Aforismo y leitmotiv

elias canetti 250¿Cómo un aforismo de Elías Canetti pudo servir de leitmotiv para la escritura de un cuento? ¿Qué relación establezco entre un aforismo –frase que sugiere pauta-- y un leitmotiv –motivo central, tema dominante de alguna obra musical o literaria--? ¿Puede mostrarse que una parte significativa –por no decir decisiva-- de las obras de arte literario se inspiran en otras obras y no en sucesos de los llamados reales; aunque tan real sea la llamada Sonata Facile (No.16, K 545) de Mozart, como la agobiante situación económica del genial músico cuando la compuso?
El aforismo de Elías Canetti --“Sólo cuenta el saber oscilante”-- aparece en sus últimos Apuntes (1992-3) y él mismo puso oscilante en cursivas para resaltar su carga de ironía y desenfado, de atrevimiento y sugerencia. Su principal editor al español --Mario Muchnik-- no exagera en la nota de solapa cuando lo caracteriza como un “gran solitario inadaptado”. Y señala que “este libro póstumo ha de leerse como el legado de un hombre familiarizado con muchos mundos, el de los mitos y literaturas de todo el planeta, pero también el de nuestra actualidad, que él analiza, interroga y condena con mirada fría y a la vez compasiva”. Esa mirada del autor de la novela Auto de fe llegó a mis libretas de apuntes en forma de citas, paráfrasis y comentarios. Su re-creación de oscilar se convirtió en uno de mis lemas. Dio pie –leitmotiv— a varios proyectos, entre ellos el cuento que aquí incluyo.

A lo que añado otra razón personal: Los intelectuales que hemos sufrido regímenes represivos y prontuarios ideológicos embrutecedores y excluyentes, como me tocó en la Universidad de La Habana con las asignaturas obligatorias Materialismo Histórico y Dialéctico, Comunismo Científico, Marxismo-Leninismo e Historia de la Filosofía por siberianos manuales de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética; tenemos en el “saber oscilante” que Canetti exalta, un signo clave del disenso. Oscilar no sólo indica inteligencia sino libre albedrío, soberanía mental y para no andar con ambages: condición iconoclasta, amor a la herejía y defensa a cualquier precio de la heterodoxia, que asociamos a la libertad.

¿Cuál es el significado de oscilar? ¿Qué saber oscila? ¿Qué debe ponerse a oscilar? ¿Cómo se proyecta el aforismo tras obviamente haber sido producto de reflexiones intensas, hasta su meditada escritura por uno de los pensadores más lúcidos del pasado siglo?

Abro las respuestas –esta peculiar forma de crítica literaria-- que también sirven para recomendar la lectura de quien obtuviera el Nobel de Literatura en 1981, en particular por una indagación que es la obra de toda su vida: Masa y poder, libro indispensable al caracterizar el pensamiento cautivo de ideologías que erigieron leyes para regular la vida social, como la marxista.

El diccionario precisa que oscilar viene del latín oscillãre, que significa “balancearse”. Pero tal balanceo de los pensamientos ni avanza ni retrocede, sigue siendo la misma idea o juicio lo que se pone en crisis, es decir, lo que la persona pone a oscilar. La avispada afirmación de Canetti es modulada por las tres acepciones que ofrece el Diccionario de la RAE: 1. “Efectuar movimientos de vaivén a la manera de un péndulo o de un cuerpo colgado de un resorte o movido por él”. 2. “Dicho de algunas manifestaciones o fenómenos: crecer y disminuir alternativamente, con más o menos regularidad, su intensidad”. 3. “Titubear, vacilar”.

La pregunta de qué debe ponerse a oscilar es en sí misma subversiva. Sólo formularla despierta todas las sospechas en los individuos de vocación y mentalidad represivas, de “secreto miedo a lo imprevisible”, como señala Mario Vargas Llosa en su ensayo sobre Karl Popper, incluido en su reciente libro de ensayos La llamada de la tribu (Ed. Alfaguara, Madrid, 2018, p. 179). Cualquier oscilación los pone a temblar, como sucede aún en Cuba con muchos miembros del Partido Comunista, enemigos de la sociedad abierta, para permitirme parafrasear el título del más importante ensayo de Popper, clave lúcida del pensamiento liberal: La sociedad abierta y sus enemigos, cuya primera edición data de 1945, en inglés (The Open Society and its Enemies) y no en alemán, su lengua materna. Precisamente ese miedo a actuar como seres libres, al reducir al individuo a ser parte de una tribu, hace que muchos de ellos se conviertan en represores, defensores de tiranos y filosofías totalitarias.

