'La vida a plazos de don Jacobo Lerner', de Isaac Goldemberg

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La vida a plazos de don Jacobo Lerner
Isaac Goldenberg
Novela
Editorial Ediciones del Norte
Año 1980

 

A fines de los años setenta, el escritor peruano Isaac Goldemberg dio a conocer la novela que acaso sea la que más perdura en la memoria de sus lectores: La vida a plazos de don Jacobo Lerner. Después de haberla encontrado en casa de mi abuelo, pude leerla precisamente en el norte peruano, esa región que Goldemberg recrea en la novela: Trujillo, San Pedro de Lloc, Pacasmayo, pero sobre todo Chepén, son las ciudades que acogen las inquietudes y divagaciones, junto con las errancias —elemento importantísimo de la novela— del personaje epónimo. Una de las tantas preguntas que me asaltaron al cerrar el libro, en el verano del año 2000, era por qué —pese a la gran calidad de la novela— no existían otras ediciones que permitiesen a las nuevas generaciones descubrirla y compartirla. A fines de 2018, la editorial Las afueras no sólo publicó una edición española, sino que también rindió homenaje a las cuatro décadas cumplidas por la novela. La nueva edición, cuidada y muy agradable, viene acompañada de algunas notas y un glosario de términos.

Tras una nueva lectura, estoy convencido de que la novela no ha perdido en nada la originalidad que le ganó el favor de lectores tan diferentes como José Emilio Pacheco, Severo Sarduy y Mario Vargas Llosa. Quizá esto se deba a la simpleza de la historia contada, el énfasis en desarrollar personajes, la necesidad de confrontarlos con situaciones límites que los revelen no en su grandeza sino en su cotidianeidad. Una cotidianeidad hecha antes que nada de renuncias, como si en la trayectoria de un individuo lo que contase fuese más lo que dejó de hacer que lo asumido. Como el título lo indica, la novela cuenta la existencia de Jacobo Lerner, uno de los tantos judíos que desembarcaron en Perú durante las dos primeras décadas del siglo XX. Desde su Staraya Ushitza natal hasta Chepén, pasando por el puerto del Callao y Lima, Jacobo Lerner recorre Perú buscando asentarse económica y personalmente. No obstante, la muerte llegará, con él todavía camino a algo que no llega a discernir del todo. Pese a que, como se anuncia en el inicio de la novela, sea muy consciente de que su desaparición dejará detrás una estela de confusión, esto no le impide oponer a la necesidad de asentarse una imperiosa (me animaría a calificar de visceral) necesidad de nunca asumir una identidad estable, bien definida.

Lo que puede parecer una novela basada en un personaje y su trayectoria es, antes que nada, gracias al arte de narrar del autor, un acercamiento a un hombre recubierto de un misterio, imposible de desentrañar, puesto que sus actos, decisiones y pensamientos son muchas veces contradictorios, cuando no incomprensibles. A lo largo de la novela, se suceden distintas voces —como la de Efraín (su hijo abandonado), Sara, Samuel, Mitrani, etc— para recordarlo a partir de sus perspectivas y, desde luego, intereses. El resultado es una novela de múltiples ángulos, en ocasiones coral, que no desentraña las razones detrás de cada uno de los actos de Jacobo Lerner. Antes bien, los complejizan hasta el límite, haciendo de él un hombre traicionero, un buen amigo, un emprendedor negociante, un aburrido viajero, y tantas otras facetas como sujetos cruzó en su camino. De lo que se trata es de mostrar sin descanso que el protagonista, cuyo nombre evoca el título, no es más que un amasijo de veleidades cuya reunión forma un sentido.

Uno de los elementos que contribuyen a generar esta impresión es la amalgama operada de documentos y voces en la novela. Si bien el personaje central es Jacobo Lerner, su vida, sus equivocaciones y traiciones, la novela también deja espacio a textos, en su mayoría cronísticos, que dan cuenta pormenorizada de las actividades realizadas en el seno de la comunidad judía. El lector descubre una comunidad, en principio, anhelante por hacerse un espacio en la sociedad que la acoge —la peruana—, a la vez que dispuesta a mantener los lazos religiosos y culturales de los que la integran. Digo en principio, porque el narrador se las arregla para mostrar, sin querer, mediante alusiones fugaces, las tensiones, los conflictos de intereses y las mezquindades propias a cada uno de sus miembros. Además, el hecho de que la narración se detenga poco antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, reviste de un carácter distinto a lo que se ha leído, cada una de las decisiones de los personajes, la necesidad de esos judíos —acogidos y rechazados por partes iguales— de asumir una nueva tierra.

