Vargas Vila: la semilla de la ira

hat_002Hace 75 años, un día como este, murió, en un piso del 183 de la Calle Salmerón [hoy Mayor de Gracia] de Barcelona, JM Vargas Vila [1860-1933], el más leído e influyente escritor colombiano del siglo pasado, uno de los más ricos del mundo, antes que GGM publicara Cien años de soledad. Dejó al porvenir y a su hijo Ramón Palacio Viso, cerca de cien novelas, crónicas de viajes, historia, panfletos políticos o ensayos de estéticas; sus villas de Paris, Málaga, Sorrento, Madrid o Barcelona, donde había vivido dedicado a combatir por la libertad social e individual del hombre y las mujeres de su tiempo con el cincel de su prosa, inolvidable e hiriente, que incluye títulos como Aura o las violetas, Ibis, Ante los bárbaros, Los césares de la decadencia, Los divinos y los humanos o Rubén Darío.

Nacido en una casona de la Calle del Volcán del barrio La Candelaria de Santa Fe, tres años antes de la promulgación de la Constitución de Rio Negro, los años de su juventud coincidieron con los del Olimpo Radical, cuando como periodista y agitador defendió los Estados Unidos de Colombia de Don Tomás Cipriano de Mosquera, el irreductible partidario de la libertad de expresión, enseñanza, asociación y culto, cuyo contradictor, Rafael Núñez, luego de haber leído en Spencer, rompió con el radicalismo y optó por un centralismo político y fiscal que llevó a la guerra civil de 1876-78, cuando Vargas Vila militó con el general Santos Acosta y luego, como secretario del general Daniel Hernández, --quien perdiendo la vida y la guerra en la sangrienta batalla naval La Humareda, permitió a Núñez declarar liquidada la Constitución de 1863 y expedir la de 1886--, hubo que huir a los llanos del oriente y luego a Venezuela, iniciando un exilio que duraría toda la vida.

Harold Alvarado Tenorio, hijo y nieto de carniceros, nació en un pueblo [Buga] del Valle del Cauca, tres años antes [1945] del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán. Protegido por sus tíos maternos, aprendió a leer, escribir, sumar y restar sobre hojas de pizarra en la escuela de una descendiente de esclavos y más tarde en un colegio donde un matemático y geógrafo le enseñó la vastedad del mundo en un desvencijado globo terráqueo mientras le hacía leer en Oscar Wilde, Shakespeare, Jorge Isaacs o Knut Hamsun, como lenitivo a las monsergas de los presbíteros del régimen de Gustavo Rojas Pinilla. Expulsado de todos los colegios de su pueblo por relapso a los dogmas de la iglesia católica y sus rudimentarias ideas políticas afines al presidente Mao Zedong, su tío le llevó, en una reluciente Ford 1960 a través de la canícula de los valles del Cauca y el Tolima hasta la sabana de Bogotá, a 2600 metros de altura, donde de nuevo dio con la iglesia y fue desterrado de otros centros de estudio, frecuentaría la cafetería El Cisne, alternando con la flor y nata de la cultura bogotana de esos años mientras hacía excursiones a los escasos establecimientos de cultura de entonces, situados cerca de la pensión y el bar taurino de un cordobés, donde vivió entre banderilleros, actrices, espadas, cantantes y vates del inframundo mientras intentaba concluir el bachillerato en un cuchitril con nombre de barbitúrico de propiedad de una pareja de cripto comunistas, frente a la Biblioteca Luis Ángel Arango, donde descubriría a Jorge Luis Borges, Jean Paul Sartre y Albert Camus, tres de sus fetiches de juventud. A poco de terminar el bachillerato fue a la capital de México donde ingresó a la escuela de teatro del Instituto Nacional de Bellas Artes, hasta cuando, al ser admitido en la nueva carrera de Letras de la Universidad del Valle, regresó al país, luego de un viaje por Centro América con una prolongada estadía entre los Caribes Cunas. Algunos de sus compañeros de estudio en la Universidad del Valle serían también poetas, novelistas, defensores del medio ambiente, guerrilleros y políticos de bufete y corbata. Un puñado de intelectuales educado por Jorge Zalamea, que dirigía el Taller de Escritores; Edward Stresino, partidario de las teorías de Fenollosa, lector de Walley y Pound; Walter M. Landford, experto en la novela de la revolución mexicana; el medievalista Antonio Antelo; el compositor León J. Simar; los lingüistas Herbert Hilsen y Elbert Moore; el director de teatro Delio Merino; el hispanista Armando Romero Lozano o John Neubauer, exegeta de las relaciones entre la música y la poesía de Trakl, Wagner, Nietzsche, Mahler, George, Bartók, Rilke, Schönberg o Hindeminth, y Jean Bucher, quien no sólo orientó su tesina sobre Borges sino que durante varios semestres leyó con sus estudiantes en Malraux, Camus, Valery y numerosos poetas de expresión francesa. Licenciado en Letras, fue a Berlín con el propósito de estudiar en la Universidad Libre, pero ante la imposibilidad de aprender alemán mientras trabajaba en una panadería vivió un año frecuentando rebeldes y marginados, al tiempo que visitaba la biblioteca del Ibero-Amerikanisches Institut para leer y fichar materiales sobre la obra de Jorge Luis Borges, sobre quien escribiría, en Madrid, un extenso ensayo sobre el juego y la literatura en los años de la transición de la tiranía a la democracia. De regreso en Colombia pasó una temporada en el sur, participando en levantamientos populares hasta derrocar varios gobernantes corruptos y a finales de los setenta ya estaba en New York, donde trabajaría en el departamento de español de una escuela para señoritas de pro, realizando un extenso programa de difusión de la literatura de América Latina. De estos años son sus traducciones de la poesía de Kavafis y Eliot y la publicación de Recuerda cuerpo, Espejo de máscaras, Biblioteca o la obtención del Premio Internacional de Poesía Arcipreste de Hita por El ultraje de los años. En la Universidad Nacional de Colombia impulsó la creación de la carrera de estudios literarios tras años de desprecio por las literaturas nacionales, fue Director de Departamento de Literatura, realizando actividades como periodista en el diario La Prensa donde llevó por más de un lustro la página de Cultura, que le valiera el Premio Simón Bolívar.  En Beijing trabajó como asesor cultural de la Editorial China hoy, y publicó una antología de Poemas chinos de amor, que luego ha sido reeditada en varios países.
Luego de haber sido expulsado de su casa de campo en un municipio del Bajo Magdalena y sobrellevado severos quebrantos de salud, desde los primeros años del nuevo siglo creó la revista virtual e impresa Arquitrave, de la cual es director. Su poesía ha sido traducida a varios idiomas y colabora con diversos medios literarios y periodísticos de América y Europa.