Un militante consecuente, preso en las celdas de la obediencia a un credo excluyente, jamás titubearía, vacilaría, por lo menos en la letra de sus manuales y catecismos. Su pensamiento es un pedrusco, como la tumba de Fidel Castro en el cementerio de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba, donde una vez más se verifica que la arquitectura refleja las estructuras de poder, las ubicaciones sociales, los delirios de los líderes tiránicos, como puede leerse en las Memorias de Albert Speer, el arquitecto jefe del Tercer Reich de Adolfo Hitler.

¿Podría Imaginarse que Johan Peter Eckermann oscile al adjetivar de “magnífica” las por lo menos censurables actuaciones ante los poderes establecidos y las hermosas campesinas de su adorado Johann Wolfgang Goethe? ¿Cuántos profesores universitarios de Historia de Francia oscilan ante la valoración de Napoleón Bonaparte? ¿Cuántos políticos ponen a oscilar sus demagogias en vísperas de elecciones?

Fanáticos y creyentes detestan la sencilla frase de Canetti porque es un tributo a los presocráticos, hermoso temblor ontológico ante las fuertes incógnitas de la era espacial y cibernética, de globalizados bienestares-espejismos y diagnósticos donde aparecemos –con diáfana justicia-- como la especie más dañina del planeta.

El aforismo también pone a oscilar la publicidad y el consumo, la festinada ilusión del “estado de bienestar”. Mucho se vacila ante la esperanza –aunque quizás más tangible que nunca antes en la historia de la humanidad-- de que podemos convivir sin bochornosas desigualdades y discriminaciones, en libertad y paz, sin xenofobias y aporofobias. De ahí también su valor subversivo, su fuerza motivacional.

Al enfatizar que ”Sólo cuenta el saber oscilante” se arrincona a los gritones del “ordeno y mando”, a las ideologías mesiánicas de la modernidad y los populismos políticos que sobreviven o brotan de nuevo con azufre volcánico. De ahí se deriva que los intelectuales ovejunos detesten por miedo, haraganería u oportunismo --o una mezcolanza de los tres ingredientes-- todo lo que oscilar significa: convivir con los diferentes y lo distinto, favorecer la diversidad. De ahí que a los intelectuales libres oscilar nos parezca un verbo medicinal e irónico, sin el cual la vida sería pastosamente aburrida.

“Sobre la arena”, el breve cuento subsiguiente, es fruto –en el sentido de que una obra literaria suele ser el catalizador decisivo-- de mis apuntes sobre el rebelde, sedicioso aforismo. “Sólo cuenta el saber oscilante” es el leitmotiv de este cuento. En su escritura lo crucé o mezclé con el potente poema “Palabras escritas en la arena por un inocente”, de Gastón Baquero. Mi lectura desviada de ese poema –misreading en el instrumental de análisis de Harold Bloom, cuya eficacia exegética lo coloca al frente de los críticos literarios actuales-- estableció a su vez otra relación dialógica, a través de un desvío hacia la lectura del portentoso poema “Muerte sin fin”, del mexicano José Gorostiza, publicado cuatro años antes del de su amigo Gastón, en 1939, y que ejerciera una clara influencia en el del autor cubano, cuyos versos coloco de epígrafe. Ambos poemas refuerzan los sentidos de oscilar. De ahí que carguen de connotaciones mi cuento inspirado en un aforismo que funge como bandera del pensamiento liberal, alimento clave para la porosa salud iconoclasta que asumo, admiro.
Contra los mecanicismos de teorías literarias preceptivescas o empirismos reduccionista de alguna época, generación o movimiento artístico; un aforismo como leitmotiv muestra que sencillamente no se puede cerrar ninguna rendija motivacional para la creación; clausurar cualquier mezcla de elementos concurrentes, por extraña que parezca; despreciar algún factor aparencialmente exógeno… Quizás valga aplicar aquí el tópico analógico del témpano de hielo, atribuido entre otras a la técnica narrativa de Ernest Hemingway: “Sobre la arena” actúa a la manera de un iceberg, sólo exhibe la décima parte del saber oscilante –del aforismo-- que flota bajo su oleaje. Dice:

Sobre la arena
                         ¿Quién es ese niño que nos escribe
           palabras en la arena?
¿Qué sabe él quien lo desata y lanza?
                           Gastón Baquero

