Tres autores secretos

bada_002Eugenia Gallardo
Guatemala

En una Feria del Libro de Francfort detecté a Guatemala con un stand en el que presentaba sus libros F&G Editores, representados por Raúl Figueroa Sarti y el buen Raúl, tal vez adivinando por su plática conmigo lo mucho que uno de sus libros me iba a gustar, espontáneamente me regaló un
ejemplar de No te apresures en llegar a la torre de Londres porque la Torre Đ Londres no es el Big Ben.

Su autora es Eugenia Gallardo, nacida en Cobán, Alta Verapaz, Guatemala, el año 1953, y su opus se propone como un “Calendario de 52 semanas con un Cuento por Semana”.
En la portada, que parece reproducir la planta arquitectónica de un patio de la Alhambra o El Escorial, tras el título y el subtítulo puede leerse la definición de “hacer calendarios”, según el diccionario de la Real Academia. Y hacer calendarios, según ella, es “estar pensativo, discurriendo a solas sin objeto determinado”. En cambio, según doña María Moliner, es “hacer cálculos o predicciones aventuradas”.

noteapres_002Ricardo Bada escritor y periodista residente en Alemania desde 1963. Autor de La generación del 39 (cuentos, 1972), Basura cuidadosamente seleccionada (poesía, 1994), Amos y perros (cuento, 1997), Me queda la palabra (ensayos, 1998) y Los mejores fandangos de la lengua castellana (parodias, 2000). Editor en Alemania, junto con Felipe Boso, de una antología de literatura española contemporánea (Ein Schiff aus Wasser [Un barco de agua]), y en solitario, de la obra periodística de Gabriel García Márquez y los libros de viaje de Camilo José Cela. Editor en España de la obra poética de la costarricense Ana Istarú (La estación de fiebre y otros amaneceres, 1991), y en Bolivia de la única antología integral en castellano de Heinrich Böll (Don Enrique, 1995). Confieso que la expresión era para mí por completo inédita, pero confieso asimismo que esa noche de octubre, al llegar a casa de mi amiga la doctora Klingler Clavijo, quien me dispensa hospitalidad impagable en Francfort durante los días de la Feria, agarré el libro de Eugenia Gallardo, y a pesar de que estaba súper agotado, me leí cien páginas de una sentada. Durante el desayuno, al día siguiente, lo concluí.

Es una de las lecturas más recompensantes que tuve en mi vida. Tanto que me permito disentir de la autora cuando dice en la página 59: “Todo presagiaba el fin y el principio, como las dos pastas de este libro. Todo hacía suponer que las páginas centrales no valían la pena”. ¡Mentira!, escribí al margen con indignados signos de admiración. Las páginas centrales de su libro, qué quieren que les diga, ofrecen despilfarradora y filantrópicamente perlas de este calibre: “Vuelan los verdugos contaminando el cielo, ese espacio impreciso del ajuste de cuentas”. ¿No es una maravilla esa premonición del atentado contra las torres gemelas del WTC de Nueva York?

Desde siempre me han seducido las literaturas de los países pequeños, como Costa Rica (que cuenta con una de las poetas más hondas del idioma castellano, Ana Istarú), o Nicaragua (donde Lizandro Chávez Alfaro escribió unas narraciones cuya verdadera dimensión saldrá a la luz algún día ojalá no lejano), o ahora Guatemala, con este libro de Eugenia Gallardo que para mí ha sido toda una revelación. Y la confirmación, una vez más, de aquello que creo que dijo Walter Benjamin, y es que la forma literaria definitoria de nuestros tiempos es el fragmento.

Para decirlo sin que se me caigan los anillos: en cada uno de los 53 fragmentos de No te apresures en llegar a la Torre de Londres porque la Torre Đ Londres no es el Big Ben hay bastante más literatura y más calidad literaria que en muchas novelas de 300, 400, 500 y dizque también las hay de 600 páginas, aireadas por sus editoriales y por la crítica como nuevas obras maestras de la literatura universal, pero que no pasarían el cedazo de una crítica seria y, desde luego, no pasan el de una lectura inteligente: se caen de las manos antes de llegar a la página treinta. Lo que no sucede con el libro de Eugenia Gallardo, la cual, cortésmente, sólo nos obliga a leer 127 de las suyas, de las que sin embargo quisiéramos leer muchísimas más.

