Debajo de la lupa Contracorriente

guillermo_alberto_arvalo_001¿Dónde está el gran crítico?
Con esta pregunta, con la que concluye la introducción de su Historia de la Crítica Literaria en Colombia David Jiménez Panesso, quizá se pueda empezar la reflexión que suscita Contracorriente, ensayos de crítica literaria de Guillermo Alberto Arévalo. No sobra advertir
que el mismo Jiménez Panesso desdeña su interrogación y la sustituye con la propuesta de encontrar la respuesta en una historia de la crítica literaria de nuestro país, de la cual se cuida de advertir que no se ha hecho, y a cuya construcción es necesario reconocer su importante contribución.
¿Dónde está el gran crítico?
Es probable que en la aventura de su búsqueda se tropiece el explorador con fragmentos dispersos, sistematizaciones de períodos, destellos, maldades, silencios, malquerencias, poderosas intuiciones abandonadas, que al ser rescatadas muestren el lugar o los lugares, los nichos donde está la crítica en Colombia. Así, más que el descubrimiento de un faro, se daría con un pantano propicio al desbrozamiento.
Entonces desplazar un poco la cuestión hacia: ¿Dónde está la crítica? podría resultar útil.
Por supuesto que la circunstancia de presentar Contracorriente de Guillermo Alberto Arévalo, su libro más reciente, tiene tanto de honor como de riesgo.

Roberto Burgos Cantor. Nacido en Cartagena en 1948. Autor de la novela La ceiba de la memoria, recientemente Premio Casa de las Américas de La Habana (Cuba), y finalista del Premio Rómulo Gallegos de este año. Además ha publicado Quiero es cantar, El patio de los vientos perdidos, Lo Amador, Señas particulares, entre otros. Próximamente aparecerá su libro de cuentos Ella siempre es lo que será.Honor, en cuanto un escritor de ficciones, que es apenas lo que quiero ser, a veces tiene la suerte de ser un objeto de análisis de quien ejerce la crítica literaria. Al ser designado por el crítico para iniciar algunas meditaciones con motivo de la presentación de su obra, se percibe la sensación extraña de cuando el verdugo invita al condenado a hablar de la guillotina. Riesgo, por cuanto pertenezco por razones de edad, aficiones y fastidios a aquellos escritores que en nuestros inicios hicimos público el reclamo ante la carencia de una crítica literaria. Grupo de escritores al que pertenece también Guillermo Alberto Arévalo por más de una razón. En medio de ese camino del infierno que es para el artista el encuentro con la forma, este grupo de escritores proclamó el vacío de una tradición. Este aspecto no fue siempre bien entendido y algunos lo percibieron como un acto de arrogancia cuando no de desconocimiento. Como se sabe, para un escritor de ficciones tradición es un cuerpo de génesis que constituye con su intuición y su esfuerzo para saberse en una pertenencia determinada. En él instala vasos comunicantes y da con interlocutores que lo acompañan y de alguna manera evitan que la soledad y sus delirios lo enloquezcan y frustren.
contracorrient_003Es posible que en esos años de inicio de la vocación literaria se hayan sentido con singular presencia las tensiones propias de un debate que cubría con su ambición diversos tonos de la vida. Parecía que la sensación predominante fuera el descontento y el rechazo a un pasado que se celebraba, por los mayores, con reverencia, le confería al deseo del porvenir cierto radicalismo.
En esa época de universalidad del deseo, los escritores de ficción participaron en el debate crítico: fueron jurados de concursos literarios, publicaban reseñas, elaboraban manifiestos, divulgaban sus adhesiones y rechazos.
A lo mejor estábamos otra vez en el filo de lo que el maestro Pedro Henríquez Ureña llamó el descontento y la promesa, esa reiterada vuelta que nos lleva con entusiasmo a consagrar todo a la inmortal utopía.
Quizá los escritores que extrañábamos la presencia de la crítica literaria y padecíamos la orfandad de una tradición nacional en su sentido formal, queríamos una crítica renovadora, rigurosa, sensible, en cuanto ella formaba parte de una aspiración colectiva y estaba llamada a cumplir una función en el cuestionamiento del canon vigente con su lastre de imposiciones religiosas, políticas, morales, gramaticales, el condicionamiento entonces del lenguaje y sus discursos erráticos sobre una presunta identidad. Y además, se esperaba que abriera el camino a una discusión franca sobre el destino de la literatura y las formas de recepción de cuanto quería surgir.