“Lo primero del dedo índice fue comprobar que el grado de humedad permitía a los trazos permanecer hasta que una ola, más poderosa que las habituales, borrara los signos. Como si fuera sobre un cielo estrellado, la pizarra de arena lo invitaba, despedía de cada grano reluciente, de los blanquecinos guijarros, un hervor de trópico que eran anzuelos listos a la pesca de nostalgias, sonrisas, aprensiones, remordimientos; que tal vez lo precipitaran a la decisión, lo lanzaran hacia un lado definitivo, desataran de pronto la actitud que aún mantenía dudando como un péndulo. Los primeros trazos fueron garabatos, aunque algunos se acercaban a formas geométricas y el último parecía ser el cuadrado pitagórico, como un conjuro bíblico para ahuyentar las divagaciones. Entonces la palma de la mano izquierda borró las cuatro líneas y el índice de la derecha, lentamente, escribió la palabra. Las letras cursivas dejaron ver la efe, la ere, la a, la u, la de, la e final que sonó sobre la resaca con su abertura palatal, como si el cierre de las seis letras de fraude hermanara en una misma descendencia a cada uno de sus dedos, los que jugaron a la pelota en el solar del Cerro o pegaron en el maxilar de aquel borracho impertinente, los que acariciaron o arañaron, los que en las asambleas dijeron sí o no, los que ahora inocentemente estaban allí en la playa de Guanabo, al este de La Habana, frente al mar, como si nunca hubiesen apuntado contra alguien o aplaudido lo que no oyeron.

Fraude estaba allí en la arena de Guanabo y al mirarla brotó la vez que en el Preuniversitario, durante un examen de Química, había alzado la vista hacia la hoja de Miguel o de Luis para copiar la fórmula olvidada; la vez que había sido una broma, que sus amigos por fastidiarla, que ese perfume dulce y búlgaro no era de ninguna perdularia, Margarita, no, sino de pura maldad para que ella pensara en una juerga con otra por ahí, para encenderle los celos; la vez que juró no haber visto nada del accidente automovilístico para ahorrarse las declaraciones, el papeleo, el juicio; la vez de las mil veces. No. Fraude tenía flechas que no apuntaban sus engaños sino la mirada que se perdía en el horizonte azuloso. Fraude estaba en el filo de la decisión, tras salir del apartamento de la calle Consulado, sin rumbo, y llegar cerca de la terminal de trenes, ponerse en la cola del ómnibus, dar tumbos hasta la parada de la rotonda y caminar hasta aquí, a sentarse en la arena sin cuidar el pantalón, los zapatos y las medias negras.

“De un manotazo borró la palabra, alisó con el canto de la otra mano los montículos de arena y el índice escribió tiempo y debajo huida, y debajo un signo de interrogación más curveado que el cuello de un cisne, sin punto, como un arabesco mudéjar. Miró las letras y trazó una cruz diagonal sobre lo escrito, con el medio y el anular acompañando al índice para que la tachadura fuese burda, salpicara las letras que no podía cubrir. Volvió a alisar el espacio blanquecino y escribió de nuevo fraude, y debajo otra vez fraude, y el signo de pregunta como un arete colgado de la e, siguiendo la línea.

“Pensó que era un idiota, trajinado de aquí para allá, representando profesionalmente cada uno de los papeles que le habían tocado en destino o en azar, en desgracia o en bien. Pensó que haber ido allí a la orilla del mar era una alucinación, otro modo de no comprender nada, del intento diario por dormir las preguntas. Pensó el sosiego como si fuera el espejo del baño que se había astillado por su torpeza al cerrar la puertecilla del botiquín, como si ahora al encogerse de hombros salvara sus culpas, comprendiera la evidencia de una traición inexorable. Pensó que cualquier medusa podía exhibir el escozor de su belleza mientras que él, medio canoso y medio calvo, medio disfrazado de puro e impuro, sólo se alegraba de unos niños corriendo por la playa, de una inocencia remota, empañada en una foto de la primera comunión, de traje blanco y cirio. Pensó que oír su propio nombre era una herejía a saborear amarga, tormentosamente, sin importancia, con el estallido de lo que se arroja contra el piso, con el sonido de la furia de otro mañana, y otro, hacia un cuento con hadas y sin moraleja, con enanitos y sin Blanca Nieve. Pensó que el fraude era una aporía, pensar si uno sueña la vida o es ella quien nos sueña, quien nos zarandea hasta cariarnos con el salitre. Pensó que se trataba de caminar hacia nunca jamás, hacia un silencio cuya luminosidad no dejaba ver, hacia el invento de una burla que sale a volar sobre una escoba. Pensó que era un vulgar mentiroso con un corazón lleno de piedad hacia sí mismo, sollozando como un bufón para hacer reír a los dueños de la verdad, a los firmes que lo desdeñarían, que lo tildarían de blandengue y de escéptico, de diversionista y de saboteador. Pensó que estaba muerto y hablaba en indoeuropeo o en esperanto, en hebreo o en cubano, desde una torre o desde una tribuna, con cada uno de los emperadores y caudillos; y les decía que su martirio era no poder aplaudir más, nunca más. Pensó que si volviese a ser niño le gustaría quedarse allí en la arena quietecito, dormirse frente a la plenitud del mar, soñar con Cristo, Dios, la carta a los Reyes Magos que le traerían carbón, de nuevo la pesadilla del carbón porque se había portado muy mal.

