Mi primer bullerengue

Conocí la felicidad, la felicidad de verdad, pude mirar sus ojos, sentir su presencia robusta, inconfundible. La conocí cuando era niño y cursaba primaria en un colegio que un prestigioso sociólogo apodó "el refusmatorio". El día que salíamos de vacaciones mi felicidad era más verdad que la tierra misma. En aquellos tiempos la cantaora Toto la Momposina se quedaba en nuestro apartamento cuando venía a Bogotá. La historia de la cantaora y de mi tío médico es otra historia. Acá se trata de mencionar mi desconcierto cuando llegaba la cantaora y sus tambores a un pequeño apartamento urbano. Llegaban con su voz de río y sus costumbres de selva. Mi hermano y yo, siendo niños, nos sentíamos arrinconados. Debíamos ceder nuestro camarote y dormir en el estudio del padre. Acostumbrados a permanecer en silencio mientras la casa se llenaba del ritmo de la máquina de escribir del padre escritor, cantos y tambores, sancochos y parrandas, apretados en pocos metros cuadrados y un techo muy bajo, nos intimidaban casi hasta el umbral del horror.

Toto nos invitó a uno de sus conciertos en el Teatro Colón. Insistió en que fuéramos también los niños. Reservó sillas en primera fila y nos abrazó al vernos llegar. Para mí era un momento más de horror. Cedía la cama, perdía la tranquilidad y ahora debía trasnochar.

Fue grande mi asombro cuando Batata tocó el tambor. Sentí en el estomago, en la garganta y en el corazón la presencia de la felicidad. Tan bien conocida por mi, la felicidad aparecía con su inconfundible temblor, su paso de elefante en el corazón, su nudo de grito de alegría trancado en la garganta. La cantaora empezó a cantar y yo sentí el terremoto, el maremoto de alegría profunda, de plenitud, de delirio y algarabía: la indescriptible felicidad abrazándome sin pudor.

En un momento del concierto, el viejo Batata dejó el tambor y rodeó a la cantaora con el sombrero en la mano bailando. Mi tío se paró de la silla y gritó "fuerza Batata!". Yo sentí que podía estallar de la felicidad. Me paré en la silla a brincar sin saber que gritar, qué hurras o vivas correspondían a esta forma de celebración. Los bogotanos abandonaron su acostumbrada flema y el teatro enteró se paró a bailar.

Tuve que esperar veinte años para participar en un bullerengue raizal verdadero en casa de los hermanos Suárez en Arboletes. La felicidad había cambiado a mi lado. Su mirada no era la misma. Ahora se parecía a la plenitud. Ella le da la bienvenida al dolor y al llanto. En ella viven la desesperación y la fuerza. En los tambores y los cantos desgarrados de mi primer bullerengue raizal escuché el latido del corazón de los árboles.
A mi primer bullerengue me llevó el percusionista bogotano Urián Sarmiento. Después, otros bullerengues los viví con el escritor de canciones Leonardo Gómez. Con mi tío Javier Alonso Burgos, con Urián y con Leonardo converso intentando entender la voz de los truenos, el canto de los árboles. Hablamos de música. Hablando de música creo que hablamos del alma. De nuestra alma parrandera, negra, bullerenguera. Hablamos pues, de la bulla del alma.

 

Pablo Nicolás Burgos Bernal
Realizador de cine y televisión formado en Viena, Austria. Desde 1996 ha participado en distintos proyectos colectivos en los ámbitos del arte y la cinematografía. Es miembro fundador en Roma y Bogotá de la Corporación Internacional de Artistas Post Office Cowboys. Ha recibido premios internacionales con sus trabajos en el campo del video arte y ha participado en varios festivales internacionales de cine con sus documentales. Con Luisa Fernanda López escribió el libro Cuentos para cada día (366 historias para leer en familia), para Intermedio Editores, que tiene ya una segunda edición, a menos de un año de ser publicado.

El bullerengue o bullarengue es un género musical y danza de la Costa Caribe de Colombia y de la provincia de Darién, Panamá. Es ejecutada principalmente por los actuales descendientes de los cimarrones que habitaron el Palenque de San Basilio (Colombia), el Palenque del Mamoní o Santiago del Príncipe y la tribu de los mandinga de Kuna Yala (Panamá), que se extendieron hasta el Darién histórico. En Colombia, la palabra "bullerengue" significa "pollerón" o "falda de maternidad". Antiguamente se decía bullarengue. En cambio, en Panamá se entiende que la palabra "bullerengue" viene de la unión de "bulla" y "arenga", o sea, "bullarenga".  Fuente: Wikipedia

Mi primer bullerengue publicado originalmente en Post Office Cowboys. Publicado en Aurora Boreal® con autorización de Pablo Nicolás Burgos Bernal. Foto Toto la Momposina tomado de http://afrocubanlatinjazz4.blogspot.com.es/2011/02/toto-la-momposina-bodega-colombia2009.html

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