En el territorio esquivo de la crítica literaria puede resultar de utilidad considerar la sugerencia de Henríquez Ureña. Dice el maestro que la historia literaria debe escribirse alrededor de unos cuantos nombres centrales. Tal vez, de aceptarse la insinuación para el caso de la crítica literaria, habría que retornar a la pregunta inicial de Jiménez Panesso y ampliarla: ¿Dónde están los grandes críticos?
Esto se uniría con una observación de Hernando Valencia Goelkel según la cual las escuelas críticas han resultado efímeras y parecen tener una vida más dura aquellos autores en quienes prima el gusto sobre la técnica. Menciona para explicar su aserto a Baudelaire, a Coleridge, a Arnold, a Sartre, entre otros.
roberto_burgos_005Para esclarecer un poco más el temor del riesgo en la presentación de ContraCorriente debo confiar un episodio. Cuando escuché las conferencias que Arévalo dictó, en distintos escenarios, sobre los cuentos y la novela Los parientes de Esther, de Luis Fayad, y las novelas Juego de damas y Toque de Diana de Rafael Humberto Moreno Durán, tuve la aspiración de tener un lector y crítico como él. Eran tiempos de orfandad crítica y todos escribíamos reseñas de nuestros contemporáneos para enfrentar el menoscabo de la exclusión que se daba en más campos que el notorio del social y político. De alguna manera esa invisibilización en vida ponía a prueba los abismos de la vocación y obligaba a que la amistad fuera un ejercicio de rigor cruel y verdades sin tapujos. En esos reductos de intimidad se templaba el ánimo y se indagaban los horizontes posibles para una literatura que tenía la pretensión de no querer parecerse a su antecedente y luchaba por desligarse de un pasado abundante que se le ofrecía opresivo.
Es de suponer que una de las dificultades de la labor de la crítica literaria en Colombia es la falta de balances y de apreciaciones. Este pozo conduce a que las advertencias y llamadas de atención que exige el presente se vean interferidas por una especie de arqueología, plena de justicia, donde el crítico está corrigiendo omisiones, espantando olvidos, restableciendo inventarios y en últimas construyendo el sendero y el croquis de una literatura cuyo gran ausente ha sido el lector. En inventar el lector está, tal vez, la enorme labor formadora, pedagógica y de la imaginación del crítico. Por su lado el escritor tendrá el privilegio, o sufrirá la catástrofe, de contar con una voz que más allá de los delirios que produce la soledad de este oficio solitario ubique su obra, le presente su familia, le exija y le ayude a filtrar las trampas de las torpezas celebradas como virtudes. Al fin y al cabo cuando se trata con la libertad y el infinito, sustancias ambas de la aspiración artística, un poco de humildad en la condición humana auxilia para enfrentarse a las crueldades del perfeccionamiento o a las incertidumbres del resultado.
En este sentido es bastante factible que el libro que le dio fama y mérito a Guillermo Alberto Arévalo fue la poesía de Luis Carlos López. Como se sabe no bastaron los guiños o más que guiños campanazos de Miguel de Unamuno y de Jorge Zalamea y de Héctor Rojas Herazo para rescatar a esta obra fundamental como pocas de un severo malentendido que aún rige a los valores de apreciación en las artes. Arévalo se entregó a la tarea de fijar el orden y la cronología de los poemas del Tuerto, de rescatar versiones, y de preparar un ensayo de lectura e interpretación de su obra. Para no demorarnos en encomios se puede afirmar que se trataba ni más ni menos que de proponer un cambio de sensibilidad. En un país que acuñaba una cultura oficial según la cual la manifestación excelsa de la ilustración la constituían las citas en latín, el elogio a los ideales griegos y latinos, no en el doloroso conflicto del cadáver del guerrero arrastrado en la playa o la guerra de La Eneida, sino apenas en el superfluo acto de repetir frases sin conexión con nada y como ensalmos de brujo para atemorizar al otro.
Al poner al alcance de los lectores la poesía de Luis Carlos López, Arévalo estaba creando un problema tremendo. Establecía desde el descuido una sincronía que nos obliga a refundar el tiempo. El Tuerto no dialogó con su época, es reconstituido ahora para que hablemos con él.