“Borró las palabras y escribió horizonte, no le puso detrás un signo de interrogación porque verdaderamente nunca horizonte lo había necesitado. Sintió el sudor pegándole la camisa a la espalda, empapándolo, recordándole que no estaba en Nueva York, que no estaba en París, que la humedad salobre era la de sus palmas y arrecifes, la de Guanabo con los hoteluchos y casas al pie de la loma. Recordó que al día siguiente, como cada lunes, tendría que asistir a la reunión del municipio, informar de su gestión en la biblioteca, iniciar otra semana. Deseó comerse unas croquetas, un pan con algo; tomarse una limonada, una malta fría, lo que apareciera. Miró cada una de las letras de horizonte como si fuesen un jeroglífico. Entonces, debajo, escribió la palabra fe. Y de pronto una ola le bañó los zapatos, las medias negras, el pantalón, hasta llegar a las letras y borrarlas de un golpe, dejar sobre la arena un garabato, un cuadrado ininteligible, la inocencia de los guijarros blanquecinos”.

 

jose prats sariol 351José Prats Sariol
La Habana, Cuba, 1946. Dijo José Lezama Lima: “Armado de un sentido crítico que colma en la balanza la trenza de la lechuza y el arcoíris del zunzún”, para caracterizar su internacionalmente reconocida y traducida obra. A sus novelas Mariel (finalista en el Concurso Rómulo Gallegos, reeditada en 2014), Lila (reeditada en 2016, coincidiendo con la aparición de le edición en inglés) y Guanabo gay, se suman varios libros de cuentos, agrupados en Por sí o por no (2014). Sus libros de crítica literaria: Por la poesía cubana, Criticar al crítico, Estudios de poesía cubana, Pellicer río de voces (Premio Internacional de Ensayo), No leas poesía (Tres ediciones) y Lezama Lima o el azar concurrente (Tesis de grado, reeditado en 2017); se enriquecieron en 2016 con dos nuevos títulos: Leer por gusto y Erritas agridulces. En Cuba fue Asesor Nacional de Literatura del Viceministerio de Educación de Adultos, director de la revista El Placer de Leer y de los Círculos Populares de Cultura. Profesor en la Escuela Nacional de Arte, el Centro Nacional de Superación de la Enseñanza Artística y la Escuela Superior del Ministerio de Cultura. Obtuvo en 2001 la beca para creadores de la Ford Foundation en Atlanta, Georgia. Reside en Puebla, México, a partir de 2003, cuando es huésped de la Casa Refugio del Escritor (PEN International) e inicia su exilio político, fue profesor en las universidad Iberoamericana (Maestría en Lengua y Literaturas Hispánicas) y en la Licenciatura en Letras de la Universidad de las Américas, donde fundó y dirigió la revista Instantes. Entra a los Estados Unidos en 2009. Enseña en la universidad de Phoenix, Arizona, donde dictó cursos en el doctorado en Lengua y Literaturas Hispánicas hasta 2014. Novelas, cuentos y ensayos suyos han sido traducidos a las principales lenguas occidentales. En 2018 aparecerá una antología bilingüe (inglés-español) de diez cuentos suyos: Delusions y una nueva novela: Diarios salvados para Stefan Zweig.

El ensayo "Aforismo y leitmotiv" enviado a Aurora Boreal® por José Prats Sariol. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de José Prats Sariol. Fotografías José Prats Sariol © Archivo personal del autor.

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