, cada lectura de nuevos trabajos críticos, cada discusión con los estudiantes se llena de nuevos hallazgos: La pájara es una de esas últimas novelas totales.
Debo decir también que en estas últimas revisiones ha ganado fuerza en mi conciencia la imagen de las víctimas. Esta tercera lectura (hecha de muchas relecturas) me ha dejado la convicción de que esta es ante todo una novela de víctimas:


"Ana le vio las alpargatas a don Anselmo Cruz. Eran chirajos de alpargatas y los pies los tenía amoratados y llenos de arañazos. Los pantalones no se sabían ni de qué color eran de tanto pantanero y tanta sangre y Ana miró las manos que, cuando dejaban el tazón encima de la butaca, temblaban. (…) Y don Anselmo Cruz terminó su mazamorra y se quedó callado, pensando de seguro en todos los cadáveres que flotan en los ríos. En los ancianos y niños fusilados. En el señor que el otro día le cortaron la lengua para que no volviera a gritar viva el partido Liberal, ¡manzanillo hijueputa!, mientras que a los testigos, amarrados a un árbol, les amputaron las piernas y los brazos, y luego los testículos. En tantos campesinos que vieron violar sus hijas y mujeres. En los pueblos enteros ardiendo como estopa."


Las tribulaciones de Anselmo, Ana, Valeria, Lorenzo, Saturia, el Flaco Bejarano, la Flower, Uriel, Liborio, Cárdenas, entre miles de víctimas que llenan con sus historias la conciencia de Ana, que gritan desde sus sueños o sus recuerdos, que sangran desde sus lecturas, que reclaman desde sus conversaciones, son el retrato más doloroso y auténtico de este país rabioso. Esas víctimas nos dicen a través de Ana que contra esa doble victimización que es el olvido impuesto y la mentira patentada ellos son la conciencia lacerada del país. La pájara es el testimonio más elocuente, duro y honesto de la literatura colombiana sobre ese país borrado. En estos tiempos de reflexión sobre la paz, de acuerdos por la verdad y la reparación, Colombia entera debería volver la mirada sobre Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón y reconocer su impagable deuda con Albalucía Ángel.
Desde esa primera lectura de adolescente (en clave de victimarios) a la hecha en los últimos años (en clave de víctimas), mi valoración sobre esta novela ha crecido exponencialmente. Ese ha sido el camino de los lectores esforzados y también el de la crítica, que ofrece lecturas cada vez más sofisticadas y certeras. Todos los días aparece una nueva tesis de maestría o doctorado, un nuevo artículo en revistas especializadas. Y eso vale para toda la obra de Albalucía Ángel: no solo hay una abundante crítica sobre La pájara sino sobre sus otros textos. Pocos se atreven ya a hacer reparos desvirolados sobre el valor de la obra de esta escritora y su lugar de privilegio en el ámbito de la literatura colombiana.
Ese lugar tan merecido e injustamente aplazado ha sido peleado a pulso por la academia. Y quiero subrayar esto: contra la voluntad de los críticos oficiales, de los gacetilleros al servicio de los editores comerciantes; contra la censura y la decisión de las grandes empresas editoriales, la academia sacó a Albalucía Ángel del ostracismo. La academia levantó el velo y explicó sesudamente esa obra difícil y extraordinaria, y le ganó lectores a pulso.
Sé que mi lectura de La pájara está inacabada, como incompleta es la aproximación de la crítica a la obra de Albalucía Ángel. Y sé también que en los escenarios de reflexión que va a proporcionar el posconflicto, los asedios a esta novela encontrarán nuevos trayectos de sentido y, con ellos, una mayor y más justa apreciación de su valor. La memoria de país que ahora, para bien de todos los colombianos, nos empeñamos en reconstruir se asomará necesariamente al nido de La pájara.

 

albalucia angel 351Albalucía Ángel
Estudió Letras e Historia del Arte la Universidad de los Andes (Bogotá). Fue alumna de la crítica de arte Marta Traba. En 1964 viaja a Europa, para proseguir sus estudios de Arte y Letras en la universidad de La Sorbona y estudió cine en la Universidad de Roma. Es en este continente cuando empieza a escribir, adquiriendo relevancia a partir de su primera novela, Girasoles en Invierno. Comenzó su carrera literaria como crítico de arte y ha ejercido distintas formas de periodismo, Ha escrito poesía, ensayo, y novela. Alba Lucía Ángel viene residiendo en distintas ciudades europeas desde 1964. Reside en Londres desde 1980. Ha publicado las siguinetes novelas: Girasoles en invierno, 1970, Dos veces Alicia, 1972, Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón, 1975, Misiá señora, 1982, Las andariegas, 1984, Tierra de nadie, 2002. Ensayos: Del mito del hombre: espíritu de la poesía y del hombre en la historia del arte, 1975 y Visión del arte, 1981. Cuento: ¡Oh, gloria inmarcesible!, 1979. Teatro: Siete lunas y un espejo, 1991 y en poesía: Cantos y encantamiento de la lluvia, 2004.

 

osscar osorio 240Óscar Osorio:
Colombia, 1965. Profesor Titular de la Universidad del Valle. Licenciado en Literatura y Magister en Literatura Colombiana y Latinoamericana de la Universidad del Valle, Master y Ph.D in Hispanic and Luso-Brazilian Literatures and Laguage of The Graduate Center, City University of New York (CUNY). Ha publicado los libros: La balada del sicario y otros infaustos (2002), Historia de una pájara sin alas (2003), La mirada de los condenados (2003), Poliafonía (2004), Violencia y marginalidad en la literatura hispanoamericana (2005), Hechicerías (2008), El cronista y el espejo (2008), Una porfía forzosa (2012), La Virgen de los sicarios y la novela del sicario en Colombia (2013), El narcotráfico en la novela colombiana (2014). Hace parte de las antologías Encuentro 10 poetas latinoamericanos en USA (2003), Nueva novela colombiana: ocho aproximaciones críticas (2004), Cali-grafías la ciudad literaria (2008), Voces y diferencias. Poesía (2009), Voces y diferencias. Relatos (2010). Es coautor del libro Yo hablo, tú escuchas, ella lee, nosotros escribimos, una pedagogía compartida (2007). También ha publicado ensayos, crónicas y poemas en revistas como Poligramas, Hybrido, Con-textos, Ciberayllu, Letras Hispanas, Revista Cronopio, Letralia, Aurora Boreal®, Archivos del Sur, Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, Hispanic Journal. Ha recibido las siguientes distinciones: Calificación Meritoria a la tesis de maestría (Univalle 2000); XXXII Premio Cáceres de Novela Corta por El cronista y el espejo (España 2007); Premio Gutiérrez Mañé a la mejor tesis doctoral (New York 2013); Premio de Ensayo Autores Vallecaucanos Jorge Isaacs (Cali 2013).

 

Crónica de una lectura inacabada en clave de Pájara pinta enviada a Aurora Boreal® por Óscar Osorio. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Óscar Osorio. Foto Óscar Osorio © Óscar Osorio. Fotos Albalucía Ángel con Óscar Osorio © cortesía Óscar Osorio.

 

 

 

 

 

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