Abdón Ubidia
Ecuador


El Instituto Andino de Artes Populares, del Convenio Andrés Bello, con sede en Quito, Ecuador, editó en su día muy bien editado un librito que se titula Milenios, un ejemplar del cual llegó a mis manos porque, como dijo en ocasión sonada don Emilio Castelar, "Grande es Dios en el Sinaí" (después les cuento). Aunque no sólo ha llegado a mis manos por eso, sino también porque desde hace años mantengo una amistad recíprocamente redituable con Abdón Ubidia, uno de los buenos y por desgracia casi desconocidos escritores ecuatorianos, quien es el compilador de este breviario de sabiduría universal que se inicia con el Cantar de los Cantares y concluye con una reflexión tomada de la Historia del tiempo, del científico inglés Stephen Hawking.

Tres mil años de pensamiento humano resumidos en 152 páginas que no tienen desperdicio. Abdón Ubidia, en su breve prólogo, advierte una vez más sobre lo ya sabido; que toda antología es arbitraria, y que esta que él nos ofrece es así porque él mismo "ha sido formado así": y añade que "ha entendido que la vasta cantera de las ideas humanas la han hecho no sólo los filósofos sino también los artistas, los científicos, los viejos sabios, los santos y los magos y, a veces, también los perversos".

Desde luego que sí, y estoy conforme con esa visión, que explica con fórceps la presencia en el libro de José María Escrivá de Balaguer; y una visión a la que por mi parte agregaría el rubro de los poetas, quienes con la sola excepción del también indigesto Neruda no figuran en este libro. Y la verdad es que no se me alcanza el por qué: porque ideas, lo que se dice realmente ideas, pueden espigarse más y mejor en Homero, Virgilio, Petrarca, Dante, Quevedo, William Blake, Keats, Shelley, Walt Whitman, Rilke, Juan Ramón, César Vallejo, Kavafis y Pessoa... que en toda la farragosa filosofía alemana. Donde las ideas brillan, sí, pero por su ausencia, disfrazándose como tales razonamientos endogámicos y prescindibles.

Pero así y todo, este librito Milenios es admirable y como para llevar en el bolsillo en toda ocasión. Sólo le puedo reprochar el ninguneo de los poetas, como queda dicho, y el hacer que Kafka naciera en 1833, prolongando en medio siglo la agonía de un pobre tuberculoso: es pura crueldad.

Otra cosa que echo de menos es el no haber recurrido más a los oradores, no a los de hogaño, desde luego, porque hoy en día la oratoria está más muerta y enterrada que el soldado desconocido: no, a los oradores de antaño me refiero, a Demóstenes, Cicerón, Savonarola, Gladstone, Jaurès y ¿por qué no?, don Emilio Castelar.

En España sin rey, uno de los más tristes de sus episodios nacionales, Pérez Galdós recoge el vibrante comienzo del discurso parlamentario del librepensador y comecuras Castelar, el lunes 12 de abril de 1869, al debatirse en las Cortes el proyecto de ley que consagraría por primera vez en la historia del país la libertad religiosa. Don Emilio Castelar clamó desde su escaño:

“Grande es Dios en el Sinaí; el trueno le precede; el rayo lo acompaña; la luz le envuelve; la tierra tiembla; los montes se desgajan... Pero hay un Dios más grande, más grande todavía, que no es el majestuoso Dios del Sinaí, sino el humilde Dios del Calvario, clavado en una cruz, herido, yerto, coronado de espinas, con la hiel en los labios y diciendo: «Padre mío, perdónales; perdona a mis verdugos, perdona a mis perseguidores, porque no saben lo que se hacen». Grande es la religión del poder; pero es más grande la religión del amor. Grande es la religión de la justicia implacable; pero es más grande la religión del perdón misericordioso; y yo, en nombre de esta religión, en nombre del Evangelio, vengo aquí a pediros que escribáis al frente de vuestro Código fundamental la libertad religiosa".