Guillermo Alberto Arévalo Hernández (Colombia, 1947). Ha sido profesor en las universidades colombianas Santiago de Cali, Pedagógica Nacional y Javeriana. También en la Université Laval (Québec, Canadá) y la Casa de las Américas (La Habana, Cuba). Ha publicado los libros de ensayo César Vallejo: poesía en la historia y Contracorriente, la edición crítica de la Obra Poética de Luis Carlos López, la antología Poesía indígena de América. En poesía publicó Andamos formando un amanecer, Hay un grito escondido. Están en proceso de publicación su novela corta Semáforo y el libro de crítica Incitación a Balzac. Fue fundador y director de Folios.
¿Qué significa?
Un país incapaz de reconocer sus vergüenzas aprendió de los esclavos africanos a amputar su memoria. Una manera de evitar la muerte por un sufrimiento sin solución. Motivo noble en los esclavos. Canallada que no cesa en los que ocultan el crimen y la porquería y se atreven a proponer el olvido sin que conozcamos el acto reprochable. Y ahí estamos. Arévalo destapa para enfrentar la exclusión y argumenta las virtudes de aquello que rescató. A lo mejor la misma intuición de René Char: lo irreal intacto en lo real devastado.
En la breve introducción a ContraCorriente, Guillermo Alberto insiste en profesar su fe. Es un momento oportuno en cuanto tendría su examen dos consecuencias inmediatas: 1-. Asumir las cuestiones relativas a la cultura como esenciales para la construcción de sociedad, no asumirlas como un adorno protocolar o social. 2-. Evitar que los gobiernos locales de izquierda repitan esas maneras enmascaradas de la caridad estatal que consisten en, bajo el pretexto de la tolerancia, volver los delicados asuntos de las artes y la cultura, un presupuesto que se reparte a la vieja manera de los gobiernos tradicionales, es decir que nadie se queje que hay un poquito para todos sin redefinir las nociones de lo público y de comunidad y propiciar la discusión sobre las características de un a cultura nacional.
Escribe el autor de ContraCorriente: "He procurado en mis ensayos ser lo más fiel posible a mis convicciones, no solamente literarias, sino también políticas. Pues creo en la formación de una cultura nacional, con bases científicas y con un carácter popular".
He aquí un compendio, casi un manifiesto de los principios y empeños de un partido político. La verdad es que Guillermo Alberto Arévalo nunca cedió a la veleidad de ser un intelectual de partido. Si bien muchos de los ensayos de ContraCorriente hacen explícita una caracterización de la sociedad, del tiempo histórico, de los poderes dominantes, siempre será mayor su concepción y planteo estético que si bien no resuelve cuanto toca si sugiere e incita a la lectura. De cualquier manera la perspectiva política de Arévalo aparece en sus textos críticos como una constancia y el anuncio de un problema. Ese problema consiste en la ubicación no mecanicista de las relaciones entre la sociedad y la obra de arte. El partido de Guillermo Alberto es la universidad y así lo reconoce en la página liminar de su libro. Un espacio de discusión, libertad y construcción de conocimientos.
ContraCorriente logra mostrar el despliegue metodológico, la investigación, las tesis, evitando la jerga de apariencia cientifista, en casos con alusiva ironía, en casos con admonición fastidiada, y siempre reconociendo, sin rapar nada, y poniendo en el centro del análisis la materia que estudia. Así, son ejemplares los textos sobre José Asunción Silva, Eduardo Cote Lamus, Fernando Charry Lara, Luis Carlos López, Neruda, su querido maestro Eduardo Camacho. El ensayo sobre Silva de Guillermo Alberto, y otro que él destaca de David Jiménez, logran entrar a la intimidad de un culto en cuya ritualidad siempre aparecía más valorada la dificultad que el resultado.
