La risa fugada

esposafugada_003Reseña del libro Esposa fugada y otros cuentos de la escritora Helena Araújo.

A dos años de la publicación de la novela Las cuitas de Carlota en Colombia, la Colección Madremonte de Hombre Nuevo Editores nos invita a reírnos otra vez de nosotras misma. Una sonrisa, a veces amable, otras, irónica.
"El viaje-El viaje-El viaje" y "¿Qué hacer? ¿Qué hacer? ¿Qué hacer?", son las frases que, además de iniciar los

dos primeros cuentos "Peor es amor que fiebre" y "El tratamiento", me llevan a considerar que la risa en los nueve relatos del libro está marcada de experiencia, de esas circunstancias que sólo me pasan a mí. He leído una voz que se fuga de las palabras de los personajes para decir aquello que apenas tienen para recordar de un largo viaje.
Esa risa se ha fugado de esos lugares donde suceden las historias, sean académicos: universitarios, literarios, científicos, periodísticos, o huyendo de relaciones amorosas o conyugales entre hombres y mujeres. Sobretodo, el grupo de cuentos comparte su énfasis en las fugas de la mujer de esos ámbitos. Esa mujer corre, a veces sin saberlo, para llamar la atención acerca de su papel en el mundo académico, literario, para llevarnos a nuestros medievales divorcios de la Colombia de los años 60 y 70.

Selen Arango Rodríguez Licenciada en Lengua Castellana de la Universidad de Antioquia- Colombia. En la actualidad es investigadora del Grupo sobre Formación en Antropología Pedagógica e Histórica FORMAPH, de la Facultad de Educación de la Universidad de Antioquia. Docente de cátedra de la mencionada Universidad.

selen_arango_002¡Bah!, dicen varios de los personajes de la novela: una queja que provoca la risa. Esa risa me acuerda las palabras de Jorge, el bibliotecario de El nombre de la rosa de Umberto Eco; ese hombre que fue capaz de incendiar su vida y "sus" libros para ocultar a los monjes de su abadía el texto donde Aristóteles propone la risa como el mejor agumento para desarmar la seriedad de nuestros oponentes:

