Mario Camelo por Helena Araújo

mario_camelo_060Obsesionada por el peso de la historia, esta época pretende subjetivizar el tiempo histórico, ceñirlo a ciclos de vida interior. Se diría que en la proyección individual, el dato de la conciencia se va allegando a la significación histórica a medida que el contenido social del tiempo deviene más mítico. Una rara coordenada asemeja este proceso a la poesía, originalmente comprometida con la historia en cuanto « realidad arquetípica »(Octavio Paz, El Arco y La Lira, Fondo de Cultura Económica. México, 1956, p. 187 y ss.).

 

En Latinoamérica, el gran viraje lo da el siglo XX. A partir de los años veinte Colombia se agrega a la corriente antimodernista en movimientos terrígenas, hispánicos e intelectuales.
La preocupación por un lenguaje que alcance a asir la realidad latinoamericana va derrotando poco a poco la imagen como imagen, embebiendo el poema en nuevos significados. Más tarde, la segunda post-guerra conjugará el armisticio europeo con la fallida revolución burguesa, y un grupo –el de la revista MITO– hallará incentivos en el enfoque existencial. Realmente, Jorge Gaitán Durán, Eduardo Cote Lamus, Álvaro Mutis, Fernando Arbeláez «desean comprender de nuevo todas las cosas » (2) a partir de un proyecto fundamental de existencia que despliega el conocimiento, encauza las ideas y vigila el lenguaje. El rechazo desordenado del nadaísmo, eco tardío del movimiento surrealista, abrirá brechas a la generación por venir (3). A ésta pertenecen, entre otros, Juan Gustavo Cobo Borda, Darío Jaramillo Agudelo, Giovanni Quesseps, Juan Manuel Roca, Jaime García Maffla, María Mercedes Carranza, Anabel Torres y Mario Camelo.
Helena Araújo Nació en Bogotá en 1934. En la actualidad vive en Suiza. Algunas de sus obras: La M de las moscas; Fiesta en Teusaquillo (novela, 1981); Las cuitas de Carlota (novela, 2003). El universo de Araújo está fuertemente centrado en la crítica social sutil.helena_araujo_030Parte de la antología que presenta Mario Camelo en este volúmen, comprende una selección de cuatro libros: Segunda crónica del Reino (l990), Primera crónica del Reino (1994), Conjuros (l983) y Las Victorias del Miedo (1979). Se trata de una retrospectiva proyectada del presente al pasado, evocación y testimonio de destierros, exilios y migraciones. De ascendencia sefardita, el poeta asume el éxodo de un pueblo diezmado y perseguido. Caribeño, profetiza y denuncia la infamia de quienes desembarcaron en el litoral hace quinientos años para iniciar la invasión y saqueo de todo un continente, inspirada en anales bíblicos, sentencias talmúdicas, poesías orientales y códices prehispánicos, su obra prolonga hasta tiempos actuales la dialéctica de la tiranía y el vasallaje, el conquistador y el conquistado, en la voz de colectividades sufrientes, rebeldes o amotinadas. Al describir y al describirse, el poeta se inspira en la tradición oral arcaica, cuya poesía, como experiencia de lo sagrado, se emparenta al panteísmo y al animismo. Las fuentes del lenguaje arcaico están en la naturaleza, celebrada en ceremonias y rituales. Allí, la palabra no puede ser vacua, pues tiene vida y poder definidos; el origen del mito es una palabra que se energiza hasta adquirir fuerza y elaborar modelos de actos significativos. En el orden verbal, lo divino abarca tanto el culto vegetal y totémico como la transubstanciación. De ahí que toda imagen sea expresión de la vida en su ritmo y en su cambio. La poesía heredera del discurso arcaico y primitivo, alterna la crónica con la imprecación o el conjuro, conmemorando la vida colectiva con sus oficios, guerras, victoria y derrotas.
Cabe admitir, que aunque la trayectoria de esta antología acuse el tránsito de una identidad formal a otra, toda ella podría constituir un solo poema, marcado apenas por oscilaciones y variantes. Desde la primera sentencia y a partir de un proceso inconsciente, los contenidos metafóricos del texto desvían con sutileza la descripción hacia un pasado mítico, logrando hacer del verso paulatinamente una práctica de revelación. Puede haber etapas, sin embargo, en que una eclosión de voces alterne con la de un hablante involucrado en el vivir social. Habitante de la tierra en que ha errado siempre: «soy hombre, mujer, niño desde hace mil años », éste escribe « en nombre de la tribu », enfrentándose a « un dios mudo y altanero » que organiza las injusticias del mundo. Sólo crean atisbos de esperanza en esta poesía de la cólera y la pesadumbre, el profeta anciano, cuya voz «gana la tarde» y las mujeres que señalan « la olvidada ruta de los peregrinos ». El encuentro con la amada, en resonancias de plegaria y salmo, se suceden luego de que un hombre « tiene un