El libro de Guillermo Alberto Arévalo, en buen momento editado por la Universidad Pedagógica Nacional, permite observar con cierta atracción admirada la función de un crítico en el mundo contemporáneo. Allí el lector encontrará, y voy a utilizar una nomenclatura provisional: los ensayos mayores. En estos por lo regular se rescata una obra sumida en el imperdonable descuido, en la inadvertencia culpable y se revela su importancia para el momento de su producción y en algunas las señas vigentes de su contemporaneidad resistiendo a la caducidad. Después los textos que surgen de la mirada del crítico a su época, es decir aquellos en los cuales toma riesgos y a su manera interviene en la construcción del presente, inventa al lector. En este aparte están los ensayos sobre Luis Fayad; sobre Álvaro Mutis; sobre Juan Manuel Roca; sobre la poesía de David Jiménez; sobre el teatro colombiano; sobre Jairo Aníbal Niño; sobre Cien años de soledad. Aquí eché de menos su clarividente texto sobre la violencia y la narrativa de García Márquez. Enseguida los escritos del combate teórico en los cuales Guillermo Alberto Arévalo despliega sus condiciones en la polémica y la elegante crueldad del esgrimista. Aquí cabrían temas aún vivos como el de la televisión, la literatura y la adaptación de novelas y cuentos. El debate referido a la antología de Andrés Holguín que tiene el encanto de la insurgencia de los jóvenes señalando sin piedad la desnudez del rey o los pies de barro del ídolo y diciéndole adiós al viejo regente. No sé Guillermo Alberto, si te lo debo decir ahora: en nombre de tu lector Leonel Giraldo y del mío, a lo mejor podrías echarle una consideración a la intervención de Henry Luque Múñoz y Juan Gustavo Cobo Borda en esa discusión. Y por supuesto el texto que abre ContraCorriente en el cual el autor pone en cuestión las múltiples apreciaciones sobre la crítica literaria y su lugar en el espacio literario.
Ya sé, querido Guillermo Alberto, que nadie puede pedirle a nadie que escriba. Entonces me vas a perdonar o me aceptarás mi pretexto para pedirte que lo hagas. En varios de los ensayos de ContraCorriente tú aplazas un tema, le adviertes al lector que te aplicarás a él en otra ocasión. Ocurre con el grupo de escritores que oscilaron alrededor de la revista Mito. Esas promesas son vitales para tus lectores. Hace pocos días, con motivo de la compilación de su obra por parte de una editorial española, Giovanni Quesep afirmó que en Colombia no hay grandes poetas y señalaba como causa de tal circunstancia a la omnipresencia de la Academia de la Lengua. Es de entender que Quesep al decir grande se refería a Darío, a Neruda, a Lezama, a Vallejo, a Huidobro, a Paz, probablemente a Borges. Fíjate, cuánta falta hace el examen, la discusión, el entendimiento.
En alguno de sus ensayos George Steiner meditó sobre el efecto arrasador en la lengua alemana del exterminio judío. Debo traerlo a cuento porque veo en este autor una admiración frente a la obra literaria y una inclinación a escarbar su dirección moral que mucho tiene que ver con el empeño crítico de Guillermo Alberto Arévalo.
En Colombia también la lengua sufre un proceso de deterioro por la mentira, por la publicidad engañosa y por la tiranía de los medios masivos de comunicación. La revelación de Steiner está en poner en evidencia que el agotamiento del lenguaje se debe a la reducción de la realidad. En preparar la respuesta a esa radical reducción de lo humano está una de las urgencias del pensamiento crítico. Y sin duda de la nobleza y la importancia de tu oficio, Guillermo.
Apenas me resta darte una explicación. Cuando accediste con generosidad a presentar la nueva edición de Lo Amador anotaste, de pasada, que al mostrar en Señas Particulares, mi testimonio, cómo conté que por los tiempos de la iniciación, está demás reiterar que un escritor nunca deja de iniciarse, nos habíamos quejado de la ausencia de crítica en Colombia y no aparecías incluido en la lista de los pocos autores que mencioné la ejercían, ello se debió a lo siguiente. Eran tiempos aquellos en los cuales quisimos vivir con la convicción de la realidad de lo colectivo que casi desaparecimos como individualidades. Ideas y conceptos regían la existencia.
También debo decirte mi gratitud por tener lo que escribo entre lo que más ha llamado la atención de tus preferencias literarias.
Nadie duda que la persistencia en tu reflexión, el avivamiento del debate, la participación en hacer de la academia universitaria un faro sin intereses distintos a trazar el perfil de la convivencia deseable, ayudarán al advenimiento del gran crítico y a la recepción de su magisterio dentro de una sociedad más humana.
Deseo que insistas en la ContraCorriente y volverte a decir lo que ya sabes: que si algunos entienden el progreso como resignación, nosotros nos obstinamos en recibirlo como resistencia. Allí, Guillermo Alberto, estamos contigo, en la ContraCorriente.

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