Luz de las sombras en Hans Christian Andersen

enrique_perez_diaz_001Para quienes vivimos en el trópico, resulta incomprensible concebir un mundo de sombras, aquí donde la luz y el calor son casi una provocación en todas las estaciones del año.

Pero allá, en una tierra lejana, donde el norte brumoso y frío, nació hace  doscientos cinco años un niño que siempre supo alimentar el sueño de la luz.

En medio de las sombras reales e inventadas de su vida, Hans Christian Andersen (Odense, 1805), eternamente persiguió la luz, quizás como un reto inalcanzable, la anhelada quimera de sí misma.

Criado en el seno de una humilde familia, en donde, como ave de rapiña, la locura surcaba el cielo de su niñez, el pequeño Hans tuvo desde muy chico una capacidad innata para reparar en las cosas sencillas, diferentes o anónimas y conmoverse con ellas hasta el llanto.

Observador y retraído por naturaleza, supo atisbar entre las sombras, para advertir que la vida dista bastante del a veces promisorio final de esos idealizados cuentos de hadas, los mismos que escuchaba a las sabichosas abuelas de su tierra.

Tras probar suerte en el teatro sin mucho éxito, será al fin la literatura quien le abra sus puertas a la fama y al aplauso, algo que siempre valoró, quizás como manera de que sus ideas y sentimientos llegaran a los demás.

Desde el primer instante, tanto sus mecenas como un amplio sector del público danés encontraron en sus letras un aliento diferente, sobre todo en el regusto por una prosa de evidentes intenciones humanistas, matizado de hondo y conmovedor aliento poético.

Inspirándose en las antiguas sagas de su tierra, Andersen, consiguió, sin embargo, trascenderlas denunciando en sus cuentos las penas y furias del mundo que conoció.

Enrique Pérez Díaz (Cuba, 1958), escritor, periodista, crítico, investigador y editor. Ha ganado diversos premios por el conjunto de su obra para niños. En 1997 su proyecto de investigación y ensayo Presencia femenina en la narrativa infantil y juvenil cubana mereció el Premio Razón de Ser. Ha publicado Inventarse un amigo (1993, 1997, 1999), Minicuentos de hadas (1992), El último deseoSombras del circo (1994), La sombra y su árbol (1993), El niño que conversaba con la mar (1999), La gran fiesta de los bichos (1992), El (des)concierto de los gatos (1995), Mensajes (1991, 1995), Los extraños oficios de abuela bruja (1996), País de unicornios (1999), Monstruosi (1999), El payaso que no hacía reír (1997), ¿Se jubilan las hadas? (1995), Minino y Micifuz son grandes amigos (2000), Las Cartas de Alain (2001), Cuando llegan las cigüeñas de París (2002), Adiós, infancia (2002), la serie policíaca de los Pelusos -entre 1989 y el 2001- y Escuelita de los horrores (1999), así como las antologías ¡Mucho cuento! (1998), Cuentos sin edad (1999), Entre brujas vuela el cuento (1999), A favor de nuestros gatos (2000), Cazador de sueños (1998), Cuba for kids (1997), Leyendas de los últimos unicornios (2001) y Cuentos infantiles (1997). Preside desde 1993 la Sección de Literatura Infantil de la UNEAC y es vicepresidente del Comité Cubano del IBBY. Es el editor asociado por Cuba de Bookbird (Revista del IBBY Mundial). De esa rara combinación de lirismo, fantasía y denuncia de las más crudas realidades, es que salen verdaderas joyas que han trascendido hasta nuestros días como "La Sirenita", "El Patico Feo", "El abeto" y los cuentos que integran una atinada selección que hace años la editorial cubana Gente Nueva puso en manos del lector cubano: La vendedora de fósforos que, además de la pieza que titula el volumen, presentaba: "El yesquero", "La princesa y el guisante", "Los cisnes salvajes", "El cuello de camisa", "Colás el chico y Colás el grande", "La tetera", "El compañero de viaje", "Pulgarcita", "Juan el bobo", "El cofre volador" y "El porquerizo".

Lo mejor de esta selección de Janet Rayneri, quien además tuvo a su cargo la edición, es el hecho de que, en apretado espacio, consiguió dar un certero muestrario de las principales motivaciones que caracterizan la cuentística de Andersen que es en realidad muy variopinta; por ejemplo, dotar de vida y raciocinio a animales o seres inanimados, indagar en la esencia de los sentimientos, aventurarse en el relato de corte iniciático o de viaje y, por supuesto, su nunca superado por otros rescate del paisaje y las costumbres de su tierra.