"La risa libera al aldeano del miedo al diablo, porque en la fiesta de los tontos también el diablo parece pobre y tonto y, por tanto, controlable. Pero este libro podría enseñar que liberarse del miedo al diablo es un acto de sabiduría. Cuando ríe, mientras el vino gorgotea en su garganta, el aldeano se siente amo, porque ha invertido las relaciones de dominación" (Eco, 2004, p. 451).
La risa ayuda a liberar a quien la siente: los sometidos responden con un acto que hiere las fibras del poder, justamente porque ríen sin tratar de pensar en los motivos. Si bien en los cuentos puede localizarse una pareja, hombre y mujer, es posible encontrar un tercero: ya sea otro hombre u otra mujer, el cual también genera la risa, gozo que he querido denominar como la risa insólenme al amor cortés, la risa fingida, la risa antinarcisa y la risa que duele.
La risa insólenme al amor cortés. Solemnes cuando estamos en ámbitos que así lo exigen: en una visita a unas ruinas que datan desde 899 d.C, o en un coloquio acerca de la obra de una de nuestras amigas escritoras que acaba de morir. Sin embargo, hay momentos en que la situación hace que en nuestros rostros trate de dibujarse, o finalmente explote, una risa ante la necesidad de decir algo que los demás solemnes conocen y que cubren con sus rostros planos.
En "Peor es amor que fiebre" encontramos a dos hombres y a una mujer que llegan a Occitania a quedarse en una casa más antigua que la suma de sus edades. En especial las conversaciones entre Alonso y Zoila (entre otras un nombre peculiar para una mujer que nos recuerda al chiste: soy la que lava, soy la que responde...). Alonso, el hombre diplomático con cierto aire literario, discute con Zoila sobre el amor y la imagen de mujer en la edad media; ese amor cortés en el que las parejas se tocaban sin llegar a..., ese amor que ni con sudores se cura, que "es como escalofriarse y temblar -dice Alonso. -Y suspirar y bostezar -dice Zoila" (Araújo, 2009, p.15).
Ese amor que nos lleva a la imagen que cierra el cuento en un claro oscuro propio de la época: Zoila antes de ir en busca de Alonso en la noche, recuerda que hace falta Samuel: ¿Dónde estará? Al saberlo, sonrío: esos hombres que a Zoila se le hacen incómodos en el viaje por sus discusiones -bueno, Samuel sólo habla para decir que no quiere quedarse en esa casa que huele a diablos-, representan a quienes prefieren ocultarse en lejanas montañas para discutir, acerca del amor cortés y a altas horas de la noche motivarlo con forcejeos. Nos recuerdan que las maneras del amor contemporáneo aún tienen algo de medieval: el hombre observado a lo lejos por otro como un objeto que le apasiona, que para acercarse debe superar la fase del suplicante para llegar a la de amante.
Conociendo en el primer cuento a Alonso y Samuel, podemos encontrarnos con la imagen de otros hombres parecidos: Ernst de "Leidenschaft" y Andrés de "Los tres nogales". ¿En qué se parecen? En que son académicos y consideran sus logros muy importantes, tanto, que las mujeres son eventos apasionales a espaldas de lo que ellos han estudiado durante mucho tiempo. Sus discusiones con ellas tienen como objeto llegar a..., nada más, y cuando ya están en el momento les gusta quedarse dormidos por el cansancio como Ernst, o darles una indigestión por alto consumo de carne cruda o por sostener ¿conversaciones crudas sobre la estructura edípica de la sexualidad?, como le sucede a Andrés de "Los tres nogales".
La risa fingida. Además de la imagen de los hombres eruditos, en busca de nuevas experiencias pasionales, nos encontramos con la mujer que desea dejar a su esposo; para lograrlo, debe ser encerrada, objeto de las oscuras intenciones de un doctor que quiere curarla, a petición de su familia, como sucede en "El tratamiento". Este relato se vincula con Las cuitas de Carlota, la novela de Helena Araújo pues nos topamos otra vez con la imagen del doctor Puig, ese doctor español que por ser extranjero tiene una buena acogida en nuestro país con sus tratamientos para mejorar a las esposas fugadas de la alta sociedad bogotana. Víctimas suyas fueron Zana, la protagonita de Las cuitas... y Nora, de "El tratamiento". Estas dos mujeres eran artistas y sus esposos y familias pensaron que el arte les hacía mucho daño, y que por esta razón debían acceder a una cura de reposo, que resultaba en compañía del doctor Puig, una cura de encierro.
Allí, en el encierro, estas mujeres casi enloquecen y su risa es de una locura que no les pertenece sino a los barbitúricos y calmantes que les llevan a perderse y a terminar, como le sucede a Nora, finalmente enfermas y dependientes de la risa fingida, rodeada de cartas confusas donde dicen que todo está muy bien, y viviendo repetidamente escenas como esta: "Embotada por el útilmo valium, Nora sonríe. Se siente mejor, claro está. ¿Acaso no repite a cada momento la retahíla que debe repetir? Lo de paranoica, como no, lo de maníaco-depresiva y lo de obsesiva. ¿Así es la cosa? Naturalmente" (Araújo, 2009, p.33)