sueño de islas rojas para su cuerpo sembrado de semillas ». Este remanso lírico, en lo que podría llamarse una semiótica de la desolación, preludia metonimias en que el lenguaje va adensándose de exhortaciones y denuncias. ¿Cómo eludir aquí el contexto histórico? El testimonio y la protesta abarcan una situación real, correspondida por un ansia de verdad en la escritura. En ese país, en esa región, en esa patria que es todas y ninguna, se vive un estado de emergencia: la palabra debe « ser bronce en el mediodía de los guerreros ». Instrumento justiciero, la poesía puede entonces apoderarse de un espacio que permita articular la fragmentada relación del poeta con su historicidad. El clima, ya, es álgido y sórdido: « La tierra se pudre/la tierra flamea ». Ha llegado la hora de partir, marcharse, alejarse, tomar una vez más la ruta del exilio. Sin embargo, tras esa etapa de soledades y de esperas, podrá surgir como recuerdo la casa de la infancia, clave simbólica de un reino que aporte presencias femeninas, y con ellas, « lo nuevo y lo secreto ».
William Meredith, lector incansable de poesía, dijo en una ocasión que las palabras estarían siempre habitadas « por la experiencia acumulada de la tribu » (4). Naturalmente, cuando la experiencia ha sido de usurpación y de despojo, las palabras pueden ser violentas. Sí, las palabras pueden ser como conjuros si el tiempo instaura su circularidad en la persistencia de crímenes que se prolongan y acrescientan a través de los siglos. Así lo proclama el libro del Chilam Balam: es el aniquilamiento de la civilización Maya lo que busca el clan profanador, despojando, matando y dejando « entre cada flor, un cadáver–que–blanquea inflamado ». Los vencidos, sin embargo, todavía osan acosar al enemigo con su canto y retarlo con su sabiduría. « Hacha tenemos para tu alma », dirá el coro, anunciando la venganza de los sufrientes.
Las victorias del miedo, se titula la última secuencia de esta selección poética en que se manejan temas sociales, aunque el discurso siga teniendo matices legendarios y el despojamiento del lenguaje atribuya mayor valor a lo que se calla que a lo que se dice. Al instaurar la palabra originaria a partir de las circunstancias que la inspiran, el poeta mide cada signo y cada símbolo, sin dejar de propiciar contrastes y resonancias inusitadas. Más que de hermetismo, se puede hablar aquí de una impregnación de lo mistérico y lo oscuro, materia misma del discurso. « No hay grano / que no haya sido ordenado por el misterio », dice quien pretende hallar algún día « la casa infinita de los sueños del héroe » y atribuir a la mujer amada un poder regenerador: « Mi alma necesita venir a orar / En tu cuerpo hija de las tribus / los años y las aguas lentas me han perdido ».
Como Whitman, Perse, Cendrars, Mario Camelo siente que la poesía es un lazo entre el hombre y el mundo. Su discurso, entonces, no puede venir sino de peregrinaciones y de errancias. En los versos, un vaivén de significados buscan y hallan armonía sin incurrir nunca en la banalidad del exotismo. A lo largo del texto, el decir del poeta obra una recuperación por la memoria, evocando luchas, triunfos y padecimientos, que la voz colectiva también consagra.
A través de la historia, tan imperdonable es el genocidio amerindio como el holocausto judío; igual sufre el prisionero torturado a uno u otro lado del océano, en el principio o en el curso de los siglos. Enunciando estas verdades en secuencias que se permiten quiebres pulsionales o alternancia líricas, la crónica avanza y retrocede, repitiéndose sin dejar de renovarse.
Así la voz que construye el poema, puede eximirse del orden lógico abordando distintas latitudes del tiempo y del espacio. Al operar sobre todo por analogías, la sintaxis, siempre simple, llega a crear una estructura interna: si al alternar el circunloquio con la afirmación, el ritmo se excede o la imprecación linda con la estridencia, una plegaria inserta el contrapunto y una voz sapiencial y proverbial pronuncia desde el pasado su enseñanza. La poesía, una vez más, consagra aquí el legado de las generaciones y de los siglos.

 

Mario Camelo

mario camelo web 001Colombia 1952. Estudios de Literatura. Ha publicado varios libros de poesía en Colombia y España. Traductor de varios poetas suizos, italianos y franceses.
Vive en Suiza desde 1979. Ejerce como fotógrafo profesional y traductor.

 

Artículo enviado a Aurora Boreal® por Helena Araújo. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Helena Araújo. Foto Helena Araújo © Mario Camelo. Fotos Mario Camelo © Mario Camelo.

Suscríbete

Suscríbete a nuestro boletín y mantente informado de nuestras actividades
Estoy de acuerdo con el Términos y Condiciones