El muy bien llamado Príncipe de los libros para niños, este prolífico maestro del cuento de hadas contemporáneo, fue capaz como nadie de preocuparse por el ser humano y sus esencias.

Su literatura, como pocas, se compromete con los destinos infantiles, en un ansia redentora que muchos seguidores lamentablemente perdieron de vista y que sólo se vendrá a alcanzar de nuevo en la segunda mitad del siglo XX, después de la II Guerra Mundial.

Vale decir, asimismo, que Andersen fue capaz de captar la poesía natural de los hechos cotidianos para llevarla a cada situación que sus cuentos esmerados cuentos recreaban con fruición.

Recordemos ahora a nuestro poeta Premio Nacional de Literatura Félix Pita Rodríguez cuando escribió: "La poesía es un silencio que alguien de oído muy ficho escuchó", y en la obra del bardo de los cuentos daneses, esta poesía fluye de manera limpia y armoniosa, sin costuras, ni falsos afeites.

Si alguien dudara aún de la vigencia de sus historias, baste leer solamente el estremecedor cuento "La vendedora de fósforos", de lamentable actualidad en muchos contextos del mundo, donde los niños son víctimas del sistema social, de sus propias familias y, en definitiva, quienes más padecen de males como la pobreza, la violencia, los vicios, las enfermedades y las guerras.

La protagonista de este cuento, es de alguna manera como su autor: ávida de luz y calor humano, va encendiendo, unos tras otros, los fósforos que no consiguió vender durante un frío día en una desapacible ciudad nórdica donde todos la ignoran. Al contacto de una chispa, sus manos entran en calor, pero también su alma, sus ilusiones se renuevan y va atisbando en una gastada pared aquello que su mente no desea olvidar.

Una mísera cerilla produce el milagro de que la niña recupere, por instantes, la esperanza. Luego, vuelven las sombras, regresa la oscuridad, el frío, el silencio, ese abandono en que vive esta pequeña descalza y andrajosa, quien poco a poco va muriéndose víctima del hambre de alimentos, y lo que resulta todavía peor: el hambre de sueños.

Con el último fósforo del paquete, la niña parece pedir un postrer deseo, el mayor deseo, el único deseo posible a estas alturas: recuperar para siempre la compañía de su querida abuela, que ha muerto y la ha dejado tan sola en este mundo ancho y ajeno, sobre todo para los desposeídos.

Se ha dicho que Andersen encontró en personajes como "El Patico Feo", "La Sirenita" y otros tantos que todavía nos conmueven, la misteriosa esencia de su otro yo, esos homónimos parentales y anímicos que, secretamente, cada escritor suele guardar consigo.

Su preocupación por la conflictiva y eterna relación o dicotomía luz-sombra late en cualquier ciclo de su narrativa, en la cual se enfrentan el bien contra el mal, lo ignorado con lo famoso, lo antiguo con lo nuevo, lo viril con lo débil, lo hermoso y lo feo, lo amable y lo aborrecible.

hans_christian_andersen_001Nadie como este poeta de las cosas sencillas para hacer que trascendieran al papel, tras esos instantes de inspiración, hasta los más íntimos y puros sentimientos suyos.

Su obra sencilla, emotiva, y vigorosa como esos grandes árboles que se niegan a desaparecer, todavía cobija bajo sus ramas, no solo a los niños de todo el mundo, sino a cuantos, como él, pretendemos hacer de la literatura ese mágico camino donde encontrar a los demás.

El desinteresado regalo que nos legó con su vasta obra ha hecho a Hans Christian Andersen merecedor del mayor premio a que un mortal pueda aspirar en esta vida: ser querido, aplaudido y recordado, por siempre.

Como su vendedora de fósforos, la luz de sus letras y de tantos sentimientos benéficos que a través de ellas nos legó, aún late entre las páginas de cada libro de cuentos suyos que un niño abre en el planeta Tierra. Andersen confió siempre en la certeza de un mundo mejor. Con el fuego de su talento y bondad fue capaz de encendernos el fósforo de la inspiración a toda prueba: no dejemos, cuantos en el mundo creemos en el poder transformador de la infancia, que la chispa de su ejemplo se apague nunca-jamás.

Artículo enviado a Aurora Boreal® por cortesía del escritor Enrique Pérez Díaz y la escritora Maríe Rojas.
Foto de Enrique Pérez Díaz © Juan José Vida Hernández

 

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