Las relaciones paterno-filiales, junto con los vínculos entre hermanos de una misma tribu son abordadas en la novela. En cuanto a las primeras —las que reúnen y separan a padres con hijos—, éstas son anunciadas desde el comienzo cuando Jacobo piensa en las consecuencias que su muerte tendrá sobre Efraín, su único hijo. Fruto del encuentro con una peruana, a quien su padre atizó para quedar embarazada de un blanco, Efraín nunca será reconocido como hijo de Jacobo Lerner. En lugar de asumir su paternidad, fundar un hogar, Jacobo Lerner viajará hasta la capital para fundar —en La Victoria— una casa de citas. La acidez de esta decisión y sus consecuencias en el niño no son contadas de manera directa sino transversalmente, mediante la perspectiva del mismo Efraín —lo que ve u oye de los mayores—, junto con las palabras de desaprobación de su abuelo. De esta manera, Isaac Goldenberg evita el juicio y subraya con la mayor delicadeza posible el drama. Más aún, si tenemos en cuenta la historia de Jacobo Lerner con sus mismos padres, contada en un recodo de la lectura.

vida plazos 375Los vínculos entre hermanos, Jacobo y Moisés, apuntan en otros sentidos, los cuales se entenderían de mejor modo a partir de los espacios sociales y físicos a los que ambos se adscriben. Si bien Moisés es un reconocido miembro de la comunidad, quien llega incluso a dirigir la “Unión Israelita”, no ocurre lo mismo con su hermano Jacobo, un individuo propenso a explorar otros lugares. Esto resulta más evidente cuando decide crear y regentar el lupanar. Pese a la marginalización que le genera en la comunidad judía, es acaso el prostíbulo —espacio de todos los posibles, lugar de las transgresiones y los secretos— el topos que revela del mejor modo la naturaleza de Jacobo: “Después de la muerte de Marcos Geller, Jacobo se había dedicado a cultivar la amistad de otros judíos […]. Eran hombres deformados por la soledad, de efigie moldeada por sueños arraigados a las ilusiones más desmedidas. Estos hombres se reunían por lo común en el burdel de Jacobo, donde alejados de la vigilancia y la opinión de sus correligionarios, solían abandonarse en cuerpo y alma a la chillona atmósfera del prostíbulo. Allí, en noches de desenfrenada lujuria, dejaban cinceladas en los fríos cuerpos de las cortesanas toda la gravedad y alarma de sus vidas” (p.205-206). Así, el prostíbulo permitiría conocer la naturaleza profunda de su creador, su melancolía, junto con esa necesidad que tienen de romper incesantemente vínculos. Si los demás judíos buscan generar un sentimiento de comunidad, a la vez que adquirir, en mayor o menor medida, una identificación con Perú, Jacobo Lerner se encuentra en las antípodas, enfatiza su trayectoria en un aislamiento que es soledad e incomprensión.

El Perú, el lejano país que acogió los pasos y huesos cansados de Jacobo Lerner, es ese país de todas las sangres del cual hablara José María Arguedas. Esa tierra prometida para cada uno de los migrantes que llegaron a sus costas les lleva a recrear, mediante la nostalgia, un paraíso perdido. La novela de Isaac Goldenberg, ficción de diásporas, debe ser entendida en el marco de una serie de publicaciones en torno a las comunidades: la china en la narrativa de Julia Wong Kcomt o Siu Kam Wen, la japonesa en autores como Augusto Higa o el poeta José Watanabe, solo por dar ejemplos emblemáticos. Imagino que la gran cantidad de venezolanos que llegan a Perú nos dejará con los años un testimonio novelesco de lo que es asentarse en estas tierras acogedoras y duras a la vez. El hombre es un migrante, un nómade rodeado de edificios, que viaja en barco, o por los cielos, pero que en el fondo sigue cazando y recolectando. Si no son carnes y vegetales; en cambio sí son palabras, las propias y las ajenas, las del idioma materno y el que se adquiere. Y en la simbiosis o tensión, junto con los recuerdos, surge algo sin descanso. Emerge la literatura.

 

felix terrones 300Félix Terrones
Perú 1980. Autor de las novelas El silencio de la memoria (2008, “Mundo Ajeno”) y Ríos de ceniza (2015, “Textual”). Además, es autor del libro de novelas cortas A media luz (2003, PUCP) y del libro de microrrelatos El viento en tu cara (2014, “Nazarí”). Asimismo, ha publicado en formato electrónico el conjunto de microrrelatos Pequeño tratado de escritores (2015, editorial Aurora Boreal®). Diversos relatos suyos han aparecido en antologías y publicaciones peruanas e internacionales. Algunos han sido traducidos al inglés y al francés. Doctor en estudios hispanoamericanos por la Université Michel de Montaigne – Bordeaux III (Francia) donde se graduó con una tesis dedicada a los prostíbulos en la novela latinoamericana. Editor y antologador de la obra de Sebastián Salazar Bondy para la Biblioteca Ayacucho de Venezuela. Ha sido invitado a dar charlas y conferencias en universidades europeas y latinoamericanas. Actualmente trabaja en la Ecole normale supérieure (Ulm). Colabora con diversos medios europeos y americanos con críticas y artículos. Ha traducido la novela Conquistadores del escritor francés Éric Vuillard. Vive en la ciudad de Tours (Francia).

Reseña enviada por Félix Terrones a Aurora Boreal®. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Félix Terrones. Foto Félix Terrones © Lorenzo Hernández. Carátula La vida a plazos de don Jacobo Lerner © tomada de internet.

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