¿Se me tomará muy a mal si digo que no hay en nuestros días ni un solo político con agallas para decir eso... ¡ojo!... ¿improvisándolo?


Gaby Vallejo
Bolivia

Un libro que cuando lo leí me gustó mucho, admirable por diversos conceptos, es Del placer y la muerte, de Gaby Vallejo, editado en Salta, Argentina. Es una pena que ciertas obras se publiquen así, a la buena de Dios, o de los dioses, en la provincia profunda, y no lleguen a la superficie metropolitana. Pero de todos modos me consuelo pensando que no de otro modo se publicó Azul..., de Rubén Darío, y encontró su camino. Y aunque se me podrá oponer como argumento que Azul... vio la luz del mundo en Santiago de Chile, la respuesta es que Santiago de Chile, en 1888, desde el punto de vista editorial era provincia. Si me apuran, y hasta sin que me apuren, se puede decir sin embarazo que lo sigue siendo.

El libro de Gaby Vallejo se centra en dos de los temas básicos del artista: el placer y la muerte, y los aborda como en una suite en tres tiempos –“Del placer y la muerte por los sueños”, “Del placer y la muerte por los sentidos” y “Del placer y la muerte por el aire, por la tierra, por el agua y por el fuego”–, dentro de cada uno de los cuales surgen las variaciones simétricas que el epígrafe promete: “El placer por la mirada” seguido de “La muerte por la mirada”, y así sucesivamente. Una de las historias, en especial, “El placer por el agua”, es muy bella y de las que se quedan grabadas en la imaginación del lector.

Y hay frases que por sí solas justifican ya ellas todo un libro: por solo ejemplo aquella que dice, en la página 21, "era el estreno de Adán y Eva en otros cuerpos".  Cuando uno se ha pasado y se pasa la vida peleando con el idioma, tratando de rastrear y plasmar fórmulas felices para decir lo que casi no se puede decir ¡qué envidia siente uno al encontrarse con esa frase!

Cuenta Gaby Vallejo, en la página inicial de su obra, que al llegar a Lavigny, una pequeña ciudad suiza ubicada entre Ginebra y Lausana, empezó a sentir “el insondable misterio de lo que espera detrás de toda puerta. La entrada o la salida por una de ellas era suficiente para que se produjera lo otro. La puerta era el doble eje del que llega o del que parte”. Y eso me hace recordar uno de los poemas más herméticos y hondos de la chilena Gabriela Mistral, de su libro Lagar y dedicado a las puertas: “Entre los gestos del mundo / recibí el que dan las puertas. / (...) ¿Por qué fue que las hicimos / para ser sus prisioneras?”. Gaby Vallejo descubrió la llave para salir de esa prisión.

Del placer y la muerte me gustó mucho, lo leí de un tirón, lo creo bien armado y con mucha substancia, y sin embargo deja un regusto a poco, uno quisiera que fuese más. No es por hacer un reproche ni una crítica, pues el regusto a poco en realidad habla más bien en favor del libro, pero sí siente uno cierta extrañeza al ver que la autora no escribió nada, para redondear su obra, acerca de la muerte del placer y del placer de la muerte. No sólo pienso en Santa Teresa y en su "Ven muerte, tan escondida / que no te sienta venir, / porque el placer de morir / no me vuelva a dar la vida" y/o en su "que muero porque no muero”. Pienso también en esa insuperable imagen que nos regalara el pueblo andaluz cuando nombró al orgasmo “la muerte chiquita”. 

Son estas dos historias las que faltan, son ellas el regusto a poco de que hablé antes, y yo espero que la autora lo remedie en las muchas más ediciones que el libro se merece.

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