Escribió entonces contra los símbolos y personas de las sociedades decimonónicas que perpetuaban las instituciones coloniales, los caudillismos y los fanatismos religiosos. Admirado y leído en cantinas de barrio, barberías, costureros, fábricas, universidades, tabernas portuarias, sastrerías y carnicerías, sus numerosos enemigos, intelectuales al servicio de tiranos y autoritarios, le llamaron bastardo, blasfemo, desnaturalizado, disolvente, pernicioso mientras propagaron la especie que vivía como un rey, era hermafrodita y homosexual, misógino, anarquista, terrorista e impotente.

Lo cierto es que fue un formidable defensor de la libertad con la palabra escrita. Nadie como él, quizás con la excepción del granadino Isaac Muñoz [1881-1925] cuyo exotismo, perversidad y lujuria de estilo le es equiparable, hizo que las ideas y las maneras de ver el mundo de artistas y pensadores laicos como Nietzsche y D´Annunzio ascendieran hasta las voluntades de millares de intelectuales campesinos, jornaleros, analfabetos, desposeídos y desocupados que aspiraban a ser tan libres como Jorge Amado, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Guillermo Cabrera Infante, José Vasconcelos, Francisco Umbral, Ramón Gómez de la Serna, Gabriel García Márquez, José Donoso, Jorge Zalamea o Ramón del Valle Inclán, ese puñado de sus admiradores, que reconocieron que sin él y sin su prosa, no habrían existido.

Una prosa lírica cuya eficacia no hay que buscar entre las sábanas, sino en su fluir subversivo contra lo establecido, los discursos oficiales hegemónicos cuyos designios nacionales se sustentan en nociones como la familia burguesa, las tutelas morales de las iglesias y la centralización de los poderes que explotan, excluyen y reprimen el cuerpo social y el individuo. Por eso Vargas Vila violenta la ortografía, la sintaxis y la prosodia del español de Caro y Cuervo, abundando en adjetivos, modificando el uso de mayúsculas, minúsculas, la puntuación, salpimentando con hipérboles, galicismos, neologismos y metáforas sinestésicas sus extensas ráfagas de fuego y hielo, citando al por mayor del latín y el griego, cuando no del italiano, francés e inglés, lenguas que quizás no bien conocía.

Que casi 150 años después de haber nacido se publique una novela que indaga en los apuros de su alma en lucha contra los día a día de su tiempo, demuestra su vigencia. La semilla de la ira, de Consuelo Triviño, con un preciosismo que perpetúa la prosa en primera persona de José Fernández, el alter ego de José Asunción Silva, en De Sobremesa, repasa los tormentos de la conciencia de El divino iracundo en varias de sus residencias en la tierra, ofreciéndonos un retrato de su alma que no había imaginado la crítica hasta hoy. La de un esteta consumado que hace de la búsqueda de la libertad un instrumento para alcanzar eternidad con el arte de las palabras, la más grande y destructora arma que ha inventado el hombre. Una verdadera novela de época, deliciosa en su ritmo lento y circular; una obra de arte que no se había publicado desde la aparición, y desconocimiento, de Sin remedio, la extensa y agitada búsqueda de sentido de la vida de un desdichado poeta bogotano, Ignacio Escobar, cuyo biógrafo no es otro que un vargasvila aristocrático y pendenciero, aficionado a la tauromaquia y la neurastenia llamado Antonio Caballero.

vargas_vila_001En una época como la nuestra, sometida a los va y vienes del pensamiento univoco que anuncia una globalización totalitaria cuyos dioses terminaran siendo las grandes empresas de un capitalismo sin rostro ni propósitos, doblegada por la corrupción, el lucro, el trapicheo y la discriminación; donde nada ni nadie parece ya importar, sólo el dinero y su plaza de mercado, el panfleto parece el instrumento más idóneo para despertar al hombre del letargo. Cada día, quienes orientan el mundo están más coléricos, más mordaces, mas emponzoñados contra los establecimientos y las ambiciones de los poderosos. Cada día el arte y las literaturas, la música y el cine, eligen la postura de un alma como la de Vargas Vila en la novela de la señorita Triviño: un gran silencio para gritar más fuerte contra los enemigos de la libertad.

El artículo Vargas Vila: la semilla de la ira enviado a Aurora Boreal® por cortesía del escritor Harold Alvarado Tenorio.

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