La historia de Zana también se vincula con la de Emilia de "Esposa fugada", cuento que retoma los trámites para el divorcio en la Colombia de los años 60, que consistían en satisfacer los deseos de una pareja: el sistema judicial y la curia, que amorosamente se interpone entre los hijos y la madre. La segunda mitad del siglo XX en el que las señoras bien no estudian, no trabajan, ni mucho menos viajan solas, pues cuando regresan no pueden volver a ver a sus hijos: su esposo ha pensado que se han ido con un amante. Aquí la risa es ambigua, deja amarga la boca al observar cómo una mujer debe decidir entre renunciar a lo que ella quiere ser o quedarse en casa siendo la propiedad de.
La risa antinarcisa. Pero no sólo en los cuentos aparecen las mujeres fugadas, sino también las que no dejan de admirarse a sí mismas por tratar de ocultar a sus amigas, y las que no pretenden seguir las filas de su novio sin romperles su espejo de Narciso. "El coloquio de Claudia" se sumerge en los círculos literarios, en especial, en los eventos a los que asisten las amigas, los amantes, los esposos y los/as críticos/as literarios para conversar acerca de una escritora que acaba de morir.
Antes de que la voz narradora vuelva a llevarme al inicio del relato, cuando Leonor decide pararse frente al público ávido de Claudia para decir lo que ella conoció de la escritora narcisa, me lleva a un recorrido por el cuarto de los académicos: el auditorio. Entonces, aquí vuelvo a reírme y leo cómo Leonor muestra la imagen del catedrático concienzudo: "A tu izquierda, Leonor, Félix Ramírez escucha con el mentón apoyado en una mano y los ojos entrecerrados para mayor concentración. Con sus mejillas sumidas, su chivera lisa, su terno oscuro y una corbata casi tan sobria como la del profesor Baldasare, Félix es la personificación misma del catedrático concienzudo" (Araújo, 2009, p. 44).
Dentro de la imagen del hombre intelectual, sobrio, se encuentra la del izquierdista, la de Alain en "April en París"; este hombre que trabaja en una editorial comunista conoce a Patricia, una joven que teme a todo, y que será la mujer que lo abandonará cuando él comience a enamorarse de su partido, tanto, que contradice sus ideales y desea poseer a su novia. Alain representa los días en que nos perdemos en frases que sólo podemos pronunciar, que usamos para golpear al otro. El silencio de Patricia, su cuerpo en posición fetal contra la espalda de Alain, es la necesidad de volver a nuestras raíces y no pretender adscribirnos a consignas que aún nos son ajenas.
La risa que duele. Los tres últimos cuentos "April en París", "Los tres nogales" y "Pero el dolor vuelve" son el viaje por nuestra cárcel; ese viaje lo hacemos con todo nuestro cuerpo, que lo sentimos, y lo dolemos. En estos cuentos observo a un cuerpo que es objeto de estudio: en "Los tres nogales", Rosario, la fotógrafa, acompaña al periodista Andrés a una comunidad donde se práctica la "instintoterapia", volver a lo natural, básicamente: tener una sexualidad abierta con cualquier miembro de la comunidad, así sea pariente, y alimentarse con carne cruda o frutos de la tierra. Andrés participa del banquete mientras conversa con una mujer, y Rosario se dedica a estudiar los colores de las ostras con Clavel. Andrés se indigesta y Rosario decide quedarse allí. Ese lugar hace parte del cuerpo del amor contemporáneo: puede consumirse crudo, sin amagos corteses. Advertencia: causa indigestión a quien no sabe digerirlo.
"Pero el dolor vuelve", como se intitula el último relato. Vuelve para decirnos que la satisfacción de nuestros deseos puede despertar nuestro cuerpo, el cuerpo de una mujer de cuarenta años que sufre de la columna. La señora Reut, no tiene nombre, sino el apellido de su esposo. Ella es el cuerpo que debe ser masajeado por el doctor Spencer para que vuelva a sentir que su dolor viene es desde adentro y no de su cadera. Es el cuerpo de una mujer que viaja de un continente a otro en defensa de las especies en vía de extinción y que no reconoce que es ella misma la que se está desapareciendo.
En los cuentos del libro, la voz fugada que narra las historias, no es externa a los personajes por que les viene desde adentro. Esa voz rescata las situaciones que no se narran de las mujeres que ocupan cargos que antes no eran para ellas, las mujeres que no son "de una pureza de costumbres a toda prueba: sencilla, prudente y juiciosa, hija sumisa y tierna, rodeada de todo clase de halagos [...]", nos dice Clemencia Rodríguez Jaramillo que así eran las mujeres de 1942 en Antioquia.
En este libro, aparecen las profesoras universitarias, las novelistas, las hijas de diplomáticos latinoamericanos, las secretarias de una importante ONG o las fotógrafas como voces fugadas de instancias donde había una predominancia del discurso hegemónico, el masculino. Voces que alteran ese discurso para reírse de sus propuestas de un amor contemporáneo que aún tiene las huellas del medioevo: la mujer propiedad de, la mujer loca por dedicarse al arte ¿brujería?, la mujer fugada que abandona a sus hijos o a su pareja.

Bibliografía

Eco, Umberto, El nombre de la rosa, Bogotá: Casa Editorial El Tiempo, 2004.
Rodríguez Jaramillo, Clemencia, Interrogantes sobre el destino. Medellín: Tip. Olympia, 1942.

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